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Elementos para reflexionar acerca del trabajo psicoanalítico con familias que “salen del armario”

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Nuevas configuraciones familiares ocupan la escena de quienes trabajan con parejas, niños y adolescentes en el mundo occidental contemporáneo. La familia recompuesta a partir de la separación de cada uno de los miembros de la nueva pareja, con los hijos del primer matrimonio de cada uno, tal vez fue la primera de una serie. Tenemos la familia homoparental, familias que apelan a diferentes formas de procreación, proporcionando al niño una madre genética, una madre “de vientre”, un padre “donante” de esperma. Entre tantas otras, podemos ahora introducir una más: la familia en la que uno de los miembros de la pareja es transexual. De hecho, aparentemente, la estructura familiar tradicional no se altera tanto. Tenemos dos adultos y niños. Si los adultos son del mismo género, tendríamos una semejanza con la familia en la que la pareja es homosexual. La diferencia entre esta última y la familia con personas transexuales es que el cambio de género en uno de los miembros genera situaciones inusitadas: por ejemplo, un padre puede quedar embarazado, la madre puede ser un hombre, el padre que antes era hombre ahora se convirtió en mujer. En fin, cambios de género que arrojan nuevos desafíos a nuestra comprensión y a nuestra práctica.

Es posible argumentar que estas diferentes modalidades de familia ya existían. Las familias recompuestas, incluso antes de la Ley del Divorcio (1977, en Brasil[2]), siempre existieron. Las madres que criaron a sus hijos solas, familias con niños adoptivos, niños criados por dos madres en una relación homosexual: siempre se supo de esas familias, aunque, en cierta medida, tal vez no se hablara de ellas -alguna especie de tabú sobre el asunto llevaba al silenciamiento. Incluso las familias con un padre o una madre transexual, eventualmente, se oía hablar al respecto. Lo que todas estas familias ganan actualmente es visibilidad. Las familias homoparentales tal vez hayan sido las responsables de traer esa discusión al público.

La lucha por los derechos de la población LGBT y, más específicamente, por el derecho a su unión legal, al matrimonio y a la adopción de hijos por parte de los y las homosexuales, todo ello trajo al primer plano la necesidad de repensar lo que es una familia. Más aún: cuestionar nuestros criterios acerca de las condiciones necesarias para criar niños sanos, afectivos, espontáneos, que se vuelvan jóvenes con capacidad de establecer vínculos consistentes, de ser críticos y constructivos en relación a la sociedad, en fin, con condiciones de manejar el sufrimiento y de buscar su bienestar.

Actualmente, tenemos a estas familias bajo la mira de los medios, del derecho, de la educación, de la psicología y del psicoanálisis. ¿Se trataría de una mirada voyeur? ¿Una curiosidad para saber “si ‘eso’ va a resultar”? Para saber el “resultado” de esas “experiencias familiares”, digamos así, nuestra intuición podría llevarnos a observar a los niños. Pero observar, en la condición de psicoanalista, significa también tratar. Y no sólo tratar porque la demanda se presentó. Es verdad que los niños de familias abyectas (consideradas al margen de la sociedad, víctimas de prejuicio social, excluidas de un cierto campo de inteligibilidad) son comúnmente encaminadas al análisis por la escuela, por el médico, por la asistencia social o por los propios padres y madres que identifican su sufrimiento. El otro motivo para tratar, y allí me refiero a los adultos que eligieron formar esas familias, es porque podemos efectivamente ayudarles a sostener la resistencia a las normas dominantes. Para ello, el analista debe estar culturalmente preparado.

Para trabajar con las cuestiones que se refieren a la homoparentalidad y a la transexualidad, es importante estar al corriente de las discusiones acerca de la distinción entre sexo y género y acerca de la constitución de las diferentes identidades de género. También se hace necesario conocer mínimamente la terminología en torno a la transexualidad (transidentidad, transgeneridad, cisgeneridad, travestilidad, género no binario, etc.). Los estudios de género, los estudios de la mujer, la teoría queer y los feminismos forman el campo que circunda culturalmente esas cuestiones. Para ello, remito al lector a la bibliografía existente (Arán, 2006; Ayouch, 2015; Bento, 2006; Porchat, 2013; Lanz, 2015; Muszkat, 2014; Tajer, 2013).

Nuestra intención ahora es presentar algunos elementos especialmente importantes para el trabajo con niños y con adultos que forman parte de esas familias. Dos de estos elementos vienen directamente del psicoanálisis: la novela familiar y la escena primaria. Los otros dos atraviesan la teoría psicoanalítica y son condiciones para sus constructos: la concepción de parentesco y la de parentalidad.

 

La novela familiar

Freud presenta la novela familiar del neurótico como una construcción que revela la falla de algunos individuos en liberarse de la autoridad de los padres al crecer. Esta liberación, considerada fundamental en el desarrollo individual y en la propia organización de la sociedad, depende de la oposición que se establece entre las generaciones. Para ello, la relación del niño con sus padres recorre un determinado camino. Los padres, que inicialmente eran la única fuente de autoridad, objeto de deseo y modelo a seguir, al ser puestos en la categoría padres, por el descubrimiento del niño de que, al final, existen otros padres, sufren innumerables comparaciones por parte de los hijos. Las cualidades incuestionables que presentaban caen por tierra. Se convierten en objeto fácil de críticas de todo tipo. Freud añade a ese recorrido los impulsos de rivalidad edípica. Aún temprano, comienzan las fantasías, que posteriormente podrán ser conscientemente recordadas o reveladas por el análisis, de ser un niño adoptado, o de que el padre o la madre serían de hecho su padrastro o madrastra. El alejamiento de los padres, que comenzó en esa actividad imaginativa, será descrito por Freud como la novela familiar del neurótico. Es por esta estrategia que el niño relativiza la autoridad de los padres, se libera de la idealización que tenía hacia de ellos y finalmente se libera. Los padres descienden en su estima, y él los reemplaza por otros, normalmente “de mejor linaje” (Freud, 1909 / 2006b, p 220).

Los analistas que se inclinan sobre situaciones de procreación/filiación no tradicionales están particularmente a las vueltas con la novela familiar de sus pacientes. Tomemos el ejemplo de una familia homoparental. Ken Corbett (2009), analista estadounidense, propone la construcción de una novela familiar no tradicional. Andy, su paciente de 7 años, es hijo de dos madres. Se trata, en el trabajo de Corbett, de actuar en dos planos distintos, pero que se intercomunican. Andy debe forjar su propia historia y, para ello, Corbett propone ayudar a la familia a forjar su historia de minoría. “Hace una apuesta política de que la función del analista aquí no es la de ver cómo el paciente va a ser afectado en su relación con la ‘diferencia de los sexos’, sino percibir el efecto en ese paciente, en particular, de tener dos madres. Considerando que vivimos en una sociedad heteronormativa y considerando que nadie se desarrolla fuera de un sistema de normas, ‘cada niño y cada familia se desarrolla a través de su lucha con y contra la lógica de las estructuras sociales normativas’ (p.56).” La familia de Andy, así como otras en esa condición, por su propia existencia defiende la marginalidad en confrontación con las normas dominantes. Cabe al analista dar soporte a la familia, ayudar a sostener esa confrontación.

Corbett actúa con el propósito de ayudar a Andy a traer a la luz su novela familiar no tradicional. Para ello, recibe regularmente a las madres de Andy y trabaja para que ellas puedan estar abiertas a las identificaciones proyectivas del hijo. Freud ya decía que el desarrollo de las fantasías dependía no sólo de la inventiva del niño, sino también del material disponible para ello. Cuando se enfrenta a la diferencia de los papeles desempeñados por el padre y la madre en sus relaciones sexuales, “comprende que ‘pater semper incitus est’, mientras que la madre es certísima” (Freud, 1909 / 2006b, 220).

Andy le dice al analista que no tiene un padre, sino un donante. El trabajo de Corbett sobre el modo como Andy maneja la idea de padre es comentado por Michel Tort:

No se trata de denunciar los efectos funestos de la ausencia del padre, invocando la carencia de su famosa función de separación, sino de saber cómo construir, en el análisis, una idea de padre con los recursos que cada uno tiene a mano en el dispositivo de procreación dado, permitiendo que se desarrolle la imaginación familiar, con los fantasmas de las madres sobre el donante y aquellos que el niño se autorizará a enunciar en su relación transferencial con el analista. (2016, p. 124)

Una vez en posesión del material que funda su procreación -no sólo a través de la información dada por sus madres, sino también a partir de la imaginación familiar activada por el analista, que permite la circulación de los diversos fantasmas en escena-, Andy puede construir su novela familiar no tradicional y dar inicio al recorrido que le llevará posteriormente a poder confrontar a la generación de sus madres y a separarse de ellas.

 

La escena primaria

La escena primaria o escena originaria es así denominada por Freud en el artículo del Hombre de los Lobos (1918 / 2006a) y se refiere a la observación por el niño del coito parental. Sin embargo, permanecerá en el psicoanálisis la idea de que ella puede haber sido sólo supuesta y disfrazada a partir de índices como ruidos o incluso por la observación del coito animal (Laplanche & Pontalis, 1998).

El punto que se discute en relación a las nuevas configuraciones familiares es que la escena primaria no es sólo la relación heterosexual como núcleo de la sexualidad. No debe existir en el psicoanálisis una escena primaria estándar. De nuevo, la estrategia no sería la de denunciar los efectos nocivos de una falta de padre o de madre de acuerdo con la norma heteronormativa, sino por el contrario, preguntarnos, como psicoanalistas, por el “efecto del dispositivo procreativo inédito sobre la estructuración psíquica” (Tort, 2016, p. 125). La respuesta no es única. Debemos pensar, en cada caso, cómo se vieron los sujetos, cómo se arreglan subjetivamente a partir de los procedimientos específicos que marcaron su concepción. Estamos en un tiempo de investigación, se puede decir, pero también en un tiempo de apertura social, ya que familias que tuvieron arreglos diferentes de aquellos propuestos por las familias nucleares burguesas ahora pueden “salir del armario” y ser finalmente escuchadas por el psicoanálisis.

Corbett insiste en que el punto de partida de la fantasía de la escena primaria debe ser, por un lado, el conocimiento por el niño de la procreación y de los procedimientos particulares de su concepción y, por otro lado, las construcciones fantasmáticas sobre el sexo, nombre de los misterios excitantes de los adultos, de los cuales sabemos que las parejas poco o nada hablan, pero que son percibidas a través de risas y rubor (citado por Tort, 2016, p. 125). Según Tort, debemos interesarnos por la capacidad del niño de fantasear sobre relaciones sexuales múltiples, superando las categorías que se han dado, y pensar sobre lo que ellos saben acerca de sus familias y de los deseos que las modelan, poniendo en escena a sus padres (incluso donadores o múltiples) y sus fantasmas.

Tanto la novela familiar como la escena primaria fueron traídos en contextos diferentes de la cuestión de la transexualidad. En el caso del primero, el ejemplo era el de una familia homoparental. El segundo caso se centraba en la cuestión de la concepción sin la figura de un padre, pero sólo la de un donante. Sin embargo, me parece que ambas ideas freudianas son extremadamente útiles para pensar los fantasmas familiares contemporáneos, los efectos de los nuevos arreglos sobre la estructuración psíquica de los sujetos, así como algunos norteadores para la escucha analítica hoy.

 

El parentesco

¿Qué es una familia? Esta pregunta debe ser hecha por cada uno que trabaje con nuevas configuraciones familiares. Hay una enorme diferencia entre considerar a la familia como una unidad natural, arraigada en procesos biológicos, o considerarla un producto ideológico históricamente producido. Tenemos ahí la familia nuclear burguesa, que encontramos en Freud. Algunos psicoanalistas la ven como natural, otros como producto ideológico, pero casi cristalizado. De acuerdo con Segalen: “Finalmente, la familia hoy tiene una geometría variable [...]. Sus contornos son múltiples y eventualmente se mueven por alianzas electivas. Lo que permanece es la fuerza de las relaciones de parentesco en la sociedad moderna” (citado por Pederzoli, 2017, p.7). El parentesco “legisla” sobre la relación entre individuos que pertenecen a un mismo grupo. La discusión se desplaza entonces hacia el establecimiento de lo que son relaciones de parentesco. Al final, a partir de esas relaciones entramos en el campo de lo simbólico y a través de él atribuimos valor a las personas en la medida en que ellas ocupan determinados lugares, unas en relación a las otras, reconocidas por las normas sociales, entre ellas la del tabú del incesto. Pero, ¿qué sucede cuando la sociedad no reconoce ciertas relaciones? ¿Ellas dejan de ser relaciones de parentesco? De acuerdo con Marilyn Strathern, el parentesco euroamericano reconoce sólo dos lados biológicos de parentalidad, determinado por una relación asimétrica de género: el padre y la madre (citada por Pederzoli, 2017, p.67). La diferencia biológica, como criterio máximo de la clasificación de los seres humanos, nos condena a pensar lo femenino en oposición a lo masculino, sin mezclas o dificultando el atravesamiento de las fronteras (Badinter, citado por Pederzoli, 2017, p.67). Si la familia se asienta sobre esa relación dicotómica y complementaria entre los géneros, “sugerir cualquier alteración en ese orden implica amenazar la estructura sobre la cual la sociedad está consolidada” (Pederzoli, 2017, p.67). Sin embargo, esta concepción de parentesco actualmente no da cuenta de las nuevas configuraciones familiares. En ese sentido, o hacemos el ejercicio de redefinir el parentesco, hacerlo elástico, maleable, para incluir las relaciones que de hecho existen en determinados grupos de individuos que se reconocen como familias, o seguiremos patologizando niños, adolescentes y adultos en función de lo que no consiguieron, de sus supuestas fallas y carencias, en fin, de todo lo que ellos tienen de diferente en relación a un determinado modelo supuestamente ideal de familia. ¿Dónde nos lleva este tipo de patologización? Actualmente, lleva a la incomprensión de las transformaciones sociales y a la exclusión del campo de lo humano de sujetos y de sus familias que están en la condición de abyección desde hace muchos años.

Es en un famoso texto de Judith Butler que encontramos una concepción de parentesco orientada hacia la inclusión en el campo de la inteligibilidad de las familias abyectas, que ya existen, y de cualquier familia que venga a existir. En “¿El parentesco es siempre de antemano como heterosexual?”, Butler dice:

“Si entendemos parentesco como un conjunto de prácticas que establecen relaciones de varios tipos que negocian la reproducción de la vida y las demandas de la muerte, entonces las prácticas de parentesco son aquellas que emergen para dirigir las formas fundamentales de la dependencia humana, que pueden incluir el nacimiento, la creación de los niños, las relaciones de dependencia y apoyo emocional, los vínculos de generaciones, la enfermedad, el fallecimiento y la muerte (por citar algunas).” (2003, p. 221).

En este texto, Butler aborda el parentesco pensando en las diferentes formas por las cuales una sociedad se organiza. El texto discute las ideas de Lévi-Strauss, pero Butler, en cierto modo, parece tener en cuenta la experiencia que vivió en sus años de doctorado (Porchat, 2015). Se trata de la observación de la escena gay de Nueva York en la década de 1980 (de la cual Butler participó), retratada en el documental Paris is burning, de Jennie Livingston (1990). Butler comentará eso en 1993, en Cuerpos que importan. La película retrata los salones de baile en el Harlem. Muestra una comunidad gay y trans de personas pobres, negras y latinas, performando drags y bailando. Ellas se organizaban en familias llamadas houses. La cultura ball describe una subcultura LGBT underground en los Estados Unidos, donde las personas compiten por premios en eventos conocidos como balls. Algunos de los que desfilan también bailan; otros compiten en el género drag, intentando pasar por otro género y clase social. Las familias son encabezadas por alguien, no siempre más viejo, que adopta, cuida y vela por los demás. Viven en comunidades o no, pero cargan el apellido del jefe de la familia. Para pertenecer a la familia, es necesario un ritual de entrada: participar del baile, desfilar, bailar, performar. Una vez dentro, el parentesco está constituido. Los vínculos se establecen, las dependencias afectivas empiezan a nacer, la protección y los cuidados están garantizados.

Lo que Butler nos hace pensar es en cómo el establecimiento de vínculos entre los seres humanos puede darse por diferentes rituales. Son éstos y la comunidad alrededor de un grupo, o de algunos individuos, que reconocen y validan los vínculos a partir de un campo de inteligibilidad previamente establecido. Este campo codificó los tipos de vínculos, así como codificó los rituales. Sin ser necesario allí el género, las parentalidades biológicas, ni tampoco los binarismos.

 

La parentalidad

Queremos por último problematizar las concepciones de padre y madre a partir de la idea de Pederzoli (2017) de que éstas pueden ser prácticas performativas. Decir que las parentalidades son prácticas performativas, es decir, siguiendo el raciocinio de la teoría del acto performativo de Butler, que no existe esencia de padre, ni esencia de madre. Son los gestos, las palabras, los actos que crean la ilusión de una sustancia madre o de una sustancia padre. Así como el género es un organizador social, el padre y la madre también lo serían. De igual modo que hombre y mujer pueden ser desempeñados por cualquier individuo, independientemente del sexo biológico (Butler, 2003), eso también se daría, según Pederzoli (2017), con la parentalidad del padre y la parentalidad de la madre. Y todavía podríamos rechazar el binarismo parental y pensar en una forma de parentalidad no binaria.

En cuanto a las parentalidades trans, serían prácticas de parentesco que cuestionan y rearticulan el sistema normativo, en vez de adecuarse a él. Ellas “reconfiguran las representaciones del pensamiento occidental en el momento en que performatizan la parentalidad en su relación con el género” (Pederzoli, 2017, 61).

¿Qué es un padre? ¿Qué es una madre? Creo que no es igual pensar que la función paterna o la función materna seán ejercidas por personas transexuales, transgénero o travestis, en vez de por personas cisgenero. ¿Pero cuál sería exactamente la diferencia? Hay poca literatura sobre niños hijos de padres transexuales. Chilland (1999) se refiere a algunos estudios (Ebaugh, 1988; Green, 1978; Misès, Noël y Castagnet, 1980) en el que surgen cuestiones como la preocupación por la opinión de la sociedad, la adopción y, en el estudio de Green con niños de personas transexuales, la comprobación de que estos niños, por ocasión de la investigación, están conformes con su género de asignación al nacimiento y son heterosexuales. En resumen, poco se sabe aún sobre los efectos de las parentalidades trans. Pero también poco se sabía, en tiempos lejanos, sobre los efectos de las personas divorciadas, de la mujeres que trabajaban fuera de su casa, etc.

En una entrevista realizada por Pederzoli, con un hombre trans de 39 años, encontramos la siguiente respuesta: “Lo que es ser padre es como yo me identifico, me identifico como hombre y socialmente esa expresión es usada aquí dentro de casa, una vez que yo ‘soy padre’” (2017, p 108).

Chilland (1999) sugiere que existe una contradicción en nuestra cultura: al mismo tiempo que se valoran los vínculos biológicos -por ejemplo, cuando se determina que todo niño tiene el derecho de conocer sus raíces biológicas, a pesar del enraizamiento cultural y psicológico que ello estableció-, “se lanza un desafío a la biología al considerar en cierta medida conveniente [...] dar dos padres sin una madre a los niños o dos madres sin un padre, o llamar papá a una mujer o mamá a un señor” (p. 214). Chilland denuncia una situación que permite problematizar la idea de parentalidad como práctica performativa. El status atribuido por la sociedad a la filiación determinada por los orígenes biológicos de un individuo legitima la problematización de parentalidades en la que no hay vínculos biológicos. En este sentido, problematiza también las parentalidades trans, ya perjudicadas previamente por la discusión acerca de la patologización de las transiciones entre géneros (con o sin intervenciones sobre el cuerpo).[3] Para los segmentos que aún patologizan las identidades trans, si el individuo es considerado “enfermo de género”, no sería deseable que él fuera padre o madre, ni biológico, ni adoptivo. O, si tuviera hijos anteriores a la transición, su maternidad, su paternidad o simplemente su parentalidad sería a priori un problema grave.

Entender el lugar de lo biológico en nuestra cultura, saber de sus efectos sobre los individuos y posicionarse ante esta cuestión parece ser necesario para escuchar y actuar en relación a las parentalidades trans.

Hagamos algunas consideraciones a partir de una situación clínica.

Juan tiene casi 30 años. Su compañera es cinco años mayor y juntos tienen tres hijos (un niño y dos niñas). Una de las hijas es de su compañera, con quien vive desde hace seis años. Las otras dos hijas son suyas, frutos de relaciones con dos hombres diferentes. Juan habla poco de su infancia. No le gustaba la ropa femenina, prefería jugar a la pelota con los niños, no aceptaba el hecho de ser niña. Con 10 años ya percibía que sentía atracción por las niñas. Guardaba esos sentimientos para sí y trataba de olvidarlos. Relata habere aislado en su casa por causa de eso y jugaba solo. A los 15 años le contó a la abuela, con quien vivía, que le gustaban las mujeres, pero ésta no lo aceptó. Se acercó a su madre biológica, que tampoco aceptó la homosexualidad de su hija. Por este rechazo familiar, intentó ajustarse a las expectativas de la familia y acabó teniendo los dos hijos, un niño y una niña. La relación con los hombres no funcionó y Juan volvió a tener relaciones con mujeres. Por fin, encontró a la actual compañera y se quedó con ella, componiendo una familia. El escenario familiar contribuye a que Juan imagine un modo de vida que desea tener como hombre. Le gustaría ser policía y ocupar un lugar destacado dentro de su familia. Siendo hombre en la relación, “voy a ser la persona que toma el frente”. Para Juan, parece que ser hombre es la posibilidad de ocupar el lugar de persona estabilizadora de una família, familia en la cual él sería la figura central.

Lo que aquí relatamos de Juan se refiere a algunas entrevistas para apoyar el encaminar una terapia hormonal y, cerca de un año y medio después, a algunas sesiones iniciales de psicoterapia de base psicoanalítica. Juan decidió comenzar la terapia para acompañar su proceso de transición de género. Hace el tratamiento hormonal y aguarda en la lista de espera para realizarse cirugías de retirada de senos, útero y ovarios.

Después del nacimiento de su primer hijo, relata haber tenido un episodio de depresión. El amamantar era algo muy difícil, pues los senos “recuerdan que soy mujer”. No le gusta su cuerpo. No habló a nadie sobre su tristeza y dificultad para lidiar con la lactancia. Al ser preguntado sobre el motivo del segundo embarazo, Juan relata que también buscó la aprobación de la madre biológica al acercarse al hombre que ella le había presentado. Pero afirma que estaba alcoholizado al relacionarse con él y que posteriormente, al descubrirse embarazada, consideró la posibilidad de un aborto.

El tema de la familia atraviesa muy temprano la historia de Juan. Sólo conoció a la madre biológica a los 11 años. Su madre tuvo primero dos hijos, siendo Juan el tercero. Cuando nació, la familia consideró que no podía criar otro hijo. Juan fue adoptado por una familia en la que más de una mujer quisieron asumir la maternidad (las tías adoptivas). Se acabó quedando con una madre adoptiva que falleció un año después. Su abuela adoptiva asumió los cuidados y se convirtió en la principal figura materna. Varias personas circulaban en la casa (tías-abuelos, tíos, primos). Con frecuencia lo llamaban bastardo. A los 18 años, por peleas con parientes que vivían en la casa de la abuela, decide vivir con su madre biológica. Su abuela adoptiva se enferma y Juan se siente culpable, creyendo que ella se sintió abandonada por él. En esa ocasión, conoció al padre también (que se había separado de su madre). Sobre el padre, dice que es un hombre bueno, pues aceptó su homosexualidad y dijo: “Las mujeres son buenas, usted está en el camino correcto”. Era policía.

Juan tiene una historia familiar compleja (la adopción, el reencuentro con la madre biológica y su sumisión a ella, la enfermedad de la abuela adoptiva), y la cuestión de la aceptación por parte de sus dos familias parece haber sido fundamental en su vida.

Actualmente, Juan es un hombre trans. Un padre trans. Su madre biológica no acepta la transexualidad y lo llama por el nombre femenino de bautismo. La abuela desarrolló serios problemas de memoria y no lo reconoce más. Le duele aún que su madre lo haya colocado en adopción, pero haya mantenido los otros dos hermanos consigo. Dice que reconoce sólo a la abuela como madre de verdad.

Sus hijos tienen 7 y 5 años. Llaman padre a los padres biológicos, con quienes tienen contacto. Ambos tienen 50 años, o sea, eran cerca de 30 años mayores que Juan en ocasión de la relación. Los hijos de Juan lo llaman madre-y-padre y llaman a su compañera, mamá.

Juan no está trabajando y se queda en casa cuidando a los niños. Quien sostiene la casa es su compañera. Él busca trabajo, pero relata dificultades en encontrar o en mantenerse en un empleo. Quería un trabajo pesado, de albañil, de cargador, pero no lo aceptaban por cuenta de su condición femenina (nombre de registro y cuerpo físico). Se queja de que las personas suelen criticarlo por diversos motivos muy frecuentemente.

Juan habla muy poco de sus hijos. No hay una sesión en la que no mencione a su abuela, la falta que siente de ella, la culpa por su enfermedad, la imposibilidad de estar con ella por motivos financieros (transporte hasta su casa, que no está cerca de donde Juan vive). En las sesiones, básicamente trata de su proceso de transición y de la culpa hacia la abuela. Lamenta no poder cuidar de ella, pero no puede ni cuidar de sí. No tiene tiempo. Necesita cuidar a los niños y llevarlos a la escuela.

De su familia adoptiva, que tenía tantas tías, hoy sólo queda la abuela como persona que realmente cuenta afectivamente para él. Ella es “su piso/base”, junto con los niños, que también son, actualmente, “su suelo”. Es curioso cómo, incluso para hablar de ese lugar que los niños ocupan emocionalmente para él, es necesario afirmar primero el papel que su abuela ocupa en su vida.

Pide que la analista anote el nombre de sus familiares, pues son muchos tíos y tías, y no quiere quedarse explicando cada vez quién es quién en la familia. Se molesta si la analista se olvida. Una sola vez que Juan mencione el nombre de alguien de la familia ya es motivo para molestarse la próxima vez, si la analista olvida el nombre de esa persona.

Los hijos de Juan, un niño y una niña, ya tienen padre. Pueden encontrar para Juan un lugar en la familia: madre-y-padre. Este lugar es diferente del lugar de madre o de padre. Pero y Juan, ¿qué siente que es para sus hijos?

¿Donde parte la analista para entender, escuchar e intervenir en el habla de Juan? Él parece venir a pedir ayuda para entender cómo es y quién es su familia. En ese sentido, sus hijos le ayudan por haberle dado a él un lugar. Madre-y-padre tal vez sea el nombre que le permita circular por las generaciones- mientras hij@ y mientras alguien que ejerce la función parental. Madre-y-padre también puede ayudarle a encontrarse en relación con su origen. Abandonado por su madre, vive capturado por la culpa de haber abandonado a su abuela. ¿Se hace madre por el abandono? No se identifica con la idea de ser madre de sus hijos, pero todavía está lejos de ser el padre que le gustaría ser. Curiosamente, al no conseguir empleo, cuida a los niños y hace las funciones domésticas de la casa, lugar marcado tradicionalmente por el papel femenino en nuestra sociedad. Juan no se ve como madre, pero tampoco llega a ser el padre-policía que estabiliza a la familia y es el centro de ella. Por otra parte, los hombres en las familias de origen de Juan ocupaban papeles secundarios. Su padre sólo aparece en su narrativa como alguien que refuerza su orientación sexual: “¡mujer es buena!”

Siendo Juan, por un lado, rechazado en la familia de origen y, por otro lado, llamado bastardo y cuidado por la abuela en la familia de crianza (la madre falleció después de un año de la adopción), ¿quienes son la madre y el padre de Juan, después de todo? ¿Puede haber otros parentescos? ¿Quién ejerce la parentalidad? ¿Cuál es el lugar de lo biológico en su historia? ¿Quién concibió a sus propios hijos? Además de los padres (hombres mayores, con edad para ser su propio padre), ¿él mismo, como madre - que rechazaba la lactancia, símbolo de la maternidad?

Trabajar con Juan le ayudará a forjar una historia familiar en diversos niveles: una historia al margen, que resiste a las normas dominantes y a las expectativas sociales basadas en el modelo heteronormativo y binario de género. Entender, fantasear y construir para sí una novela familiar, una escena primaria es lo que le dará acceso de modo más efectivo a su parentalidad y a la comprensión de sus relaciones de parentesco.

 

Resumen

Familias en las que uno de los miembros de la pareja es una persona trans (transexual, travesti o transgénero) lanzan nuevos desafíos a la teoría y a la práctica del psicoanálisis. Reflejos sobre algunas cuestiones que esta diferente configuración familiar trae como la de la definición de lo que es una familia para el psicoanálisis y para sus practicantes, o sobre la existencia de un compromiso ético y político de ayudar a la familia a sostener la resistencia a las normas dominantes. También sugerimos que el analista debe estar culturalmente preparado para encarar estos desafíos, conociendo los campos adyacentes al psicoanálisis que pueden apoyarlo en esa tarea. Presentamos conceptos y perspectivas de trabajo que pueden auxiliar en el abordaje de esas familias, sea con los niños, sea con los adultos: los conceptos de novela familiar y de escena primaria y el cuestionamiento de lo que es parentesco y parentalidad. Por último, abordamos una situación clínica que permite reflexionar sobre nuestras propuestas.

Palabras clave la familia; homoparentalidad; transexualidad; parentalidad trans. Nuevas configuraciones familiares ocupan la escena de quienes trabajan con parejas, niños y adolescentes en el mundo occidental contemporáneo. La familia recompuesta a partir de la separación de cada uno de los miembros de la nueva pareja, de la que los hijos del primer matrimonio de cada uno vienen a formar parte, tal vez fue la primera de una serie. A partir de ahí tenemos la familia monoparental, la familia homoparental, familias que apelan a diferentes formas de procreación, proporcionando al niño una madre genética, una madre "de vientre", una madre social, un padre "donante" de esperma. Entre tantas otras, podemos ahora introducir una más: la familia en la que uno de los miembros de la pareja es transexual.

Patricia Porchat [1]
Docente en el Departamento de Psicología de la Facultad de Ciencias de la Universidad Estadual Paulista (Unesp), campus Bauru. Brasil.
patricia.porchat [at] unesp.br

 

Referencias

 

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Tort, M. (2016). Las subjetividades patriarcales: un psicoanálisis inserto en las transformaciones históricas, Buenos Aires: Topía.

 

 

 

Patrícia Porchat

Rua Girassol, 464, ap. 24 05433-001 São Paulo, SP

Tel: +55 11 996573770

patricia.porchat [at] unesp.br

 

Notas

 

[1]Texto publicado en la Revista Brasileira de Psicanálise v. 51, n2, 2017 - Familias

[2] 1987 en Argentina.

[3]Chilland se encuentra entre los autores que hacen esta discusión, habiendo ralentizado su posición de 1997 (año de la publicación original de su libro sobre transexuales),cuando era abiertamente contra la cirugía y el tratamiento hormonal. En 2011, sugirió que hay una cuestión social, y no solamente médica, en la demanda de tratamiento hormonal-quirúrgico por adolescentes. Sin embargo, es considerada una autora que participa de la visión patologizante de las personas trans.

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La Piel y la Marca

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Acerca de las autolesiones
David Le Breton

En este texto David Le Breton continúa el trabajo que comenzó en Conductas de Riesgo. Es decir, dar cuenta del lugar de la identidad y los riesgos que asumen las jóvenes generaciones en la actualidad. Durante la investigación ha recogido numerosos testimonios, como por ejemplo los de quienes practican el tatuaje y el piercing, en los cuales los sujetos evocaron prácticas de heridas deliberadas. Como escribe en la Introducción: “Me conmovió la importancia de las heridas corporales que los jóvenes en estado de sufrimiento se infligen con total lucidez. Especialmente porque no se trata aquí de comportamientos relacionados con ´la locura´, como se suele decir para desembarazarse de comportamientos insólitos, sino de una forma particular de luchar contra el malestar del vivir. Hombres y mujeres, sobre todo mujeres, perfectamente insertos en el seno del lazo social, recurren a esto como una forma de regular tensiones. Nadie podría suponer sus comportamientos. O que atravesaran por esa situación en un momento dolorosos de su historia. En general, nunca se lo han contado a nadie, experimentando un sentimiento de vergüenza por haber vivido tal experiencia. Las lastimaduras corporales (incisiones, rasguños, escarificaciones, quemaduras, laceraciones, etc.) son el último recurso para luchar contra el sufrimiento (como las conductas de riesgo, pero en otro plano), remiten a un uso de la piel que también implica un signo de identidad, pero bajo la forma de heridas.”

