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Esos “locos bajitos”

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Mucha magia y mucha suerte tienen los niños que consiguen ser niños.

Eduardo Galeano (2006)

 

Alguien quizás podría preguntarse, no sin una buena cuota de sentido común, ¿qué lleva a un niño de 6, 8 o 12 años a ser internado por Salud Mental? Sin embargo, en la CABA esto dista de ser una excepción. A modo de ejemplo, durante 2013 fueron internados en el Hospital Tobar García 43 niños de entre 5 y 12 años (14 mujeres y 29 varones). Un 25% de ellos eran menores de 10 años y el 23% tuvo una internación que se prolongó por más de 100 días[1].

Si el motivo que justifica una internación por Salud Mental en este rango etario (en el cual según la Ley 26.657 debe procederse según lo establecido para las internaciones involuntarias­) es la existencia de un riesgo cierto e inminente para sí o para terceros, ¿puede un niño tan pequeño encarnar algo semejante?

Así pues, la propuesta de este escrito es pensar críticamente algunas cuestiones que suelen ocurrir en el ámbito de algunas salas de internación en Salud Mental de niños y niñas. Se parte de la hipótesis de que existen niños que por el solo hecho de estar internados –o bien, de atribuírseles cierto diagnóstico psiquiátrico– son diferenciados del común de la niñez, modificándose el modo en que son leídas gran parte de sus conductas. De este modo, frecuentemente se interpretan como crisis, impulsividad o “falta de aceptación de límites”, muchas conductas y actitudes que son típicas de los niños y que, probablemente, no serían pensadas como patológicas si tuvieran lugar por fuera de ese contexto.

Resulta importante entonces comenzar por definir qué es un niño, como un paso necesario para reflexionar luego acerca del lugar que se da a los niños en muchos servicios de internación en la actualidad: ¿Qué se espera de ellos en dicho dispositivo?

 

El niño y el Otro

 

Fernando Silva dirige el hospital de niños en Managua.

En vísperas de Navidad, se quedó trabajando hasta muy tarde. Ya estaban sonando los cohetes, y empezaban los fuegos artificiales a iluminar el cielo, cuando Fernando decidió marcharse. En su casa lo esperaban para festejar.

Hizo una última recorrida por las salas, viendo si todo quedaba en orden, y en eso estaba cuando sintió que unos pasos lo seguían. Unos pasos de algodón; se volvió y descubrió que uno de los enfermitos le andaba atrás. En la penumbra lo reconoció. Era un niño que estaba solo. Fernando reconoció su cara ya marcada por la muerte y esos ojos que pedían disculpas o quizá pedían permiso.

Fernando se acercó y el niño lo rozó con la mano:

Decile a... susurró el niño Decile a alguien, que yo estoy aquí.

Eduardo Galeano (1989).

 

Desde el psicoanálisis, no se puede pensar un niño si no es en relación a un Otro. Su constitución como sujeto  –y su mera supervivencia– suponen siempre la presencia de un Otro. Ya sea un Otro que porte un deseo (de hijo) a cuyo objeto se identificará el niño como sujeto, si tomamos la teoría lacaniana, o bien una madre que cumpla suficientemente bien la función de sostén (holding), si nos orientamos desde las conceptualizaciones de Donald Winnicott.

Según Alicia Stolkiner (2011): “hay algo común a todas las infancias que se funda en la extrema indefensión del humano pequeño, la necesidad de cuidado como condición vital”. Así pues, resulta pertinente preguntarse: ¿qué implica cuidar a un niño?[2].

Tal como ha quedado comprobado con la descripción de René Spitz (1974) del cuadro de hospitalismo−también llamado depresión anaclítica−  no basta en el cuidado humano con garantizar la satisfacción de ciertas necesidades vitales básicas. Este psicoanalista hace referencia a un severo tipo de depresión que afecta a bebés que hayan sufrido privaciones emocionales, más allá de que puedan haber recibido los mejores cuidados materiales. Se lo llamó “hospitalismo” porque fue detectado en bebés que habían sido hospitalizados por períodos prolongados, en condiciones que los privaban de experimentar vínculos afectivos con sus Otros significativos. Esto constituye una clara muestra de que el cuidado tiene que ver con cuestiones vinculares incluso más que con las materiales, es decir, que el sujeto humano no puede pensarse desde la necesidad dejando por fuera la dimensión del deseo.

Si bien las instituciones se ocupan durante las internaciones de proveer a los niños de alimentos, abrigo y satisfacer alguna otra necesidad básica, pueden hallarse muchos niños pequeños internados en servicios de Salud Mental que no están acompañados por ningún adulto que se encuentre cumpliendo particularizadamente la función de cuidado.

Teniendo en cuenta que muchos de los niños internados llegan solos o provienen de hogares de acogimiento (cuyos referentes no suelen sostener los vínculos con ellos durante la internación), cabe preguntarse ¿qué ofrece el dispositivo de internación a estos niños que llegan con una profunda carencia de un Otro significativo?

Por otra parte, ¿qué ocurre con quienes son internados en el contexto de graves problemas vinculares en el seno familiar? ¿Se trabaja en el fortalecimiento de esos vínculos o la consecuencia de la internación es finalmente su disolución?

Todo esto resulta de crucial importancia, entre otras cosas, porque la existencia de un Otro que sostenga, que cuide, es lo que permite a un niño poder ocuparse del más serio de sus trabajos: jugar.

 

El juego precede al niño

 

 El juego es el espejo en el que un sujeto se reconoce como niño.

Jorge Fukelman (2001).

 

La ausencia de juegos y juguetes, la insuficiencia de actividades, la falta de espacios verdes y la casi inexistente intimidad, suelen ser las características de los ámbitos en los que se desarrolla la internación de niños, niñas y adolescentes en la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Resulta bastante difícil pensar que un espacio semejante pueda alojar algo del juego y, por lo tanto, de la niñez. Si cada “correteo”, cada “griterío” suele ser inmediatamente acallado, interpretado como desorden o descontrol, ¿cómo es posible ser niño en ese contexto?

A modo de ejemplo: en una sala de internación de niños y niñas, en los días lluviosos, los “pacientes” suelen querer salir a jugar bajo la lluvia, chapotear en los charcos y meterse en el barro que se arma en el patio. Se podría pensar que cualquier niño que se encuentre viviendo en un lugar que le presenta escasos espacios lúdicos, se vería tentado a aprovechar una oportunidad así para entretenerse. Sin embargo, en las salas de internación se suele interpretar estas actitudes como “desbordes”, e incluso como manifestaciones de alguna patología, poniéndose de manifiesto la dificultad que existe muchas veces para entender las conductas infantiles como tales y poder alojarlas dentro del dispositivo.

Cabe preguntarse si este despliegue de actividad potencialmente lúdica, así como tantos otros, no podrían utilizarse como un plano para intervenciones terapéuticas en lugar de ser sencillamente reprimidos. Por otra parte, las prohibiciones suelen acarrear berrinches y enfrentamientos a los que habitualmente se responde con medicación extra y/o sujeción física, con un alto costo para los niños y niñas involucrados.

El psicoanalista Jorge Fukelman plantea que los adultos tienen una función muy importante en la interpretación de las acciones de los niños; según él: “para que un niño o una niña estén jugando es necesario que se entienda que se trata de un juego; para que eso suceda el reconocimiento tiene que venir del Otro” (Fukelman, 2001). ¿Qué ocurre entonces cuando quien encarna este lugar no solo no reconoce como juego ciertas conductas que podrían ser entendidas como tales, sino que además las sanciona como patología?

Parecería ser que en la internación no hay lugar para travesuras.

 

Lo disruptivo

La infancia y la adolescencia son disruptivas; los niños y los adolescentes son analizadores privilegiados de las instituciones. Sus actos develan y ponen en el discurso social y en las instituciones, aspectos naturalizados o invisibilizados.

Alicia Stolkiner (2011).

 

A menudo en la sala de internación ocurren episodios en los que niños pequeños se ponen agresivos.

Este era el caso de Mariano, de 6 años de edad, quien provenía de un largo recorrido por hogares y se encontraba internado sin la compañía de ningún adulto referente. Durante los primeros días de su internación Mariano presentaba reiterados episodios de heteroagresividad, tiraba objetos, bancos o tachos, escupía y pegaba indiscriminadamente a pacientes y profesionales. No era sencillo identificar cuáles eran los motivos que desencadenaban dichas crisis.

Pueden plantearse, a partir de esta breve viñeta, dos cuestiones que se encuentran íntimamente relacionadas: ¿cómo se responde frente a esas crisis? ¿Cómo son pensadas clínicamente?

Con respecto a las respuestas frente a las crisis, la más habitual en muchas salas de internación resulta la sujeción mecánica, sumada a la aplicación de medicación extra. Si bien en ocasiones podría resultar inevitable la utilización de prácticas extremadamente restrictivas como estas, vale preguntarse: ¿se agotan previamente las alternativas? Cuando en pos de controlar estas conductas de riesgo se responde en espejo a la agresión liberada por los niños ¿no se estaría contribuyendo a alimentar un espiral de agresión y violencia entre los pacientes y el equipo terapéutico? Así lo considera un estudio acerca de los incidentes relacionados con la contención mecánica realizado en Estados Unidos, citado por Flora de la Barra y Ricardo García (2009), en el cual se concluye lo siguiente: “Los hechos previos al uso de la contención mecánica estaban constituidos por una escalada de conflictos que tenían su origen en la conducta del staff más que en la del niño”.

Sin embargo, existen ocasiones en que una intervención que ofrezca un plano diferente, como es el juego, puede abrir líneas de fuga que, no solo encaucen el episodio, sino que posibiliten a su vez la elaboración de afectos no tramitados que puedan estar expresándose a través de la pura descarga motriz.

Retomaremos el caso de Mariano para brindar un ejemplo en este sentido:

Durante su segundo día de internación, al momento en que el equipo tratante se retiraba de la sala, Mariano comenzó con uno de los episodios de agresividad antes mencionados: tiró un banco. Ante esa acción su psicóloga le preguntó: “¿es un puente?” Al no obtener respuesta alguna por parte de él, le dijo: -“¡ah, no! No me había dado cuenta… ¡es un caballo!”- Y junto a su médica comenzaron a hacer que montaban el caballo. Ante esto, Mariano dejó de golpear y comenzó a galopar con ellas. Acto seguido, tiraron suavemente otro banco y le propusieron jugar una carrera, lo cual lo entusiasmó mucho. Así, Mariano comenzó a jugar y la agresividad quedó a un lado. Cuando le dijeron que los caballos estaban cansados y debían irse a dormir, las ayudó a levantar los bancos despacito, sin hacer ruido.

Las diversas maneras de responder frente a los episodios de agresividad se fundamentan, entre otras cosas, en distintos modos de pensarlos y conceptualizarlos. Resulta crucial poder preguntarnos qué lleva a un niño a reaccionar de tal o cual forma, evitando atribuir dichas conductas únicamente a supuestos trastornos psiquiátricos que carecen en su conceptualización de toda referencia a las circunstancias de la vida de los sujetos. Se trata de no dejar de lado una cuestión central: el profundo padecimiento de quien protagoniza dichos episodios.

Finalmente, ante la fuerza con que social e institucionalmente se insiste en la consigna de que a los niños “hay que ponerles límites”, se torna absolutamente necesario un trabajo de fundamentación conceptual acerca dicho enunciado; es decir, preguntarse qué debería limitarse y de qué manera.

 

Entre la puesta de límites y la construcción de legalidades

 

No hay que seguir discutiendo sobre los límites sino sobre las legalidades que constituyen al sujeto. El problema no está en el límite; el problema está en la legalidad que lo estructura, en la legalidad que lo pauta.

Silvia Bleichmar (2011).

 

Muchas veces se espera que los niños sean capaces de respetar ciertas normas o limitar ciertas conductas, sin considerar qué es lo que permite lograr algo semejante a un sujeto que se encuentra en vías de constitución. Cabe recordar que la renuncia pulsional que implica acatar una norma tiene su génesis en la demostración de amor hacia el Otro y en el temor a la pérdida de ese amor. Vale como ejemplo de ello el logro del control de esfínteres por parte de los niños pequeños, es decir, su renuncia a evacuar en cualquier lado por amor a la madre. Ahora bien, ¿qué sucede cuando para un sujeto ese amor aparece como ya perdido? ¿Cómo pensar el acatamiento de límites para quien parece estar completamente caído del Otro?