Este es un libro necesario para todos aquellos que trabajan con jóvenes. El autor, en un lenguaje claro y contundente, desarrolla un síntoma característico de nuestra época en el que encontramos “las marcas y dolores para existir.”

Tapa del libro: La Piel y la Marca (de David Le Breton)
ISBN: 
9789874025340
Fecha de Edicion: 
Julio / 2019
$450,00 

Frente a la avanzada de la corporación médico-psiquiátrica contra la Ley Nacional de Salud Mental

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En las últimas semanas han aparecido diversas notas periodísticas, radiales y televisivas, en relación a comunicados de asociaciones psiquiátricas, en particular, de la Asociación de Psiquiatras Argentinos - APSA, que intentan falsear la realidad histórica y legal y así confundir a la comunidad, recurriendo a falaces argumentaciones en el marco de su histórica posición de oponerse a los lineamientos expresos en la Ley Nacional de Salud Mental N° 26.657. Vale recordar, que este grupo corporativo y casi todo el espectro médico-psiquiátrico, en el marco del debate por la ley sancionada en el año 2010, no pudieron imponer ni convencer a los legisladores respecto de su retrógrada concepción manicomialista, hospitalocéntrica y medicalizadora. Este rotundo fracaso se verificó, lo que no es un dato menor, en que la ley se sancionara prácticamente por UNANIMIDAD de todos los bloques políticos en ambas cámaras legislativas, circunstancia que ocurre muy de vez en cuando para la sanción de leyes (sus intervenciones constan en las versiones taquigráficas de las Cámaras de Diputados y Senadores).

Los hospitales neuropsiquiátricos y colonias estatales son, mal que les pese a este nucleamiento corporativo, comprobadamente MANICOMIOS. Tal como se deduce de sus declaraciones, su estrategia, que apunta decididamente a seguir manteniéndolos, es encubridora de la verdadera intención: que la sustitución de las instituciones manicomiales públicas-estatales no alcance, tal cual lo establece la Ley 26.657, a las unidades de internación privadas (clínicas y las mal denominadas “comunidades terapéuticas”), las cuales les brindan a ese sector corporativo una gran rentabilidad como negocio privado, sólo accesible a un sector pudiente de la sociedad, constando además, que en algunas de las mismas también se vulneran los derechos de las personas internadas, configurándose como “petit manicomios 5 estrellas”. Por ello, también se oponen y obstaculizan la intervención de otra creación de la Ley, los Órganos de Revisión Nacional (y Provinciales), que tienen como misión, controlar las internaciones involuntarias en las instituciones públicas y privadas.

Particularmente, esta asociación de psiquiatras, APSA, hace gala de su poder político-económico (en gran parte solventado y apuntalado por los intereses de la industria farmacéutica) con una gran capacidad de lobby. Así, por ejemplo, lograron (pese a su manifiesta oposición a la ley), ser elegidos por la Dirección Nacional de Salud Mental, cuyo funcionario a cargo, el Lic. Luciano Grasso (del gobierno de Cambiemos), les habilitara el camino para ser integrantes del Consejo Consultivo Honorario de Salud Mental, organismo creado a instancias de la misma ley para asesoramiento en su implementación. Resulta sumamente contradictorio y agraviante para quienes defendemos la plena implementación de la Ley que esta asociación que sistemáticamente se opone y denigra la legalidad vigente (lograda de forma participativa y democrática), integre un espacio consagrado a la ley… Al momento de esta comunicación, no se ha registrado un posicionamiento declarativo del Director Nacional de Salud Mental frente a esta nueva avanzada del poder médico-psiquiátrico, que como siempre aclaramos, no representa el sentir de muchísimos médicos-psiquiatras identificados con los lineamientos de la ley.

Debemos ser claros, defender el hospital público no debe confundirnos respecto de la defensa y sostén del manicomio, representado por múltiples intereses económicos, profesionales, gremiales y judiciales. En estas instituciones persiste el avasallamiento de los derechos de las personas internadas y además vale considerar, dilapidando recursos presupuestarios que deberían orientarse para la puesta en funcionamiento de los dispositivos destinados a sustituir la lógica asilar-manicomial imperante, esto es: internaciones breves en hospitales generales; casas de medio camino; residencias protegidas; hospitales de día y noche; emprendimientos sociales; guardias interdisciplinarias; dispositivos de atención domiciliarios y otros. Vale como ejemplo destacar que para este año 2019, se asignaron para los hospitales Borda y Moyano (CABA), más de mil millones de pesos para cada uno de ellos. Considerando que ambos efectores, cuentan hoy aproximadamente con 500 camas cada uno, una rápida estimación determina que se están destinando más de $ 220.000, por cama y por mes, para sostener este sistema de atención perimido e indigno. Con la cuarta parte de ese dinero invertido, se darían soluciones concretas y dignas para las personas internadas crónicamente durante décadas y quedarían recursos para invertir en mucho de lo que hay que hacer y mejorar para la atención de las personas con padecimientos mentales (incluido el mejoramiento salarial de los trabajadores). Tal como lo expresaba Franco Basaglia en el marco del proceso de desinstitucionalización en Trieste (Italia): los recursos deben destinarse a las personas y no a las instituciones.

Recordamos que las leyes de salud mental, tanto la 448 de CABA, como la 26.657 de Nación, no pudieron implementarse pese a los diferentes gobiernos, en conjunción y evidente complicidad del sector corporativo médico-psiquiátrico hegemónico. Así fue, que en su estrategia de oposición y bloqueo, este sector inclusive recurriera a la Justicia en la CABA para intentar declarar inconstitucional la Ley 448. En otro significativo fracaso, obtuvieron un resultado adverso a sus particulares intereses puestos en juego, entre los cuales se destacaba la de pretender configurarse como única disciplina regente en el proceso de atención, que indudablemente debe ser INTERDISCIPLINARIO.

También vale recordar, qué en el año 2017, gracias a su cogobierno en el área de Salud con la alianza neoliberal Cambiemos, sumaron otro fracaso, al intentar modificar de forma grosera la Reglamentación de la Ley Nacional de Salud Mental, en clara contradicción con los lineamientos expresados en la norma. Este propósito ilegal e ilegítimo, también fue rechazado por el repudio y la gran movilización que se gestó, dando cuenta de la potencia colectiva que apuesta sin concesiones al cambio de paradigma propuesto en la Ley, esto es: superar el vigente modelo manicomial para pasar a un modelo comunitario de plenos derechos.

Que quede muy claro que el Movimiento en Defensa de la Ley Nacional de Salud Mental, junto a otras organizaciones representativas de usuarios y familiares, comunitarias, académicas y de trabajadores y profesionales del campo de la salud mental, no claudicará y bregará en lograr los objetivos propuestos por la ley, que son ni más ni menos que los de garantizar todos los derechos de las personas que por los padecimientos mentales, requieren de ser atendidos de una forma digna y responsable.

¡NO A LOS MANICOMIOS ESTATALES Y PRIVADOS!!!

¡SI A LA SALUD MENTAL PÚBLICA, SIN EXCLUSIONES!!!

Movimiento En Defensa De La Ley Nacional De Salud Mental

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Nuestros antepasados los sodomitas

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El vocablo “puto” fue una categoría discursiva popular para señalar y perseguir a sujetos varones que tenían sexo con otros varones, por así decir, un antepasado de la categoría psiquiátrica “homosexual” creada en 1869 por el periodista y activista vienés Karl-Maria Kertbeny y adoptada y popularizada por Gustav Jäger, Magnus Hirschfeld y Krafft-Ebing. Asimismo ese epíteto era utilizado como insulto o agravio y se recurría a él para acusar a quienes se quería descalificar, robar sus bienes o sacar del medio políticamente y en algunos textos/diccionarios aparece como sinónimo de “sodomita”.

¿Es posible determinar cuándo una conducta pasible de ser practicada por cualquier humano se convierte en una categoría o en una clase? ¿Cuándo fue que el término que designaba a los oriundos de Sodoma se convirtió en sinónimo de “putos”, esto es, en una palabra para señalar a los varones que tienen sexo con otros varones? A través de los manuales de penitencias de la iglesia, escritos durante el primer milenio (D.C.) podemos dar cuenta que los castigos y penitencias para las consideradas transgresiones sexuales eran equivalentes si eran entre personas del mismo o distinto sexo (ver entre otras investigaciones: Boswell, John (1980), Cristianismo, tolerancia social y homosexualidad. Los gays en Europa occidental desde el comienzo de la Era Cristiana hasta el siglo XIV, Muchnik, Barcelona, 1992 y Jordan, Mark (1997), La invención de la sodomía en la teología cristiana, Laertes, Barcelona, 2002). En cualquier caso quien tenía actos sexuales al modo “sodomítico” era un pecador que una vez arrepentido y cumplida la penitencia dejaba de serlo.

Quien tenía actos sexuales al modo “sodomítico” era un pecador que una vez arrepentido y cumplida la penitencia dejaba de serlo

Según la investigación de Mark Jordan, Pedro Damián (1007-1072) -teólogo y cardenal benedictino de la Iglesia católica- en el siglo XI creó el concepto de “sodomía” para señalar esos actos que los “sodomitas” cometían y que tenían que ser condenados. Por tanto, desde su origen se trata de una categoría teológica acuñada con el objetivo de catalogar y castigar ciertas prácticas específicas que se asociaban a la “luxuria” y la “blasphemia” y no de la descripción “objetiva” de ciertas conductas. Este teólogo dirige un ensayo -Libro de Gomorra- al papa León IX para que convenza a los obispos de frenar la expansión del “vicio más malvado y vergonzoso”, que él “ha visto crecer dentro de la misma iglesia católica” y que se plasmaba en cuatro variedades: “la autopolución, el frotamiento o sujeción de las ‘partes masculinas’ (virilia), la polución ‘entre los muslos’ (inter femora) y la fornicación ‘en el trasero’ (in terga)” (Damián, Pedro, Liber Gomorrhianus / Libro de Gomorra). Podemos ver que además de los contactos sexuales entre varones, incluye además, la masturbación y algunos contactos entre sexos diferentes en el dominio de la sodomía, en definitiva todos las prácticas sexuales donde se “deposita el semen en lugar indebido”, lo que significa, toda eyaculación que no sea dentro de la vagina. Nos incluye prácticamente a casi todos los seres humanos. La sexualidad humana es esencialmente sodomita.

Uno puede preguntarse también cómo es que Pedro Damián “ha visto crecer” esas prácticas y por otro lado, que la sexualidad como práctica generadora de placer -y no como práctica dirigida a la mera reproducción- constituía un problema para el sector “reformador” de la iglesia en aquella época.

La sexualidad humana es esencialmente sodomita

En lo inmediato, el papa ignoró sus advertencias por considerarlo un mal menor frente al problema que suponían los hijos del personal eclesiástico que en esa época solían heredar los cargos de sus padres. Lo más relevante de este tratado es que en su estrategia para lograr una reforma en cuanto a la moral sexual de la iglesia y sus fieles crea una especie, un grupo a quien habla y exhorta. Por un lado se dirige al papa y a los obispos, pero por otro lado a los “sodomitas” a los que intenta desenmascarar y vincular con los antiguos sodomitas (los habitantes de Sodoma) “quienes sufrieron el castigo divino más severo”. Y además crea un clima de sospecha y paranoia, ya que el sodomita puede ser un hermano, un amigo, un sacerdote, un obispo... “Sodomita, quien quiera que seas” o “Querido hermano, donde quiera que estés.” El sodomita es alguien que puede esconderse y eludir el castigo usando el ardid de la confesión recíproca entre sacerdotes sodomitas. Y claramente el centro de su ataque es a las relaciones sexuales entre dos hombres, y en especial los clérigos, a quienes acusa de tener relaciones con sus penitentes, aconsejados y discípulos. Sentenciaba que este “vicio sobrepasa en inmundicia a los demás” a la vez que lo asemeja a una “plaga”, a un “crecimiento tumoral”, a “una enfermedad contagiosa agresiva”, a la “lepra”, etc y lo asocia al afeminamiento y en varias ocasiones los llama a “actuar como un hombre”. Para este pecado son inoperantes el castigo y/o el arrepentimiento, de él “no se puede escapar”; por lo tanto, la única salida es la exclusión permanente del pecador sodomita. En todo caso “la cura” culmina luego de la pena capital; ya que “se les debería golpear, escupir, encadenar, encarcelar y dejar morir de hambre.”

En su estrategia para lograr una reforma en cuanto a la moral sexual de la iglesia y sus fieles crea una especie

Un texto del siglo XI que preanuncia lo que luego serán las justificaciones para la criminalización de la sodomía y más tarde de la homosexualidad. Incluso algunas de estas sentencias de Pedro Damián del siglo XI se pueden aun rastrear en algunos textos psiquiátricos de fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Si bien la sexualidad siempre está sometida a la cultura dominante de cada sociedad, regulándola y normativizándola, la peculiaridad que adquirió en la Edad Media se materializó en una heterosexualidad “reproductiva” obligatoria, práctica en torno a la cual se estableció una clasificación saturada de juicios de valor que se extendió hasta bien entrado el siglo XX. Primando en un principio los discursos religiosos, más tarde los jurídicos y por último los psiquiátricos y psicológicos. Pero siempre con la misma trama argumental camuflada y disfrazada con nuevos lenguajes. En definitiva, sodomitas, invertidos, putos, homosexuales se trata varones “desobedientes” que han transgredido el mandato de una sexualidad exclusivamente genito-reproductiva y han puesto sobre el tapete una sexualidad al servicio del placer y que se vale del culo entre otras zonas erógenas “indebidas” para la cultura occidental reproductivista y heteronormativa.

El arte del Acompañamiento Terapéutico

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El Acompañamiento Terapéutico como práctica

Partimos de reconocer el crecimiento exponencial que ha tenido el acompañamiento terapéutico (AT) en lo que va del siglo XXI. Si bien los inicios de esta práctica pueden rastrearse en varios países alrededor de la década del ’50, es necesario notar que su generalización y creciente institucionalización pertenecen a las últimas dos décadas. Como decíamos, existen antecedentes puntuales en los ’50, experiencias que surgieron de constatar las limitaciones y fracasos de los abordajes tradicionales del padecimiento psíquico grave, encontrando la necesidad de ampliar los encuadres, de ofrecer mayor presencia terapéutica. Y a la vez estas experiencias se alimentaban de corrientes teóricas y políticas que iban conformando el campo de la Salud Mental (oponiéndose a los métodos manicomiales), en una posguerra repleta de sujetos traumatizados y con una nueva conciencia sobre los campos de encierro y concentracionarios.

La idea del agente terapéutico en posición de semejante-acompañante nos habla a veces de la necesidad de restituir a través de una institución secundaria lo que debería estar garantizado desde las instituciones primarias que constituyen el tejido social

Así surgieron roles semejantes al del AT, con distintos nombres y en distintos espacios como las comunidades terapéuticas abiertas o los hospitales de día. Luego estas figuras van ganando especificidad en las décadas del ’60 y ’70, surgiendo propiamente la denominación Acompañante Terapéutico, de la mano de movimientos antimanicomiales y con la fuerza que por entonces tenían los formatos clínicos orientados a lo vincular y lo grupal, fundamentados mayormente por una psiquiatría cercana o basada en psicoanálisis.

En aquellas experiencias pioneras, el valor del acompañamiento terapéutico era identificado en la posibilidad de acotar las internaciones como forma de abordaje de casos difíciles, ofreciendo recursos para la externación. Se puntualizaba en que este trabajo en la cotidianeidad del paciente potenciaba la llamada “resocialización”, estableciendo un enlace del equipo profesional tratante con el entorno directo del paciente, permitiendo intervenir en él. Se lograba entonces ampliar los recursos terapéuticos y ofrecer un tipo de asistencia más respetuosa de los derechos humanos.

Hoy día no sólo se han diversificado y ampliado los campos de intervención y los objetivos posibles para el AT, sino también los universos teóricos y las procedencias disciplinares que le dan cuerpo.

Sería desde luego importante que la universidad pública y en particular las facultades de psicología siguieran tomando parte en las actualidades de este actor cada vez más presente en el campo de la Salud Mental. Reconociendo asimismo que algo de su diseminación es inevitable y muchas veces revitalizador para las perspectivas de los proyectos terapéuticos. Una parte significativa de las personas que desarrollan el acompañamiento terapéutico no provienen ni provendrán del campo de la psicología, sino de otras coordenadas disciplinares e incluso de recorridos y aprendizajes no formales o no académicos, en virtud de los cuales son convocadas, como es el caso de quienes tienen participación en organizaciones de construcción comunitaria y otros.

El presente texto se propone dos objetivos. Por un lado explicitar algunas de las características que fundamentan la potencialidad clínica del AT para aquellos que no estén familiarizados con esta práctica; y por otro revisar algunos enunciados que se fueron volviendo parte de la divulgación más o menos académica sobre el AT, reproducidos y aceptados en algunos casos sin una reflexión suficiente.

Valoramos la amplitud y las potencialidades de esta práctica, cuyo sustento teórico e institucional tuvo un salto cuantitativo y cualitativo muy notable desde fines de 1990. Pero también preguntamos ¿el AT ha crecido sólo por efecto de tendencias antimanicomiales y por las alternativas que presenta a la medicalización deshumanizadora?

Podríamos simplemente afirmar que es así, pero al menos dos indicios nos llevarán a relativizar la respuesta:

En primer lugar notamos que ha crecido incluso dentro de las instituciones asilares y de encierro, respondiendo a objetivos no siempre claros.

En segundo lugar estableceremos la hipótesis de que ha crecido como efecto de la precarización de los vínculos sociales. Sobre esto podemos afirmar que en su centro está la precarización laboral y la imparable mercantilización de la subjetividad, lo que termina por precarizar toda la construcción de la vida cotidiana, fundamentalmente las relaciones de crianza y de cuidado. La idea del agente terapéutico en posición de semejante-acompañante nos habla a veces de la necesidad de restituir a través de una institución secundaria lo que debería estar garantizado desde las instituciones primarias que constituyen el tejido social.

Ese insistir en la idea de suplencia, nos habla más ampliamente de suplir una carencia creciente de lazo-soporte en lo vincular-afectivo

Esto nos da un indicio de por qué hubo un momento, no lejano, en que la función del acompañamiento terapéutico empezó a ser requerida con carácter de necesidad y en extensión, sobre todo desde las instituciones públicas y privadas, pasando a incorporar para su cumplimiento a personas con escasa o ninguna capacitación específica previa. Es que desde un diagnóstico que nunca es explicitado del todo, la función de acompañamiento es concebida como una función civil, que puede encomendarse a personas que manifiesten capacidad de cuidado, la cual es una condición valiosa, ya que no abunda. Es así como en la práctica, niñerxs, cuidadorxs de enfermxs, profesorxs y otrxs, devinieron acompañantes terapéuticos ante la demanda de trabajo de unas y otras partes. Entonces se comprende desde otra perspectiva la adhesión y resonancia que adquirió la idea de que el AT hace suplencia. Esta idea, en los ámbitos ilustrados del psicoanálisis, se refiere generalmente a la función de suplir un registro no anudado en lo intra-psíquico, particularmente en la psicosis, donde el acompañante viene a hacer suplencia de legalidad, de ordenador. Pero vemos cómo ese insistir en la idea de suplencia, nos habla más ampliamente de suplir una carencia creciente de lazo-soporte en lo vincular-afectivo.

Para continuar con nuestro primer interrogante, podemos sintetizar tres ejes de lo manicomial (o mala praxis en salud mental), ellos son: el chaleco de fuerza y el encierro de los muros; el chaleco químico; y el modelo normalizador regido por la moralización. Desde ahí vemos que el AT se presenta como una alternativa de práctica en salud mental que en principio se apoyaría sobre otro tipo de recurso, otro tipo de esfuerzo terapéutico, otra forma de contención del padecimiento, que además de contenerlo apunta a transformarlo, porque lo que caracteriza al AT es el desarrollo de un vínculo afectivamente significativo, que es encausado clínicamente para producir salud.

Sin embargo, en la práctica constatamos cómo esta herramienta puede ser productiva en términos de salud, o puede aplicarse como “chaleco humano”, como marca personal de la persona con padecimiento grave, como sombra del enfermo, o peor aún, como sombrilla. Son los riesgos a evitar, en primer lugar, mediante un análisis de la demanda de acompañamiento.

Eso que nombramos como vínculo afectivamente significativo, es una de las formas de lo que en psicoanálisis se llama trasferencia. ¿Y cuáles son las características de la transferencia que nos importa especialmente comentar hoy en relación al AT? Lo primero que hay que decir es que el establecimiento de un vínculo transferencial no es equivalente a “pegar onda”, aunque por supuesto, tampoco está exento de la posibilidad de pegar buena onda en el compartir cotidianeidad. El problema sería no intentar o dejar que se intente reducirlo a una simplificación de ese tipo. ¿Por qué?

En primer lugar porque la transferencia significa un despliegue tanto de los aspectos positivos como de los negativos de la persona, y por lo tanto reducirlo a la expresión de una simpatía mutua es banalizarlo hasta el punto de volverlo estéril. Transferencia significa que ese vínculo puede soportar cuestiones muy arcaicas que representan una parte importante de la situación de esa persona en el mundo.

Pero además, porque la transferencia en rigor implica la posibilidad de crear novedades en el registro vincular de las personas, para que esas novedades puedan desplegarse en otros ámbitos que no son el terapéutico, en otras relaciones sociales. Como diría Freud, “lo aprendido en transferencia (que debería entenderse como lo creado en transferencia) no se olvida en la vida”.

Lo que caracteriza al AT es el desarrollo de un vínculo afectivamente significativo, que es encausado clínicamente para producir salud

Esto cobra particular relevancia en la práctica del acompañamiento terapéutico, ya que suele ser un recurso para trabajar con personas cuyo padecimiento psíquico es grave y se encuentran en situaciones inhabilitantes, para las cuales la posibilidad de encontrar un paradigma de relación personal que lo alivie está todavía por fundarse. Es decir que ahí no se trata, como en el análisis clásico, de acompañar en la interpretación de aquellos restos infantiles que permanecen enigmáticos y que capturan al sujeto en un sufrimiento, sino de ver cómo se podría hacer para que ese otro encuentre nuevos ladrillos con los que construir su espacio interior. Porque en la mayoría de los casos en los que resulta pertinente el AT, la tendencia a la repetición no reitera los tropiezos de novela neurótica, sino los vacíos en la búsqueda de un otro que haga soporte metabolizante, que ayude a hacer la existencia soportable.

Por lo tanto nos vemos llevados a revisar y discutir una de las fórmulas más extendidas en la vulgata y también en la bibliografía sobre el acompañamiento terapéutico: esto es, la idea de que el acompañante se ofrece como soporte imaginario, como semejante (en el sentido lacaniano) para donar rasgos identificatorios.

Lo primero que notamos es que esta idea es delicadísima en la medida en que vuelve a surcar los bordes del modelo normalizador, y de la sanción moralizante que separa a los normales de los anormales. Es decir que, en principio, puede ser una idea válida pero debe tratarse con mucho cuidado y ejercicio crítico.

Lo que podría afirmarse, es que el acompañante terapéutico, antes de ofrecer rasgos identificatorios como si fuera algo deliberado, debe reflexionar sobre aquello que el otro le propone, y disponer de un marco teórico o de un universo de ideas que le permita metabolizar lo que el otro manifiesta, para decidir qué direccionalidad va a imprimirle a su apuesta como acompañante. Por otra parte, hay una cierta ingenuidad en creer que se pueden ofrecer rasgos identificatorios de manera voluntaria, ya que la identificación es un proceso construido a nivel inconsciente, e impulsado por el deseo. Es decir que a lo largo del tiempo en el AT habrá procesos identificatorios, pero no donde los planeamos.

En la práctica constatamos cómo esta herramienta puede ser productiva en términos de salud, o puede aplicarse como “chaleco humano”, como marca personal de la persona con padecimiento grave, como sombra del enfermo, o peor aún, como sombrilla

En ese arrojo del AT al campo de lo identificatorio, que aparece como donación de normalidad y sentido común, es muy probable que sea el acompañante quien primero produzca identificaciones con el dolor del acompañado.

Por lo tanto lo esencial del acompañamiento no sería el soporte identificatorio sino la actividad de emoción-pensamiento que propicia una dialéctica transformadora.

En ese sentido la transferencia, si existe como tal, siempre imprime una cierta asimetría, ya que, como mínimo, lo que en el acompañado puede surgir como una expresión espontánea y dinámica, para el acompañante es el insumo de una reflexión que se construye como problemática.

Asimetría no significa estar desimplicado o estar por fuera. Implica asumir que las afectaciones no son equivalentes.

Cuando se reitera la fórmula de que el acompañante se ofrece como semejante, como soporte identificatorio (a diferencia del analista o terapeuta que “dirige” un tratamiento), sería bueno notar en primer término que esto no siempre es así, que esa fórmula no es en absoluto generalizable, que tiene valor en algunas situaciones, y no específicamente para el rol del AT. Y lo otro que hay que despejar, lo fundamental, es que por más que el acompañante maneje un registro distinto de la abstinencia que el que puede tener el terapeuta, tampoco lo hace desde un lugar de simetría porque concibe el acompañamiento como un proceso con prioridad en el otro. En el acompañamiento a niños y adolescentes, esa asimetría se presenta además de manera forzosa por el lugar de adulto del AT.

El arte del acompañamiento es el de establecer un vínculo con una o varias personas, que funcione para ellas como espacio de reformulación de vínculos anteriores y como espacio de creación de formas nuevas de ser, de resolver, de construir en su entorno.

Aquí viene el problema de la formación de cada quien en el campo terapéutico. Es importante aprovechar las posibilidades de estudio y aprendizaje en sentido amplio, los espacios de discusión sobre la práctica, los momentos de reflexión, las reuniones de equipo, etc; de lo contrario es muy probable que sólo las identificaciones circulen, dificultando a veces la construcción de los analizadores críticos que permitan una salida novedosa que interrumpa el sufrimiento monótono.

El trabajo que en el campo del psicoanálisis se acostumbra a llamar supervisión, también es necesario para el AT. Compartir la elaboración del caso con alguien que nos inspire confianza al menos en dos sentidos: que su conocimiento de la clínica es sólido, y que su ética nos garantiza el comportamiento de cuidado hacia el material y la reserva en cuanto a lo que sucede en ese espacio, para que puedan plantearse las dificultades, límites, dilemas, desaciertos. Se trata de elaborar hipótesis que apunten hacia una coherencia del conjunto de datos, expresiones y situaciones que aparecen en el acompañamiento, a traducir secuencias de acción en secuencias de sentido, en algo “escuchable”, es decir, a construir el caso. “Contar” el caso es esencial para construirlo.

En la mayoría de los casos en los que resulta pertinente el AT, la tendencia a la repetición no reitera los tropiezos de novela neurótica, sino los vacíos en la búsqueda de un otro que haga soporte metabolizante, que ayude a hacer la existencia soportable

Para concluir, diremos que el acompañamiento terapéutico entraña un arte bastante específico, y este arte no es Teatral, pues no se trata de crear e interpretar personajes; no es un arte Marcial como el Judo, pues no se trata de controlar la fuerza del otro; que no es Coreográfico, pues no se trata de ir y volver de unos lugares, de transportarse. El acompañamiento terapéutico puede valerse de diversos medios porque en todo caso es un Arte Conceptual, donde lo que importa es el pensamiento que inspira el vínculo entre esas personas. El Arte Conceptual fue, es y podría ser aquel que ubica las ideas que produce una obra por sobre los materiales y los aspectos formales por los que está construida, y por eso es también capaz de cuestionar la eficacia de los formatos tradicionales del arte. El arte del acompañamiento se trata de las figuras que se crean como novedades y alternativas en el vínculo, que reelaboran críticamente lo que estaba dado, y se trata de la capacidad que estas figuras materializadas tengan para integrarse al universo interno de las personas implicadas.

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Analistas en los bordes

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Remedios tiene 43 años. Consulta por ataques de pánico que, desde hace unos seis meses, le impiden cumplir con su trabajo de médica de guardia en dos hospitales del conurbano. Desde siempre vive con su madre, con la cual tiene una relación difícil e intensa, del estilo “no la aguanto más, pero estamos muy unidas”. Del padre dice poco, solo que las había abandonado cuando ella tenía un año de edad.

Si bien en su desempeño profesional es responsable y tanto sus colegas como sus pacientes la respetan y valoran, su vida personal y sus vínculos han sido siempre muy conflictivos. Salvo en su trabajo como médica, donde hasta hace unos meses parecía estar preservada de la irrupción de angustias masivas y situaciones violentas, su vida se ha caracterizado por acciones auto y heteroagresivas constantes. Desde los cortes e intentos de suicidio con pastillas en la adolescencia, hasta los episodios de desborde con algunos novios circunstanciales, las descargas pulsionales parecen haber regido su existencia.

En las primeras entrevistas, la analista se entera que Remedios ha comenzado diferentes procesos terapéuticos que rápidamente culminaron en abandono. Generalmente por haberse sentido desoída en sus demandas imperiosas de incondicionalidad, por lo cual cortaba el vínculo, reproduciendo el tipo de relación que solía entablar con algún novio, y ciertamente la modalidad que adoptaba su convivencia con la madre. Con la diferencia de que éste continuaba siendo el único vínculo que, ni ella ni su madre, cortaban.

Los funcionamientos... fronterizos o de borde, se caracterizan por la derivación del conflicto al cuerpo o a la acción a través de descargas que no alcanzan a tramitarse por vía psíquica o representacional

Atenta a estos datos, la analista comenzó a trabajar con Remedios. Los primeros tiempos fueron turbulentos, pero la disminución en frecuencia e intensidad de las irrupciones de pánico contribuyeron al establecimiento de una transferencia positiva, aun cuando ésta tendiera a la idealización. Llamativamente, sin embargo, Remedios desde las primeras entrevistas hablaba como si ya hubiese contado previamente su historia, casi como si la nueva analista fuera una prolongación de la anterior. También era perceptible el reiterado “voy/vengo a la psicóloga”, dimensión impersonal del nuevo encuentro terapéutico. Bajo esas condiciones, “la psicóloga” y ella comenzaron a trabajar juntas, acordando en verse dos veces a la semana.

Remedios tenía un funcionamiento psíquico de los que hoy solemos caracterizar como de borde, o fronterizo. No parecía una psicótica, en su vida profesional y social circulaba como una persona neurótica, a veces catalogada como “intensa”, pero sus vaivenes emocionales y sus fluctuaciones amor/odio, con acciones que desencadenaban masivamente, evidenciaban una fragilidad psíquica que requeriría un particular abordaje terapéutico. Tarea compleja, que implicó, efectivamente, mucha “cintura” y plasticidad de parte de su analista.

¿Cuáles son las características de los funcionamientos psíquicos en los pacientes fronterizos? ¿Cómo intervenir, cuáles son nuestros recursos terapéuticos frente a esas situaciones de irrupción imparable de lo pulsional, donde a menudo nuestra caja de herramientas se revela insuficiente? Sobre todo, tomando en cuenta que, en las actuales configuraciones de la subjetividad, este tipo de patología es cada vez más predominante, en detrimento de las neurosis llamadas clásicas.

Me he referido en trabajos anteriores a estas características (Sternbach, 2016), de modo que intentaré describir -en una síntesis posiblemente demasiado apretada- algunas de ellas.

Por una parte, los funcionamientos que se suelen denominar fronterizos o de borde, se caracterizan por la derivación del conflicto al cuerpo o a la acción a través de descargas que no alcanzan a tramitarse por vía psíquica o representacional. Estas modalidades de descarga pueden ejecutarse tanto como acción exteriorizada -violencia, por ejemplo- como en términos de implosión corporal. Las conductas impulsivas al estilo de los “ataques” imparables en los trastornos alimentarios o en los episodios adictivos de todo tipo, son ejemplos de estas configuraciones, ligadas a una temporalidad que impone ritmos vertiginosos al accionar. De un modo tal vez más silencioso, muchos episodios psicosomáticos pueden también ser entendidos como implosiones corporales ligadas a fallas en la capacidad representacional.

Es decir que estas modalidades ocurren en detrimento de la elaboración a nivel psíquico: la vacuidad representacional y de sentido, a menudo la desinvestidura del pensamiento y de la palabra, constituyen la contracara de la descarga en acción. Muchos problemas ligados al aprendizaje y a los trastornos del pensamiento se incluyen dentro de las problemáticas a las que aludimos. Asimismo, los aburrimientos y abulias remiten con frecuencia a una clínica del vacío representacional, con desencadenamientos pulsionales de lo no tramitado a nivel psíquico.