Yendo a la particularidad del dispositivo de internación, muchas veces se plantean a los niños normas excesivamente rígidas que se quieren imponer desde un lugar puramente autoritario. Según Bleichmar,

 

Existen dos formas de autoridad: la que se pretende imponer desde el punto de vista de la puesta de límites y la que [tiene que ver] con la legislación que transmite aquel que tiene derecho ético a hacerlo. […] Si la norma es arbitraria, está definida por la autoridad. En cambio, si la norma es necesaria, está definida por una legislación que pone el centro en el derecho o en la obligación colectivos. (Bleichman, 2008)

 

Probablemente sea más arduo trabajar en el porqué de la necesidad de una norma que simplemente emitir una orden, pero no habría que subestimar el provecho que podría implicar la primera opción si se la toma como una intervención terapéutica.

Esta autora también sostiene que “la violencia es producto de dos cosas: el resentimiento por las promesas incumplidas y la falta de perspectiva de futuro” (Bleichman, 2008). Podría plantearse, en esa línea, que poder sostener y cumplir promesas y trabajar abriendo posibilidades de futuros más deseables resulta mucho más importante que poner límites arbitrariamente. La reducción de las manifestaciones agresivas ocurrirá entonces por añadidura.

 

Que sean niños los niños

En la búsqueda de aportar a la modificación de prácticas que se han demostrado absolutamente iatrogénicas, se ha realizado un análisis centrado en cierta modalidad con la que se practica la internación de niños y niñas en algunos dispositivos de Salud Mental de la CABA. Sin embargo, ello no nos exime de preguntarnos acerca de cuáles son las alternativas que existen, o bien qué prácticas novedosas podrían implementarse, para abordar estos casos en forma ambulatoria.

Tampoco se debería prescindir de una reflexión más detenida acerca de cuáles son las circunstancias que llevan a la necesidad de internar a un niño: ¿se trata de su “gravedad”, de su “peligrosidad”? o más bien de las falencias de una sociedad que primero lo deja caer y luego no cuenta con otros recursos –tal vez más adecuados- para reparar su situación.

Fue la intención, a lo largo de este escrito, rescatar la potencia del Psicoanálisis para pensar la práctica de la internación. Se trata de un marco teórico profundamente útil para analizar y replantear íntegramente el dispositivo; si queda confinado únicamente al espacio de la psicoterapia se está desperdiciando gran parte de su riqueza.

El principal objetivo de este texto quizás haya sido el rescatar la dimensión de niños de quienes se encuentran internados, la cual muchas veces queda perdida detrás de etiquetas diagnósticas y supuestas patologías. En esa línea, vale reproducir un fragmento del texto titulado “Deseos para niños” de Mex Urtizberea (2007).

 

Que sean niños los niños. Todo lo aniñados que quieran. Todo lo infantiles que quieran. Todo lo ingenuos que quieran. Que hagan libremente sus niñerías.

Que sean niños los niños y se los deje preguntar sin levantar la mano, formar filas torcidas.

Que sean niños, no “el repetidor” o “el conflictivo” o “el que nunca trae los deberes”. Que se los llame a trabajar con la imaginación o con lápices de colores.

Y que los niños sean lo importante, que por ellos lleguen a un acuerdo los que nunca se ponen de acuerdo; que por ellos hagan algo los que nunca hicieron nada. Que sean lo intocable, la gran coincidencia en cualquier discusión ideológica.

Que se los deje ser niños, todo lo niños que quieran. Que ejerzan en paz el oficio de recién llegados.

Que sean niños los niños y que no dejen de joder con la pelota…

 

Bibliografía citada

  • Bleichmar, S. (2008). Violencia social - Violencia escolar. De la puesta de límites a la construcción de legalidades.  Buenos Aires: Novedades Educativas.
  • Bleichmar, S. (2011). “Premisas de constitución de la ética en el sujeto psíquico”, en La construcción del sujeto ético. Buenos Aires: Paidos.
  • De la Barra, F. y R. García (2009). “Hospitalización psiquiátrica de niños y adolescentes I: Revisión de la literatura”, en Revista Chilena de Neuropsiquiatría, vol. 47, n° 3, septiembre, pp. 228-237. Disponible en <http://www.redalyc.org/articulo.oa?id=331527717008> [última consulta: agosto de 2015].
  • Fukelman, J. (2001). “La angustia en niños y púberes”, en P. Ramos (comp.), La angustia, su razón estructural y sus modalidades clínicas. Publicación del Seminario desarrollado en el Servicio de Psicopatología del Hospital Ramos Mejía. Buenos Aires.
  • Galeano, E. (1989) “Nochebuena”, en El libro de los abrazos. Buenos Aires: Siglo XXI.
  • Galeano, E. (2006). Patas arriba: La escuela del mundo al revés. Buenos Aires: Catálogos.
  • Michalewicz, A., C. Pierri y S. Ardila (2015). “Del proceso de salud/enfermedad/atención al proceso salud/enfermedad/cuidado: elementos para su conceptualización”, en Anuario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, vol. XXI. Universidad de Buenos Aires.
  • Spitz, R. (1974). El primer año de vida del niño. México: Fondo de Cultura Económica.
  • Stolkiner, A. (2011). “¿Qué es escuchar un niño?: Escucha y hospitalidad en el cuidado en salud”. Presentación, III Simposio Internacional sobre patologización de la Infancia, Buenos Aires.
  • Urtizberea, M. (2007) “Deseos para niños”, en diario La Nación, 10 de agosto. Disponible en http://www.lanacion.com.ar/933161-deseos-para-ninos [última consulta, febrero de 2016).

*El presente artículo forma parte del libro “Prácticas en Salud Mental: entre la hospitalidad y el hospitalismo”, editado por NOVEDUC en septiembre de 2016.

 

 

[1] Fuente: Departamento de Estadísticas del Hospital Infantojuvenil Carolina Tobar García.

[2] Acerca del concepto de cuidado ver: Michalewicz, Pierri y Ardila (2015). “Del proceso de salud/enfermedad/atención al proceso salud/enfermedad/cuidado: elementos para su conceptualización”, en Anuario de Investigaciones de la Facultad de Psicología, vol. XXI. Universidad de Buenos Aires.

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La Habitación (Cuento)

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Muchas personas lo primero que observan de una casa es cómo se circula, la orientación de los pasillos, por dónde sale y se escabulle el sol. Si tiene mucha luz o si es escasa. La nuestra siempre fue diáfana pese a la infinidad de modificaciones que tuvo porque nunca nos mudamos, vivimos en ella desde tiempos inmemoriales. En nuestra casa se tejen y destejen lugares, los que van cobrando relevancia de acuerdo con los hechos que acaecen.