En cuanto a la angustia, ésta aparece bajo una vertiente catastrófica, como un exterior que inunda o desmantela al Yo, sorpresivamente muchas veces, sin funcionamiento de la señal de alarma

En cuanto a la angustia, ésta aparece bajo una vertiente catastrófica, como un exterior que inunda o desmantela al Yo, sorpresivamente muchas veces, sin funcionamiento de la señal de alarma. Los tan difundidos ataques de pánico expresan esa angustia masiva.

En lo referido a los vínculos, éstos suelen ser turbulentos y oscilan entre la fusión y el rechazo, la intrusión y la exclusión. No solo porque en ellos se despliega la temporalidad vertiginosa a la que hemos aludido, o porque los conflictos relacionales se dirimen en el accionar impulsivo, sino además porque las fronteras entre el Yo y el otro no están adecuadamente establecidas. Los bordes suelen ser fragmentarios, fluctuantes, indiscriminados. Por eso mismo, las angustias también son desbordantes, con sensaciones insoportables de invasión o de abandono. Los vínculos pueden pasar de la idealización a la descalificación en cuestión de segundos. Tal como hemos adelantado, Remedios podía ir, también en los intentos terapéuticos, de la idealización máxima a la denostación de los terapeutas con abandono de los tratamientos toda vez que sus demandas imperiosas no fueran satisfechas “ya”. La masividad entre todo o nada, ahora o nunca, impregna los modos de vincularidad acorde a una lógica binaria dual que parece basarse en un imposible: todo y ya. De esto se trató a menudo el primer tiempo de tratamiento, donde los cambios de horario, los “pedidos especiales”, las llamadas telefónicas a cualquier hora, daban cuenta de una demanda de incondicionalidad que por ese entonces no era posible de ser interpretada. De modo que la analista jugó, hasta donde era factible, a semblantear el partenaire que Remedios reclamaba. Recién más adelante sería posible interrogar esa masividad e incluir el lugar del encuadre como instancia de terceridad.

Los desafíos a la hora de intervenir en esta clínica de la pulsionalidad desencadenada, son enormes. No solamente porque las fallas imaginarias y simbólicas, el lenguaje concretizado en acción sin demasiada posibilidad asociativa, obligan a los analistas a utilizar otros recursos y herramientas. También, porque estas modalidades psicopatológicas actuales guardan relación con las formas contemporáneas de producción de subjetividad, y con un imaginario social que gira alrededor de la acción, la velocidad, y una inmediatez que está más cerca de las “soluciones” pulsionales que de la tramitación más lenta de la palabra y del pensamiento en relación a los conflictos y a los sufrimientos. Lo cual nos confronta como analistas, además, con las difíciles fronteras entre psicopatología, “normalidad” y cultura.

Sería imposible realizar un inventario de las intervenciones psicoanalíticas a la hora de abordar este tipo de clínica, que llama a una posición analítica que pueda escuchar el lenguaje de lo arcaico. Tal como dice Green, en esas situaciones el analista debe ser políglota, e intervenir con herramientas psicoanalíticas que a menudo, como el autor remarca, se encuentran en el borde de un “corpoanálisis”. Un analista políglota es alguien capaz de recibir y escuchar la multiplicidad de códigos que hablan del dolor, produciendo intervenciones diversas, desencajadas de un cliché interpretativo único. Es que, con frecuencia, las experiencias precoces de tipo traumático no integradas en la trama subjetiva, retornan bajo modos no verbales tales como la acción, los gestos, la postura o el soma. Podríamos decir que “pretenden” narrar o significar lo que no pudo ser ligado a nivel psíquico, a la espera de una escucha que pueda otorgarles sentido. En este caso, una escucha psicoanalítica apta para escuchar esos materiales significantes que no se circunscriben a la verbalización ni a las capacidades asociativas.

¿Cómo lograr que eso arcaico que expresa padecimientos no moderados por la palabra pueda comenzar a circular por circuitos psíquicos? A diferencia de las interpretaciones relativas a la dimensión edípica, la clínica de borde nos invita a internarnos en los confines de la primera infancia, en lo que Green define como lo arcaico, o Piera Aulagnier conceptualiza como proceso originario. En esos casos, las intervenciones tenderán a ir propiciando la ligazón de lo que está escindido o fragmentado, al enlace y transcripción de aquello que, mientras continúe desligado, habrá de compulsar hacia la vertiente tanática de la repetición. De ese modo se podrán ir construyendo de a poco tejidos imaginarios y simbólicos, con sus consiguientes efectos subjetivantes.

En ocasiones, el analista deberá ofertar sus propias representaciones a fin de facilitar vías de ligazón posibles. Como es obvio, deben ser cuidadosamente calibrados los riesgos de violencia secundaria y los efectos sugestivos en este tipo de intervención. Es la posición ética del analista la que habrá de demarcar la estricta frontera entre un préstamo representacional que promueva el despliegue de lo precariamente advenido y la intrusión alienante.

Es necesaria, también, una disposición empática de parte del analista, que vaya apuntalando el narcisismo malherido, el narcisismo negativo que repite inadvertidamente la historia de los primeros fracasos

La construcción histórica también contribuye a contrarrestar los procesos de desligazón, creando tejido psíquico y posibilitando el pasaje a modos de transcripción simbólica. Se trata de construcciones y reconstrucciones de pasados deficitariamente advenidos como historia, que a veces incluyen la dimensión de lo prehistórico, de aquello transmitido transgeneracionalmente que no ha logrado estatuto representacional.

En la viñeta presentada al comienzo de este escrito, el trabajo analítico fue posibilitando el gradual acceso a una historia difícil. El padre de Remedios, alcohólico y golpeador, había abandonado a su mujer durante el embarazo.

¿Cómo intervenir, cuáles son nuestros recursos terapéuticos frente a esas situaciones de irrupción imparable de lo pulsional, donde a menudo nuestra caja de herramientas se revela insuficiente?

Luego de años de sometimiento a ese hombre, ella se había prometido nunca más volver a entablar vínculo de pareja. La hijita que llevaba en su vientre y que decidió llamar Remedios, la compensaría con creces por tanto sufrimiento. Eso sí, a costa de un ahogo recíproco y de una demanda hacia la niña que, por supuesto, jamás podría ser suficiente para colmar a esa madre sufriente. Las oscilaciones entre los momentos de fusión (ilusión de satisfacción total) y los de decepción -con la consiguiente agresividad y rechazo hacia la niña- produjeron importantes heridas narcisistas en ésta. Entre otras cuestiones porque, cuando la madre se enojaba con violencia, le reprochaba ser igual a su padre, denostado y denigrado de modo permanente. Entre una identidad ideal imposible y los enunciados que la situaban como anti-ideal, Remedios padeció desde pequeña enormes altibajos tanto en su escolaridad como en el contacto con los pares. Si bien muchas de estas dificultades mejoraron sensiblemente, y se convirtió en una adulta con logros en su desempeño, el reducto de los vínculos cercanos quedó atrapado por la repetición del molde impreso y padecido. A la hora de hablar de vínculos de pareja, solía decir que quien se quema con leche… Sin embargo, no podía desprenderse de la leche originaria con la que se había quemado.

En esta situación, como en otras, la posición analítica incluyó de modo privilegiado el trabajo centrado en los modos de procesamiento psíquico. La atenta escucha de los diferentes dialectos, no solo verbales, a través de los cuales Remedios expresaba dolores y vivencias traumáticas no integradas a su funcionamiento psíquico, permitió de a poco sortear la repetición de los abandonos terapéuticos, dando continuidad a los encuentros bisemanales e instalando un ritmo presencia/ausencia, posibilitador de un encuadre de trabajo que funcionara como instancia de terceridad. De modo que, en la clínica de lo fronterizo, no se trata solamente de la palabra, una palabra que se proponga propiciar el entramado representacional y la circulación psíquica inconsciente para que el paciente sueñe, por así decir, en lugar de actuar. Es necesaria, también, una disposición empática de parte del analista, que vaya apuntalando el narcisismo malherido, el narcisismo negativo que repite inadvertidamente la historia de los primeros fracasos. En la situación clínica aquí descripta, la plasticidad de la analista y su escucha invistiente, junto con intervenciones tendientes a limitar los procesos de descarga imperiosa, permitieron generar modos representacionales de procesamiento psíquico. La noción de escucha invistiente, formulada por Piera Aulagnier, resulta de particular importancia en estas situaciones, en las que la investidura de la palabra del paciente y del trayecto analítico, constituyen un zócalo imprescindible para el despliegue del mismo. Resultó revelador que, a partir de un momento dado, Remedios comenzara a nombrar a su analista por el nombre propio. El encuentro había devenido en singular; ni ella era un caso ni su analista la psicóloga.

Sin embargo, este trayecto analítico, sin duda importante y productor de cambios que posibilitaron un funcionamiento psíquico más cercano a la organización neurótica, tuvo un final abrupto e inesperado. ¿O tal vez no tanto? Remedios había logrado finalmente alquilar un departamento para ella y estaba por mudarse de la casa de su madre. Estaba comenzando a salir con un médico compañero de un curso de especialización, y estaba contenta. Un día martes, cuando tocó el timbre del consultorio, la analista demoró dos o tres minutos en hacerla pasar. Remedios se fue… y nunca más volvió.

La clínica de lo fronterizo es particularmente difícil. No solo por las problemáticas de borde, sino porque en nuestra tarea los analistas nos confrontamos con los bordes de nuestros saberes y de nuestras herramientas. Éstas se revelan en ocasiones frágiles ante los embates de la compulsión de repetición desencadenada. Lo cual de ningún modo desmerece los trayectos, aun si los mismos no concluyen con una suerte de happy end como en las películas antiguas. Finalmente, nuestra tarea clínica tiene por objetivo reforzar a Eros en detrimento de las tendencias tanáticas, a sabiendas de lo irreductible de ese conflicto que nos atraviesa -y no solo a los pacientes fronterizos- en tanto humanos.

Bibliografía

Aulagnier, P. (1977), La violencia de la interpretación, Buenos Aires, Amorrortu.

---------------- (1980) El aprendiz de historiador y el maestro brujo, Buenos Aires, Amorrortu.

Green, A. (1993), La nueva clínica psicoanalítica y la teoría de Freud, Buenos Aires, Amorrortu.

------------ (1994), De locuras privadas, Buenos Aires, Amorrortu.

Lerner, H. y Sternbach, S. (2007), Organizaciones fronterizas, fronteras del psicoanálisis, Buenos Aires, Lugar.

Sternbach, S. (2016), Tramas. Teoría, clínica y ficciones para un psicoanálisis contemporáneo, Buenos Aires, Letra Viva.

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La desobediencia implicada

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Una historia personal de las desobediencias en la clínica psicoanalítica con niñxs y adolescentes.

1- La desobediencia enjaulada

“Venir a parar acá, al loquero... Me estalla la cabeza días en la calle con los pibes me falta la gorra roja creo que se la quedó el Brian no dormí nada estábamos por allá en la plaza y después corrimos íbamos a romper el vidrio de los chetos esos mi vieja cuando se entere me mata cuando le cuenten y encima me falta la gorra tengo frío acá hay morfi por lo menos no me mires la cicatriz esa ¿ves porqué necesito la gorra? me tapa me falta algo cuando no la tengo el forro del Brian cuando lo agarre lo cago a trompadas y ahora acá ¿vos sos psicóloga que es eso? esa vieja de ahí es tremenda forra y ese pibito que llora y el otro que grita me hace acordar a mi hermano más chico ¿sabes que lo agarró el tren? mi mamá me cagó a golpes cuando se enteró que era mi culpa que anda a meterte por ahí vos que sabes que viene el tren y no se ve nada de noche me falta la gorra al Brian le dije que solo un rato soy un boludo yo no me mires ahí te dije deciles que no quiero eso que te clavan y te dejan medio tarado y dormido aunque quizá mejor me duermo todo no puedo dormir yo pienso no me para el bocho por eso me corté por eso para dejar de pensar y que la cabeza me pare o me fumo unos porros al Brian le dije pero corría y corría y acá caí me puse loco cuando me agarraron los quería romper a todos a patadas me vieron los tatuajes muerte de la yuta se la agarraron conmigo yutas de mierda y que me corto todo y ¿a quién le importa?”.

¿Para qué me dan un paciente que el hospital no tiene intención de tomar? Y que yo no iba a tratar a nadie como si fuera una bolsa de papas

Me llaman a Dirección, como si fuera una nena a la que van a retar. Soy una nena a la que van a retar. ¿A quién se le ocurre que una puede no ser simplemente un engranaje en la máquina manicomial de excluir los elementos que se supone ajenos, o molestos? ¿A quién se le ocurre frenar un “traslado”? Hay significantes que el terror acuña y las instituciones reproducen, amplifican, y expanden. ¿No entendiste piba que es un delincuente, no un paciente?

15 años el pibito de la gorra. Toda la cúpula hospitalaria es la gorra.

El tribunal se reúne, el terror también es un mensaje destinado a mí. ¿Pueden echarme?

Ser parte de la institución entonces también es entender sus pactos secretos. El pibito nunca fue un paciente, ni lo será. No es alguien a escuchar. Te lo asignamos para que completes el mecanismo. Hacemos de cuenta que es un paciente más, le asignamos psicóloga, que esté tranquilo, y pum, en cualquier momento lo sacamos. Le mentimos, que él no lo sepa, hasta último momento. La ficción hospitalaria puede ser muy cruel.

Ni llegué a conocerlo demasiado. Sólo le dije que no habría instituto de menores para él, estaba internado y yo era su psicóloga. Una tarde (hora en que solo quedan residentes, guardia y enfermeros en el hospital) frené el traslado que irrumpió a llevarlo.

Al otro día tuve mi propio tribunal. Sin eufemismos.

Salí llorando.

Sólo pude decir dos cosas: ¿para qué me dan un paciente que el hospital no tiene intención de tomar? Y que yo no iba a tratar a nadie como si fuera una bolsa de papas.

Seguí llorando y mascullando impotencia en el reducto de los residentes. “Contención verbal” para mí.

Pasó el tiempo, nunca más me forzaron a participar de ese teatro.

A lo largo de los años fui coordinadora de equipo en Hospital de Día. Fui Jefa de Residentes. Concursé un cargo, el primero en años para un psicólogo de planta, gané sobradamente por antecedentes. Quedé en segundo puesto en la entrevista. Se acabó también para mí la ficción hospitalaria.

Yo también me fui.

2- La restitutiva desobediencia.

“Me quiero ir a mi casa. Aquí a los chicos les pagan por actuar, y luego se van. Yo no tengo problemas en mi cabeza. Vi que acá hay unos contactos de Boca. Yo no vine a internarme, vine a hacerme unos exámenes de sangre y de orina. Vos me querés descansar, chamuyar. ¿Me llevás a tu casa, me hacés la gamba? ¿vos me hacés preguntas porque sos mi hermana? Yo te conozco, vos sos una de las porristas de Boca. Te vi en El Gráfico, cuando Boca salió campeón. ¿Vos estás en la tele? Te maquillás y te convertís en otra. Las mujeres después son otras. ¿Vos vas a hacerme un hijo? ¿Vos conocés a mi hija? ¿La podés localizar? Traemelá, vos la conocés. ¿La tenés vos? ¿Si yo te bato la posta vas a pensar que estoy loco? En el juzgado hicieron una nota que dice que yo soy un enfermo mental. Me trajeron acá porque dije la verdad.”

Dice su madre: “En casa él decía que tenía una hija, y una novia embarazada. Ahora me acuerdo, él empezó diciendo que yo no era la madre. Decía que él era adoptado, y nosotros le seguíamos la joda, le decíamos que tenía razón. Él se reía. Una vez, vio unas fotos de cuando él era chiquito, las comparaba y lloraba, no quería hablar. Me dijo: Cómo, mirá estas fotos, esta es mi hija, si es igual a mí”.

El trabajo con Pedro intentó construir un cuerpo propio: armado de cuerpos de plastilina, dibujos y construcción de historias mediante

De la historia de Mauro, con sus 15 años, y la historia de su tratamiento en el Servicio de Internación de un hospital psiquiátrico, voy a contar muy resumidamente algunas cosas. Trabajo intenso mediante, pudimos conocer que de muy pequeño había sido “soñado” y luego trasvestido, como si fuera una nena. Luego rechazado como jugador de fútbol, tampoco cumpliría el deseo parental de salvar económicamente a la familia. En su laboriosa construcción delirante (intento desesperado de apaciguar confusiones, y la violencia padecida) se entraman diversos elementos que lo rescatan de lugares imposibles, que le restituyen -fallidamente- existencia y valor (él es un superhombre, su semen es un objeto valioso, con el que quieren hacer un gran negocio), una teoría delirante acerca del origen (le robaron el semen engaños mediante, una chica se lo tragó, y así quedó embarazada), y la novela familiar del psicótico (se pierden o desdibujan las diferencias generacionales, hijas y hermanas parecen confundirse o ser intercambiables, tiene miles de hijos, son como dibujitos animados).

Mi trabajo con Mauro intentó desde un comienzo que él pueda afirmarse en el “tener huevos”, marcándole que en todo caso si le robaron el semen, nadie podría robarle, quitarle sus huevos. En una sesión, Mauro me ofrece un cigarrillo, sacándose el paquete que estaba oculto en sus genitales, precisamente en “los huevos”, bajo el pantalón. Rechazo su oferta, al tiempo que le pregunto por qué los guardaba allí. Intervengo señalándole la diferencia entre lo público y lo privado. Le digo que lo que él guarda allí no es para estar ofreciendo a los demás o para que se lo quiten. Eso es exclusivamente para él, para su satisfacción. Agrego que si quiere convidar u ofrecer cigarrillos, no los guarde allí. Con esta intervención intenté que su cuerpo, y más precisamente su sexo, queden del lado de su intimidad, que ésta sea posible, que no le sea robada, que él no la ofrezca, que no la sacrifique.

Por otro lado, empiezo a cuestionar su lugar de “padre” en su delirio, que ubicaba a la función paterna como entrega de semen. Le pregunto a Mauro si le dio a sus hijos su apellido. Mauro no entiende mi pregunta, se queda pensando, responde que no. Le señalo, entonces, que él no tiene hijos, que un padre es quien da el apellido, el nombre, además del semen. Mauro pregunta por esto. Hablamos de la inscripción de un niño como hijo, del DNI, del registro civil. Mauro se desespera y, en un momento, intentando convencerme exclama: “pero si yo los parí!”. Lo miro, me mira, se ríe, se corrige. Le digo: “vos tenés huevos, no podés parir, sos un hombre”. Mauro comienza a escribir las cosas que vamos pensando juntos en un cuaderno que nos acompañará a lo largo del tratamiento. Cada sesión concluye con el intento de Mauro de escribir, pero por sobre todo fijar, recordar, apropiarse de aquello que trabajamos. Se muestra desesperado por recordarlo, y lo va repitiendo una y otra vez, en un intento de producir una inscripción más allá del papel. Mauro hace referencia a sus “confusiones”, aquello que no entiende, que no es del orden de la certeza, que lo inquieta y que quiere aclarar. Insiste que es de esto que quiere hablar conmigo. En este sentido, se despeja el sentido del tratamiento para él. Comienza así a querer saber sobre cómo nacen los bebés, como se hacen, como es el embarazo, sobre la sexualidad del hombre y de la mujer, vamos ubicando diferencias.

Así como en un principio Mauro denunciaba haber sido “jodido”, “chamuyado”, engañado por sus padres, por momentos también el hospital mismo se le tornaba “una joda hecha para él”, una mentira, algo irreal creado para perjudicarlo. En una sesión -inesperadamente- Mauro me dice: “soy una mujer.... es una joda”. Frase que no logra encadenarse a otras, irrumpe, queda aislada, me conmociona, no es “en chiste”, no es de jugando. Le pregunto a Mauro por esta joda, de quién es, quién le hizo esa joda tan pesada, que lo confunde. Le digo que hay jodas graciosas, divertidas, y otras demasiado pesadas y feas. “Con los huevos no se jode” será una frase más a escribir en su cuaderno. Prohibición que enunciamos, prohibición faltante en el origen, que no pudo preservarlo. No considero que aquella frase que irrumpe sea un modo en que retornaría algo reprimido, no se trata de algo reprimido. Al irrumpir desnuda, denuncia aquella “joda originaria”: operación por la cual Mauro pierde la masculinidad, se convierte en mujer. Esa joda originaria, trabajo mediante, intentará encontrar algún relevo, una escritura que funde lo que el delirio intenta, pero no alcanza a lograr organizar: una desobediencia posible al destino renegatorio y enloquecedor que se le propuso.

Considero fundamental, como analistas, situarnos en nuestras prácticas siendo capaces de discutir, y realizar apropiaciones singulares de las teorías que estudiamos, y con las que pensamos e intervenimos

3- Obediencia “devida”, obediencia de muerte

Pedro, de 17 años, obedeció a las voces que escuchaba, que le ordenaban matarse, y se tragó lo primero que encontró: los ganchitos de una abrochadora. Alguien le impidió continuar, y fue llevado de urgencia a un hospital. Allí realizó un nuevo intento de obediencia a aquel imperativo de muerte, y con lo más próximo a su mano (una botella de Gatorade) buscó cortarse las venas. Así fue internado Pedro la primera vez. En la primera entrevista conmigo, acerca de ese episodio, Pedro me confesó: “si hubiera tenido una pistola cerca me pegaba un tiro en la cabeza. Me tenía que matar”. Obediente, Pedro no opuso resistencia, a pesar del terror. Al llegar a la internación, con una toalla se cubría la cabeza, intentando alejarse-protegerse de las voces.

El trabajo con Pedro intentó construir un cuerpo propio: armado de cuerpos de plastilina, dibujos y construcción de historias mediante. Así fue, que llegamos a un incipiente relato del desalojo radical que Pedro sufrió tempranamente, y que fue luego ratificado sucesivamente en nuevos desalojos y expulsiones del espacio familiar, simbólica y materialmente. Todo ello, junto al pacto de silencio que lo había forzado a participar en complicidad obediente, del ocultamiento de un asesinato efectivamente presenciado.

La respuesta psicótica es para Pedro el último baluarte defensivo frente a la muerte psíquica, un retorno insoportable de lo visto y lo oído que lo empuja a la muerte efectiva. En el ínfimo espacio que los diversos aniquilamientos nos dejaban, abrimos una brecha para un intento de salida por fuera de esa encerrona brutal. Trabajo que sostuve desde el deseo de recuperar su boca de los destinos mortíferos que iba hallando: comida sin freno, dormir sin parar, droga sin límites (“Las voces me dicen que tengo que drogarme, para que Boca no pierda…” pudo decirme), ganchos de abrochadora. Modos, todos ellos, con los que espantosamente sellaba, callaba, dormía, tapaba su boca.

4- La desobediencia esperanzada

El acto de oponerse con un gesto de afirmación y rechazo a una violencia, ese acto, con sus modos disruptivos o hasta ruidosos, en un niño de 4 años por el que sus padres adoptivos me consultan, ¿revela más la eficacia de una lectura legítima del propio niño, Aníbal, respecto de una historia de desamparos sufrida, que un suceso escolar del presente actualiza; o bien será leído como violencia a reprimir y condenar, incluso estigmatizando al niño con diagnósticos apresurados, abusivos y patologizantes?

¿Son capaces las instituciones educativas de encontrar una lectura que alcance a situarse a la altura de ese gesto, todavía esperanzado, de un otro, de otros, que amparen y contengan en el sujeto infantil el sufrimiento de hoy, y en él todas las marcas que la historia ha dejado? ¿O serán portadores y ejecutores de nuevas violencias, que fijen dolorosamente, crudamente, a las viejas? Celebro, al igual que sus padres, la obstinada y empecinada, la esperanzada desobediencia.

5- La obediencia tiránica

Juana es una niña de 11 años que vive la infancia a la sombra de un superyo que le deja poco espacio al placer y al juego. En un vínculo de demasiada obediencia al ideal de omnipotencia y perfección absoluta, de lealtad inquebrantable al modo sacrificial que atraviesa como un hilo conductor la historia familiar y sus distintas generaciones, hay poco margen de salida que la libere de ese mandato al que ella responde gozosamente, entre un llanto inagotable, interminable, y el odio a quien intente acceder al búnker de su encierro. En esos inciertos, agitados y arduos climas transferenciales, muy lentamente, empieza a surgir la figura de un huracán que barre y arrasa con sus avances y logros, que causa derrumbe, tiñendo todo de oscuro fatalismo y sinsentido. Y yo me agarro fuerte de esa figura que le propongo imaginar, y pensar, contra la desazón y la impotencia, y que ella puede tomar, entonces me agarro fuerte mientras la sostengo, a un milímetro de perder yo también toda esperanza. Miramos ese huracán hecho de cruel, veneradora obediencia, y Juana depone su rabiosa mirada, nos miramos fijo y allí la encuentro rogando ayuda. Por un segundo, le escapamos al huracán. Seguimos haciendo pie, en transferencia.

6- De la obediencia a la disidencia

Considero fundamental, como analistas, situarnos en nuestras prácticas siendo capaces de discutir, y realizar apropiaciones singulares de las teorías que estudiamos, y con las que pensamos e intervenimos. Una apropiación de las herencias no dogmática, ritualizada ni obediente. Obediencia que arrastra todos sus sentidos desde la lógica religioso-militar, restringiendo las respuestas posibles en dos: sumisión y acatamiento.

Cada paciente presenta modos particulares de desplegar y atravesar conflictos, angustias y construir defensas. Vía obediencia, vía desobediencia. ¿Fallida o lograda? La desobediencia, el gesto informe, desesperado a veces, en ocasiones desamarrado, desafiliado ¿logra ser relevada por un gesto espontáneo? ¿Qué es lo que la desobediencia o la insumisión, en transferencia, será -o no- capaz de crear?

Oponerse a la obediencia es desmontarla, transformar los circuitos obedientes en la pregunta, y a partir de la pregunta, por la causalidad psíquica. Es el trabajo ético de interrogar nuestras servidumbres o vasallajes (B. Spinoza). De dar lugar a un trabajo de pensamiento que albergue la necesaria puesta en sentido junto a la -también necesaria- prueba de la duda (Piera Aulagnier). Esto es válido tanto para nuestrxs pacientes, como para nosotrxs, lxs analistas.

Que la muerte no tenga la última palabra, ni el último silencio, escribe Juarroz, un poeta. Desde esa poética lxs psicoanalistas también trabajamos, en el borde de las tiranías dentro del espacio psíquico, y en el espacio intersubjetivo, en el filo de un deseo de muerte que a veces arrasa, o que el sujeto toma a su cargo. Muchas veces, ante los abismos.

Oponerse a la obediencia es desmontarla, transformar los circuitos obedientes en la pregunta, y a partir de la pregunta, por la causalidad psíquica

Niñxs y adolescentes, sujetos en construcción, vía sueño, juego, síntoma, o aún delirio, habitan, animan, inventan, sus propias desobediencias. En atención flotante, esperamos estar a la altura de ellas, de ese gesto espontáneo, sobre todo cuando estamos implicados en ese gesto. O cuando nos dedicamos a apostar a transformar el abismo: el grito o el golpe desgarrado y mudo que choca con el mundo, en gesto. Gesto que luego, sólo luego, hará posible, tal vez, el surgimiento de una demanda.

Este recorrido fragmentario de la clínica psicoanalítica y el modo particular, personal, de sostenerla, es también, pienso, un elogio de las desobediencias cuando las mismas logran ser subjetivantes y constitutivas de territorios menos sufrientes para la vida. Pero también es la búsqueda y el sostén de la interrogación en el corazón del pensar, toda vez que el pensamiento amplía su necesaria condición desobediente (si no quiere ser simplemente rumiación) en apertura al campo fértil de las disidencias.

Bibliografía

Aulganier, Piera (1979), Los destinos del placer. Alienación, amor, pasión. Editorial Paidós. Bs.As; 1998.

Feldman, Lila María, y otros, 13 variaciones sobre clínica psicoanalítica, coordinado por Ana Berezin. Siglo veintiuno editores Argentina. Bs. As; 2003.

Juarroz, Roberto, Poesía vertical. Emecé. Bs.As; 1997.

Ripesi, Daniel, Pensamiento sin representaciones, sobre la noción winniottiana “gesto espontáneo”.

Tatián, Diego, Spinoza disidente. Tinta limón Ediciones. Bs. As; 2019.

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La infancia como propiedad “Con mis hijos no te metas”

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¿Por qué el lugar más peligroso para niños, niñas y adolescentes es la propia casa? Dos de cada tres agresiones sexuales contra ellos son perpetradas por personas del ámbito familiar, de mayor a menor en el porcentaje: padre, padrastro, tío, abuelo.

Esta pregunta nos resuena en particular a quienes trabajamos con adolescentes, etapa en la que se va transfiriendo la confianza adquirida en la propia familia, construida en la infancia, a la confianza en los pares y otros adultos del afuera familiar, lo cual posibilitará un desprendimiento saludable. En la observación clínica, en muchas familias en las que ocurre un abuso sexual intrafamiliar hay una proyección de ese interior peligroso hacia el afuera. Madres y padres no habilitan a que sus hijos e hijas adolescentes exploren el mundo que está afuera de la propia casa. La noción de propiedad de los hijos suele ser uno de los elementos más visibles: la prohibición de salir o tener intimidad con amigas y amigos, de interesarse por otros u otras, de tener novio/a, etc.

Esta idea de que el niño o niña son una propiedad de sus padres y por extensión de los adultos cercanos a ellos, está naturalizada a partir de años y años de una cultura patriarcal en que no eran considerados sujetos

La apropiación de niñas, niños y adolescentes

La apropiación por parte de los adultos criadores es la imposibilidad de reconocerlos como sujetos independientes que tienen sus propias necesidades y anhelos, que incide en que habitualmente esos niños, niñas y adolescentes no reconozcan si tienen gustos propios y preferencias. Tiene una gradación que va desde el dominio en el abuso sexual hasta formas más sutiles.

Esther Díaz trabaja las diferencias entre poder y dominio.1 El poder, como vector de fuerza, es bipolar, porque en toda fuerza activa está la posibilidad de reacción. Ella sostiene que cuando existe la posibilidad, aunque sea remota, de alguna reacción sin arriesgar la vida o la integridad, estamos en el campo de las relaciones de poder: en la lucha, en la oposición, en el enfrentamiento.

Pero si la relación es de dominio, sucede algo diferente. El poder está concentrado en uno de sus extremos. El vector de fuerzas tiene una sola dirección. No existe la posibilidad de reacción. Es el tipo de relación amo-esclavo. No hay interacción. Se obedece o se recibirá un castigo. La capacidad para otorgar una respuesta crítica no tiene cabida: secuestrados, prisioneros.

Esto también es aplicable para el tipo de vínculo que arma el abusador con el niño, niña o adolescente. La particularidad de este tipo de dominio es que en la mayoría de los casos no deja a la vista la violencia con la que opera. El abusador se va apropiando de las pulsiones de la niña, niño o adolescente, provocando que éstos sientan que participan subjetivamente, lo cual genera la culpa que muchísimas veces lleva a mantenerlo en secreto, y a no poder alejarse ni pedir ayuda. Pero en realidad se trata de una desubjetivación por parte del adulto.

Los cuerpos de los niños y niñas resultan una propiedad para adultos que incluso pueden “cazar” niños que están solos en una plaza o al alcance de su mano por ser vecinos. También para padres y madres que se apropian de sus cuerpos a través de la violencia física.

Esta idea de que el niño o niña es una propiedad de sus padres y por extensión de los adultos cercanos a ellos, está naturalizada a partir de años y años de una cultura patriarcal en que no eran considerados sujetos. Y si los padres no podían cuidarlos era un juez quien se hacía “dueño” de ellos para tutelarlos sobre todos los aspectos de su vida. Esa era la ley del patronato.

En nuestro país la Ley 26061 en 2005 puso fin al patronato de menores. Luego, a partir de 2015, a la luz del nuevo Código Civil y Comercial, desapareció toda mención a los procesos de protección de persona, quedando a cargo de los dispositivos administrativos la función de concretar el cuidado integral de la niñez a través de medidas de abrigo.

Los niños y niñas desamparados dejan de ser una propiedad para que un juez decida todo por ellos, y pasan a ser sujetos de derechos y el Estado debe velar para que esos derechos se respeten. Es un cambio de paradigma importante pero, ¿de qué Estado se trata? ¿Puede un Estado al servicio del poder económico y político de grandes capitales que recorta derechos y presupuestos en educación, salud, alimentación, trabajo y vivienda todos los días velar por esto?

Tenemos un Estado que abandona a los niños, adolescentes y jóvenes vulnerándolos y excluyéndolos, y luego los estigmatiza y criminaliza tratando de naturalizar la violencia institucional que ejerce sobre ellos.

¿Y de qué jueces se trata en su mayoría? También una Justicia patriarcal para la cual los niños son objetos de adultos, y es a estos adultos a quienes considera que debe proteger.

Un niño pequeño en estado de adoptabilidad al cual el Juez le prometió una familia necesita esperar tres o cuatro años para que eso se concrete y mientras tanto se va enfermando y desorganizando psíquicamente al ver que esto no se cumple, y que sus compañeros de hogar son visitados y luego adoptados, pero él no. ¿Por qué? El padre, que fue violento, abandonó al niño hace años, no lo visita, no cumple con los tratamientos que le indicaron, no tiene interés por recuperar el vínculo, pero no quiere firmar para ceder sus derechos. El juez centra sus acciones en garantizar los derechos de ese adulto. No cuentan los tiempos ni las urgencias del niño.

El pasaje a pensar a niños, niñas y adolescentes como sujetos en el sentido de sus propias necesidades en función de tiempos de constitución subjetiva, a pensarlos como sujetos de derechos y no como objetos de dominio y propiedad de los adultos, es un proceso para el cual surgen aún muchas resistencias, a pesar de los cambios introducidos a partir del Código Civil y Comercial de 2015 que introduce una lógica de derechos humanos, y de muchas otras leyes importantes sancionadas en la Argentina en las últimas décadas.

Las miradas en el terreno de la educación. “Con mis hijos no te metas”

La Ley 26.150 por la que se crea el Programa Nacional de Educación Sexual Integral (ESI), es promulgada en 2006 y con ella se busca garantizar el derecho a recibir ESI en todos los niveles, desde jardín a secundaria, y en todas las escuelas, públicas y privadas incluidas las religiosas. El Programa tiene en cuenta un concepto amplio de sexualidad que considera “aspectos biológicos, psicológicos, sociales, afectivos y éticos”.

Este trabajo en las escuelas resulta muy importante porque transmite la noción de intimidad con el propio cuerpo, la importancia de que los niños pequeños no se dejen tocar las partes íntimas salvo por cuestiones de higiene, el respeto por la diversidad, el cuidado del cuerpo, la equidad de género a través de la identificación de los prejuicios vigentes, etc.

Graciela Morgade, decana de Filosofía y Letras de la UBA sostiene que “toda educación es sexual, pero no toda educación sexual es integral, con enfoque de géneros y derechos humanos.”2

Sectores muy conservadores de la sociedad que incluyen a todas las religiones, se oponen a que niños, niñas y adolescentes puedan recibir ESI en las escuelas, y se defienden con el lema que delata exactamente dónde está el cuestionamiento: “Con mis hijos no te metas”.

Tenemos un Estado que abandona a los niños, adolescentes y jóvenes vulnerándolos y excluyéndolos, y luego los estigmatiza y criminaliza tratando de naturalizar la violencia institucional que ejerce sobre ellos

Después de 13 años de sancionada la Ley de ESI casi no se aplica, ya que surge una gran resistencia. Además de la de algunos padres -ya que es independiente de su autorización tal transmisión, y que sucede por fuera de la familia- está la resistencia del mismo Estado. La aplicación de esta ley implica inversión en capacitación docente y en trabajo con la resistencia cultural a la ley.

Para dar un ejemplo, los cursos de capacitación en ESI suscitan mucho interés por parte de los docentes, pero los cupos que ofrece el Estado son pequeños. Quedan muchos docentes afuera.

Existe una campaña internacional con mucho peso político, que proviene de los Estados Unidos e irradia a toda América Latina, StopCSE.org. (Stop Comprehensive Sexual Education). Esta campaña cuestiona a todas las organizaciones tales como OMS, UNICEF, UNESCO y otras que a nivel mundial difunden la ESI. El motivo central es el mismo: la limitación al poder de los padres, y al concepto de familia patriarcal.

Para esto sostienen, entre otros postulados, la importancia de enseñar que “Mi familia es mía; mi mujer es mía y nuestros hijos son nuestros.” Una “formidable” formulación acerca de garantizar la continuidad del patriarcado que mantiene su dominio a partir del concepto de familia heteronormativa, en la que el hombre se apropia de la mujer y de los hijos. Es su dueño. Son su propiedad.

La campaña #ConMisHijosNoTeMetas en nuestro país considera a la ley de ESI un atentado contra la institución de la familia. “Los hijos son de los padres, no del Estado.” Afirman que no debe ser obligatoria y, según ellos, incita a la “ideología de género”. Con este cuestionamiento intentan evitar el que se pueda hablar de las distintas orientaciones sexuales sin patologizarlas, y de género saliendo del terreno de la biología que habla sólo de sexo masculino y femenino.

Y para ello sostienen que nada ni nadie puede suplantar a la familia heterosexual con hijos que siempre habrán de mantener el vínculo con sus progenitores consanguíneos, más allá de los daños que pudieran ocasionarles bajo las diversas formas de violencia familiar, porque “la familia es la base de la sociedad”. Los hijos e hijas, al igual que las ex parejas mujeres, son una propiedad del varón y debe ser así para siempre. Aunque la mujer resuelva dejar de ser pareja e irse, deberá seguir siendo una propiedad del varón sobre quien él exigirá sometimiento a lo largo de toda la vida. El no cumplimiento de este mandato de la sexualidad por parte de la mujer podría resultar causal de femicidio como forma de disciplinamiento. ¿Cuánto de estos mandatos están inscriptos en la subjetividad femenina a la hora de sentir que no pueden decidir sobre su propio cuerpo para tener una ley de legalización del aborto?

Los hijos, por más que sean violentados o abusados, deberán sostener el vínculo con su padre abusador aunque no lo deseen, ya que lo que se considera no es el deseo de los niños, niñas o mujeres sino lo que necesita el adulto, sobre todo si es varón y con poder.

La apropiación de niños, niñas y adolescentes en la mirada de la salud

La institución de la salud, los hospitales por ejemplo, siguen siendo instituciones muy patriarcales. Su organización remite a las formas organizativas del ejército: jefe de división, jefe de departamento. Más allá de algunas experiencias muy transformadoras que se gestan en estas instituciones, hay muchas que aún siguen siendo reproductoras del poder patriarcal.

Los hijos, por más que sean violentados o abusados, deberán sostener el vínculo con su padre abusador aunque no lo deseen, ya que lo que se considera no es el deseo de los niños, niñas o mujeres sino lo que necesita el adulto, sobre todo si es varón y con poder

Una pediatra, médica de una adolescente de 15 años a quien atiende desde el nacimiento, se enfrenta a la hebiatra (médica de adolescentes) a quien consultó la adolescente y quien le recomendó la colocación de un implante (método anticonceptivo), ya que había comenzado a tener relaciones sexuales.

La pediatra llama a la hebiatra por teléfono amenazándola, y le dice: -Si la paciente fuera mi hija y vos le hacés eso, decirle que le pondrás un implante, sin mi autorización, yo te denuncio y te meto presa. La hebiatra está protegida por el Código Civil que plantea que una adolescente puede consultar sola a un Servicio de salud, sin ser acompañada por algún adulto, y puede solicitar y recibir un método anticonceptivo. Sin embargo, es violentada por quien posee una representación de lo que es el acto médico hacia una adolescente como una intervención sobre un cuerpo con una sexualidad que no le pertenece a la propia joven sino a sus padres y a ella como profesional.

Cuando en la provincia de Tucumán una niña de 11 años fue violada por la pareja de su abuela y quedó embarazada, su madre solicitó la interrupción legal del embarazo. Pero además la propia niña lo pidió al decir en la consulta médica: “Sáquenme eso que me metió el viejo.”

No se la escuchó, se dejó pasar el tiempo sin aprobar la realización del acto médico que marca la ley, y ya no se la pudo practicar. Se la expuso a una cesárea con la cuadruplicación de los riesgos de vida para una niña de esa edad.

Entre las múltiples aristas a considerar en este renombrado caso, surge la consideración de que no corresponde escuchar a la niña, a pesar de su claridad al pedir que le quiten el embarazo producto de una violación. Nos permite ver cómo el poder médico ejercido por funcionarias y profesionales mujeres se arroga tener la propiedad sobre un cuerpo infantil ya violentado para volver a someterlo a una nueva violencia en pos de adjudicarse el poder patriarcal de “salvarla”.

Otro caso paradigmático de la apropiación de los cuerpos de los niños y niñas por parte del poder médico en connivencia con el poder de los padres tiene que ver con las cirugías correctivas y mutilantes que se realizan a bebés que nacieron con genitales ambiguos hoy consideradas violaciones significativas de los derechos humanos.

Las personas intersex nacen con variaciones de la anatomía sexual, que incluyen genitales atípicos, órganos atípicos productores de hormonas sexuales, respuesta atípica a las hormonas sexuales, configuración genética y/o características sexuales secundarias atípicas. Las prácticas mencionadas incluyen cirugías genitales cosméticas médicamente innecesarias e irreversibles.

Los derechos de estos chicos o chicas son que se espere a que crezcan y expresen su voluntad en lugar de intervenirlos cuando son bebés. Durante muchos años las cirugías se realizaron a partir de un mandato médico de “normalización”, ver la imagen de un genital que corresponda a sexo masculino o femenino. La angustia de los padres frente a la imposibilidad de categorizar a su bebé como niño o niña, llevó y lleva al sometimiento de éstos a un poder médico que se apropia de los cuerpos para alinearlos. Probablemente con las herramientas con que contamos hoy para pensar la diversidad, estas familias se beneficiarían si recibieran ayuda para procesar la aceptación de estas diferencias.

“Dichas prácticas causan dolor y sufrimiento grave, tanto físico como mental, de por vida, incluyendo pérdida o deterioro de la sensibilidad sexual, cicatrices dolorosas, relaciones sexuales (coito) dolorosas, incontinencia, estenosis uretral, deterioro o pérdida de la capacidad reproductiva, dependencia de por vida a hormonas artificiales, índices significativamente elevados de comportamiento autodestructivo y tendencias suicidas, sufrimiento y trauma mental de por vida, incremento en la ansiedad sexual, menor actividad sexual e insatisfacción con los resultados funcionales y estéticos.”3

La apropiación de niños, niñas y adolescentes en la mirada de la justicia patriarcal

La Justicia es el mejor escenario para ver cómo cuando hablamos de violencia de género no nos referimos a los varones contra las mujeres sino a una estructura binaria en la que hay un lugar considerado como medida y otro como déficit. Muchas veces son mujeres las que encarnan ese lugar de medida.

En una entrevista con una jueza para plantearle que una niña de 7 años no quería saber nada de volver a ver a su padre de quien había claras evidencias de que la había abusado, frente a que ella quería que la niña se revinculase con él, la jueza centró su planteo en la siguiente pregunta: ¿Pero nunca más lo va a ver? ¿Cómo es el futuro de un niño al que se lo mantiene tanto tiempo separado de su padre?

El problema ocurre cuando ese poder del adulto que le es otorgado por la necesaria dependencia infantil es utilizado para apropiarse, someter, prohibir, imposibilitar el contacto con el mundo del afuera familiar

Esta niña ni siquiera lo podía nombrar por su nombre, y le había pedido a la madre cambiarse su apellido para no recordarlo.

Otra jueza le muestra a una niña -que fue abusada por su padre y se niega a volver a verlo- una foto de su familia cuando estaban todos juntos incluyendo al padre abusador, para inducirla a que quiera verlo. Intenta tentarla mostrándole la foto que responde a su propio ideal de familia, “todos juntos”, que no es compartido por la niña. En la jueza prima su preocupación por lo que necesita el padre y la niña no es escuchada.

Otra jueza se ofrece como ejemplo acerca de que estando divorciada ella mantiene “la unidad de su familia”, frente a una niña de 11 años que vive con su padre y no quiere ver a la madre ya que ésta fue muy violenta en su infancia. La niña se lo ha dicho a su padre por quien se siente cuidada, y lo ha dicho públicamente en su escuela, lugar en el que se siente escuchada, pero ante la negativa de la jueza a aceptar su pedido y ante el forzamiento para revincularla con la madre, ha comenzado a cortarse y a hablar de matarse.

¿Por qué el lugar más peligroso para niños, niñas y adolescentes podría llegar a ser la propia casa? Mucho han cambiado en los últimos años las formas que han tomado las familias: niños o niñas criados/as en familias monoparentales, homoparentales o por parejas heterosexuales; familias tradicionales o ensambladas.

La necesidad es que se cumplan funciones de cuidar, proteger, libidinizar, narcisizar, poner límites e instalar legalidades de parte de por lo menos un adulto en asimetría. Justamente esa asimetría de poder necesario para la crianza, entre las dos generaciones, coloca al adulto en un lugar de ofrecer un marco de exploración, contención y administración de todos los impulsos, amorosos y agresivos, de niños y niñas en crecimiento. Chicos y chicas necesitan que el adulto en función parental ofrezca una seguridad para que puedan explorar, conocer y aprender a regular sus propios impulsos. Pero el problema ocurre cuando ese poder del adulto que le es otorgado por la necesaria dependencia infantil es utilizado para apropiarse, someter, prohibir, imposibilitar el contacto con el mundo del afuera familiar. Hasta el extremo de, en los casos de abuso sexual y de otras violencias, dejar al niño o niña desamparado/a, sin adulto protector. La sexualidad del adulto usada como arma para el dominio; la asimetría necesaria para el crecimiento tornada en poder para la apropiación y la desubjetivación.

Las familias, que cuando sostienen sus funciones y respetan y reconocen los derechos de todos sus miembros son los ámbitos más saludables para la crianza, pueden sin embargo tornarse en una de las instituciones más transmisoras del poder patriarcal, al reproducir las condiciones sociales de dominio y sometimiento.

Las transformaciones vendrán de la profundización de las luchas para derribar los sistemas de poder que anidan en éstas y otras instituciones productoras y reproductoras de grandes desigualdades.

Notas

1. Díaz, Esther, La sexualidad y el poder, Almagesto/Rescate, Buenos Aires, 1993.

2. “Toda educación es sexual”, Suplemento Soy de Página 12, viernes 14 de junio de 2019.

3. Mutilación Genital Intersex. Violaciones de los derechos humanos de los niños con variaciones de la anatomía sexual. Informe de ONG (por período de sesiones) del 5to y 6to Informe Periódico de Argentina sobre la Convención sobre los Derechos del Niño (CDN).

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El miedo como forma de perpetuar el sometimiento

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Editorial Revista Topía #86 Agosto/2019

Los hombres hacen todo de un modo mucho
más terrible que los animales, pero la idea
de que podría ser distinto se les ocurrió solo a los humanos

Theodor Adorno,
Diálogos de hacia un nuevo manifiesto

Como venimos afirmando, los nuevos modos del fascismo en las democracias occidentales llevan a la importancia de una memoria crítica.1 Por ello debemos decir que la memoria y el olvido no representan campos neutrales, por lo contrario, son campos de batalla en los que se modela la identidad colectiva. La cultura hegemónica se apropia de la herencia simbólica del pasado componiendo un claroscuro a partir de las exigencias del presente en las que se silencian algunos hechos y se mitifican otros. De allí la necesidad de rastrear las huellas de una memoria crítica donde vamos a encontrar que, cuando el poder siente que puede estar amenazado, no duda en organizar formas de represión que terminan en masacres. Éstas quedan elididas de la historia oficial generando procesos de subjetivación colectivos donde la represión de lo siniestro genera miedo. Miedo que tiene diferentes características en cada momento histórico. Miedo cuyo objetivo es perpetuar el sometimiento a los valores dominantes.

Desde esta perspectiva vamos a puntualizar tres hechos que ocurrieron durante el siglo XX en la Argentina: 1°) En 1919 la represión a los obreros y el primer y único pogrom realizado en América Latina durante las huelgas de la Semana Trágica; 2°) En el Luna Park de la ciudad de Buenos Aires se realiza en 1938 el acto nazi más numeroso fuera de Alemania; 3°) El genocidio que llevó adelante la dictadura cívico-militar de 1976 a través de los campos de concentración- exterminio.

 

A 100 años de la Semana Trágica. El primer pogrom de América

Luego de la primera Guerra Mundial (1914-1918) se paralizaron en nuestro país las inversiones; también comenzaron las dificultades para exportar e importar. Lo cual provocó un gran aumento de los productos básicos de la canasta familiar y la pérdida del poder adquisitivo del salario. Desde diciembre de 1918 se extendieron en todas las grandes empresas una serie de huelgas generales que reclamaban reivindicaciones gremiales impulsadas a través de sindicatos organizados por sindicalistas, anarquistas, socialistas y comunistas. Esta situación en nuestro país se correspondía con un clima de grandes movilizaciones en el mundo como la semana trágica en Barcelona durante 1909, las movilizaciones de los espartaquistas revolucionarios en Berlín y, fundamentalmente, el triunfo de la revolución Rusa en 1917.

La memoria y el olvido no representan campos neutrales, por lo contrario, son campos de batalla en los que se modela la identidad colectiva

En la semana del 7 al 14 de enero de 1919 comienza una huelga en los talleres metalúrgicos Vasena por aumento de salarios, jornada de ocho horas, el pago de horas extras, descanso dominical y la reincorporación de los despedidos por causas gremiales; en su apoyo se suceden manifestaciones y huelgas en todo el país que llevan a que el primer gobierno de Hipólito Yrigoyen reprima las huelgas nombrando responsable al general Luis Dellepiane, jefe de la Segunda División del Ejército. De esta manera se produce la primera intervención del ejército para reprimir conflictos obreros durante un gobierno elegido por el voto secreto y obligatorio. Es importante destacar que en estas huelgas comenzaba a tener participación un sector de mujeres anarquistas y socialistas:

Cuando el poder siente que puede estar amenazado, no duda en organizar formas de represión que terminan en masacres

Unión Feminista Nacional. Sus orientaciones y propósitos -con la Dra. Alicia Moreau. Una de las figuras más prestigiosas del feminismo uruguayo, la Dra. Paulina Luisi, dará esta mañana en esta capital una conferencia, patrocinada por el Centro Femenino Nacional. Creemos en consecuencia de palpitante actualidad las manifestaciones que, con respecto a la situación de la mujer, nos hace la presidente del citado centro, Dra. Alicia Moreau. -Tiempo es ya que el Código Civil que actualmente nos rige sea modificado, en el sentido de asignar a la mujer el puesto que en justicia le corresponde. Existen en el país 800.000 mujeres que trabajan, aportan sus energías al comercio y a la industria, y sus sueldos son inferiores a los correspondientes masculinos.” Diario La Razón, 9/1/1919, 4ª edición.

Hacía varios meses que los sectores conservadores habían entrado en una situación de miedo provocado por el triunfo de la revolución de Octubre. Por ello las huelgas en defensa de las reivindicaciones obreras se las difunde como una revolución social. Es así como ante lo que consideraban la debilidad del gobierno de Yrigoyen alentaron la formación de grupos paramilitares como “Orden Social” y la “Guardia Blanca” que salían a reprimir a los obreros que consideraban “subversivos”. Para centralizar una fuerza represiva civil el contraalmirante Manuel Domecq García (Este es un pariente lejano del escritor Juan Forn, cuya historia constituye un secreto de su familia que la hace pública en la excelente novela María Domecq) convoca en el Centro Naval a representantes del Jockey Club, Círculo de Armas, Club El Progreso, Yacht Club, Círculo Militar, Damas Patricias y los obispos Piaggio y De Andrea. Este selecto grupo hace una proclama y crea la Liga Patriótica Argentina que es presidida por el radical Manuel Carlés. Días después llenan la ciudad de carteles (propaganda que no era común en esa época) con diferentes lemas: “Fuera los extranjeros”, “Guerra al anarquismo”, “Mueran los judíos”. El antisemitismo estaba arraigado en los sectores de poder que veían en los judíos a los “rusos” que querían imponer el socialismo en nuestro país. La denominación de “rusos” en lugar de judíos se había transformado en un lugar común, mucho más cuando la colonia de agricultores judíos de Moisés Ville (los famosos gauchos judíos) en la provincia de Santa Fe apoyó públicamente el triunfo de la revolución de Octubre.

Los primeros asesinatos de obreros fueron realizados por el ejército y la policía en la fábrica metalúrgica de Pedro Vasena e Hijos; cuando los obreros estaban en la puerta de la empresa, impunemente se les disparó provocando decenas de muertos.

Durante mucho tiempo se intentó ocultar lo ocurrido durante la Semana Trágica, en especial la circunstancia que se haya realizado un pogrom en Buenos Aires

“Cámara de diputados de La Nación. Primera sesión extraordinaria (Fragmentos de debates) Mario Bravo (diputado socialista): Voy a referirme con toda brevedad a los hechos que han sucedido en la tarde de ayer en la Av. Alcorta. (…) A mi juicio, y al de los testigos presenciales, ha asumido las proporciones de un verdadero fusilamiento colectivo. ¡Tropas del cuerpo de bomberos, de la guardia de seguridad de caballería, hombres armados por la casa Vasena, han hecho fuego durante horas, parapetados en la azotea de la escuela del barrio, desde las ventanas, y cuerpo a tierra en la Av. Alcorta, sobre las casas ubicadas en el costado derecho de la misma calle! Las consecuencias están registradas en las mismas versiones oficiales: 4 muertos y 20 heridos, hasta hoy identificados; según mis informes particulares, los heridos llegarían a 30. (…)” Diario de Sesiones, Buenos Aires, 8/1/1919.

Al otro día en la manifestación que acompañaba el entierro, nuevamente se produjeron diferentes tiroteos que causaron numerosos muertos entre los manifestantes. Además, las movilizaciones se fueron extendiendo a otras provincias como Córdoba, Buenos Aires, Santiago del Estero, Salta, Santa Fe. Luego de estos hechos el general Dellepiane dio vía libre para que los “civiles” salieran a la “caza” de los “subversivos maximalistas”, como se decía en esa época, y a los inmigrantes que no respetaban el “sentimiento de la argentinidad”. Conformados por “niños bien” de la derecha radical, católicos conservadores y antisemitas de la Liga Patriótica salieron armados en autos a matar a obreros, en especial a los “rusos comunistas”. Asaltaron los locales de Ecuador 359 y 645 donde funcionaban los centros de obreros panaderos y de los peleteros judíos; en la avenida Pueyrredón fueron atacados la Asociación Teatral Judía y otros comercios del barrio de Once y Villa Crespo. Los que caminaban por la calle eran golpeados mientras la policía observaba pasivamente; en la esquina de Junín y Corrientes el vicario de la Armada monseñor Dionisio Napal predicaba ante una multitud que los “judíos eran traidores y chupasangre” y caracterizó al socialismo como “una enfermedad judía.” Así comenzó el primer y único pogrom (este es un viejo vocablo ruso que significa “matanza de judíos”) de América Latina que se extendió entre el 7 y 14 de enero de 1919. Las instituciones de la comunidad judía difundieron un afiche que fue fijado en las paredes de la ciudad de Buenos Aires y publicado en diferentes diarios. El texto habla en nombre de 150.000 judíos y fue firmado por la Federación Sionista, las organizaciones religiosas, sociedades de beneficencia, el Comité Central por las Víctimas Judías de la guerra, distintos centros culturales y por la Juventud Israelita. Allí se denuncia la masacre y se pide justicia.

El 10 de enero el redactor Pinie Wald del diario Di Presse, escrito en idish, es detenido por fuerzas policiales. Wald había nacido en Polonia donde desde muy joven militaba en el Bund (movimiento internacional socialista judío). Cuando llegó a la Argentina trabajó como carpintero y organizó centros culturales y el diario Der Avangard vinculado al partido socialista. Lo acusaban de ser el jefe de un soviet que pretendía instaurar una República Soviética en la Argentina. Este absurdo era sostenido por los grandes diarios del poder. Durante varios días fue torturado en la comisaría séptima de la calle Lavalle; es liberado gracias a la continua movilización y a la gestión de abogados del partido socialista. Años después escribe una novela en idish que llama Koshmar (Pesadilla) donde relata algunos episodios de la Semana Trágica:

“Salvajes eran las manifestaciones de los ´niños bien´ de la Liga Patriótica, que marchaban pidiendo la muerte de los maximalistas, los judíos y demás extranjeros. Refinados, sádicos, torturaban y programaban orgías. Un judío fue detenido y luego de los primeros golpes comenzó a brotar un chorro de sangre de su boca. Acto seguido le ordenan cantar el Himno Nacional y, como no lo sabía porque recién había llegado al país, lo liquidaron en el acto. No seleccionaban: pegaban y mataban a todos los barbudos que parecían judíos y encontraban a mano. Así pescaron a un transeúnte: ´Gritá que sos un maximalista´. ´No soy´, suplicó. Un minuto después yacía tendido en el suelo en el charco de su propia sangre.”

Esta novela quedo silenciada durante décadas hasta que en 1987 fue traducida al castellano y publicada en una colección dirigida por Ricardo Feirstein. Luego la reeditó Pedro Orgambide quién dice que el texto anticipa la técnica de la Real Fiction de Truman Capote y Rodolfo Walsh.

Otro periodista, José Mendelsohn dio su testimonio de esos días en Di Idishe Tzaitung relatando las brutalidades que se cometieron:

En la actualidad nos atraviesan nuevos paradigmas que generan otras formas de subjetivación. Sin embargo, los conflictos de clase, de género y de generación continúan, pero adquieren las formas propias de nuestra época

“Les tiraban de las barbas, de sus grises y encanecidas barbas, y cuando ya no podían correr al ritmo de los caballos, su piel se desgarraba raspando contra los adoquines, mientras los sables y los látigos de los hombres de a caballo caían y golpeaban intermitentemente sobre sus cuerpos…” En otro momento menciona como“aparecieron dos policías montados, al caballo de uno de ellos estaba atado a una larga cuerda un judío, que se arrastraba por el empedrado dejando tras de sí un ancho y rojo rastro sobre las piedras. Se podía escuchar sus últimos quejidos moribundo…”

Mientras la policía, el ejército y los “civiles” mataban impunemente, los diarios del poder hablaban de “guerra y enfrentamientos” para justificar estos asesinatos. Por lo contrario, el diario socialista La Vanguardia rechazaba esta afirmación:

“No ha habido tal combate entre los huelguistas y las fuerzas policiales, sino una cobarde y criminal asechanza tendiente a sofocar la huelga por el terror.”

El diario anarquista La Protesta era más enfático:

Que una simple huelga general, de protesta y solidaridad, se haya transformado, por obra y gracia de la prensa tendenciosa en una revolución maximalista, se debe precisamente, a las groseras especulaciones de esos capitalistas, a la política funesta de los acaparadores y agentes de la bolsa, que quisieron aumentar sus capitales al amparo de una anormalidad provocada y al mismo tiempo obligar al Gobierno a que tomara medidas represivas contra las organizaciones obreras, ya que éstas con su resistencia, malogran los propósitos egoístas de los que trafican con los frutos del país.” 21/1/1919.

Pretender una supuesta “memoria completa” está al servicio del negacionismo

Nunca se pudo establecer el número exacto de muertos. Muchos de ellos fueron incinerados por las propias fuerzas represivas para ocultar su identidad. Se calcula alrededor de mil víctimas fatales y cuatro mil heridos. Los archivos diplomáticos de los EEUU dan la cifra de 1356 muertos y 5.000 heridos. Un informe de la Comunidad Israelita ante el Ministerio del Interior precisa que “hubo alrededor de 180 muertos de la comunidad judía.” Durante mucho tiempo se intentó ocultar lo ocurrido, en especial la circunstancia que se haya realizado un pogrom en Buenos Aires. Es interesante señalar que en esa época un joven teniente llamado Juan Domingo Perón participó en el área de logística de las fuerzas armadas (como lo dijo a posteriori en varias oportunidades). Nunca se imaginó que en 1955 monseñor De Andrea, que había sido uno de los fundadores de la Liga Patriótica, iba a bendecir los aviones de la marina que, con el lema “Cristo vence” escrito en sus fuselajes, repetirían otra masacre en el bombardeo a la Plaza de Mayo.

 

El Luna Park en 1938: el acto nazi más importante fuera de Alemania

El 10 de abril de 1938 volvemos a estar en el podio de la derecha. Esta vez es en el Luna Park donde se realizó el acto nazi más importante fuera de Alemania. Si bien las fotos durante mucho tiempo fueron muy poco divulgadas en nuestro país, cuando en la actualidad las observamos resultan impactantes; es difícil creer que esa actividad se realizó en Buenos Aires. Ese día es el festejo del Anchluss, es decir, la anexión de Austria por parte de la Alemania de Hitler. Los embajadores de Alemania y de Austria junto a otras organizaciones fascistas realizan esta actividad en la que participan 20.000 personas. Recordemos que en esa época se calcula que 70.000 argentinos eran afiliados al partido Nacionalsocialista de Alemania en la Argentina. Según cuentan las crónicas de los diarios de esa época el Luna Park abrió a las 10 de la mañana cuando comenzó a llegar “un público numeroso y entusiasta.” En formación y portando banderas entraron las delegaciones alemanas y austríacas que se ubicaban en el centro del estadio. Al frente había dos enormes banderas de Argentina y Alemania con la cruz esvástica en el medio; carteles con la inscripción Heil Führer y, escrito en alemán, “Un pueblo, una nación, un conductor.” Continuaba la crónica que“miembros del partido nazi que vestían camisas pardas y llevaban brazaletes con la cruz esvástica tuvieron a cargo la ubicación del público.” El orden era militar y “las arengas del agregado comercial de la embajada de Alemania, Erich Otto Meymen se respondían con el grito ´heil führer´ saludando con el brazo en alto.” Las características del acto fue muy bien descrita por los periodistas Guido Carelli Lynch y Juan Manuel Bordón en el libro Luna Park: el estadio del pueblo, el ring del poder. Allí dicen: “También se lanzaban vivas por el ansiado Anchluss y el Gran Reich...La juventud fascista que formaba parte de la Alianza de la Juventud Nacionalista, también fue de la partida y se distinguía por sus camisas grises y cinturones Sam Browne. Las principales autoridades alemanas en el país y los referentes de toda la colectividad dijeron presente. También hubo personalidades de la política local…” Y agregan “a las diez y media en punto, un clarín resonó en el enorme recinto e interrumpió a la orquesta que interpretaba marchas patrióticas alemanas. Indicaba el comienzo formal del acto.” Fue tal la importancia de la reunión que el propio Hitler mandó un telegrama de felicitación a las autoridades que lo organizaron.

A pocas cuadras en la Plaza San Martín la Federación Universitaria Argentina (FUA) intentó llevar adelante un acto de desagravio que fue violentamente reprimido, terminó con dos muertos y numerosos heridos. Días después el presidente Roberto Ortiz creó una comisión especial para investigar las actividades “ilícitas de organizaciones extranjeras” y decretó la disolución del partido nacionalsocialista. El vínculo de los nazis con los sectores de poder continuó luego de la caída de Hitler. Si bien, es un lugar común relacionar el arribo de los nazis con el gobierno de Perón, debemos señalar que ya había un vínculo antes de Perón y luego, cuando fue derrocado en 1955, ya que los nazis siguieron viviendo con absoluta tranquilidad durante las décadas de los ´60 y ´70; no tuvieron ningún problema con los diferentes gobiernos ni con la policía ni con los militares argentinos.

 

La dictadura Cívico-Militar de 1976: los campos de concentración-exterminio

El 24 de marzo de 1976, luego de un golpe militar, asumió el gobierno una Junta integrada por el teniente general Jorge Rafael Videla, el almirante Emilio Eduardo Massera y el brigadier Orlando Ramón Agosti.

Es necesario generar espacios de encuentro con el otro que permitan procesos de subjetivación colectiva

El objetivo del golpe cívico-militar fue institucionalizar el poder de la gran burguesía y el capital financiero para incorporar a la Argentina en el proceso de mundialización capitalista. Es decir, su objetivo era político y no militar, ya que durante el gobierno de Perón y luego de Isabel Martínez de Perón las Fuerzas Armadas, con el accionar de bandas paramilitares como la Alianza Anticomunista Argentina (AAA), habían logrado el control de la represión contra las organizaciones guerrilleras, las cuales se encontraban derrotadas políticamente y fuertemente debilitadas. Para llevar adelante esta política era necesario lograr el disciplinamiento del movimiento social a través del terror. El nuevo régimen recibió apoyos significativos desde diferentes estructuras de poder, tanto nacionales como internacionales.

Lo que queremos destacar es que entre 1976 y 1982 funcionaron 340 campos de concentración-exterminio en 11 de las 23 provincias argentinas, negados por las Fuerzas Armadas que los denominaba Lugar de Reunión de Detenidos (LRD). Cinco grandes campos de concentración conformaban el centro del sistema represivo de los militares: El Vesubio y Campo de Mayo en las afueras de Buenos Aires, la ESMA y Club Atlético en la Ciudad de Buenos Aires y la Perla en Córdoba. El Vesubio había sido creado durante el gobierno de Isabel Perón. El general Suárez Mason controlaba sus actividades. En sus paredes había esvásticas pintadas y las peores brutalidades se reservaban a los prisioneros judíos.