Pese al paso de generaciones hay una habitación, si es que es posible llamarla así, que no ha cambiado nunca su sino. No hay en la misma historias relevantes, no han transcurrido ni casamientos, ni nacimientos, ni desfloraciones, ningún hecho tremendo y doloroso como, por ejemplo, la agonía prolongada o el velar a un ser querido. Si alguien se quedara un rato en ella (no cuenten con ninguno de nosotros para ello), vería que el amueblamiento es anodino e irrelevante. Que no hay fotos, solo un par de reproducciones viejas de un pintor ignoto de Caballito con marcos francamente desagradables y atacados por las polillas.

Se podría definir como un corredor de pasos perdidos, cuyas virtudes se resumen en que no tiene humedad ni de cimientos y tampoco filtraciones provenientes del cielorraso. Quizás lo único rescatable en ese cuadrado de techos altos y amoblado espartanamente con un sillón viejo y un par de butacones, es que concentra olores raros, poco definibles y muy lejanos a las fragancias habituales y reconocidas por todos en un hogar. Ni siquiera se huelen restos de citronella para ahuyentar mosquitos. Tampoco se afincan los olores que emanan de la cocina o los repulsivos que vienen del baño. Ni siquiera el miedo dejó sus huellas allí. Se podría decir que huele a viejo. Es necesario aclarar que si lo rancio hubiese invadido el lugar, la familia habría reaccionado enérgicamente para erradicarlo. Es decir que hasta el mismo olor a vejez es casi irrelevante.

Se mire por donde se mire, las reglas de circulación y las de uso tienen sus propias estrategias, no hace falta más que ver cuando se inaugura una plaza o un espacio abierto: los arquitectos ponen los caminos por un lado y la gente define los suyos por otro. Lugares en que las personas pasan a gran velocidad y espacios donde se detienen. Nadie se detiene en nuestra habitación grande y al mismo tiempo insignificante. Vale la pena aclararlo: es un lugar que desde hace mucho tiempo fue separado de la historia familiar. Es un cuadrado alto, los techos están a cuatro metros y medio del piso, que no significa nada para nadie. La familia ni siquiera se tomó el trabajo de armar allí una pieza de huéspedes. Cuando llega el malón humano de Navidad o Fin de Año, las visitas son distribuidas aleatoriamente en otros cuartos, el de los mellizos es uno de los más requeridos. El estudio del tío y el dormitorio de las adolescentes son los que permiten albergar más parientes. Se colocan en ellas bolsas de dormir en el piso o colchones y nadie se toma mucho más trabajo para establecer en forma permanente un hábitat acogedor para los parientes y amigos. Pese al amontonamiento, es un esfuerzo ir de noche al baño, se corre el riesgo de pisar a alguien, todos llegan alborozados por la experiencia de estar y pasar la noche hacinados. Un asunto que genera risas y puteadas en forma pareja. Es todo tan divertido que la habitación despoblada parece no existir, no produce atracción alguna y ninguna visita la toma por asalto para unirla al jolgorio generalizado.

En definitiva, han pasado generaciones y nadie ha querido hacer de la misma un lugar para vivir, escuchar música o estudiar. Que nadie piense que el lugar permanece cerrado o aislado. Todo lo contrario: se transita de un lado a otro y permanece de puertas abiertas, tampoco es un lugar donde afincan los trastos viejos. Solo se cierra la circulación por allí cuando el frío comienza a arreciar. En temporada de invierno, la cocina y su espacioso comedor con un ventanal es el lugar donde nos juntamos permanentemente. En ese amucharse, la larga mesa, mandada hacer especialmente por el bisabuelo, parece la redacción de un diario o de una agencia de noticias. En el desayuno los temas de actualidad, los rumores políticos, las enfermedades o mejorías de salud de algún vecino, circulan a gran velocidad. La mesa, el ventanal, la cantidad de personas, los temas, absolutamente todo está vivo, mientras que tres habitaciones más allá el silencio es pobre y opaco.

Con la vuelta de la primavera, el clima en la zona que vivimos tiene habitualmente muy bajas temperaturas y se arma una organizada escuadra en la que participamos todos, incluso las visitas, que ventila, se manda limpiar los gruesos edredones y frazadas, se rasquetean lo pisos y en ese febril y consciente trabajo la habitación que menos atención recibe ya se sabe cuál es. A nadie le interesa su arreglo profundo.

Cada tanto sucede que una mucama recién llegada trata de integrar, de motu propio, ese salón de pasos perdidos. Quizás sea bueno tratar de caracterizar a quienes realizan los cuidados del hogar para comprender lo que sigue. Las mucamas son artífices del espacio doméstico, algo así como arquitectas de pies descalzos que no pueden convivir con los lugares sin ejercer esa pulsión imperiosa de dominarlo, de modificarlo. Por eso la integración de una nueva mucama desde siempre es todo un evento familiar. Las leyendas vienen desde lejos y con cada ingreso se confirman, pero no nos adelantemos.

A los pocos días del ingreso se observa que la nueva integrante de la casa, quizás por congraciarse o por tozudez pone todo su empeño en acomodar la habitación de la mejor manera posible.  La tarea o —quizás sería mejor decir «lucha dramática»— se pone a cada hora al rojo vivo. Sin que nadie diga nada, la observación familiar cae sobre el suceso, en silencio observamos cómo transcurre esa pelea sin cuartel.

La animosa arquitecta de pies descalzos da la batalla en silencio. Pone todo su empeño hasta que a los siete días exactos, como el tiempo de la creación bíblica, sin explicar nada informa que, a partir de la mañana siguiente, deja de trabajar en nuestra casa. Al comunicarlo se la nota nerviosa, enojada. En pleno desayuno pide la inmediata rendición de cuentas por los días trabajados, arroja el delantal sobre la mesa y se va sin saludar.

Una historia alternativa transcurre cuando, quien reemplaza a la anterior, toma el mismo camino pero con otro final. Durante los primeros siete días, aborda la habitación con ahínco, también se la nota nerviosa pero, al séptimo día, se aproxima sonriendo a la mesa larga, durante el desayuno, y se empieza a reír a carcajadas. Quienes desayunan, uno a uno, van acompasando la risa de la recién llegada hasta terminar todos a carcajada limpia. Se transmite así la plena comprensión de lo imposible, y quizás innecesario, de la tarea.

Todos entendemos, a partir de ese momento, que la recién llegada se quedará mucho tiempo con nosotros y que la habitación de pasos perdidos no formará parte de sus luchas cotidianas. A la noche, se organiza una cena a la que nadie falta por ninguna circunstancia, y celebramos con platos tradicionales dejados en herencia por bisabuelas y choznos, buenos vinos, cantando y bailando hasta el amanecer el advenimiento de una nueva integrante a la familia.