Podemos estimar que en los campos de concentración-exterminio pasaron entre 15.000 y 20.000 personas, de las cuales el 90% fueron asesinadas. La Comisión Nacional sobre la Desaparición de Personas (CONADEP) recibió 8960 denuncias. Como el número exacto todavía no se sabe, las organizaciones de Derechos Humanos, como las Madres de Plaza de Mayo, suponen la cantidad de 30.000 desapariciones.

En estas instituciones totales se encerraba a los detenidos para iniciar un proceso de destrucción de su condición humana en la lógica característica de los campos de concentración-exterminio; llamarlos Centros de Detención Clandestinos resulta más aceptable que llamarlos campos de concentración-exterminio ya que nos lleva a preguntarnos ¿cómo se generó semejante barbarie? Y, aún más, ¿cuáles fueron sus efectos en la subjetividad? En este sentido pretender una supuesta “memoria completa” está al servicio del negacionismo. Los campos de concentración-exterminio mostraban la cara oculta de una sociedad sometida a la arbitrariedad del poder donde la subjetividad atravesada por ese estado de excepción sólo podía generar miedo.

Es necesario generar... procesos de subjetivación que posibiliten construir una esperanza de que un mundo mejor es posible: no un mundo de lo posible, sino lo posible como potencia radical de transformación

 

Algunas conclusiones

No creo que todo vaya a ir bien, pero sí
que la idea que todo irá bien significa algo muy decisivo

Max Horkheimer,
Diálogos de Hacia un nuevo humanismo

A un siglo de la Semana Trágica de 1919 debemos reconocer que el mundo ha tenido profundas modificaciones. En la actualidad nos atraviesan nuevos paradigmas que generan otras formas de subjetivación. Sin embargo, los conflictos de clase, de género y de generación continúan, pero adquieren las formas propias de nuestra época. Como dice Helmut Dahmer: “Mientras la dominación de las relaciones sociales fosilizadas sobre los seres humanos vivos no sea vencida; mientras el desnivel, tanto nacional como internacional, entre pobres y ricos sea tan enorme como en la sociedad clasista existente; mientras un quinto de la humanidad viva en paraísos terrenales y otro quinto en un infierno en la tierra; mientras ruja la lucha por la supervivencia y por una chispa de buena vida, existirá la necesidad de crear privilegios de modo real o imaginario y de su complemento, la necesidad de exclusión social. Mientras todo eso exista el dispositivo judeo-xenófobo seguirá siendo tan atractivo como una droga.” Aunque en la actualidad siguen existiendo formas de antisemitismo, éste se desplaza hacia otras minorías; en especial los extranjeros pobres. De allí la importancia de una memoria crítica. De una memoria que ponga en evidencia un poder hegemónico donde la mentira -hoy se la denomina posverdad- y el miedo, ante un futuro en el que predomina la incertidumbre, constituyen el sostén del sometimiento. Por ello es necesario generar espacios de encuentro con el otro que permitan procesos de subjetivación colectiva. Es decir, procesos de subjetivación que posibiliten construir una esperanza de que un mundo mejor es posible: no un mundo de lo posible, sino lo posible como potencia radical de transformación.

Bibliografía

AAVV, Número dedicado a los “Nazis en la Argentina”, Legado, revista del Archivo General de la Nación de la República Argentina, publicación digital N°7, octubre de 2017.

Besoky, Juan Luis, “En la patria de Perón, ni judío ni masón. Aproximaciones a la cultura política de la derecha política en los años setenta.” Revista Historia e Cultura, año 5, N° 3, 2016, Italia.

Carpintero, Enrique, “Los nuevos modos del fascismo en las democracias occidentales” revista Topía N° 85, abril de 2019.

---------- “Memoria y transmisión”, Revista Topía N° 84, noviembre de 2018.

---------- “La institucionalización de los campos de concentración-exterminio”, Revista Topía N° 72, noviembre de 2005.

Carpintero, Enrique y Vainer, Alejandro, Las huellas de la Memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la argentina de los ’60 y ’70. Tomo I 1957-1969 (2004), Tomo II 1970-1983 (2005), editorial Topía, Buenos Aires, segunda edición ampliada, 2018.

Dahmer, Helmut, “El dispositivo antisemita”, RevistaTopía N°85, abril de 2019.

Efrom, Gustavo y Brenman, Darío, “El impacto del nazismo en los medios gráficos argentinos”, Centro de Estudios de Historia Política, Universidad Nacional de General San Martín en http://www.unsam.edu.ar/escuelas/politica/centro_historia_politica/mater...

Larrea, Agustina, “Esvásticas, cánticos a Hitler, ‘souvenirs’ y dos muertos: a 80 años de la impactante celebración nazi en el Luna Park” en https://www.infobae.com/sociedad/2018/04/22/esvasticas-canticos-a-hitler...

Moskovicz, Julio “La Semana Trágica en el Río de la Plata. El azote a judíos” en https://m.monografias.com/trabajos99/semana-tragica-rio-plata-azote-judi...

Schiller, Herman, “1919: matanza de obreros, pogrom en el Once y el papel de Juan Domingo Perón.” En Izquierda Diario, 19 de febrero 2016.

Seibel, Beatriz, Crónicas de la semana trágica. Enero de 1919, editorial Corregidor, Buenos Aires, 1999.

Sneh, Perla, “Pesadilla de Pinie Wald. Silencio y transmisión.” En Koshmar (Pesadilla), Astier libros, Buenos Aires, 2019.

Solominsky, Naún, La semana trágica en la Argentina, editorial Ejecutivo sudamericano del Congreso Judío Mundial, Buenos Aires, 1971.

Wald, Pinie, Koshmar (Pesadilla), Astier libros, Buenos Aires, 2019.

Nota

1. “Debemos reconocer que el fascismo está de regreso. Con esta afirmación consideramos los modos del fascismo en las democracias occidentales que en la actualidad no reproducen aquel que existió luego de la primera guerra mundial. Designamos con el término “modos del fascismo” al ascenso de las derechas radicales en diferentes partes de Europa y América. Un rasgo común, desde los movimientos neonazis a los diferentes partidos de la derecha, es la xenofobia y la defensa de formas autoritarias. Creemos que no es posible asimilar las características disímiles de todos estos grupos con una palabra como “posfascismo” o “neofascismo” ya que su particularidad es responder desde el fascismo de las diferencias a la crisis que genera el capitalismo tardío; pero no para superarlo, como en los fascismos clásicos, sino para afirmar las mismas condiciones de sometimiento” Carpintero, Enrique, “Los nuevos modos del fascismo en las democracias occidentales” revista Topía N° 85, abril de 2019.

 

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Superar el manicomio (2da edición)

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Salud mental y atención psicosocial
Paulo Amarante

Segunda edición corregida y aumentada

Bien­ve­ni­do Pau­lo, una vez más, a nues­tro idio­ma. Es­te tex­to con­tri­bu­ye a for­ta­le­cer los vín­cu­los con el pen­sa­mien­to en sa­lud co­lec­ti­va de Bra­sil, cu­ya ori­gi­na­li­dad y po­ten­cia nos es tan va­lio­sa. Des­de el La­bo­ra­to­rio de Es­tu­dos e Pes­qui­sa em Saú­de Men­tal (LAPS) de la Es­co­la Na­cio­nal de Saú­de Pú­bli­ca, Fun­da­çâo Os­wal­do Cruz en Río de Ja­nei­ro, Pau­lo Ama­ran­te y un gru­po de co­le­gas de­sa­rro­llan teo­rías y pro­mue­ven prác­ti­cas trans­for­ma­do­ras, apor­tan­do a  la con­cre­ción del en­la­ce en­tre sa­lud men­tal y de­re­chos hu­ma­nos en el con­tex­to de la uni­ver­sa­li­za­ción del de­re­cho a la sa­lud en Bra­sil. Se tra­ta de una pro­duc­ción que aú­na de­sa­rro­llo teó­ri­co, téc­ni­co y de­ci­sión po­lí­ti­ca, y que en­cuen­tra no po­cas re­sis­ten­cias a la par que con­vo­ca alian­zas y so­li­da­ri­da­des.

En Bra­sil, el mo­vi­mien­to de sa­lud co­lec­ti­va lo­gró una ar­ti­cu­la­ción in­no­va­do­ra en­tre pro­duc­ción teó­ri­ca mul­ti­fa­cé­ti­ca e in­ter­dis­ci­pli­na­ria -de no­ta­ble ri­gor aca­dé­mi­co- y el de­sa­rro­llo de prác­ti­cas po­lí­ti­co sec­to­ria­les trans­ver­sa­les. Fue pro­duc­to de es­te pro­ce­so el re­co­no­ci­mien­to de la sa­lud co­mo de­re­cho en la re­for­ma cons­ti­tu­cio­nal de 1988. A su vez, es­te fue el pun­to de par­ti­da del de­sa­rro­llo del Sis­te­ma Úni­co de Sa­lud (SUS). Así, Bra­sil fue el país del sub­con­ti­nen­te que, con la re­for­ma en los ‘90, ten­dió a la ge­ne­ra­ción de un sis­te­ma uni­fi­ca­do y uni­ver­sa­lis­ta, mien­tras en otros -tal el ca­so de Ar­gen­ti­na- se pro­fun­di­za­ba la bre­cha de ine­qui­dad en el ac­ce­so y po­si­bi­li­da­des de asis­ten­cia, en el con­tex­to de una re­for­ma ba­sa­da en la ló­gi­ca de mer­ca­do.

Del Pró­lo­go de Ali­cia Stol­ki­ner

Paulo Amarante

Mé­di­co, con maes­tría en Me­di­ci­na So­cial por el Ins­ti­tu­to de Me­di­ci­na So­cial de la Uni­ver­si­dad del Es­ta­do de Río de Ja­nei­ro (IM­S/Uerj), Doc­tor en Sa­lud Pú­bli­ca por la Es­cue­la Na­cio­nal de Sa­lud Pú­bli­ca Ser­gio Arou­ca, de la Fun­da­ción Os­wal­do Cruz (Enesp­/Fio­cruz), Río de Ja­nei­ro, con pa­san­tía de doc­to­ra­do en Tris­te (Ita­lia) y doc­tor ho­no­ris cau­sa de la Uni­ver­si­dad Po­pu­lar de Ma­dres de Pla­za de Ma­yo; In­ves­ti­ga­dor Ti­tu­lar del La­bo­ra­tó­rio de Es­tu­dos e Pes­qui­sasem Saú­de Men­tal e Aten­ção Psi­cos­so­cial  (Lap­s/Ensp­/Fio­cruz), Río de Ja­nei­ro, Bra­sil. Edi­tor de la re­vis­ta Saú­de em De­ba­te, del Cen­tro Bra­si­le­ño de Es­tu­dios de la Sa­lud (Ce­bes) y coor­di­na­dor del gru­po de Tra­ba­jo de Sa­lud Men­tal de la Aso­cia­ción Bra­si­le­ña de Sa­lud Co­lec­ti­va (Abras­co).

 

Tapa del libro Superar el manicomio (2da edición) de Paulo Amarante
ISBN: 
9789874025357
Fecha de Edicion: 
Septiembre / 2019
$400,00 

Atrapado en la locura

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De enfermero a paciente en un manicomio en Brasil
Daniel Navarro Sonim
Walter Farías

Un libro narrado como una novela biográfica que es un potente instrumento crítico del manicomio. 
Su lectura nos ayuda a percibir crudamente la violencia y el aislamiento; la exclusión y violación de los Derechos Humanos en estas instituciones.


En esta narrativa hecha a cuatro manos, el periodista Daniel Navarro Sonim reúne, a partir de manuscritos y entrevistas, las memorias de Walter Farías que, en la década del ‘70, pasó de ser un auxiliar de enfermería a ser paciente de una de las instituciones psiquiátricas más grandes de Brasil: el Complexo Psiquiátrico do Juquery (Complejo Psiquiátrico del Juquery), en Franco da Rocha, región Metropolitana de San Pablo, Brasil.

Cuando ya estaba habituado a lidiar con los pacientes del Hospital Psiquiátrico, Walter es transferido al Manicomio Judicial, donde desde el primer día pasa a tener la sensación de vivir cercado por detenidos de un presidio.

La rutina del Manicomio Judicial lo llevó a abandonar su bata blanca para transformarse en un paciente más del lugar que albergó, según cifras oficiales, casi el doble de las 9 mil personas que podía alojar.

En la visión de Walter, la gente piensa que él se tornó raro después de haber convivido durante siete años con enfermos mentales. Él, sin embargo, insiste en que esa gente ni se imagina cuáles son los verdaderos límites de la locura. ¿O acaso será que la mente humana tiene límites?

Cómo dice Paulo Amarante “Este libro se une a otras obras clásicas que contribuyeron y siguen contribuyendo aún hoy para que podamos conocer la realidad de las instituciones totales como las denominó Erving Goffman, o disciplinares, en palabras de Michel Foucault, o instituciones de la violencia, como prefiere llamarlas Franco Basaglia.

Es una herramienta de lucha y transformación de la forma con la que una sociedad trata a las personas con diagnóstico psiquiátrico y que, por causa de ello, son aisladas y discriminadas.

¡Ojalá usted, lector, saque provecho de este libro!”

Tapa del libro "Atrapado en la locura" de Daniel Navarro Sonim y Walter Farías
ISBN: 
9789874025364
Fecha de Edicion: 
Septiembre / 2019
$580,00 

Un hacha clavada en el mar congelado de la vida

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Acerca del libro “Cantos Oscuros, Días Crueles” de Vicente Zito Lema

Cantos oscuros, días crueles de Vicente Zito Lema hiere las conciencias en tiempos de penurias e indiferencias: “Abriendo un tajo de negrura en la ciudad…”.

 

La lectura de este libro, tras cada mordedura, nos vuelve más sensibles: “Esas miradas sin sepulturas…implacables”.

 

Se trata de un texto que muerde y lastima: “Cae una sustancia insípida, inodora, sin enconos ni piedad…”.

Una poética que nos despierta de un puñetazo en la cabeza: “La ciudad tiene colmada la garganta de cenizas”.

Vicente Zito Lema quiere, pero no puede, darnos una escritura que nos haga felices: “Surge un cartel de frontera en la ciudad: ‘Pobres, de aquí no pasan’”.

Felicidades crujen en hervideros de tristezas indoblegables.

Cantos oscuros, sin embargo, rescata bellezas en los tiempos crueles.

Zito Lema suele citar a Vincent van Gogh para decir: “los poderosos ya han robado todo, no debemos dejarles la belleza”.

Propone una belleza que deserta de la completa perfección de la belleza de los tiempos ilustrados. Impulsa una “belleza no bella”.

Proposición (una belleza no bella) que discute con la idea de lo sublime en Kant.

Una belleza corrosiva y exasperada.

Una reserva poética para tiempos venideros que cree y no deja de creer que el bien siempre será bello aún cuando se retuerza en callejones hedientos de sensibilidades arrojadas a la pobreza.

Una belleza que bebe en los pliegues atroces de los días: “En la calle, sobre un piso de frazadas orinadas, harán lo suyo…”.

 

Esta escritura tiene -para sensibilidades que se le animan- el efecto de una desgracia dolorosa: “Bien se sabe (y costó sangre): la tierra da vueltas…”.

Una poética, por momentos, absorta, pasmada, que mira con estupor desastres de la civilización.

 

Vicente Zito Lema escribe sorbiendo muertes.

Muertes de quienes viven luchando.

Siente cada una de esas muertes como lastimaduras que le duelen más que su propia vida: “Quizás sea un diamante, o lo que queda de un pájaro en la boca del gato gris que pasa…”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como himno a la vida.

Vicente sostiene que “lo que pasó, nos pasa”. Y eso que pasa muchas veces se presenta insoportable.

Pasajes por sensibilidades excedidas que admiten diferentes modos y formas.

Sensibilidades diseminadas que pululan clasificadas como aguas, fuegos, aires, tierras; o también como minerales, vegetales, animales; o también como lunas, soles y otras estrellas.

Entre las sensibilidades que respiran, se mueven, comen, están las que hablan y sueñan.

Estas últimas abusan de las separaciones y las distancias. Se dividen y se agrupan, copulan y se matan, se dominan y veneran.

Se separan hasta tal punto que componen ficciones que no saben qué sienten las otras ficciones.

Pero, ¿se podrían suprimir las particiones?

Sin esas separaciones las sensibilidades que saben que sienten, estallarían sintiendo todo el dolor  de lo vivo.

“¡Vaya ciudad! Nadie saca a pasear su corazón porque revienta…”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como un libro escrito en los destierros del insomnio: “Tal vez algún monstruo en la casa de gobierno alabe la muerte con algo más de ingenio…Por ejemplo: un abrazo al que asesina por la espalda”.

Las sensibilidades que habitan estas páginas saben de muertes a cuchilladas, muertes a tiros, muertes por merca con vidrio molido, muertes así: que “…el cuerpo paga…”.

 

Zito Lema vibra como una antena que contornea las curvas suicidas de la civilización: “Esa soledad de la muerte sólo existe en la soledad de los vivos”.

 

Se lee en este libro que Aristóteles pensaba a los pobres como animales sin alma, criaturas feas y sucias que odiaban el trabajo y que nacieron para vivir esclavos.

Vicente Zito Lema alguna vez escribió que llamamos alma a “un infinito silencio que se afina”.

Pocas sensibilidades, como la suya, conocemos con un oído capaz de escuchar las notas de ese silencio:

“¡Que caiga toda la lluvia del mundo y alivie de una vez el tufo de los cadáveres! La ciudad lo sabe y lo teme: ¡La memoria es peor que la muerte!”.

 

La escritura de Vicente es como un hacha clavada en el mar congelado de la vida: “Esta ciudad no se detiene para dar su mano al cuerpo caído”.

 

Se lee en este libro: “La ciudad no cuida sus sueños”.

La vida de todos los días se compone también con los sueños tanto como los sueños se componen con la vida de todos los días y la historia.

Esta poética narra esas composiciones desquiciadas: “No hay pausa ni alivio en los delirios”.

 

Poesía, muerte, locura, se entrelazan en la estética de Vicente Zito Lema desde siempre:

“En la última cama del manicomio de la ciudad el hombre viejo que sueña, se despierta, solloza y grita: ¡Veo los cuerpos! ¡Veo los cuerpos! ¡Los tiraron desde un avión! ¡Veo las aguas! ¡Los cuerpos son bagres!”.

 

Cantos oscuros, días crueles se ofrece como el libro que necesitábamos. Una escritura que Kafka abogó en la primera década del siglo veinte:

A los diecinueve años, escribe el autor nacido en Praga una carta a su amigo Oskar Pollak en la que dice:

“Hace bien a la conciencia recibir heridas, así se vuelve más sensible a cada mordedura. Pienso que solo deberíamos leer libros que nos muerdan y nos lastimen. Si el libro que estamos leyendo no nos despierta de un puñetazo en la cabeza, ¿para qué leer? ¿Para qué nos haga felices, como tú escribes? Dios mío, también podríamos ser felices sin tener libros y, dado el caso, hasta podríamos escribir los libros que nos hicieran felices. Sin embargo, necesitamos libros que tengan sobre nosotros el efecto de una desgracia dolorosa, como la muerte de alguien al que queríamos más que a nosotros, como un destierro en bosques alejados de todo ser humano, como un suicidio; un libro ha de ser un hacha para clavarla en el mar congelado en el que vivimos. Eso creo yo”.

Cantos oscuros, días crueles destella como esos libros que quería Kafka: necesario, filoso, urgente. Porque como piensa Zito Lema nos queda “la rebeldía o la terrible cloaca de la demencia”.

Cuenta Eduardo Galeano que en 1971, el último día de la huelga de hambre por los presos políticos de entonces, en Villa Lugano, Vicente se alzó en la tribuna para hablar ante una multitud de furias soñadoras. Comenzó haciendo una caracterización política de ese momento, pero pronto -inspirado- siguió hablando del amor y sobre qué bella es la vida. Compañeras y compañeros, desde abajo, le hacían señas para que encarrilara, pero no hubo manera de pararlo.

Y, desde ese día, no se detuvo nunca el milagro.

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De la interpretación a la vivencia.

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Propuesta de un cambio epistemológico para un cambio psíquico

La cuestión del cambio psíquico y su abordaje

¿Cuál es la naturaleza del “cambio psíquico” (CP)? ¿Cuál es su sustrato? ¿Qué factores influyen en los mecanismos subyacentes al CP? ¿Qué cualidades hacen del CP una propuesta terapéutica? Responder a estas preguntas entraña una complejidad casi paradójica dada la aparente claridad con la que se conciben los elementos esenciales del cuidado en salud mental: el terapeuta y el paciente interaccionando en un determinado contexto (Peplau, 1952). Asimismo, también resulta casi una obviedad decir que el sentido del trabajo en salud mental lo da precisamente la posibilidad de desencadenar dicho CP, que se espera revierta en disminuir el sufrimiento. No obstante, bajo estas asunciones surgen las dudas y el espacio para la teorización sobre qué conforma el CP, dónde reside su importancia y cuál es su mecanismo subyacente.

La búsqueda de respuestas a estas cuestiones ha dado lugar a varios intentos explicativos, y así diferentes esquemas teóricos plantean respectivas hipótesis sobre los criterios de funcionamiento y objetivos terapéuticos relacionados con el CP (Maladesky, 2002). Sin ánimo de realizar una revisión exhaustiva de los diferentes planteamientos sobre el CP, tomaremos como referencia inicial la perspectiva psicoanalítica freudiana, lamentando presentar una sobresimplicación de la misma por motivos de economía argumentativa. Así, el abordaje freudiano concibe el CP como una ampliación del conocimiento de sí consecuencia de hacer consciente lo inconsciente mediante un proceso de elaboración que trata de buscar la verdad sobre uno mismo (Freud, 1976). Por lo tanto, para Freud el CP tiene una naturaleza intelectual cuyo sustrato es la propia psique; parte de un saber teórico que permite al terapeuta interpretar la narración del paciente sobre su experiencia interior, devolviéndole a su vez una información que desconoce, pero que le pertenece (Etchegoyen, 1986).

Al igual que ocurría con las diferentes perspectivas sobre el CP, el planteamiento de la interpretación como su método para abordarlo también adquiere matices diferentes según escuelas y autores. Manteniendo como referente el abordaje freudiano, los criterios de la interpretación han evolucionado desde un/a terapeuta “erudito” que “descifra” el contenido de las asociaciones libres, a un/a terapeuta “espejo” que “refleja” lo que aporta el paciente sobre los mecanismos de represión-transferencia desencadenados en la relación con el terapeuta (Langer, 1957). En ambos abordajes el papel del terapeuta consiste en pensar e interpretar para él mismo y para el paciente haciendo del análisis un proceso bidireccional, aunque no recíproco, que asume la individualidad de las mentes en relación, así como la intelectualidad del contenido intercambiado.

Concretando lo planteado hasta ahora podemos enunciar que la perspectiva freudiana atribuye al CP una ontología informativa o saber teórico sobre la propia realidad intrapsíquica de la cual se desconoce que se conoce, de forma que para reapropiarse de ella ha de pasar del inconsciente al consciente mediante el insight, ampliando de este modo el conocimiento de sí. Asimismo, el fundamento epistemológico del que parte el terapeuta para afrontar el CP es que puede conocer la mente del paciente al operar como receptor externo de la narración de su experiencia interior cuya significacióndesvela mediante un ejercicio hermenéutico basado en sus conocimientos teóricos incorporando su subjetividad (Perrés, 1998).

No obstante, a pesar del gran avance que supuso la propuesta psicoanalítica de Freud, diferentes autores posteriores han señalado las limitaciones de este abordaje, proponiendo planteamientos alternativos para poder superarlas. Una de las cuestiones que sigue abierta es si el insight es un proceso único y una condición sine qua non para que se dé un CP. Además, en el supuesto de esto fuera así, el insight seguiría estando limitado pues aún en caso de darse, no siempre genera cambios subjetivos (Spivacow, 2012). A esto hay que añadir la contrariedad que plantean los propios límites de la analizabilidad (Maladesky, 2002) al no poder acceder a aquel contenido psíquico no susceptible de ser elaborado mediante el proceso interpretativo. Del mismo modo, este enfoque tampoco permite abarcar el “the something more” (Stern et al., 1998) o los mecanismos intersubjetivos no interpretativos de cambio que ocurren en la relación terapéutica. Sin haber presentado una lista exhaustiva, estos ejemplos dan muestra de las limitaciones de la propuesta psicoanalítica freudiana para abarcar el CP en toda su complejidad y amplitud. No obstante, resulta paradójico que, a pesar de dichas limitaciones metodológicas, las dificultades del CP con frecuencia se ubiquen en el paciente mientras que su solución quede del lado del terapeuta. Esta comprensión del paciente como resistente al CP y del terapeuta como promotor del mismo genera un cisma entre ambos y nos sumerge en la contradicción de tratar de encontrar una solución que está fuera del problema. Esto se da incluso al incluir las sensaciones contratransferenciales como indicador para la interpretación (Langer, 1957), pues, aunque en este caso se reconozca que la experiencia del proceso terapéutico es bidireccional, el poder de interpretar sigue unilateralmente en manos del terapeuta.

A este respecto, Badaracco revisó las premisas del enfoque freudiano del CP planteando tres críticas fundamentales al mismo (García Badaracco, 1991a). En primer lugar, Badaracco no considera que el problema del CP sea un conflicto fijado intrapsíquicamente, si no que plantea una dificultad de “compartir” (emociones) (p. 12) por lo que el sustrato del CP no es intrapersonal si no interpersonal. De ahí que la dificultad del CP no esté ubicada sólo en el paciente, si no que debe “empezar por el analista” (p. 4) descentrando así el núcleo del proceso analítico del conflicto intrapsíquico al fenómeno transferencia-contratransferencia. En segundo lugar, Badaracco considera que la interpretación basada en conocimientos teóricos podría ser incluso contraproducente pues en lugar de abrir y agrandar el campo relacional puede incluso acortarlo y contraerlo. Para superar los obstáculos de la interpretación meramente teórica, Badaracco propone un terapeuta que más allá de desvelar significados se ofrezca a establecer un “vínculo” cuyo poder “transformador” (p. 7) yace en su potencial para “incluir emociones genuinas” (p. 12). Finalmente, el tercer aporte de Badaracco se refiere al fin último de este esfuerzo terapéutico que en lugar de buscar laverdadde sí mismo, trata de “rescatar el sí-mismo verdadero” que permita el “surgimiento de la espontaneidad” (p. 7). Por lo tanto, según Badaracco el CP surge cuando el paciente descubre no tanto un conocimiento de sí, si no que “puede emocionarse sin correr riesgos”, confianza que a su vez le permitirá superar la “dificultad de compartir emociones”. Cabe entonces suponer que el insight al que se refiere Badaracco no es intelectual si no afectivo, llegando a sugerir que “tal vez es el amor lo que cura” (p. 12).

Revisando lo propuesto hasta el momento, primeramente, se ha tomado como referente la perspectiva freudiana para establecer las premisas que sustentan la conceptualización y el abordaje del CP, identificando asimismo sus principales limitaciones todavía no resueltas. En un segundo punto, la propuesta de Badaracco ha permitido abordar estas cuestiones al sugerir un nuevo modo de conceptualizar y abordar el CP. Partiendo de este giro en la perspectiva sobre el CP, este trabajo tiene el fin de ahondar en la naturaleza del CP, así como en el modo de aproximarnos a su realidad. Para ello, propongo el doble objetivo de replantear a) la comprensión ontológica del CP así como b) su aproximación epistemológica sugiriendo lo siguiente: a) revisar la conceptualización del CP desde una teorización basada en la noción de persona como “mente relacional” (Bateson, 1976) constituida mediante la sucesión de “vivencias” (Ortega y Gasset, 1947) y b) proponer un cambio en la posición relativa de las mentes en relación, desde una asimetría entre “roles” hacia una simetría entre “personas”, apelando al enfoque fenomenológico de la razón poética de Zambrano (1939).

Freud comprende el CP como antagonista de la repetición atribuyéndole una naturaleza intelectual que yace en una estancia intrapsíquica.

 

Replanteamiento de la comprensión ontológica del cambio psíquico

Como se ha introducido previamente, Freud comprende el CP como antagonista de la repetición atribuyéndole una naturaleza intelectual que yace en una estancia intrapsíquica. Siendo el contenido del CP la toma de conciencia o un conocimientode sí, éste no se desencadena desde el propio sí mismo del paciente, si no que surge de la aportación externa (por parte del terapeuta) de nueva significación, desvelada mediante el ejercicio interpretativo en base a un saber teórico y la propia subjetividad (Perrés, 1998). De este modo, en el CP participan paciente y terapeuta como entidades diferenciadas y separadas entre sí, cuyo nexo de unión es el intercambio de contenido lingüístico aportado por el paciente y devuelto una vez elaborado por el terapeuta. Por lo tanto, paciente y terapeuta sondiferentes en tanto en cuanto adoptan funciones distintas durante el intercambio y estánseparados por el distanciamiento que la abstracción teórica establece al concebir e interpretar.

El cuestionamiento de Badaracco de este enfoque propone un giro en la aproximación al CP rotando de lo individual a lo relacional, de lo unilateral a lo compartido, de lo intelectual a lo afectivo. La radicalidad de esta rotación de perspectiva exige a su vez una revisión de la teorización que intenta explicar qué hay detrás del CP, de donde surge y qué entidades lo conforman. Tomando este punto de partida, el replanteamiento propuesto en esta sección pretende cambiar la ontología del CP basada en el conocimiento de sí, por una ontología basada en la vivencia de la reciprocidad. Para fundamentar esta propuesta es preciso aportar cimientos teóricos que sustenten las nociones de reciprocidad y vivencia.  

En relación a la noción de reciprocidad, cabe primeramente definir este término como “correspondencia mutua de una persona o cosa con otra” (RAE, 2014). Partir de esta definición complejiza la concepción de persona pues sugiere un ser no separado y diferenciado, si no un ser conectado sensiblemente con otro estando ambos inmersos en una misma dinámica cooperativa. De ahí que paciente y terapeuta ya no se conciban como entidades separadas, sino implicadas en una relación que requiere proximidad; una proximidad que es física, narrativa y moral (Malone, 2003). Asimismo, es importante matizar que esta proximidad no implica la fusión entre terapeuta y paciente, pues sus singularidades adyacentes se mantienen al delimitar sus fronteras, evitando levantar barreras de control (Thomas, 1997) que les impidan verse e interaccionar. No obstante, comprender a paciente y terapeuta como seres próximos es una premisa necesaria pero no suficiente para fundamentar la noción de reciprocidad. En este sentido, es preciso añadir un soporte teórico que aluda a lo que Badaracco describió como la oportunidad de establecer un “vínculo transformador” (p. 7). Para ello es particularmente útil acudir a la idea de mente relacional de Bateson (1976) que concibe el desarrollo del ser humano como un proceso de intercambio entre sujeto y entorno, estableciéndose un circuito de retroalimentación entre ambos de tal modo que puedan co-evolucionar y modificarse mutuamente. Cabe en este punto señalar que la cualidad de la mente de intercambiar tiene como causa primera su condición de “pseudomutualidad”, esto es, la necesidad de relacionarse con otros para formar una identidad propia (Wynne, 1958). Aunque no explicitado por estos autores, es relevante señalar que la mente relacional no es un ente abstracto, sino que está contenida y conformada por estructuras físicas sensitivas a través de las cuales se relaciona con su entorno; es decir, la mente relacional es una mente incorporada (Rosch, Thompson & Varela, 2017). Recapitulando, la noción de reciprocidad ha aportado premisas teóricas que cambian las características ontológicas de las entidades que conforman el CP (paciente y terapeuta), pasando de ser seres separados y diferentes, a ser seres próximos y mutuamente conformados; la reciprocidad por tanto permite reconceptualizar el CP como un fenómeno que no sólo ocurre en la mente del paciente gracias a la intervención del terapeuta, si no como un fenómeno cuyo epicentro es el intercambio muto entre paciente y terapeuta de tal modo que el CP se produce en la estructura psicocorporal de ambos.

En cuanto a la noción de vivencia, para aclarar este concepto quizás sea prioritario diferenciarlo del término experiencia, aprovechando que el castellano tiene ambas palabras que permiten nombrar esta diferencia conceptual. El matiz distintivo estriba en la naturaleza del sustrato perceptivo, según la cual surge un tipo u otro de conocimiento: mientras que la experiencia consiste en el hecho de conocer a través de los sentidos, la vivencia se enraíza más allá de lo sensitivo para anclarse en la propia vida desde el yo (Ortega y Gasset, 1947). De manera relevante, este anclaje radical en la vida protege a la vivencia del intelectualismo, mientras que la experiencia puede abstraerse hacia lo conceptual perdiendo así vitalidad. En otras palabras, la experiencia puede ser arrancada del sí mismo a través de la razón que separa el sujeto de la circunstancia; la vivencia, sin embargo, por su naturaleza radical constituye el propio yo dotándolo de un modo de ser que integra sujeto y acontecimiento de tal modo que "yo soy yo y mi circunstancia" (Ortega y Gasset, 1946, I. p. 322). Por lo tanto, las dos cualidades fundamentales de la vivencia son su capacidad constituyente o conformante del yo, y su condición vital en lugar de racional. Respecto a su capacidad de conformar el yo, la particularidad que hace de la vivencia una “experiencia fundadora” (Salomón Martínez & Simond, 2013, p. 32) es precisamente la condición que permite que se genere: la vivencia, enraizada en un yo “pseudomutuo” (Wynne, 1958), precisa de la interrelación con otros seres significativos para darse. Este punto es relevante en tanto que da a la vivencia capacidad estructurante por ser el medio que permite “incluir emociones genuinas” (Badaracco, 1999a, p.12) consustanciales y constitutivas del yo - “todo aquello que llega con tal inmediatez a mi yo que entra a formar parte de él es una vivencia” (Ortega y Gasset, 1947, I, p.256)-. En cuanto a su condición de realidad vital, para Ortega la vivencia es una clase de experiencia que transciende el mero conocimiento racional, que abre el ser a un descubrir esencial, una revelación, no sólo del mundo sino también de sí mismo. Dada la profunda idiosincrasia de este descubrimiento, el lenguaje referido a la vivencia se convierte en un mero descriptor que deja en un terreno neutro un significado genuino inabarcable por un significante. De ahí que la cualidad de realidad vital proporcione a la vivencia la propiedad de ser una realidad inefable, por lo que no puede ser representada mediante la palabra ni abstraída conceptualmente.

Comprender al paciente y el terapeuta como seres próximos es una premisa necesaria pero no suficiente para fundamentar la noción de reciprocidad.

Podemos decir, por tanto, que incluir la noción de vivencia de la reciprocidad como sustrato teórico del CP lo reorienta hacia una ontología no distante sino próxima, no individual sino mutua, no racional sino vital, no intelectual sino afectiva, no lingüística sino inefable, no conocida sino revelada. Dado que la perspectiva freudiana fundamenta la ontología del CP en un conocimiento de sí individualizado, unilateral y conceptual de contenido lingüístico, la propuesta reorientación ontológica del CP plantea el problema de cómo comprenderlo y transmitirlo. Abordar esta cuestión requiere integrar las nociones de reciprocidad y vivencia, pues a la luz de las propiedades de la vivencia parece plausible sugerir que ésta no puede ser contada, sólo compartida. Es precisamente aquí donde gravita el potencial de la vivencia de la reciprocidad de generar un CP, pues esta “experiencia fundadora” (Salomón Martínez & Simone, 2013, p. 32) cambiará el modo en que se nos aparece el mundo, al descubrir que no es solitario y hostil, si no constituido por vínculos afectivos que evolucionan hacia una vida humana (Álvarez González, 2010) en plenitud; en palabras de Badaracco, “que el paciente descubra que puede emocionarse sin correr los peligros que él suponía” (García Badaracco, 1991ª, p. 12).

De este modo, Badaracco reformuló el fenómeno de interés del trabajo en salud mental (el CP) como un descubrimiento emocional fruto de la confianza, que no puede ser percibido por los sentidos, nombrado por el lenguaje ni conocido desde la razón. De ahí que aproximarnos a esta nueva ontología del CP genere la pregunta, ¿es posible conocer el CP como vivencia de la reciprocidad manteniendo la misma aproximación epistemológica que la empleada para abordar el CP como conocimiento de sí? La siguiente sección abordará esta cuestión sugiriendo un cambio epistemológico que permita abarcar las características ontológicas propuestas sobre el CP.

Este texto lleva finalmente a sugerir sustituir la interpretación por la razón poética de Zambrano como método para abordar el CP.

 

Replanteamiento de la aproximación epistemológica al cambio psíquico

El curso argumentativo planteado ha sugerido una reorientación ontológica del CP que obliga a revisar la aproximación al conocimiento de este fenómeno. Recapitulando, el abordaje freudiano del CP considera que el conocimientode sí se desencadena intrapsíquicamente (en el paciente) mediante la aportación externa de significación elaborada ectopsíquicamente (en el terapeuta). En lo anterior veíamos como este abordaje es válido si se considera que la naturaleza del CP es individual, conceptual y lingüística, pero no si sus características ontológicas son la mutualidad, la vitalidad y la inefabilidad. Fundamentar por tanto el CP en la vivencia de la reciprocidad hace que éste solo pueda ser abordado y comprendido en tanto que compartido, lo cual exige una aproximación al mismo no desde una posición externa, si no desde “adentro” (Unamuno, 1900); en palabras de Ortega "Una vida es lo que es para quien la vive y no para quien, desde fuera de ella, la contempla" (Ortega y Gasset, 1947: VII, p. 551).

Es plausible sugerir la “razón poética” como método de trabajo en salud mental para abordar el CP en su plenitud.

En base a las premisas filosóficas presentadas, ya no es posible afirmar que la interpretacióndel terapeuta pueda abarcar el fenómeno de la vivenciadel paciente desde una posición externa, pues ésta ha de ser por definición recíproca. Asimismo, tampoco es plausible afirmar que la división entre el paciente que aporta contendido psíquico y el terapeuta que lo elabora permita la intersección necesaria para que una vivencia pueda darse, es decir, compartirse. Además, la vivencia también exige poder anclarse en la realidad radical del ser, la vida humana que abarca a toda la esfera del espíritu (Álvarez González, 2010); de ahí que la asignación de roles constriña el sí mismo vital reduciéndolo al desempeño de funciones diferenciadas que lo despojan de su humanidad común. Por lo tanto, para que el vínculo sea transformador es preciso revisar las premisas de la relación terapeuta-paciente, pues según lo argumentado sus características estructurales imposibilitan que se den vivencias de reciprocidad generadoras de un CP mutuo.

Para poder re-estructurar los andamios que sustentan la relación paciente-terapeuta de tal modo que la vivencia de la reciprocidad pueda darse, es preciso sustituir la imparcialidad y distancia desde la que el terapeuta interpreta la narración del paciente por la implicación vital de ambas personas en un compartir experiencial. Dar este giro exige abandonar una fundamentación cuasi positivista (“cuasi” pues incorpora la subjetividad) que concibe al terapeuta como instrumento que observa e interpreta y al paciente como sujeto a ser observado e interpretado, para encontrar una epistemología que permita abordar el fenómeno de la experiencia compartida entre personas mutuamente significativas.

Esta alternativa filosófica la encontramos en la fenomenología y en el existencialismo. La utilidad de la fenomenología para abordar la vivencia de la reciprocidad yace en su objetivo de estudio según lo planteado por Husserl y Dilthey: el significado del ser en la experiencia de estar en el mundo (Palacio, 2005). Asimismo, la fenomenología considera que el significado se origina desde la experiencia sin buscar relaciones causales desdeñando que la existencia humana pueda ser objetivable; al contrario, lo que los seres humanos compartimos es la experiencia intersubjetiva de la cosa en sí (Cohen, Kahn & Steeves, 2000). En cuanto a la perspectiva existencialista, su contribución es la comprensión de la persona como ser en relación con y en el mundo, que no solo piensa, si no que también actúa, siente y vive (Sartre, 1966). Es por ello que la persona, para serlo plenamente, ha de ser libre para decidir su manera de vivir, siendo a su vez responsable de llevar una vida plena mediante la toma de decisiones. Significativamente, estas decisiones no responden a principios racionales si no que se basan en la apertura que ofrece la misma posibilidad de elegir. Las implicaciones prácticas de esta aproximación filosófica al abordaje del CP se refiere a la necesidad de la vivencia de anclarse en la vida humana desde el sí mismo verdadero. Desde el existencialismo cabe cuestionarse si las personas son libres para ser ellas mismas en tanto encarnan los roles de paciente y terapeuta, pues éstos asignan una determinada manera de decidir o actuar que coarta su libertad interior; en otras palabras, actuar como terapeuta o paciente constriñe su sí mismo verdadero reduciéndolo al papel de un “personaje” en lugar de ampliar la plenitud de su ser “persona”.

La fenomenología y el existencialismo han aportado los cimientos epistemológicos que sustentan el CP entendido como vivencia de la reciprocidad, concepto que después de la argumentación presentada podríamos definir como “experiencia vital intersubjetiva compartida entre personas mutuamente significativas”. Una vez fundamentado y definido, el siguiente paso será encontrar un método que permita abordar la vivencia de la reciprocidad, que dadas sus características definitorias precisa integrar fenomenología y existencialismo. Éste es el caso de la “razón poética” de María Zambrano, método de conocimiento del que según la propia autora es “muy difícil, casi imposible hablar” (Zambrano, 1989, p. 130) pues se aleja de la razón discursiva, para en su lugar buscar un saber creativo que incluya los aspectos racionales e irracionales de existir. Cabe asimismo señalar que la “razón poética” permite abarcar la vivencia de la reciprocidad pues incluye aspectos de sus dos dimensiones fundantes: a) desde la fenomenología aporta una aproximación análoga a la contribución de Heidegger para liberar la razón de su limitación teórica, discursiva y lógica, dándole así dinamismo y b) desde el existencialismo toma la vivencia como guía y sustento para desarrollar el raciovitalismo de Ortega hasta restablecer la relación entre filosofía y poesía mediante la razón poética (Rocha, 1998). De manera relevante, Zambrano considera que los medios que el racionalismo emplea para alcanzar el conocimiento contradicen la esencia de la vivencia en dos aspectos: En primer lugar, el racionalismo no surge desde “adentro” (Unamuno, 1900) si no que, observando la vida desde fuera, busca en ella una verdad intelectual que arranca violentamente de su realidad vital a fuerza de la razón (Zambrano, 1939). De ahí que aplicar conocimientos teóricos sobre la realidad vital de un paciente pueda conducir no sólo al “fracaso” (Badaracco, 1991a, p. 4), sino que pueda dañar al paciente al arrancar su verdad de su propia vida. En segundo lugar, Zambrano considera que el racionalismo despersonifica el ser al abstraerlo de su vida humana “absolutizándolo e idealizándolo” (Zambrano, 1939, p. 57). Es por ello que interpretar teóricamente la realidad de un paciente impide la “inclusión de emociones genuinas” (Badaracco, 1991a, p. 12) teniendo el efecto contrario de desplegar una idealización en lugar de un sí mismo verdadero.

Como alternativa para superar el “fracaso” del racionalismo incapaz de aproximarse relacionalmente a lo inefable, la razón poética propone una indagación del ser cuyo sentido y significado debe descubrirse dentro del vivir según la revelación (Ricciotti, 2011). Así, la razón poética se adentra entre los vacíos del ser y acompaña los movimientos del vivir haciéndose “relación viva” (Zambrano, 1966) de tal modo que puede comprender la totalidad del ser al llegar a sus dimensiones escondidas y acoger sus múltiples estados. De este modo, la persona llega al reconocimiento de su ser tras un proceso de búsqueda al que está destinada por su propia “falta de ser”; de ahí que la revelación de la unidad de la persona nunca sea definitiva, si no que se realiza por instantes de tal modo que la persona renace cotidianamente. Esta verdad revelada del estado re-naciente del sí mismo no puede quedar absolutizada ni fijada a un concepto pre-establecido, teniendo así la “razón poética” la labor de acompañar y guiar la vida en su revelarse a sí misma (Ricciotti, 2011).

En base a lo expuesto, es plausible sugerir la “razón poética” como método de trabajo en salud mental para abordar el CP en su plenitud, pues transita sin quedarse en lo íntimamente descubierto, dinamismo que le permite “guiar” a la persona en sus sucesivos renacimientos y revelaciones sin fijarla a absolutos donde no se reconoce. Por tanto, la razón poética se propone como el método alternativo a la interpretación para que paciente y terapeuta, en tanto que personas, puedan andar juntos un camino cuyo descubrimiento no es distinto de la acción misma que lleva a su destino, pues el ser humano es camino en sí mismo (Zambrano, 1955). Así, la vivencia de la reciprocidad se presenta como una búsqueda de penetrar el alma para así descubrir la esencia sagrada de lo que el ser humano es; esencia sólo conocida en tanto que “poéticamente revelada” (Zambrano, 1939) generando un CP al permitir la re-creación de la persona.

 

Conclusiones

Este trabajo primeramente plantea las bases del abordaje freudiano del CP e identifica sus principales limitaciones. Seguidamente, se introduce la crítica de Badaraco sobre el abordaje freudiano del CP, desde la que se postula una revisión de los fundamentos ontológicos y epistemológicos del mismo. En base a esto, se propone un giro en la ontología del CP desde el conocimiento de sí hacia la vivencia de la reciprocidad. Este cambio ontológico a su vez exige una nueva aproximación epistemológica lo que lleva finalmente a sugerir sustituir la interpretación por la razón poética de Zambrano como método para abordar el CP.

 

 

 

 

 

Bibliografía

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Bateson, G. (1976) Pasos hacia una ecología de la mente. Ed. Lohle. Buenos Aires.

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Rosch, E., Thompson, E., Varela, F.J. (2017) The Embodied Mind: Cognitive Science and Human Experience (Revised Edition). Publisher: MIT Press.

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Zambrano, M. (1989). Notas de un método. Mondadori, Madrid: España 1989.

Zambrano, M. (1966). El pensar sistemático: indicio, símbolo, razón, 1966, [M-129]. Fundación María Zambrano, Vélez-Málaga: España.

 

Trabajo presentado en el VIII Congreso de Psicoanálisis Multifamiliar en Buenos Aires en Noviembre de 2018

 

Elvira Pértega Andia
elvira.pertega [at] gmail.com

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La otra cara del concepto de resiliencia

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De un tiempo a esta parte, se utiliza en trabajo social y en otras ciencias sociales el concepto de resiliencia con bastante amplitud y aceptación. Liliana Calvo (2005) describe y explica el origen del término:

 

"Werner, una estudiosa de la epidemiología social, observó durante alrededor de treinta años cómo se desarrollaba la vida de una Comunidad en Hawai, donde muchos de los integrantes sufrían diversas situaciones de riesgo.

El sujeto no es el simple producto o consecuencia de lo que lo rodea, puede lograr superarse y sobreponerse a situaciones difíciles.

Así descubrió que algunos de los niños o jóvenes, que padecían experiencias de violencia, alcoholismos, vínculos rotos, abusos, etc., podían sobreponerse y desarrollarse como individuos con posibilidad de crecer favorablemente y ser personas positivas para su comunidad y otros en cambio no lo lograban"(1).

 

Entonces, el concepto de resiliencia se asocia a la posibilidad que existe de superar e incluso salir fortalecido de situaciones de adversidad. El concepto tiene un importante aspecto positivo que es rescatar al sujeto. El sujeto no es el simple producto o consecuencia de lo que lo rodea, puede lograr superarse y sobreponerse a situaciones difíciles. Esto es importante en nuestra intervención de trabajadores sociales: apostar siempre a las posibilidades de las personas que atendemos es vital si queremos intervenir con la intención de, al menos, intentar generar recursos o alternativas. En este sentido, el concepto de resiliencia es casi heideggeriano, en cuanto a que el hombre es un ser arrojado al mundo y puede proyectarse a sus posibilidades (2), lejos de la previsibilidad de una cosa juzgada e inmóvil.

Pero hay otro aspecto del concepto que a veces no se alcanza a vislumbrar y considero necesario analizar. Ejemplificando, podemos tener la situación de dos hermanos sometidos al trabajo infantil u a otras situaciones adversas (violencia, alcoholismo, vínculos rotos, abusos, retomando la cita anterior) desde edades muy tempranas. Uno, encarnando el concepto de resiliencia, logra sobreponerse, consigue trabajo, construye una familia y puede desarrollar sus posibilidades. Su hermano, en cambio, cae preso de la droga o la delincuencia.

En nuestra sociedad argentina las desigualdades determinan que unos sectores se vean obligados a utilizar sus conductas resilientes mucho más que otros, a los que las crisis no afectan de la misma forma, por contar con recursos.

 

Desde el marco del concepto de resiliencia, sería atinado preguntarse:

¿Qué pasó en este último caso? ¿Por qué no pudo superar la adversidad?

¿Por qué, si su hermano pudo sobreponerse, él no?

 

El resultado puede ser cargar la culpa sobre el individuo sin reparar en el problema social de la pobreza, en esa sociedad macabra y expulsiva que les negó posibilidades desde muy chiquitos.

Creo que, ante distintos problemas sociales, cada individuo reacciona como puede: se sobrepone, se deprime, se vuelve violento o se supera. De millones de personas que se quedan sin trabajo por las habituales crisis del capitalismo fruto de la timba financiera desenfrenada, algunos quizás vuelven a conseguirlo, se sobreponen de múltiples formas; otros no, se enferman o salen a robar, o consiguen a alguien que los sostenga.

Además, es notable en nuestra sociedad argentina que las desigualdades determinan que unos sectores se vean obligados a utilizar sus conductas resilientes mucho más que otros, a los que las crisis (por caso, la del 2001 y la actual) no afectan de la misma forma, por contar con recursos o poder para evitarlas o incluso beneficiarse con ellas. En el caso de los sectores más desfavorecidos, muchas veces la única esperanza de transitar dichos períodos con cierto éxito recae en las políticas públicas eventualmente encaradas por el Estado. Pero no es lo más común, sobre todo luego de la instalación de un modelo de Estado neoliberal hacia la década del 90 en nuestro país y el resurgir de este tipo de políticas en 2015.

En una sociedad mucho más justa en la distribución de la riqueza, la resiliencia no sería sino una excepción o se circunscribiría al ámbito privado o familiar de las personas.

Ricardo Petrella (1997) consignó que, en un contexto de mundialización de las finanzas, los Estados neoliberales apuntaron a la desreglamentación y liberalización de los mercados, que pasaron a regir la vida económica de las naciones. También se produjeron la privatización de numerosas empresas y ámbitos donde intervenía anteriormente el Estado. Los efectos, apuntó el mismo autor, fueron devastadores: la mutilación de la ciudadanía y la reducción de la riqueza y los espacios públicos. Esto originó una explosión de las desigualdades y de la exclusión social. No es difícil reconocer en estas palabras el espejo de la Argentina de los 90, cuya crisis económica y social eclosionó en el 2001. Algunos pudieron sobrevivir y emplear sus recursos resilientes para superar la crisis devastadora del mencionado año, aunque lo hicieron a costa de ser más pobres: 57,8% de pobreza son las cifras del INDEC de octubre del 2002 (3).

Aún cuando se había insinuado un cambio en el modelo estatal luego de la convertibilidad, recuperando posibilidades de gestión y soberanía y desarrollando algunas políticas de ingreso ciudadano y protección social (la Asignación Universal por Hijo, quizás la más representativa), es indudable que el camino a recorrer para lograr un país equitativo es muy largo aún, más teniendo en cuenta la actual situación económica que sumerge a no pocos argentinos en una situación de extrema vulnerabilidad social.

No necesita demostrarse que, en una sociedad mucho más justa en la distribución de la riqueza, la resiliencia no sería sino una excepción o se circunscribiría al ámbito privado o familiar de las personas y sus eventuales momentos difíciles y particulares. No es casual que la investigadora que acuñara el concepto, investigara en Hawái y no en una sociedad que tuviera vigentes las políticas sociales protectoras características del Estado de Bienestar (4). En una sociedad con más oportunidades para todos, carecería de sentido investigar sobre la resiliencia.

Vulnerables pero invencibles es el título del trabajo de Werner sobre resiliencia, publicado en 1982. Lo que vemos, en realidad, es muchas veces a sectores poblacionales que son vulnerables, pero lejos de ser invencibles, son muchas veces invisibles, en una sociedad que solo se percata cuando los no resilientes se manifiestan de forma violenta y dando pávulo a la sensación de inseguridad, enrostrando la hipocresía de un sistema que los condenó a la exclusión desde edades muy tempranas.

Entonces, se vuelve necesario fomentar que desde las políticas públicas se intente dar acogida a todos, previniendo y evitando los riesgos que tienen para las personas el estrellarse contra el muro de la exclusión. No se puede tolerar ser testigos complacientes de este hecho macabro, sólo para constatar la posibilidad de superarse de los pobres y excluidos. No es viable ni ética una sociedad promotora de la resiliencia sino del bien común. Ojalá esta posibilidad de superar la adversidad sea una excepción y no la regla de un sistema social que abandone a tantas personas a sus propias fuerzas.

 

NOTAS:

 

(1) Calvo, Liliana (2005). Resiliencia, autoestima y promoción social, en revista Margen n° 38, de Trabajo Social y Ciencias Sociales. Recuperado en febrero de 2014 en http://www.margen.org/suscri/margen38/resil.html

(2) Heidegger, Martin (1927). Ser y tiempo. Edición electrónica de Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Recuperado el 24 de febrero de 2014 en http://www.magonzalezvalerio.com/textos/ser_y_tiempo.pdf

(3) INDEC (Instituto Nacional de Estadísticas y Censos). Información citada en nota periodística diario Clarín del 01/02/2003: “El nivel de pobreza es cada vez más alto: 57,8 % de la población”. Recuperado el 25 de febrero de 2014 en http://edant.clarin.com/diario/2003/02/01/e-00401.htm

 

(4) Este tipo de Estado garantizaba “…el pleno empleo; un salario decente para todos los trabajadores; seguridad social para todos, sin discriminaciones ni exclusiones sociales; protección contra los riesgos de la vida; derecho a unos ingresos mínimos de subsistencia; igualdad de oportunidades de acceso a la educación, la salud y la información; la concertación social como procedimiento para solucionar los conflictos sociales; redistribución de la riqueza en beneficio del interés general gracias, entre otras cosas, a una fiscalidad progresiva; instauración de un sistema público de suministro generalizado de bienes y servicios básicos como parte de la riqueza común…” (Petrella, Riccardo. (1997) El bien común. Elogio de la solidaridad. Ed. Temas de debate. Madrid).

 

 

BIBLIOGRAFÍA:

 

  • Calvo, Liliana (2005). Resiliencia, autoestima y promoción social, en revista Margen n° 38, de Trabajo Social y Ciencias Sociales. Recuperado el 24 de febrero de 2014 en http://www.margen.org/suscri/margen38/resil.html
  • Heidegger, Martin (1927). Ser y tiempo. Edición electrónica de Escuela de Filosofía Universidad ARCIS. Recuperado el 24 de febrero de 2014 en http://www.magonzalezvalerio.com/textos/ser_y_tiempo.pdf
  • Petrella, Riccardo (1997) El bien común. Elogio de la solidaridad. Ed. Temas de debate. Madrid.
  • Werner, E.E. (1982). Vulnerable but invincible: A longitudinal study of resilient

children and youth. McGraw-Hill. New York.

 

 

*Sebastián Giménez. Profesor de Enseñanza Primaria con Especialización en Intervención Pedagógica-Didáctica en Contextos de Pobreza. Licenciado en Trabajo Social. Trabaja en equipo del CEI (Centro Educativo Interdisciplinario) y en el gabinete de la Escuela de Educación Especial n° 9, todo en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Publicó artículos sobre trabajo social y actualidad en distintas publicaciones digitales y de papel: revista Margen, de Trabajo Social y Ciencias Sociales; revista Debate Público, reflexión de Trabajo Social de Universidad de Buenos Aires y Revista Contextos de Educación de la Universidad Nacional de Río Cuarto. Escritor. Es autor del libro “El último tren: un recorrido por la vida militante de José Luis Nell.

 

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Narcisismo, redes sociales y resistencias a un análisis posible

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Hace poco tiempo, realicé con un compañero un artículo acerca de las redes sociales, que fue publicado en esta revista1. En el mismo, intenté elaborar un análisis acerca de los modos de vínculo que se dan en las redes sociales hoy en día, particularmente, en aquellas con pregnancia de la imagen, la cual se vuelve un objeto de la mirada de múltiples otros, y por qué no, sede de un intercambio numérico, con esto podemos aspirar a decir, simbólico, pero no singular ya que se trata de algo genérico, muchas veces, numérico, y con efecto de sanción de un Otro generalizado, con sus más severos efectos en el narcisismo y en la emergencia de la angustia, tal como Freud la describe en Introducción al narcisismo2.

Es necesario que reflexionemos acerca de qué relación con el narcisismo tienen las redes sociales y qué función cumple el “perfil”, esa “carta de presentación”, ese modo de “mostrarnos al mundo” que cada quien elige.

Por supuesto, aún sostengo algunas de las posiciones en ese artículo desarrolladas, pero no todas. Más aún, considero que la temática de las redes sociales y su lugar central en los modos de hacer lazo social que hoy en día se producen, ha de estar en constante revisión. Además, han de prevenirse – tal como un vídeo que vi hace poco nos invita a hacer3 – perspectivas y desarrollos que rocen lo catastrófico y apocalíptico del “ya no es lo que era...”. Estos modos de abordar los fenómenos pueden llegar a caer en generalizaciones absolutistas, así como cumplir una función de resistencia, defensiva frente a lo novedoso y el trabajo que toca para poder mirarlo con detenimiento y captarlo en su esencia. No estoy con esto diciendo que todo lo nuevo es bueno y que hay que aceptarlo así, empaquetado como viene. Por el contrario, considero que el ejercicio de mirada a la que la disciplina psicoanalítica nos invita es una mirada que haga foco en lo singular y que no retroceda en el deseo de comprender y de construir un saber; mirada que se ofusca en posiciones apresuradas y absolutistas.

En el artículo que menciono y con el que discuto, creo haber sido catastrófico y apocalíptico. Hago mención a un ahogo en lo imaginario, analogía con el mito de Narciso que se ahoga en el lago, lago de pantalla en este caso. Esta aseveración, de no ser tomada con pinzas, nos introduce desde el vamos en ese absolutismo que, creo, pretendemos evitar. Habrá quien hoy en las redes se ande ahogando, pero no siempre y no todos. Sin embargo, es necesario que reflexionemos acerca de qué relación con el narcisismo tienen las redes sociales hoy en día, y qué función cumple el “perfil”, esa “carta de presentación”, ese modo de “mostrarnos al mundo” que cada quien elige.

Retomemos, la función del estadio del espejo en la formación del yo, tal como Lacan la presenta4, para analizar la imagen (o el perfil, o la carta de presentación, o la mostración al mundo). Se trata del registro de la imagen especular, ese objeto que se dispone a la mirada del otro, que percibe una cierta sanción del Otro, que retorna construyendo al yo por esa vía especular, por ese eje a-a’, y que nos genera una ilusoria completud y una efectiva mascarada. Lacan, en el Seminario 35, se refiere a la relación del narcisismo como la relación central para el establecimiento de una relación interhumana. Se trata aquí de una función esencial, en tanto “le brinda el complemento ortopédico de la insuficiencia nativa” 6.  Es esta la vía que opera en las redes sociales, es esta la lógica: un Otro – generalizado, múltiple, y genérico – que sanciona, o, mejor dicho, por el que nos hacemos sancionar. Hay, por supuesto, que poner sobre la mesa y no debajo del mantel la cuestión de la implicancia subjetiva, la elección de participar de las redes, la elección de ponerse ahí a tejer la red también.

Que el yo sea algo bastante ilusorio, que se trate de un espejismo, no lo transforma en un mal al que hay que combatir, en una falsedad y una hipocresía de la que haya que desprenderse.

Que el yo sea algo bastante ilusorio, que se trate de un espejismo, no lo transforma en un mal al que hay que combatir, en una falsedad y una hipocresía de la que haya que desprenderse. Se escucha a veces que las redes sociales atrapan, sumergen, y ahogan, en hipocresía y banalidad, en falsedad y puro egocentrismo. Yo diría, no siempre. Por supuesto que las redes sociales se sitúan, eminentemente, en un registro imaginario, en una cierta pregnancia yoica. La cuestión, por principio psicoanalítico, será indagar por el sujeto y su deseo. Desde ya, una terapéutica no puede mantenerse y orientarse por ese registro, por el registro de la imagen y a nivel del yo, pero si habrá de tenerlo en cuenta. Más aún en lo relativo a fenómenos que se producen en este registro, como la cuestión de la red social, con la importancia que eso adquiere hoy en día.

La férrea crítica hacia el vínculo por intermedio de las redes sociales, al vínculo intermediado por pantallas, no pareciera contemplar los modos en los que las redes sí ayudan a hacer lazo. Como ya dijimos antes, función narcisista de relación interhumana. Relación, por supuesto, yo a yo. Considero que la imagen que se construye en las redes sociales, se trata eminentemente de una construcción yoica, y mientras eso no rebase, mientras eso no limite y no exceda la cuestión, mientras haya mediación simbólica, mientras no haya confusión y mientras haya siempre la posibilidad de una pregunta por el sujeto del deseo ¿tanta resistencia a admitir la importancia de las redes, hoy? Por supuesto, esto no intento de que se trate, en absoluto, de la minimización de una problemática que, en otros niveles de análisis, adquiere dimensiones sociales, económicas y psicopolíticas7.

Las redes hoy cumplen un papel a veces también por fuera de esta imaginería que todos nos cansamos de mencionar. Cumplen función de ser sede de intercambio, intercambio de mensajes, de objetos del saber, de palabra y de experiencias. Cumplen, por supuesto con otras lógicas temporales, función análoga a la que cumplía la carta en otra época ¿Por qué no decir acaso, que el acto de escribir una carta hace 50, 60, 100 años, puede tener la misma importancia para quien hace 30 años llamaba por teléfono y que hoy publica y escribe, aunque por otro medio y con otra temporalidad?

La férrea crítica hacia el vínculo por intermedio de las redes sociales, al vínculo intermediado por pantallas, no pareciera contemplar los modos en los que las redes sí ayudan a hacer lazo.

Las redes sociales nos tienden esa doble perspectiva, nos arrebatan hacia una paradoja en la que el facilismo de un primer análisis nos hace decir – o al menos, me hizo decir – “eso es falsedad, es hipocresía”, “menos Instagram, menos selfie, menos espejo”. Después, la mirada detenida y el pensamiento calmo, abre la posibilidad de que pensemos en cómo cierto lazo a veces prospera por estas vías, porque sí, porque hoy, a veces, prospera.

 

Referencias.

1. Ortega, F. & Piñeyro, M. (2019). Redes sociales: El nuevo lago de Narciso. Revista Topía, disponible en https://www.topia.com.ar/articulos/redes-sociales-nuevo-lago-narciso

2. Freud, S. (1914). Introducción al narcisismo. En Obras Completas, vol. 15. Buenos Aires: Biblioteca Nueva, 2017.

3. Martínez, J. M. (2019) Psicoanálisis e Internet + Matías Tavil (Asociación Libre). Vídeo disponible en https://www.youtube.com/watch?v=Tw7L4Q2Pb5o

4. Lacan, J. (1949). El estadio del espejo como formador de la función del yo [Je] tal como se nos presenta en la experiencia analítica. En Escritos I.

5. Lacan, J. (1955-56). Clase del 18 de enero de 1956. El Seminario, Libro 3: Las psicosis. Buenos Aires: Paidós, 2017.

6. Ibíd. pp.138.

7. Hang, B-C. (2014). Psicopolitica. Barcelona: Herder Editorial.

 

 

Ortega, Facundo
Facultad de Psicología, UNC.
facundortega [at] gmail.com

Temas: 

El lugar de los Procesos Judiciales en víctimas de Abuso Sexual, a la luz de la teoría Winnicottiana

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Me propongo analizar los procesos jurídicos empleados en Chile en NNA[1]que han sufrido ASI[2] a partir de la teoría psicoanalítica desde Winnicott (individuo sano, dependencia, continuidad existencial, ambiente) y Ferenczi (Confusión de lenguas), destacando la importancia que otorgan a la escucha y validación del analista respecto a personas gravemente traumatizadas.

Puesto que el ASI es un delito, estos procedimientos se enmarcan en lo jurídico, cuyo objetivo es su investigación y persecución penal, así como proteger a los NNA. Me parece interesante el cuestionamiento respecto al rol de la institución jurídica, como receptor de una denuncia en la que se depositan esperanzas de credibilidad y justicia, como potencial espacio de retraumatización, o bien, como lugar que pudiese acoger y facilitar la superación del trauma.

Creo que los procedimientos judiciales desconocen el estatus de lo traumático en el delito de ASI, sometiendo a las víctimas a procedimientos que no están preparados para enfrentar, tanto por los efectos del trauma, como por su madurez.