Autores: 

ORGULLO: A 25 años, relato de una experiencia.

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El aniversario de los 25 años de la 1° Marcha del Orgullo en Buenos Aires (Junio de 1992), me motivó a escribir unas líneas sobre nuestro grupo I.S.I.S. (Investigación en Sexualidad e Interacción Social) y lo que significó esa experiencia.

Nos conformamos como un grupo de estudio y reflexión en diciembre de 1991 / enero de 1992 en el ámbito de la CHA (Comunidad Homosexual Argentina). Por diferencias con la comisión directiva de aquel entonces respecto del material que se estudiaría e investigaría y la modalidad de funcionamiento del grupo, decidimos abandonar la institución en marzo de ese mismo año y conformarnos como grupo independiente.

Nuestro objetivo era investigar la sexualidad desde diferentes campos y disciplinas. La discriminación y los prejuicios en el área familiar, laboral, institucional y político. Pero no todo eran libros, una idea primordial que nos unía era lograr el crecimiento y fortalecimiento de sus integrantes. Asimismo organizábamos actividades sociales, ya que considerábamos que esto era fundamental para el cumplimiento de este objetivo.

En un contexto donde había una desacreditación de los “libros” por sobre las marchas y la militancia política, consideramos y sostuvimos que lo que catalizaría el cambio social sería la sumatoria y no la disyunción. La disyuntiva no era Marchas “o” Libros. Sino Investigación “y” Reflexión “y” Marchas “y” Protestas “y” Acciones, etc. Por eso participamos de la convocatoria de las marchas del orgullo, pero también investigábamos acerca de las teorías que patologizaban las diversidades sexuales. Leíamos, comentábamos y discutíamos textos y acciones. Y dos aspectos que no fueron menores, la reflexión acerca de nuestras experiencias y como mencioné antes, la socialización; que nos permitió fortalecernos y empoderarnos a quienes íbamos saliendo progresivamente de los diversos placares.

Una de las primeras acciones hacia el afuera se produjo como consecuencia de que un compañero que había sido enlistado para el servicio militar obligatorio, declaró su homosexualidad y fue separado del resto de los conscriptos en un calabozo. Realizamos diferentes acciones que consistieron en una campaña de llamados telefónicos y telegramas colacionados exigiendo al Ejército su liberación. Objetivo que fue logrado. Los militares se pusieron “nerviosos” e indagaban a nuestro compañero acerca de quiénes éramos las personas que llamábamos al cuartel preguntando por él y que no éramos sus familiares. Ese logro nos fortaleció como grupo, ya que fue conseguido sin siquiera tener una personería jurídica.

En cuanto a la primera marcha del orgullo, una cuestión que nos atravesaba a algun*s era el temor al amarillismo de los medios y salir en primera plana en el noticiero de la noche con las consiguientes consecuencias a nivel laboral y/o familiar. Recordemos el contexto: existía una ley antidiscriminatoria, pero que no incluía ni orientación sexual, ni identidad de género como motivos de discriminación; ni una ley de unión civil, ni mucho menos de matrimonio igualitario. En 1991 la Inspección General de Justicia le había denegado la personería jurídica a la CHA, confirmada por la Corte Suprema de Justicia menemista con el voto en disidencia de sólo dos jueces: Fayt y Petracchi.

Fue así que algunos salimos a cara descubierta y otr*s utilizamos máscaras de los distintos personajes de los Simpsons. Estas máscaras eran una denuncia, daban cuenta del riesgo que implicaba mostrar con orgullo la propia identidad. Se podía perder el puesto de trabajo o ser blanco de burlas y/o discriminación. Veinticinco años después han cambiado muchas cosas: hemos conseguido las leyes de matrimonio igualitario y de identidad de género. Y el año pasado por iniciativa del legislador Maximiliano Ferraro, la legislatura de la CABA nos dio un reconocimiento a algun*s de nosotr*s por haber formado parte de I.S.I.S, una de las organizaciones convocantes de esa primera marcha. Pero aun en la actualidad seguimos percibiendo discriminación y prejuicios en virtud de la orientación sexual, la expresión y la identidad de género. En algunos países obscenamente violenta, llegando al asesinato, la violencia física y hasta la existencia de campos de concentración. En la Argentina, a pesar de los avances logrados, aun hoy la mayor parte de los reportes de bullying -acoso, burlas, exclusión, violencia- se dirigen a niñ*s y jóvenes que son percibid*s como diferentes de las normas sexuales y de género hegemónicas. Por esa razón en 2017 debemos seguir reclamando y exigiendo de diversas formas y desde los diferentes sectores que se establezcan políticas concretas desde el Estado para concientizar y transmitir prácticas no discriminatorias.

Más que sonidos

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La música como experiencia
Alejandro Vainer

Todo lo que deseamos es que un investigador nos diga por qué ese joven que está sentado en la fila A está firmemente absorbido por los sonidos musicales que escucha, mientras que su novia, poco o nada extrae de ellos.” El músico Aaron Copland lanzaba ese deseo y Alejandro Vainer toma el desafío. “La música es una experiencia corporal e intersubjetiva” es el eje que lo recorre. En las antípodas de quienes sostienen que es un “arte inmaterial”, este libro restituye el cuerpo a la experiencia musical.

El autor organiza una propuesta donde define una subjetividad que es corporal y como se produce como un entramado biológico, psíquico y cultural. Siguiendo a Freud, postula las “series complementarias musicales”, que le permiten desentrañar por qué amamos ciertas músicas a lo largo de nuestra vida. Luego analiza las experiencias musicales en situaciones diferentes. Primero, un análisis de lo sucedido con las músicas en los campos de concentración-exterminio durante la Segunda Guerra Mundial y en la última dictadura cívico-militar en Argentina. Segundo, el entrecruzamiento del erotismo y la música a lo largo de la historia. Y tercero, un exhaustivo análisis de la función subjetiva y social de la música de fondo. La forma de escuchar más frecuente hoy. El libro cierra con dos bonus tracks: uno sobre la historia de los psicoanalistas y la música; el otro sobre los músicos y el dinero, donde se visualiza las condiciones de trabajo de quienes producen esas experiencias que nos llegan hasta los huesos.

Un libro ameno y profusamente documentado. Sus fundamentos van desde el psicoanálisis hasta la musicología, pasando por las neurociencias, la antropología, la sociología, la literatura y los testimonios de los propios músicos.

Un viaje para amantes de la música. Más que sonidos, es una parte de nuestra vida.