En Chile, toda denuncia parte desde la presunción de inocencia del imputado, siendo la Fiscalía el organismo que decide si procede iniciar una investigación[3]. Para la investigación, se somete a los NNA a diversas acciones que englobarían los procesos judiciales, siendo reconocido por diversas instituciones que existe un daño hacia las víctimas, debido a excesivos tiempos y burocratización, la incredulidad de los operadores del sistema y la diferencia entre las expectativas de la víctima y la realidad institucional; a lo que diversos organismos llaman Victimización Secundaria[4].

Para graficar esto expondré el caso de M., una adolescente que atendí a partir de haber sido víctima de ASI. Desde que M. nació, su abuela materna junto con su pareja se encargaron de sus cuidados en un contexto de deprivación y pobreza. Cuando M. tenía 7 años de edad le contó a su profesora que estaba siendo víctima de ASI por parte de la pareja de su abuela, a quien llamaba “papi”, tras lo cual se realizó la denuncia. La familia no dio credibilidad ni protegió a M., razón por la que el sistema proteccional decidió su internación en residencias de protección. Luego de 5 años volvió con su abuela.

A sus 7 años, M. atravesó cambios significativos en su historia, mientras paralelamente pasó por diversos procesos judiciales (declaración y pericias para evaluar el daño y si su relato era creíble). Sin embargo, su causa quedó archivada provisionalmente, debido a que se desconocía el paradero del sindicado agresor, sin que M. supiese de lo ocurrido.

Cuando conocí a M. pude ver los efectos del trauma y fuertes carencias afectivas producto de un ambiente escasamente sostenedor y confiable. Pese a todas las dificultades, M. asistía sistemáticamente a terapia, incluso sin la compañía de adultos, lo que permitió generar un proceso significativo, en el que lentamente pasó del acting, al juego y expresiones artísticas, hasta la elaboración de un relato. Cuando M. tenía 14 años, la Fiscalía decidió reabrir la investigación y me solicitó que le cuente a M. que podría tener que volver a declarar. M. me comenta que conoce el paradero de “J.”, porque nunca dejó de verlo y que, tras volver con su abuela, ésta la mandaba a conseguir dinero donde él. Ésta fue una revelación, un secreto que M. llevaba a cuestas desde hace mucho y que en 2 años no pudo abrir conmigo -como le decía su abuela “la ropa sucia se lava en casa”-.

M. me dice que quiere decir dónde está J. porque ahora puede ver el daño que le hizo, que no fue realmente un padre, pero que lo hará cuando deje de vivir con su abuela. Cuando le señalo a Fiscalía, ésta quiso intencionar que M. los llevara como señuelo donde el agresor. Si bien, mediado por mi intervención, la Fiscalía acoge no exponer a la joven como carnada, no considera su solicitud de encontrarse protegida antes de señalar el paradero de J., y es citada a declarar junto su abuela, sin poder reafirmar sus dichos.

Creo que algunas claves para mejorar los procedimientos podrían ser, validar el relato empáticamente otorgado en una primera instancia, sin exigir precisión y detalles del ASI.

Pasado un tiempo, M. escribió una carta a las instancias jurídicas, pasándosela a Juez de Familia, quien señaló hacerla llegar a Fiscalía, en que detallaba el modo en que fue agredida y la complicidad de su abuela. Esta carta no fue considerada, así como tampoco su solicitud, realizándose un juicio sin preparación previa y sin aviso a los profesionales que trabajábamos con ella, quedando J. como inocente y sin explicaciones posteriores para M., salvo lo que pudimos abordar en conjunto.

Al analizar los procedimientos judiciales me pregunto si es la presunción de inocencia lo que colisiona con la incredulidad a las víctimas y si resulta un imposible generar estrategias desde un ambiente facilitador, o si bien, responde a falta de voluntades, o al marco teórico desde el cual se piensa la política pública.

Creo que los procedimientos judiciales desconocen el estatus de lo traumático en el delito de ASI, sometiendo a las víctimas a procedimientos que no están preparados para enfrentar, tanto por los efectos del trauma, como por su madurez. Como señala Winnicott (1967), en lo traumático se produce una irrupción en la continuidad de la existencia, por lo tanto, aún no es experiencia, encontrándose en el lugar de lo innombrable, cuyo registro mnémico no es simbolizable aún para el sujeto, volviéndose un imposible la exigencia de narrar los hechos de manera detallada y coherente, generando angustias que implican un sufrimiento.

Winnicott (1965) nos invita a pensar en la familia como fundamentales para el sostenimiento frente al trauma.

El procedimiento judicial exige a los NNA una precisión en el relato siendo otro imposible, tanto por lo falible de la memoria, como por la madurez de los NNA. Winnicott (1988) nos muestra que no respetar los tiempos de maduración se vive como una falla intrusiva, rompiendo con la confiabilidad del ambiente. La burocratización del proceso genera un cúmulo de fallas ambientales pudiendo constituirse como traumático, independiente del ASI, puesto que no considera las necesidades y los tiempos de los NNA.

Los NNA se ven “obligados” a pasar por procedimientos que vivencian como invasivos, generando que una de las instituciones llamadas a proteger, termine posicionándose en el lugar del abusador. Tal como el analista corre el riesgo de actuar como el abusador si desconoce la realidad del trauma o cuando el paciente se resiste a pensar sobre éste y se insiste en ciertas interpretaciones[5].

En el caso de M., pese a que hubo un primer receptor que posicionó el abuso como tal y que realizó las acciones pertinentes, su relato infantil no fue suficiente para tomar medidas y la repercusión fue que ella saliera del terreno familiar siendo internada -“el encierro”- y el abusador quien se mantiene libre. Si bien, los organismos que investigan son distintos de aquellos que sentencian y de los que generan protección, todos pertenecen al ámbito de la ley, y el mensaje para esta niña de 7 años fue quedar privada de libertad y de sus vínculos primarios.

Acaso existe una confusión de lenguas[6] entre lo jurídico y los NNA, ya no de la ternura y la pasión, sino que de la protección y la culpa. M. habla porque busca una salida y ésta termina siendo la de ella. Una causa que se archiva provisionalmente, casi como metáfora del trauma, en tanto el sufrimiento debe “archivarse” a la espera de un ambiente que facilite su elaboración.

            Otro punto que me interesa relevar es el uso de términos jurídicos con NNA, en el que se habla de “víctimas” y “victimarios”, pero ¿necesariamente se requiere usar esta terminología con NNA?. Para muchos NNA, quien los agrede mantiene un vínculo cercano. Para M. no se trataba del agresor, sino que su “papi”. Hablar de victimario implica inundar con contenidos para los cuales muchas veces los NNA no están preparados, siendo nuevamente una falla del ambiente, la interpretación que se vive como intrusiva.

A propósito del agresor que se comporta como si no hubiese ocurrido nada, me parece que los procedimientos se pueden relacionar con el segundo tiempo del trauma[7], en lo referente a la desmentida de la realidad, en tanto quienes no somos parte del abuso, pero lo atestiguamos, ocupamos un lugar que pudiese apalear los efectos de lo traumático, o agravarlos. Un sistema que niega el hecho o que se impone a través de la tramitación que se hace de la denuncia, de la calidad y cantidad de entrevistas, y de las pericias de credibilidad, puede ser leído para el/la NNA como que su relato no es suficiente, entonces, inevitablemente el sistema está generando la imposibilidad de confiar en la propia percepción y de tramitar la violencia, constituyéndose nuevamente en la falla que genera el trauma.

En el caso de M. la Fiscalía no acepte un “No” como respuesta, respecto a las condiciones de la niña y a hablar cuando se encuentre en una residencia. No aceptar un no, remite al ASI. Creo importante considerar el espacio para las demandas de las víctimas, considerar sus condiciones cuando éstas se explicitan, no debiese ser un asunto de voluntades, sino que un mínimo estándar.

La burocracia y la insistencia en la indagación me remiten al sometimiento a la voluntad del agresor, donde el/la NNA nuevamente se vive como objeto, olvidándose de sí mismo a partir de una realidad que le es ajena e impuesta; nuevamente culpable e inocente a la vez, nuevamente la derrota de la confianza en los propios sentidos.

Me parece que podemos pensar que la institución jurídica aparece como una falla ambiental que resulta impredecible y que generaría una angustia que podría entrar en el campo de lo traumático, en tanto sus procedimientos incrementan la sensación de desprotección y de falta de justicia; el derrumbe de la fe que señala Winnicott (1965). Sin embargo, creo que el espacio judicial podría tener un potencial de sostener frente a la falla del ambiente, si se repensaran sus procedimientos en consideración de las necesidades de la víctima, incorporando una visión más empática frente al sufrimiento del otro.

En el espacio analítico, Winnicott nos invita a pensar en el lugar en que nos posicionaremos frente a las fallas del ambiente, orientando como posibilidad el disponernos al rol que el paciente nos asigne, validando empáticamente lo vivido y el dolor generado (madre objeto/ambiente), y así permitir la elaboración de la experiencia para que deje de estar en el estatuto de lo traumático.

Creo que algunas claves para mejorar los procedimientos podrían ser, validar el relato empáticamente otorgado en una primera instancia, sin exigir precisión y detalles del ASI, considerando la incapacidad para dar cuenta de estos como consecuencia del trauma, en la línea de anteponer las necesidades del NNA por sobre la persecución penal, validando el sufrimiento como legítimo y respetando sus tiempos subjetivos.

Winnicott (1965) nos invita a pensar en la familia como fundamentales para el sostenimiento frente al trauma, siendo un elemento que pudiese potenciarse, quizás a través de programas de acompañamiento familiar para posibilitar la contención que requieren los/as NNA. Así también, habría que pensar en la posibilidad de ofrecer a NNA ser acompañados en el proceso por un adulto de su confianza, quien como se requiere, no intervenga en sus respuestas, pero pueda contener posteriormente.

En mi experiencia, tal como se grafica en el caso de M., son escasas las coordinaciones con fiscalía y en un sentido instrumental respecto a que el profesional aporte el relato del ASI que el NNA no ha podido otorgar o corroborar lo que ya ha dicho. Creo que la coordinación fluida entre ambos organismos, permitiría elaborar un proceso conjunto que permita resguardar anticipadamente la protección por la integridad de NNA. También las redes de apoyo como el espacio terapéutico, puede hacer de madre ambiente.

Otro aspecto a considerar es la transparencia y claridad en cómo se les transmite el proceso a los NNA (lo que justamente no hace el abusador, quien tergiversa la relación). Explicarles en qué consistirán los procedimientos, validando su subjetividad, más que posicionándolo como objeto para un fin, así como explicarles los resultados y los motivos del porqué se llegó a ello. Cuando M. tenía 7 años y se archiva la causa no hubo respuesta y esto, en conjunto con su institucionalización se internalizó como “soy culpable”. De habérsele explicado, pudiese haber una salida a esta sentencia y la posibilidad que la falta de justicia se viva como una falla menos intrusiva que pueda ser tolerada. Que la fiscalía reconozca sus límites y se salga de la omnipotencia de actuar frente al delito, permitiría pensar que a pesar de hacer todo lo posible, se puede fallar, y explicar entonces que la falla no es de la víctima, sino que porque existen principios en la ley que dificultan probarlo. Posicionar esta verdad es permitir una elaboración distinta a la sensación de descredito que enfrentan muchas víctimas frente al sistema judicial.

Me parece que lo que se hace incomprensible, no es necesariamente la falta de justicia, sino que el procedimiento que implica, conllevando a que la falta de justicia no se instale desde una falla previsible, sino que traumática, como desmentida del mundo externo. Esto respondería a lo que Winnicott destaca en una madre suficientemente buena, como quien es capaz de establecer la falla paulatinamente de acuerdo a las posibilidades del bebé.

Nos encontramos con generaciones completas, cuyas expectativas de justicia y protección se ven frustradas, con un diagnóstico claro respecto a las falencias del sistema.

Este ejercicio me parece una importante medida de reconocimiento a la subjetividad infantil, a confiar en que es posible hablar con un NNA para contenerlo, que es posible facilitar la tramitación de experiencias dolorosas.

En el caso de M. fue fundamental instalar un proceso terapéutico, pues en este espacio fue posible dar lugar a sus sugerencias y señalarle con honestidad cuando escapaba a mis manos, sin por ello dejar de validar lo legítimo de sus demandas y dolor. Sumado a la validación empática frente a la vivencia de abuso y sensación de abandono, también fue importante reconocer la sensación de injustica, procurando buscarle un nuevo sentido a la idea de justicia, también como la posibilidad de reconstruir su propia vida.

Nos encontramos con generaciones completas, cuyas expectativas de justicia y protección se ven frustradas, con un diagnóstico claro respecto a las falencias del sistema. Cuánto tiempo más se debe esperar para integrar los distintos saberes en miras de acciones que no dañen a quienes buscan ayuda, esperando poder confiar una vez más en el ambiente.

No detenernos a pensar en los procedimientos, implica caer en un carácter casi dogmático, en el que se actúa irreflexivamente, apegándose a protocolos porque “así se hace”, deshumanizando el trato con las víctimas, pasando a un segundo plano su seguridad, estabilidad y bienestar emocional, sin sopesar sus consecuencias, considerando que los procedimientos judiciales tal como se ejecutan actualmente, podrían pensarse como una desmentida de la realidad, como parte del segundo tiempo del trauma, e incluso como traumático por sí mismo.

 

 

Referencias

Amparo y Justicia (2009). Percepción de los procesos de investigación y judicialización en los casos de agresiones sexuales infantiles en las regiones Metropolitana, de Valparaíso y del Bío-Bío. Recuperado el día 24 de Julio de 2016 de: https://amparoyjusticia.cl/images/uploads/pdf/mesa_de_trabajo_2008.pdf

Biblioteca del Congreso Nacional (2016). Código Penal. Recuperado el día 24 de Julio de: http://www.leychile.cl/Navegar?idNorma=1984

Boschan, P. J. (2005). El concepto trauma según diferentes autores psicoanalíticos: Ferenczi, Sandor: Trauma en la obra de Ferenczi. Psicoanálisis APdeBA. Vol. XXVII (1/2)., pp. 207-212

Consejo Nacional de la Infancia (2015). Informe Final Comisión Técnica de Garantías de Derechos de Niñas, Niños y Adolescentes en Procesos Judiciales. Recuperado el día 24 de Julio de 2016, de: http://www.consejoinfancia.gob.cl/wp-content/uploads/2015/05/INFORME_COM...

Fenieux, C. G. (2009). El abuso Sexual y la Retraumatización a través de la Denegación. Rev. GPU 5(2), pp., 230-234. Recuperado el día 15 de Agosto de 2016 de: http://docplayer.es/14410208-El-abuso-sexual-y-la-retraumatizacion-a-tra...

Ferenczi, S. (1933). La Confusión de lenguajes entre los adultos y el niño. En S. Ferenczi (Ed. 1966), Problemas y Métodos del Psicoanálisis (pp. 139-149). Buenos Aires: Paidos.

Jordán, J. F. (2002). Experiencia, trauma y recuerdo. Revista Gradiva, Sociedad Chilena de Psicoanálisis ICHPA. Vol. 3 (2), pp., 157-164

Rojas, R. (1998). Trauma, escisión y adaptación: Ferenczi, antecedentes de Winnicott. Revista Gradiva, Sociedad Chilena de Psicoanálisis. Vol. 1(2), pp., 179-190.

Subsecretaría de Prevención del Delito (2015). Víctimas de Delito en Chile: Diagnóstico Nacional. Recuperado el día 24 de Julio de 2016 de: http://www.seguridadpublica.gov.cl/media/2015/08/diagnostico_v%C3%ADctim...

Winnicott, D. W. (1965). El concepto de Trauma en relación con el desarrollo del individuo dentro de la familia. En D. W. Winnicott (Ed. 1989/1991), Exploraciones Psicoanalíticas I (pp. 161-181). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1967). El concepto de individuo sano. En D. W. Winnicott (Ed. 1990), El Hogar, Nuestro Punto de Partida (pp. 27-47). Buenos Aires: Paidós.

Winnicott, D. W. (1967). El Concepto de regresión clínica comparada con el de organización defensiva. En D. W. Winnicott (Ed. 1989), Exploraciones Psicoanalíticas I (pp. 79-83). Buenos Aires: Paidós

Winnicott, D. W. (1988). Ambiente. En D. W. Winnicott (Ed.1993), Naturaleza Humana (pp. 211-220). Buenos Aires: Paidós.

 

Constanza Varas Hernández
Psicóloga. Chile.
Grupo Miradas.
cvaras [at] grupomiradas.cl

 

Ilustración de portada: Patrycja Podkościelny. bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported

 

[1] Niños, Niñas y Adolescentes.

[2] Abuso Sexual Infantil.

[3] Biblioteca del Congreso Nacional, 2016.

[4] Amparo y Justicia, 2009; Consejo Nacional de la Infancia, 2015; Subsecretaría de Prevención del Delito, 2015.

[5] Feniux, 2009.

[6] Ferenzci, 1933.

[7] Ferenczi (1985, citado en Boschan, 2005).

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Gramaxiomáticas del Capital: subjetivaciones, sujeciones, clínicas.

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Las hablas del Capital, son actos de habla. Se propone pensar puestas en habla y en acto de eso que se llama Capital. Pensar el neologismo gramaxiomáticas, intenta poner en palabras la gramática y la axiomática de la maquinaria mundial de producción de sujeciones que es el capitalismo (escrito así, con “c” minúscula, para poner en evidencia, también, lo micro, lo cotidiano, lo adormecido de sus funcionamientos, pero de una materialidad que no genera consecuencias menores en la vida en común). Si el habla funciona como la puesta en escena de un lenguaje, las hablas del Capital podrían pensarse como la vivificación de su lenguaje y los pensamientos que piensan la vida como sujeciones al Capital.

Acontecen en relaciones entre cuerpos hablantes-hablados por sintagmas de época(s), que funcionan al servicio de la producción y reproducción del Capital. Además, esas hablas dañan. Conviene no descuidar la dimensión de daño o herida de las hablas del Capital, para no romantizar la discusión teórica acerca del Capital y su gramaxiomática, y abstraerse y descuidar los efectos concretos que produce.

¿De qué manera dañan esas hablas? Dos características del funcionamiento de las hablas del Capital: astucia y velocidad de recuperación.

 

Astucias.

Uno de los funcionamientos de las hablas del Capital es fijar modos hablantes encarnados en relaciones y vínculos concretos, domesticados por la producción de diferentes sentidos comunes. Presenta con astucia, por ejemplo, la competencia en sociedades como el modo más “ eficiente y deseable“ del vivir en común y sobresalir, alcanzar el denominado progreso, exaltandoméritos “individuales” en la convivencia y reforzando un individualismo meritocrático normativizado.

El Capital Imperialista, con sus Estados y sus aparatos de “defensa”, curiosamente denominados así cuando más bien son dispositivos de ataque, guerra y ocupación, propone “ guerras preventivas para garantizar la paz” , bombardeos sobre países soberanos para “ fortalecer la democracia y preservar sus valores” ; Invadir para “liberar” ; torturar para evitar “ futuros actos de terrorismo internacional y salvaguardar derechos civiles” (algunos casos: la base militar de tortura y ocupación imperialista estadounidense de Guantánamo, en Cuba, o la cárcel de Abu Ghraib en Irak, durante la denominada segunda Guerra del Golfo, entre muchos otros  ejemplos), endeudar usurariamente a países para “ solventar sus gastos, equilibrar sus déficits y promover así el crecimiento sustentable”.

Llega a instaurar el animismo que logra instalar la idea de que “ los mercados financieros dudan, tienen humor, o desconfían”, como si se tratasen de individuaciones anónimas capaces de sentir afectos humanizados, claro está, por el “bien común” . Presenta la “obviedad” de que la “ explotación es un derecho de la clase propietaria” , o que la represión de los movimientos disidentes sociales, ejecutados por las agencias de “seguridad”, son para “ preservar el orden y la convivencia social, y la libre circulación de los ciudadanos” , o bien la depredación de los recursos naturales son “ fuentes laborales seguras para el desarrollo económico de los pueblos”, entre otros ejemplos que podríamos seguir enumerando.

En el plano de la salud mental, se escucha habitualmente que hay que “ encerrar para curar”, sin cuestionar tiempos, modos o lógicas de tratamientos para quienes terminan siendo los destinatarios de esos dispositivos institucionales. En un plano más amplio de la salud, se fomenta la privatización y mercantilización de la oferta de atención, como estrategia “ eficiente y accesible” para usuarias y usuarios, generando al mismo tiempo, pero sin asumirlo, sistemas sanitarios inequitativos y acumuladores de lucro.

Las hablas del Capital axiomatizan, es decir, proponen como “evidente” lo que no necesita demostraciones, produciendo sentidos, decires y vivencias en común, que reproducen hablas hegemónicas. Esos sentidos comunes brotan en cuerpos sociales, institucionales y grupales, como si fuesen el deseable funcionamiento de su existir.

Las relaciones entre cuerpos ya no son sin esos decires axiomatizados por la gramática del Capital. Esos cuerpos hablados son vasallajes moralizados que ilusionan ejercer voces hablantes, voluntarias y activas, como si se tratase de ejercicios de libertades individuales y soberanas. Toda una narrativa actual de la "autosuperación" y la "autoayuda", como también del "emprendedurismo" se sirve de esos discursos.

Teatralizan frases y decires que ocultan el imperativo de la dominación en la carne sintiente del cuerpo social, bajo formas “suavizadas” de un hablar en común que no moleste a las hegemonías y al mismo tiempo, las perpetúe. Las gramaxiomáticas del Capital escenifican proposiciones logradas e instituidas, que no necesitan, en apariencia, ser explicitadas.

 

Velocidad y recuperación

¿Qué es eso que llamamos la potencia de recuperación del capitalismo?
Es el hecho de que dispone de una especie de axiomática. Y esta es, en última instancia - y tal como sucede con todas las axiomáticas- no saturable, está siempre lista para añadir un axioma de más que hace que todo vuelva a funcionar. El capitalismo dispone entonces de algo nuevo que no se conocía.
(Deleuze, Derrames, p. 20)

Frente a cualquier intento de desvío, la axiomática del Capital codifica y corrige lo desviado. La moral no acepta fácilmente indocilidades. Que las cosas vuelvan a su lugar y a su forma esperable. Torniquete conceptual, relacional, de recomposición.

Ante una amenaza o posible herida que el Capital vislumbre, acciona velozmente sus sistemas de recuperación, lamiendo sus heridas, frente a cualquier intento emancipatorio que se sustraiga de su poder o sea detectado como amenaza.

Potencia/velocidad de recuperación y recaptura, asimilación incluso de las apariencias disidentes, que se determinan enfrentarlo. Ante esto, ¿pueden las cercanías y distancias con intenciones emancipatorias, adelantarse por lo menos una, dos, miles de veces, a esa veloz recuperación del Capital? ¿Se pueden lograr oasis emancipatorios, dentro, por arriba, debajo o a través y a pesar de las gramaxiomáticas que el Capital impone como funcionamiento? ¿Qué se puede con las hablas de las Hablas en la Facultad de Psicología de una Universidad Pública?

Un pensamiento que no disculpe al mundo

El discurrir clínico y sus praxis no escapan a estas gramaxiomáticas. Cuesta encontrar territorialidades fecundas para el despliegue de un pensar clínico que se sustraiga de los lugares comunes. Construir un nuevo pensar, un o tro pensar, que permita a su vez otras prácticas clínicas concretas con el sufrimiento, sigue siendo el desafío de lxs trabajadorxs de la salud, aún hoy que parece que todo se ha dicho una y mil veces hasta el hartazgo.

¿Seguir afirmando las intenciones de fundar lógicas sustitutivas a las lógicas manicomiales? ¿Volver a discutir el problema de los consumos problemáticos y sus mutaciones actuales? ¿Re-hacer experiencias docentes universitarias, para permitir que el virus de la curiosidad no se extinga definitivamente? ¿Qué lugar para el misterio y lo maravilloso en la clínica?

Trazar cartografías clínicas nuevas implica un pensar clínico diferente

Si los manicomios son a s uperar, si los consumos problemáticos son a r epensar , si el Capital es a d estruir, ¿cómo será el pensar clínico sin lo manicomial, sin las ataduras estereotipadas del pensamiento mediocre sobre los comportamientos excedidos en consumos, cómo será el vivir sin las gramaxiomáticas capitalistas?

La propuesta es establecer relaciones entre las sintomatologías clínicas sufrientes y las ideas de “emprendedurismo”, "autosuperación",“meritocracia” y "empresario de sí”, que cristalizan figuras y personificaciones sociales “deseables” en el actual mundo hipermoderno, todavía determinado por las hablas del Capital y su axiomática, revestido de republicanismo democrático hipócrita y expandido a través de los discursos mediáticos hegemónicos.

Una premisa muy expandida en la sociabilidad actual dice: “si deseas obtener algo, debés esforzarte -en clave individual- para alcanzarlo”. La llave del progreso, siempre individual, es el mérito que implica el esfuerzo personal en el camino para la obtención de los ansiados objetivos auto(sobre)impuestos. En ese común, la clave del desarrollo personal exitoso implicaría un entrenamiento aislado para la futura ganancia y bienestar individual, desconociendo los condicionamientos sociales de los integrantes que componen ese común, al mismo tiempo que, de fallar en ese camino, los causalidades del fracaso serán atribuídas exclusivamente al insuficiente esfuerzo del individuo en cuestión. Así, quedan conectados los términos fracaso personal-culpa-deuda, con las consecuentes sintomatologías depresivas y ansiógenas, que implican el padecer la insuficiencia de “no haber estado a la altura” de los tiempos y exigencias actuales, sentirnos culpables por ello, endeudados de angustia, y vivir solos ese fracaso.

Las relaciones entre culpa y deuda en tiempos de crueldad neoliberal-oligárquica, con sus consecuencias despolitizadoras y antiproductivas a nivel del deseo, en el sentido que Deleuze y Guattari le dan a este último término, se contraponen a las ideas de resistencia y construccion de agenciamientos colectivos de enunciación y deseo, donde éste mas que una fuerza "individual", acontezca como campo de acción y creatividad.

La culpa y la deuda desconectan al viviente del deseo, aumentando la distancia “interna”, profundizando la alienación con los instituídos, multiplicando el sentimiento de fracaso y despersonalización. No pocas veces la deriva de esto termina en las depresiones graves y el suicidio.

Sentirse "bueno en algo", esa extorsión emocional que la vida en común, impuesta por el sistema, exige como logro identitario para no sufrir y "ser parte", ya no puede sostenerse sin descaro. Su contraparte, el sentirse "bueno para nada", refleja en innumerables vidas que la cosa no funciona, que la pena hace su aparición en no pocos territorios y con variados efectos, y que el miedo -cuando no el terror- se convierte en personaje habitué de los vínculos existentes, sombra parroquiana de la adaptación forzosa a un mundo desagradable.

Sin embargo, la dicha es posible. El pensamiento, el amor, la amistad, el buen trato, la dialogabilidad, el accionar clínico entre complicidades que intentan un más allá, son tránsitos donde las potencias de la posibilidad puedan emerger, contrariando aunque sea fugazmente, los apasionamientos tristes omnipresentes.

 

Lic. Mariano Tejo Arroyo
ATP T. y T. de Grupos,
Cat. II Facultad de Psicología- UBA

Referencias bibliográficas

-Chomsky, Noam (2003) “Poder y Terror. Reflexiones posteriores al 11/09/2001”,

Editorial Del Nuevo Extremo, Bs As, Argentina.

-Deleuze, Gilles (2005) Derrames entre el Capitalismo y la esquizofrenia. 1° Edición, Editorial Cactus, Buenos Aires, Argentina.

-Kazi, Gregorio (2009) “El ser socio histórico, fuente de insurgencias ante el Terrorismo Imperialista”, en 30.000 Revoluciones, revista de la Universidad Popular Madres de Plaza de Mayo, Año 3, número 3.

-Kazi, Gregorio “Imperialismo Terrorista”, inédito.

-Percia, Marcelo (2017) “Estancias en Común”, Ediciones La Cebra, Bs As, Argentina.

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El Abuso Sexual en la infancia y la intervención institucional en la época actual

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Al abordar el abuso sexual en la infancia en la institución pública se hace necesario poner de manifiesto las características de la época actual como contexto que atraviesa las diferentes instituciones. ¿Cuáles son las características de las instituciones actuales?; ¿qué implicancias tiene la época en el ámbito privado de lo familiar en su paso hacia la instancia pública?; ¿qué efectos de lo legal-institucional en el sujeto?; ¿cómo situar al niño abusado sexualmente en el contexto de la institución?; ¿qué lugar para el psicoanálisis aquí?

El presente trabajo tiene por objetivo reflexionar sobre estos interrogantes a partir de la experiencia obtenida en la labor que desde el año 2009 desempeñamos en una institución pública de nuestro país, dedicada específicamente a la atención de niñas/os, adolescentes y mujeres víctimas de abuso sexual.

La modernidad líquida es la época de la instantaneidad y la individualización ya que todo aquello es consumido individualmente.

Pensar nuestra época

 

En su libro Modernidad Líquida (2000), Zigmund Bauman analiza las características de nuestra época, describiéndola como una modernidad líquida. Para el autorcaída en lo social y en las estructuras familiares de cierta función de regulación, lo que guiaba al sujeto inmerso en los diversos discursos del Otro social, del Otro de la cultura. Una modernidad caracterizada porlo importante es la satisfacción en el mismo instante en que aparece la búsqueda de placer, un tiempo sin lugar para el deseo. No se trata del plus de goce como efecto de pérdida sino más bien como efecto de producción, tal como lo expresa Trobas G. (2009), una tendencia adictiva. Por esto, la modernidad líquida es la época de y la individualización ya que todo aquello es consumido individualmente. Hoy visiblemente el encuentro del sujeto es cada vez más sin posibilidad de lazo al otro, el autoerotismo del encuentro en el goce mismo de la palabra y el cuerpo.

 

 

Incidencia de la época en las instituciones: ¿qué lugar para el sujeto?

 

Lo social actualmente implica la satisfacción individual con el objeto en una ficción de plenitud y completud. Este constituye el principal malestar de la civilización actual.

¿Pueden escucharse en el sujeto los efectos de esta modernidad que a la vez de insertar en el espacio público cuestiones del ámbito más privado, produce nuevos significantes que ingresan a la vida del sujeto según su marca particular de goce, para continuar en su tendencia hacia el goce en producción?

En nuestra experiencia, la institución atravesada por un orden jurídico viene a alojar el malestar y sufrimiento subjetivo de los que asisten por un abuso sexual, “para todos, Uno”. Universalización de lo particular en un significante que nombra al sujeto en ese para todos, que agrega un sentido al sin-sentido de su malestar particular.  

La intervención institucional, abre a su vez la posibilidad de poner freno a lo desmesurado del goce y poder responsabilizar al sujeto en relación a su propio goce.

El asesoramiento legal permite, por ejemplo, en el contexto de la institución pública, indicar qué debería o no debería hacer el sujeto respecto a la problemática que lo convoca; qué responsabilidades, desde el orden jurídico, se ponen en juego para él desde lo particular de su caso; elemento del cual podrá hacer uso el psicoanalista inserto en la misma.

La intervención institucional, abre a su vez la posibilidad de poner freno a lo desmesurado del goce y poder responsabilizar al sujeto en relación a su propio goce, por ejemplo, en casos de incesto, donde la denuncia permite conmover algo del funcionamiento habitual de lo familiar, que funciona en bloque en lo desmesurado de un padecimiento que deja librado al niño a un gran sufrimiento.

La intervención institucional sin lo legal interviniendo, puede plasmarse también en los Talleres Creativos para niños, en tanto dispositivo que posibilita al sujeto a hacer lazo con otros y el grupo de madres de niños y niñas víctimas como modo del sujeto de agruparse con otras personas por experiencias o características similares, o por haber padecido, el mismo sufrimiento, sin un Otro que los convoque más que en este caso, la institución misma. Esto, según Bauman, se da porque “hay mucha más gente que se siente desdichada que gente capaz de identificar y nombrar las causas de su desdicha” (Bauman, Z. 2007, Pg. 72).  Nombrar lo innombrable, dar nombre a lo que sólo se nombra desde lo particular del sujeto, quizá es una de las funciones de la institución en la época.

 

El Abuso Sexual en el contexto institucional.

 

¿Qué tiene para decir el sujeto de manera que el analista inserto en la institución pueda hacer uso del orden de lo jurídico?

Si tomamos al discurso jurídico, puede pensarse en una universalización en tanto se plantea un “para todos”, en este caso, “para todos los abusados sexualmente”, que generaliza sin tener en cuenta lo particular de cada sujeto, anulando así la diferencia.