Listas de temas realizado por el autor especialmente para el libro.

Sobre el autor

Alejandro Vainer es Psicoanalista. Lic. en Psicología (UBA). Coordinador General de la Revista Topía. Ex residente de la RiSaM (Residencia Interdis - ciplinaria de Salud Mental). Ex jefe de Residentes del Hospital Borda. Docente y supervisor de Residentes, Jefes de Residentes y Concurrentes de Salud Mental. Docente de la Facultad de Psicología de la UBA, de la Universidad Nacional de Rosario, de la Universidad Nacional de Mar del Plata. También es músico y columnista de rock y de jazz en radio. Autor de numerosos trabajos sobre psicoanálisis, salud mental, música y subjetividad. Coautor, junto con Enrique Carpintero, de Las huellas de la Memoria. Psicoanálisis y Salud Mental en la argentina de los ´60 y ´70. Tomo I (1957- 1969), Tomo II (1970-1983) (2004 / 2005). Coautor de Un psicoanalista en el 2050 (2007); Participante del Diccionario de Pensamiento Alternativo (2008). Compilador de A la izquierda de Freud (2009). 

Otros libros y artículos de Alejandro Vainer

 

ISBN: 
9789874025197
Fecha de Edicion: 
Julio / 2017
219.00 ARS

Políticas psicoanalíicas

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“…hay que quemar el cielo si es preciso, por vivir…” S.R.

PETICIÓN DE PRINCIPIO

Ante todo, una petición de principio: en su mayor parte, este ensayo consiste en una suposición y en una tesis. A su vez, toda la suposición que se expondrá en las siguientes páginas reside en la justificación de la tesis. Pues bien, ¿en qué consiste tal conjetura? ¿Qué es lo que se supone?

Si bien muchas teorías científicas se asientan sobre hipótesis inverificables en su materialidad –aunque sí en sus efectos-, la incidencia especulativa aquí presentada, queda –incluso- restringida a unos pocos elementos, sólo a aquellos que serán abordados en los puntos que siguen.

A pesar que para la representación humana la terquedad material no es un escollo, nos centraremos en resaltar los eventos de algunos factores socio-históricos con los que Freud tuvo que ver directa o indirectamente, e intentaremos inferir su inadvertida inclusión en la teoría freudiana. Sólo se intenta realizar un movimiento -casi lúdico- con la teoría vinculada a la historia, para lo cual estamos invitados a salir al exterior del cerco específico del Psicoanálisis. Pero antes, veamos desde dónde partimos revisando algunos conceptos acuñados por Freud para nuestra disciplina.

 

  1. LA NEUROSIS OBSESIVA

el nuevo cuadro clínico

 

Son innegables las numerosas críticas socio-culturales de Freud a través de toda su obra. Sin embargo, y referido a sus posiciones, nunca se ha ponderado la importancia que ha tenido la creación del concepto de neurosisobsesiva por parte de nuestro iniciador como expresión de un cuadro nosológico pasible de ser descrito, abordado y tratado. Y lo hizo muy tempranamente en la Carta 125 a Fliess del 9 de diciembre de 1899 (Freud, 2008).

Este hecho no es trivial por una razón extra-ordinaria ya que asocia la enfermedad con dos elementos sociales notables: la religión y la educación como patrimonios de la cultura. ¿Por qué? ¿Cuáles son los rasgos que Freud describe en la neurosis obsesiva?

En “Carácter y erotismo anal” (Freud, 1988:153) observa que las características del neurótico obsesivo tratan de lo siguiente: son ordenados (frente al desorden), ahorrativos (contra el despilfarro al que incita el deseo) y pertinaces (contra la inclinación a ser inconstantes). Y en “Acciones obsesivas y prácticas religiosas” traza los rasgos del ceremonial: “pequeñas prácticas, agregados, restricciones, ordenamientos que, para cierta prácticas de la vida cotidiana se cumplen de una manera idéntica o con variaciones que responden a leyes” (Freud, 1988:101) (la negrita es nuestra)[1].

Además, describe la vida que promueve la ciudad: tomando a W. Erb indica que en la ciudad surge y se encuentra el descontento, las apetencias, la prisa, la agitación, la “inquietud producida por las grandes crisis políticas, industriales, financieras, etc.” (Freud, 1988:164). Si bien Freud restringe los efectos nocivos de la vida de las metrópolis a la sexualidad, es evidente que esta última es sólo uno de los síntomas de lo que más abarcativamente ocurre en los aspectos subjetivos angustiantes de la comunidad en su conjunto.

Designa en estos escritos como “la injusticia social” (respecto de la sexualidad), el hecho de que a todos los individuos se les exija el mismo patrón de conducta (sexual) ya que el incremento de los síntomas patológicos en nuestra sociedad se debe a la mayor limitación (sexual) (Freud, 1988:173). Más adelante, en el mismo escrito, añade que este hecho produce una moral hipócrita.[2]

Pero en la cima de su visión sobre la cultura de esa época arriesga una ecuación sacudidora: la neurosis obsesiva es el correspondiente patológico de la religión, y la religión una neurosis obsesiva universal (Freud, 1988:109)[3].

Sin embargo, no sólo la religión sostuvo y estimuló estos rasgos de obediencia meticulosa a aquello que se considera “legal y correcto”. Como veremos, también lo hizo el Estado que trajo consigo órganos específicos para lograrlo: la familia, la escuela, la policía y el poder militar.

Para alcanzar a aprehender la importancia del discernimiento de esta unidad clínica que hizo Freud, haremos una pregunta: ¿de qué trata la limitación social?, ¿desde dónde discurre la incorporación de las exigencias sociales?

 

2-EL SUPERYÓ

¿existe acaso algo que enferme más que la angustia desbordante?

En 1922, Freud comenzó a escribir El Yo y el Ello. En ese escrito (Freud, 1986b:13) anuncia que lo que expondrá en él resulta la continuación de pensamientos iniciados en “Más allá del principio de placer” (1919-1920) en el que diseña como inherente al ser humano la pulsión destructiva; es decir que la teoría que propone en El Yo y el Ello está relacionada con la pulsión de muerte.

Si bien nos ahorraremos la trayectoria teórico-clínica de Freud que va desde la concepción de la conciencia moral hasta lo postulado en este ensayo, llamaremos la atención indicando los rasgos de esta nueva noción. Afirma (Freud, 1986b:30) que existe una diferenciación en el interior del yo a la que le da el nombre indistinto de ideal del yo o super-yo. La dimensión poderosa que le otorga en este escrito al mecanismo identificatorio no reside sólo en el hecho de ser el factor que instala al super-yo debido a que se ve obligado a resignar al objeto, sino también en virtud del investimiento a dicho objeto. Y –sabemos- se inviste a lo que se ama (¿y a lo que se teme?). A este objeto Freud lo llama padre. Los estados patológicos sobrevienen según sea el número de cargas y según la intensidad que tenga la incidencia de este objeto en el psiquismo.

Sumándole el aspecto prohibidor, esta alteración del yo se enfrenta al mismo yo desde una posición interna especial. A la fuerza represora de “padre”, investido para Freud amorosamente, se le suman “el influjo de la autoridades, la doctrina religiosa, las enseñanzas, la lectura”. La educación impartida en la experiencia familiar y la instrucción en la experiencia social se suplementan y potencian. Y en el capítulo sobre los vasallajes del yo (Freud, 1986b:49) le añade al super-yo lo que anotó más arriba: la pulsión de destrucción. Todo este fenómeno tiene su expresión en la conciencia de culpa[4].

Según la intensidad de este super-yo y de sus efectos en la conciencia de culpa, será tomado éste como el factor decisivo “de la gravedad de una neurosis” (Freud, 1986b:51).

Más tarde, en “El malestar en la cultura” refuerza la misma concepción describiendo “los medios de los que se vale la cultura para inhibir, para volver inofensiva, acaso para erradicar la agresión contrariante” (Freud, 1988a: 119). Y como primer mecanismo indica que es justamente la cultura la que instaura esta instancia –el super-yo- como conciencia moral y conciencia de culpa sin otra alternativa debido al desvalimiento y a la dependencia del cachorro humano. De modo que aquello que creemos que es nuestra civilización, incide desde el comienzo mismo en la configuración del psiquismo intentando mantener a raya a las pulsiones destructivas, y desde allí, se expande en la subjetividad del ser humano de nuestra sociedad y nuestra cultura.

¿Qué diferencia, dice Freud, al super-yo de la conciencia moral? La necesidad de castigo. ¡Sus efectos llegan hasta el masoquismo!

Ahora bien, el creador de la disciplina en la que nos formamos, se esmera en recalcar que este hecho que se da en la educación impartida, esta intención y conductas concretas de los agentes de la cultura (padres, maestros y religión) que intentan extinguir sofocando aquello que consideran como conductas agresivas, es real. Debido a esto considera la génesis del “sentimiento de culpa como el problema más importante del desarrollo cultural” (Freud, 1988b:130).

Con la descripción de la instauración del super-yo por parte de la cultura la pregunta insiste: además de la limitación sexual, ¿de qué otras cuestiones trata la limitación social?[5]¿Cuáles son los contenidos y los sentidos de la incorporación de las exigencias sociales? ¿Y cuáles sus tácticas?

 

2-[6]Y ahora, comencemos con nuestro juego de suposiciones.

 

3- LA ARQUITECTURA

ningún espacio es inocente

 

a- cuando Freud nació, Freiberg in Mahren era una ciudad tan pequeña que apenas trepaba hasta los cuatro mil quinientos habitantes, de los cuales aproximadamente ciento treinta eran de origen judío. En el departamento que el señor Jacob Freud alquilaba en la parte superior de la herrería del señor Zajice, nació Segismundo. La familia vivió allí hasta 1858 y se mudó a Leipzig; y ya en 1859 se estableció en Viena.

En Pribor, la calle donde Segismundo nació se llamaba Schlossergasse. Sin embargo, después del fallecimiento de nuestro autor, pasó a llamarse Freudova ulice.

Allí existe un museo que intenta recordar los campos y praderas aledaños al Pribor de aquel tiempo, y donde quizás Freud jugaba o por lo menos, experimentaba como lo existente, como el entorno de su habitat. Aquello era su mundo.

b- Ya en Viena, se alojaron en un barrio muy pobre en el que se amontonaban los judíos que emigraban de otros lugares de Europa como Checoslovaquia, Ucrania, etc. Para la familia Freud, el ambiente cambió bruscamente.

Esta huida hacia las ciudades no ocurría sólo por antisemitismo ni era sólo una acción de los judíos, sino que se trataba de un movimiento migratorio iniciado años atrás por toda la población rural europea.

Como vemos, desde la amplitud y la naturaleza de su aldea, desde la diseminación de casas linderas con la actividad agrícola, a los tres años Freud se encontró viviendo en la expresión arquitectónica urbana, con organizadores de la vida que no existían en su vida aldeana. Además, presenció la humillante pobreza reinante en las grandes metrópolis. Una pobreza distinta a la que él mismo no sólo había visto sino también experimentado.

Quizás no pudo ignorar, sino que percibió el fluir de los campesinos a las ciudades. Quizás, que la servidumbre que antes residía y servía sólo al poder soberano, se expandía y multiplicaba en las ciudades y en los hogares de niveles intermedios. Quizás también experimentó que el trabajo adquirió un sentido y un valor distinto al que imperaba en su medio rural y en su hogar. Todo ello fue incorporado (suponemos) en las exigencias de la vida no sólo de Freud, sino que se expandió en toda Europa occidental. ¿De qué trata esta supuesta incorporación?

 

4- DE FREIBERG A VIENA

las ciudades

 

Dice Chueca que el término“ciudad”es multívoco y encierra categorías completamente diferentes que no pueden abrazarse en una definición común. Es así, porque la ciudad como realidad histórica, no es nunca independiente de las etapas por las que se propagó en el trayecto de su evolución: es actualización de ellas y es, al mismo tiempo, su proyección hacia el porvenir (Chueca, 1993:27).

Menciona a Spengler quien sostiene que a la ciudad, a diferencia de la aldea, la distingue un“alma ciudadana”. La ciudad sin alma –dice- coincide justamente, con la ciudad que ha dado origen a la revolución industrial.

Munford, por su parte, afirma que en la ciudad industrial sólo dominaba la ley áspera de la producción y el beneficio económico. Precisamente, la cuadirculación de la ciudad remite a la facilitación de operaciones de cálculos de réditos, de compra-venta, etc. Y se construye alrededor de recursos naturales que faciliten la comunicación. (Así es como comenzó la contaminación; como ejemplo, la de los ríos).

Una novedad arquitectónica fue el slum. El slum, dice Munford, consiste en un tipo de construcciones en el suburbio industrial, donde el instrumento hombre se conserva durante la noche para volverlo a usar al día siguiente en la fábrica.