Si se produce la extracción de la letra, el corte del significante a-b-uso sexual, puede pensarse, desde el psicoanálisis y siguiendo los aportes de P. Lacadeé (1999), que el niño abusado sexualmente queda allí tomado como objeto de uso, de un uso excesivo. Introducir algo de un orden Otro en relación al niño y su posición respecto a lo intrusivo del Otro, implica introducir la posibilidad de una pulsión de vida que procure al sujeto hacer más soportable, más vivible su mundo y su entorno y, en la práctica, esto puede implicar la introducción de un orden no sólo para el niño sino también para el sujeto adulto.

De allí en adelante, quedará al analista la tarea de realizar una lectura sobre qué estatuto para el AS en cada caso particular, ubicándolo del lado del trauma o del lado del traumatismo; qué posición ocupa el sujeto en relación al Otro, para así orientarse en la cura.

​La institución permite nombrar lo real del goce, crear nuevas ficciones, ir a contrapelo de la pulsión mortífera que empuja al sujeto de la época en tanto goce desenfrenado.

 

Efectos de la intervención institucional en el niño abusado sexualmente

 

Podemos diferenciar tres formas en las que la intervención legal-institucional puede tener efectos según cómo se sitúe el AS para el niño; esto teniendo siempre en cuenta lo particular del caso:

 

  • Intervención institucional a partir del AS como traumático para el sujeto. En este caso, y a partir del acontecimiento del AS, se produce la intrusión en la vida del sujeto de algo indecible, algo del orden de lo real que deja al sujeto traumatizado por encontrarse fuera de sentido. La institución viene a funcionar aquí como la que da un sentido al sin-sentido del trauma.

 

  • Intervención institucional a partir del AS como traumatismo. Es lo que puede leerse en los casos en los que algo de la introducción del significante traumatiza al sujeto, una insistencia por la vía del lenguaje, del discurso del Otro. Esta es la vía del traumatismo en tanto el lenguaje mismo es traumático para el sujeto.

 

  • Intervención institucional ante la ausencia de un orden Otro. Cuando la función paterna no se encuentra mediatizada para el niño en tanto ingrese algo de la ley. Entonces la apuesta es posibilitar la entrada de la función paterna, de un orden Otro, valiéndose o sirviéndose de una intervención institucional que posibilite frenar el empuje a la satisfacción introduciendo una falta, un no-todo para el niño y la madre o su entorno familiar.

Apuntar a que el sujeto pueda no sólo reconocer sus derechos, sino su pleno deber ante la situación, es decir que el sujeto pueda responsabilizarse e implicarse en la situación particular del AS de su hijo, insinuar un orden que venga a poner fin a la situación desbordante, evaluar y poner nombre a las acciones que dieron lugar a este exceso, todo esto ya nos habla de una responsabilidad, una implicación a nivel del adulto que consulta en la situación del niño abusado sexualmente permite situar los efectos en la relación de la madre con la situación de su hijo abusado sexualmente.

 

Conclusiones

 

La institución permite nombrar lo real del goce, crear nuevas ficciones, ir a contrapelo de la pulsión mortífera que empuja al sujeto de la época en tanto goce desenfrenado, abriendo la vía del encadenamiento significante como vía del principio de placer y procurando cierta pulsión de vida en el sujeto. La institución como ficción creada por el lenguaje, un mundo de semblantes, permitirá al analista inserto en ella hacer uso de los discursos que la atraviesan. 

Se trata de escuchar en cada caso singular qué posición ocupa el niño en relación al Otro para orientar la cura y para hacer uso de una intervención institucional en tanto posibilidad de introducir un orden Otro allí donde no lo hay, introducir algo de una pulsión de vida que haga más soportable el sufrimiento.

 

Bibliografía:

 

Bauman, Z.(2007): Modernidad Líquida. Ed. Fondo de Cultura Económica, México.

Trobas G. (2009): La pareja fundada en el amor. Emergencias, dominancias y efectos patológicos. Ed. Universitas. Córdoba.

 

Florencia Zarazaga es Psicóloga. Técnica en el equipo de atención interdisciplinaria para víctimas de delitos contra la integridad sexual. Polo de la Mujer. Minist. De Justicia y DDHH. Gob. De la Prov. De Córdoba.

 

Sabrina E. Sosa es Psicóloga.  Técnica en el equipo de atención interdisciplinaria para víctimas de delitos contra la integridad sexual. Polo de la Mujer. Minist. De Justicia y DDHH. Gob. De la Prov. De Córdoba. Colaboradora del Proy. De Investigación “Subjetivaciones y Malestares en el escenario clínico- educativo”. CyT. Facultad de Psicología. UNSL.

Ilustración: Simón Prades. bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 3.0 Unported

 

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Dar en el blanco: Cuerpos Internados, Poesía Libre

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Darío Cavacini. Editorial El Colectivo, 2019. 128 páginas

Este texto es un trabajo documental, iniciado en 2014, que surge de la pregunta acerca del valor que adquiere la poesía en contextos de encierro tales como los manicomios, donde la creatividad se confronta diariamente con el exceso de psicofármacos y la inspiración parece brotar como respuesta al abandono y la desidia propios de este tipo de lugares. Las dificultades que encuentra el acto de escribir en estas instituciones colocan al ejercicio poético en la categoría de supervivencia y lo convierten en una vía privilegiada para poner en palabras y desanudar diferentes experiencias de marginalidad, entre ellas la internación. La poesía es un camino con una larga tradición en adentrarse y desnaturalizar situaciones cotidianas que vulneran los derechos. A continuación transcribimos un fragmento del libro sobre la poeta Cristina Martín.

La poesía, vecina de la locura

Cristina Martin ingresó por primera vez a un hospital psiquiátrico cuando tenía veinte años: sentía que estaba en la ciudad sagrada de Machu Pichu reencarnando a la heredera natural del imperio incaico. Mientras participaba de las ofrendas al sol, los juegos florales y los sacrificios humanos, por su mente danzaban pacificadores parajes de ensueño que hacían interactuar a sus sentidos y le permitían oler los sonidos, escuchar los colores y concebir a las palabras como una extensión de su propio cuerpo.

En homenaje a aquella vivencia ancestral adoptó el seudónimo Princesa Inca como un modo de reclamar su derecho al delirio que, según afirma, no está hecho sólo de sufrimiento. En él también se esconden grandes verdades que el etnocentrismo occidental ha silenciado con psicofármacos y encierros, anulando la posibilidad de darles un sentido singular.

Detrás de su apariencia etérea, inconstante, a punto de resquebrajarse todo el tiempo, se encuentra una poeta habitada por una sensibilidad pizarniana que le perdió el miedo a sus propias palabras y no tiene reparos en expresar sus pensamientos más íntimos para cuestionar aquello por lo cual la han psiquiatrizado. Según su concepción chamánica del mundo, esas experiencias extrasensoriales son la puerta de acceso a otros niveles de comprensión del universo que difuminan los límites entre lo real y lo irreal, lo aceptado y lo medicable.

“Los doctores dijeron que aquello había sido un falso recuerdo, parte de mi trastorno esquizoafectivo, mezcla de bipolaridad y esquizofrenia. ¿Alguien realmente está en condiciones de negarme que se trate de un recuerdo de otra vida? Nadie puede. Discrepo también de mi diagnóstico: ¿por qué meterme a mí junto a otro montón de personas bajo una determinada etiqueta? Carece de rigor, debería haber una etiqueta para cada persona”, expresa.

Sus tres internaciones le dejaron más preguntas sin responder que respuestas a preguntas que nunca se había hecho. Aun después de haber transcurrido varios años desde su última estadía en el hospicio, todavía no logra comprender por qué la primera reacción de los psiquiatras fuera aplacar sus arrebatos místicos sobre la base de contención física, pero nunca emocional: “Un psiquiátrico es una casa de torturas. Te tratan peor que a un escombro. Cada vez que ingreso, siempre hay un momento en que necesito pasearme desnuda por los pasillos. ¿Y sabes cuál es la reacción de los médicos? Reducirme, atarme, inmovilizarme, sedarme y aislarme. Nos quieren tranquilos y babeantes. Para ellos, todo es mero mecanicismo bioquímico, desdeñan las emociones”.

A través de sus versos pudo abandonar el silencio y convertir sus propios infiernos en una obra de arte desgarradora que le permitió sanar a través de la enfermedad, del espanto, desde y para la muerte misma: “La poesía ha de dejarnos tiritando, llorando en una esquina, cuestionándonos el valor de la vida, de nuestra sangre, de nuestras entrañas. La poesía debe contener belleza a través del horror; de él debe partir y hasta él ha de volver”.

La capacidad innata de quienes hacen poesía para fortalecerse a través de las palabras, con las venas ardiendo y las lágrimas rodando, la ayudaron a superar los dolores más demoledores y a hablar con todo detalle y sin tapujos del sexo, la muerte, la risa, el sufrimiento y su propia locura. Tanto cree en la poesía como reveladora de imprescindibles verdades que ha llegado a considerarla un acto de curación frente al sufrimiento humano: “El poeta puede decir ‘la luna me mira’ o ‘la noche me habla’ sin que por ello le encierren. La poesía es vecina de la locura, pero como es sólo poesía, no te medican por ello. Alivia mucho ver fuera de ti lo que antes estuvo dentro”.

La escritura es para ella un acto de libertad absoluta donde todo está permitido, un lugar donde no puede ser amordazada ni medicada hasta perder el sentido de estar sintiendo y al que no tienen acceso los verdugos de guardapolvo blanco que la tratan. La fuerza vital que encontró en sus versos fue lo que la motivó a publicar La mujer precipicio (2010), Crujido (2013) y La hija del aullido (2015), sus diarios íntimos disfrazados de poemarios que muestran su hipersensibilidad frente a todo lo que la rodea.

Sus poemas son oráculos que reflejan, como un espejo esquivo, su apertura hacia otros universos. En ellos hay locura, hay dolores imprescindibles, hay amores huidizos, hay desamor, hay muñecas ensangrentadas, hay sexo, hay entrañas esparcidas en forma de palabras; hay todo un mundo de metáforas y alusiones a sus propios infiernos, porque como ella misma asegura: “No son palabras los que escribo, sino gritos desesperados”.

El No-Lugar

Estoy allí.

Este allí no tiene nombre,

no giro por delante de nada.

Estoy allí,

en el No-lugar,

en un pozo,

sin pies ni subidas,

sin alteraciones del sueño.

Estoy allí,

en el No-lugar,

la locura.

 

A Leopoldo María Panero

La Muerte engendra locos y escupe poetas tristes,

allí, donde no llega la luz ni el beso, vive una sombra que llora,

allí, donde no llega la piel ni el calor, perdura el manicomio...

Yo, que soy la luciérnaga atropellada por la lágrima,

tú, que eras el hijo del dolor y el enajenado que no pudo escapar,

prisionero de ti, como tantos que somos prisioneros e hijos del miedo,

encarcelados en el hospital, donde no existe la caricia,

manipulados por frías batas blancas y pastillas azuladas...

Yo, que soy otra enajenada que llora valiums, que desayuna antipsicóticos,

que tiembla olvidada en el colchón como un escombro,

tú, que recibes elogios y medallas una vez muerto

pero al que nadie vino a rescatar de su habitación psiquiátrica,

al que ningún rostro acogió en su vientre cálido...

La Locura no es paseo cool por la vida,

como piensan algunos,

sino que es la sangre clavada en el pensamiento

y ver como uno cae en el abismo sin aliento,

la Locura no se trata de un juego,

es encontrarte como un animal acorralado

y querer morir atado en una cama...

Por eso, silencio,

silencio, silencio,

ante el alucinado, ante el loco,

silencio y respeto a su mundo infinito,

a su mirada perdida,

a su mundo incomprensible,

a la foto en la que brillaban sus ojos de niño.

 

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Psicoanálisis y abordaje de la Homo-Lesbofobia

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“Las mujeres que hacen ‘eso’ son degeneradas”

Presentación

Conocí a Laura a sus 40 años. Concurre a una primera entrevista muy desbordada, refiere que le costó muchísimo llegar a la consulta, ya que siempre pensó que se las tenía que arreglar sola. Habla muy rápido y como vomitando las palabras. Varias veces debo pedirle que repita lo relatado, porque no entendía lo que decía dada la verborragia con la que hablaba.

- “Mis amigos me vieron tan mal, que me insistieron y al final acepté porque ya no aguantaba más.” “Siempre tuve con mi mamá una relación de amor-odio. Desde chica yo era la preferida porque era la única hija mujer, pero también me exigía mucho, yo tenía que ser la señorita de la casa, me vestía con vestiditos que para ella eran hermosos y que yo odiaba porque no podía jugar a los juegos que me gustaban. Así que cada vez que podía, me ponía pantalones de gimnasia para poder treparme a un árbol que había en el patio de mi casa y también jugar a la pelota.”

Los valores de una cultura determinada se transmiten de generación en generación a través del superyó de los sujetos que la componen

Refiere que tiene dos hermanos mayores que ella, uno de 42 y el otro de 45. “Me encantaba verlos jugar al fútbol, siempre que podía me metía a la cancha a jugar con ellos; pero me sacaban diciendo que no fuera varonera o machona, que no eran cosas para nenas. En la escuela jugaba mejor que algunos varones; se burlaban de mí porque me gustaba usar el pelo corto, hasta hubo una vez que me lo corté yo misma, y me quedó horrible; mi mamá estaba muy enojada; así que de a poco empecé a comportarme como esa señorita que tenía que ser, pero me sentía que no era yo, que interpretaba un papel.”(...) “Yo no sabía qué significaba, pero desde que estaba en la escuela primaria recuerdo que ya tenía atracción por las mujeres, había una compañerita rubia de la que me enamoré que se parecía mucho a la actriz rubia de Señorita Maestra y a la que le escribí una carta de amor a la dirección del canal.” Cuenta también que en esa época disfrutaba mucho de escribir cartas de amor e historias que inventaba; alrededor de los 12 o 13 años descubrió a su madre leyéndolas y que al sentirse invadida las rompió todas y no volvió a escribir.

Refiere además que está en pareja hace dos años con Rosa, una mujer de su misma edad oriunda de una ciudad del norte del país y que las ocasiones en las que Rosa va sola a visitar a su familia siente una “sensación de vacío espantosa”. “No entiendo por qué me siento así, es como si me arrancaran una parte de mi cuerpo.” “Dos años antes de salir con Rosa estuve tres años en pareja con Susana, mi familia no preguntaba nada, pensaban que éramos amigas y que compartíamos gastos.” “Era una tortura tener que fingir todo el tiempo y cuando ellos hablaban de sus parejas, yo tenía que callarme y dejar que dijeran cosas como ‘ella es muy reservada’, ‘¿no te irás a quedar solterona, vos?’ o ‘¿no serás virgen, no?’” Y además que le quisieran presentar “buenos chicos”.

“Un día (hace cinco años) no aguanté más y les conté a mis hermanos que era gay, que me gustaban las mujeres, que no me insistieran más con que saliera con tipos y me puse a llorar. Me dijeron que estaba todo bien, pero que no le dijera nada ni a mi padres, ni a mis sobrinos.”

A los padres porque los afectaría mucho, incluso su hermano mayor fue contundente, afirmó que podría matar a su padre esa noticia y que ella sería la culpable, y los sobrinos porque según ellos eran muy pequeños para entender y les “daría un mal ejemplo”. “Mis hermanos me dijeron que si aceptan públicamente mi ‘tema’ les estarían dando la aprobación a sus hijos para ser homosexuales” (irrumpe en llanto). Laura tiene cuatro sobrinos; Vanina (12) y Román (15) por parte de su hermano mayor y Lila (10) y Luciano (12) por parte de su otro hermano.

“Con mi familia soy como un sapo de otro pozo, ellos son muy católicos y muy conservadores. En las reuniones familiares hacen chistes muy discriminatorios como si yo no estuviera allí, pero yo no digo nada, me quedo paralizada.”

Refiere además que en algún momento militó en un partido de izquierda lo que fue un disgusto para sus padres. Para socializar suele ir a algunos lugares de encuentro como pubs o discos, o a recitales de cantantes lesbianas populares; lugares donde ha conocido a sus parejas a través de presentaciones de amigas o conocidas.

Respecto del motivo de consulta refiere que no quiere estar más así, que sufre mucho ya que se siente atrapada, sin salida. Ante mi pregunta refiere que no tiene ideas de muerte, ni intenciones de quitarse la vida, pero que a veces no tiene ganas de vivir y se queda en la cama muy angustiada. Le propongo tomarnos un tiempo para algunas entrevistas y ver si podemos armar un espacio de confianza donde ella pueda desplegar y trabajar lo que le pasa, y que dejamos como posibilidad la consulta con un psiquiatra en caso de que el monto de angustia no disminuya, lo cual acepta.

Práctica psicoanalítica y heteronormatividad

Los valores de una cultura determinada se transmiten de generación en generación a través del superyó de los sujetos que la componen,1 funcionando como una guarnición militar de la cultura situada en el interior del individuo.2 Por lo tanto, dada una sociedad/familia con aversión respecto de las relaciones entre personas del mismo sexo, un sujeto criado en dicho contexto, no sólo vivirá en un medio homofóbico/lesbofóbico, sino que además una instancia ubicada en su interior, que determina lo que “es” “bueno” o “malo”, discernirá como “malos” y en consecuencia despreciables y condenables acciones y/o pensamientos homoeróticos. Es lo que históricamente se ha denominado homofobia internalizada.3 Este concepto que no proviene del corpus de la teoría psicoanalítica ha sido un operador conceptual que desde los inicios de mi práctica clínica a finales de los años 90, me ha permitido rebatir ciertas propuestas de tratamiento que más que apuntar al cuestionamiento de los “ideales del yo” (uno de los vasallajes del yo)4 proponían desde un autoproclamado psicoanálisis, intervenciones que disciplinaban y aplastaban toda posibilidad de expresión del deseo del consultante.5

Cuando un sujeto va tomando conciencia de su orientación sexual divergente de la “oficial” esperada, si no encuentra nuevas propuestas identificatorias, suele quedar fijado al negativo del ideal

Tomaré dos citas a modo de ejemplo. Veamos lo que afirmaban algunos psicoanalistas en un Simposium y Congreso de la APA en el año 1980. En aquel entonces se hablaba de homosexualidad egosintónica y egodistónica. Esta última se refería a los sujetos que vivían su homosexualidad con grandes montos de culpa y angustia y es sobre la cual -según esos psicoanalistas afirmaban- podían supuestamente influir -cuando no “curar”-. Al punto que una autora llega a plantear que el ocultamiento y el pudor eran de “buen pronóstico” dado que “la homosexualidad en sí misma, observada microscópicamente, funciona como un delirio” ya que el juicio de realidad en cuanto al mundo masculino se encuentra perturbado y en lo que concierne a la transferencia las “interpretaciones rebotan”.6 Otro grupo de psicoanalistas en el mismo Simposium sostienen que en la “homosexualidad egosintónica” se ha coartado la formación del Ideal del Yo, y distorsionado o atrofiado el Superyó, por lo tanto, el objetivo del tratamiento era que la arrogancia inicial evolucionara a “una egodistonía vergonzante y elusiva”, ya que “el problema no es reducir la severidad del Super Yo sino reorganizar el sistema de valores total del Ideal del Yo - Super Yo.”7

Se trata a las claras de un psicoanálisis heteronormativo que perdió el norte de su poder revolucionario y cuestionador de las normas sociales que aplastan la singularidad de los sujetos. Esa pretensión de “reorganizar el sistema total de valores” no es más que un brazo disciplinador al servicio de una sociedad donde la heterosexualidad se impone como obligatoria más que como una orientación sexual entre otras.8

En la actualidad se apunta a afirmaciones políticamente correctas que disimulan la concepción heteronormativa con frases rimbombantes y enigmáticas. O bien exactamente lo opuesto, como por ejemplo un texto donde el autor se jacta de “políticamente incorrecto” criticando a los “psicoanalistas progres” que por la “confluencia del discurso del capitalismo con el de los derechos” han llevado “a la liquidación, a la dilución de la perversión como categoría nosológica”.9 Lo más curioso es que se refiere a las prácticas perversas retomando la definición de la psiquiatría clásica: toda práctica sexual que se desvíe de la “conducta sexual normal”. De este modo sitúa a la heterosexualidad como “la carretera principal” del goce humano e ironiza acerca de los que denomina “senderos personales”: “como somos muy respetuosos por la diferencia y no discriminamos, ningún goce es mejor -o peor- que otro, ¡adelante pues! ¡Realiza ya tus fantasías muchachito!”10

Algunas pinceladas sobre el proceso terapéutico

Laura se presenta planteando un dilema: quiere ser aceptada por su familia de origen y para esto debe forzarse a ser quien no es, “una señorita femenina que haga cosas de nenas”. Cuanto más obediente a los ideales familiares, más angustia siente; por otro lado, cuanto más leal a su deseo, más la aplasta su “conciencia moral” y más culpa experimenta. Según sus palabras solo se siente feliz cuando está junto a Laura en su bunker privado. Esta palabra remite a una popular disco gay de los 90 y como vocablo a “refugio subterráneo para protegerse de los bombardeos”. Que Laura utilice esa palabra nos conecta directamente con lo que implican el encierro, el aislamiento (bautizado como “estar en el closet” por la comunidad lgtbi+ estadounidense) y la simbiosis como estrategia de supervivencia ante un entorno homo-lesbofóbico.11 Laura “sobrevivía”, pero con el consiguiente empobrecimiento y sufrimiento subjetivo. Cuando un sujeto va tomando conciencia de su orientación sexual divergente de la “oficial” esperada, si no encuentra nuevas propuestas identificatorias, suele quedar fijado al negativo del ideal, o más bien a lugares abyectos, despreciables: “carreteras sinuosas, tortuosas, desviadas”.

El acto de escribir se transformó en un acto de creatividad que había quedado coagulado desde la pubertad, cuando su madre había invadido su privacidad y se había sentido humillada y avergonzada

El tratamiento consistió en que Laura pudiera ir ubicando donde estaba parada en la vida, es decir, que pudiera ir encontrando lugares identificatorios (divergentes a los de su familia de origen). Quién era, qué era ser mujer, y qué era ser lesbiana o gay para ella (solía autodenominarse “gay” u homosexual).12

Nunca había intentado hacerse preguntas sobre su vida y sus cosas. Ahora se enfrentaba a ver qué cosas la acercaban o la alejaban de su madre. La dificultad que tenía era hacerse preguntas y tolerar la diferencia. La forma de salir del pegoteo con su madre y su pareja fue trabajar el proceso identificatorio, quién era ella. Estuvo años “escondida” sin cuestionarse, la forma en que intentó afirmar su identidad fue haciendo la contra (no ser de derecha, no ser católica, etc.). Y paradójicamente terminaba plegándose a los deseos y afirmaciones de sus seres significativos.

En algunas oportunidades le hacía a Rosa -su pareja- algunos planteos que eran un calco de los que le habían hecho a ella sus padres y sus hermanos. “A veces le recrimino a Rosa que es muy ‘bombero’, que se cuide un poco de cómo se maneja en la calle... pero cuando me preguntaste qué me gustó de ella, me di cuenta que esa fue una de las cosas que me encantaban: que fuera desprejuiciada y no le importara lo que pensaran de ella, una mujer libre.”

T- “Sí y también es muy parecido a lo que te criticaba tu mamá; ¿cómo era que te decía...?”

L- “¡Que no sea tan machona, que no le quedaba bien a una señorita! ¡Qué horror, siempre odié eso de mi mamá y ahora se lo hago a Rosa que es la persona que más amo.”

En otras ocasiones se plegaba a los decires de su pareja o de alguno de sus amigos (que en rigor de verdad eran amigos de la pareja), quedaba confundida con el otro, lo que “ella” decía/pensaba quedaba opacado. Su modo de vincularse era fusional, no había límite entre ella y su madre; así como no lo había entre ella y su pareja. La diferencia la vivía como una traición a una o a otra; en todo esto, su propio lugar de enunciación quedaba borrado.

El primer paso en su tratamiento fue disponer las condiciones para la creación de un espacio-soporte donde encontrara en la función del tercero un límite: ya que no hay espacio sin un límite.13 Un espacio donde pudiera abrir sus vacilaciones y sus experiencias sin una mirada crítica que la aplastara en su alteridad. En ese camino de exploración e historización comenzó a ubicar cómo en aras de mimetizarse con el deber ser familiar empezó a camuflarse y a traicionarse: efectos de la aversión a toda diversidad sexual por parte de su entorno familiar. Menciona que cuando era niña había visto una novela donde “la lesbiana era la malvada” y al final moría, recuerda sin entender el porqué, haber sentido una gran tristeza.14 Por el contrario, su madre había expresado alivio ante ese final y comentarios de disgusto sistemáticos sobre lo perversa, depravada y pervertida de la protagonista, “las mujeres que hacen ‘eso’ son unas degeneradas”. Si bien su padre mostraba disgusto, no hacía comentarios ni positivos, ni negativos.

Inventar relatos fue un faro para su deseo, comenzó a ser algo que la rescataba de esa deriva identificatoria para anclar en algo propio

Por otro lado, en el aquí y ahora de su vida nada le interesaba a Laura, salvo hacer cosas con su pareja. Incluso si algún amigo las invitaba y Rosa no podía ir, ella se quedaba sola en la casa. Solo traía a su espacio terapéutico cuestiones que la hacían sufrir, sobre todo por parte de su familia. Cuando no había nada de ese orden, no sabía de qué hablar. En un período intentó comenzar varias actividades, pero iba una o dos veces y dejaba. Si bien yo le señalaba sistemáticamente el aspecto identificatorio homo-lesbofóbico con su madre, solo quedaba en el terreno de lo racional: “lo entendía”, pero no lo hacía “carne”. Tenía terror a “traicionar/desilusionar” a su madre, para ella ser una “mujer lesbiana independiente” era romper -según su fantasía- “definitivamente” con su madre y yendo más a fondo “la dejaría de querer” o “podría cometer una locura”. Respecto de su padre según había sentenciado su hermano “podría matarlo”. Unos siete u ocho meses luego de haber comenzado su tratamiento, en una sesión comenzó relatando una escena habitual de menosprecio familiar y continuó hablando de lo “desastrosa” que era ella, que Rosa la dejaría, que se quedaría sola y que ella no serviría para nada. La frené con un tono enérgico (contra-transferencialmente estaba irritado con el destrato de su familia y que ella lo repitiera al modo de la compulsión a la repetición):- ¡Basta Josefina (el nombre de su madre), cortála! ¡No parás de desvalorizar a Laura, sos muy cruel!

Se quedó atónita, luego se enojó. ¿Cómo me vas a decir eso? Sos muy desconsiderado.

- Sí, Josefina es muy desconsiderada... ¿A quién estás defendiendo a Josefina o a Laura?

- ¿Me lo dijiste en serio o fue una interpretación?

No le contesto. Le doy un papel y le transmito que ese día íbamos a hacer algo diferente y le pido que en una hoja escriba una historia que empiece con la escena que me había contado al principio: una mujer rodeada de gente que decía cosas agraviantes hacia ella, supuestamente “sin saberlo”. Escribió un relato de dos páginas sobre una empleada doméstica “negra”, lo leyó y corté la sesión. A la vez siguiente volvió a traerlo, pero con algunos cambios, complejizando la historia. No importa tanto el texto de lo que escribió sino que algo se desbloqueó. El acto de escribir se transformó en un acto de creatividad que había quedado coagulado desde la pubertad, cuando su madre había invadido su privacidad y se había sentido humillada y avergonzada. Inventar relatos fue un faro para su deseo, comenzó a ser algo que la rescataba de esa deriva identificatoria para anclar en algo propio, genuino. Desde allí fue encontrando otras boyas, su inclusión en un taller de escritura le permitió participar de su primer grupo personal, propio, no compartido con su pareja. El trabajo de renuncia al ideal familiar/materno aun está en proceso, con sus avances, resistencias y retrocesos, pero algo de lo coagulado se descongeló.

En la posición de analista no se trata solo de “interpretar” lo superyoico estragante, sino de sostener una posición ética que nunca es neutral. Supone un límite que se dispone en acto y que muchas veces requiere recurrir a diversas herramientas más allá de las palabras. Y antes que nada, se trata de un trabajo analítico en un contexto no disciplinante, por fuera del ideal heteronormativo , que no solo proviene de lo familiar sino también de lo social y como hemos visto incluso de algunos psicoanálisis.

Notas

1. Freud, Sigmund (1932): “Nuevas conferencias de introducción al psicoanálisis. 31ª Conferencia: La descomposición de la personalidad psíquica”, en Obras completas, Amorrortu, Buenos Aires, 1976, 24 tomos, Tomo 22, p. 62.

2. Freud, Sigmund (1929): “El malestar en la cultura”, en ibídem, Tomo 21, p. 120.

3. Cf Barzani, Carlos: “La homosexualidad a la luz de los mitos sociales”, Buenos Aires, Octubre 2000, disponible en https://www.topia.com.ar/articulos/la-homosexualidad-la-luz-de-los-mitos..., donde realizo un acercamiento a los conceptos de homofobia y homofobia internalizada y sus efectos en la subjetividad.

4. Ver Freud, Sigmund (1923): “El yo y el ello”, en Ibídem, Tomo 19, en especial el Cap. V: “Los vasallajes del yo”.

5. La expresión del self genuino, lo informe y del sentimiento de estar vivo diría Winnicott, en contraposición al sentimiento de futilidad producto del acatamiento.

6. Rappoport de Aisemberg, Elsa: “Notas sobre un caso de homosexualidad femenina”, X Congreso interno y XX Simposium Perversión, Tomo I, APA, Buenos Aires, 1980, p. 56.

7. Marranti, A.; Dorfman Lerner, B.; Andrade, I.; Rojas, S.; Teicher, M.; Telecemian, A.: “Acerca del tratamiento psicoanalítico de pacientes con actividades homosexuales”, Tomo II, X Congreso interno y XX Simposium Perversión, APA, Buenos Aires, 1980, p. 395.

8. Conceptualizar la heterosexualidad ya no como una orientación sexual, sino como algo obligatorio, es decir, como un régimen “político” totalitario, tiene su hito en los artículos de A. Rich y M. Wittig. Rich, Adrienne (1980), “Heterosexualidad obligatoria y existencia lesbiana”, DUODA Revista d’Estudis Feministes Nº 10, 1996, pp. 15-45; Wittig, Monique, “El pensamiento heterosexual” (1978) y “Acerca del contrato social”, (1989) en El pensamiento heterosexual y otros ensayos, Madrid, Egales, 2006.

9. Schejtman,Fabián (2005), “La liquidación de las perversiones”, en Ancla -Psicoanálisis y Psicopatología- Revista de la Cátedra II de Psicopatología de la Facultad de Psicología de la Universidad de Buenos Aires, Nº 1, Buenos Aires, 2007, p. 27.

10. Ídem p. 24.

11. Existen infinidad de investigaciones y artículos en inglés sobre el proceso de salida del placard de gays y lesbianas y sus peculiaridades, no así en español y mucho menos desde una perspectiva psicoanalítica. Cuestiones como el “autodescubrimiento”, el manejo del secreto, la doble vida, la autoidentificación como gay o lesbiana, la culpa, el duelo/renuncia a la heterosexualidad proyectada y atribuida por el entorno social y familiar constituyen temáticas que forman parte del análisis de una persona gay o lesbiana. La crítica que puede hacerse a estos modelos es el intento de tipificación o estandarización (con la consiguiente homogeneización) y por otro lado, a que en general no atienden a las diversidad étnica y socio-cultural. Se puede encontrar un resumen de algunos modelos sobre el proceso de coming out en Eliason, M. J., “Identity formation in lesbian, bisexual, and gay persons: Beyond a ‘minoritizing’ view”, Journal of Homosexuality, Vol. 30 (3), Febrero de 1996, pp. 35–62. Un texto de lectura ineludible es Kosofsky Sedgwick, Eve (1990), Epistemología del armario, Barcelona, Ed. de la Tempestad, 1998.

12. Es condición interrogarse acerca de “quién no soy” para pensar “quién soy”. Ver Barzani, Carlos: “¿Soy o no soy transexual?”, Revista Topía Nº 83, Buenos Aires, Agosto 2018.

13. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, p. 133.

14. Beatriz Gimeno señala dos estrategias tradicionales que existen para invisibilizar/visualizar el lesbianismo: el placard (bajo el pretexto del “buen gusto”, ya que se asocia a lo pornográfico) y el monstruo. “La estrategia de invisibilización pretende no sólo ocultar a la lesbiana, sino su misma posibilidad, tiene que ir más allá. En ocasiones, la estrategia de la invisibilidad no es posible o no resulta adecuada... (entonces) se adoptan estrategias de visibilidad perversa que convierten a la lesbiana en monstruosa, es la lesbiana masculinizada, de larguísima tradición en nuestra cultura.” Gimeno, Beatriz, La construcción de la lesbiana perversa, Barcelona, Gedisa, 2008, p. 80.

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