Es decir que, desde la arquitectura, vemos que el surgimiento de las ciudades se conformó con una parte central, y un sector adyacente y necesario pero al mismo tiempo, fuera de ella. Esta parte colindante tiene otra nominación, otra clasificación y otra jerarquía. El diseño arquitectónico asienta y revela la distribución del poder, puesto que los factores que caracterizan la repartición y ordenación de poderes son las grandes diferencias. En este caso, la diferencia en los espacios geográficos y las formas de las viviendas.

Así fue como la industrialización le dio otra figura a las ciudades y produjo nuevas, como nunca antes había ocurrido en la historia. Éstas se transformaron en el escenario de los acontecimientos del mundo, y los seres humanos en elementos necesarios para el trabajo y el abastecimiento en ellas. Llamativamente, la intelectualidad tenía un papel sostenedor de estas circunstancias. Sus ideas y valores fueron adoptados por estos pretendidos nuevos ciudadanos, desterrados de sus lugares y de sus culturas pero incitados a convivir con las atracciones que las ciudades ofrecían. Aspiraban a ser considerados –por acercarse a ellas– como habitantes naturales de las megalópolis y de sus clases.

¿Cómo llegaba la abundante mano de obra desde los suburbios? Fue menester construir grandes vías de comunicación.

Las máquinas de vapor no sólo sirvieron en las factorías. Su aplicación se realizó también en los medios de comunicación (locomotoras y barcos). Así fue como en las grandes ciudades las estaciones centrales ferroviarias adquirieron una función protagónica en la centralización de la ordenación de los horarios de trabajo y de las vidas.

Cuando Freud nació, ya se habían construido –y otros estaban en construcción– estos hermosos e inmensos monumentos de la modernidad: edificios formidables cuya dimensión y presencia tenía relación con la importancia de su función social; construcciones arquitectónicas en las que en su parte central y en la cúspide está insertado un colosal reloj. Aun se pueden ver en numerosas ciudades europeas altos relojes de pie en las veredas de las calles.

La premura, la diligencia y la exactitud en la puntualidad evitaban las angustias de la pérdida del trabajo. ¿Podremos intuir que este orden social tenga que ver con la figura clínica de la neurosis obsesiva?

Ahora bien, las razones de la emigración rural que llegaba a las ciudades no residían sólo en la atracción que ejercía la industria y los servicios, sino también porque miles de sus habitantes fueron echados a sangre y fuego de sus lugares de origen[7].

 

5- LA SITUACIÓN SOCIAL EN LA QUE FREUD VIVIÓ

un nuevo régimen se asienta: el capital y el Estado Nacional

En el siglo XIX se asistió al apogeo de los Estados Nacionales[8] y al asentamiento del capital como eje de las vidas en dichos estados. Si bien por diversos motivos Europa siempre fue un lugar de escasa serenidad, las revueltas en la época en la que Freud nació tenían una singularidad novedosa porque había surgido el proletariado. Debido a esto, las sublevaciones eran incesantes en Alemania, en Sajonia, en Viena, Hungría, Francia, etc. La progresiva industrialización sumada a las malas cosechas y a la depresión económica había generado grandes sufrimientos a los asalariados y a los proletarios. Al mismo tiempo y en razón de la implantación de máquinas, los artesanos se iban extinguiendo.

Las profusas conmociones de los muchos sectores de trabajadores, trataban de mostrar oposición por los grandes conflictos económicos y sociales tanto a raíz de las deudas de los menos pudientes (deudas que se contraían por no pagar impuestos asfixiantes), como por los trabajos abusivos de la población rural. Debemos añadir a todo ello la lucha por el derecho del uso de la tierra que había sido invadida y apropiada violentamente por los poderes del capital. Así, las revueltas no sólo fueron en el campo sino, sobre todo, en las ciudades. La más notable y duradera tuvo lugar en Inglaterra[9]

Aquel desorden era necesario ordenar. Estas manifestaciones explosivas era menester dominar. La escoria social de la sociedad se hacía visible en las ciudades con “los sin-trabajo” y “los sin-hogar”. Al amontonamiento y al pillaje en sectores que se acumulaban en rincones de la metrópolis, era preciso tornarlo imperceptible: había que purificar las indeseables presencias en el movimiento urbano.

Y ocurrió así porque en el siglo XVIII, según Foucault, se puso en marcha una nueva tecnología del poder[10], agregada a los mecanismos disciplinarios previos, cuyo objeto fue –y sigue siendo- la población.

En el régimen anterior, los mecanismos disciplinarios tenían que ver con la normatización de los cuerpos y de las almas a través de medios que tenían –y aun tienen- la condición de la “domesticación” y de la obediencia. Desde ahí se re-inculcaba la disciplina con otras tecnologías y en otros ámbitos. El acatamiento a las normas, la obediencia, debía expresarse en conductas visibles. A la aceptación o bien, a la sumisión a la norma se la llamó “normalidad” (ver Zelcer, 2002b). La familia y la escuela aparecieron como los ámbitos privilegiados, como los modelos, donde se debía –y aún se debe- conseguir que se lleven a cabo las obligaciones y las prohibiciones que garantice la convivencia social.

En el nuevo régimen asentado del Estado Nacional, el lugar de la familia cambió. Ya no fue –ni es- “modelo del gobierno”; sólo es un elemento más dentro lo que se llamó población. Su misión no es sencilla y es instrumental respecto del gobierno del Estado-Nación: junto a la institución escolar en el nivel público, la familia debe de ser el agente privilegiado para cubrir en la intimidad la misión de gobernar a la población. Concretamente, si el Estado quiere lograr cierto tipo de comportamientos en la población (por ejemplo contracción al trabajo o viceversa; incentivar o desalentar en qué consumir y en qué no; regular cantidad de hijos, etc.) la familia aparece como el socio principal.

Como vemos, al transformarse la población en el elemento central a ser controlado, la función de la familia también se alteró: no sólo normatiza, sino que pasa a ser un dispositivo de regulación y control que, a través de las instrucciones sociales concientes e inconscientes que reciben los adultos, se traspasan a los hijos como “saberes de la cultura”, rebasando esto a la población en general. La escuela por su lado, realiza la misma operación, creando una nueva ciencia como la pedagogía, y teniendo la misma función: controlar y entonces, gobernar las almas y las conductas.

De este modo, antes que la imposición de normas, se generan reglas que regulan las inteligencias, las almas y los comportamientos. En la sociedad de control, la regla garantiza la seguridad: diseña los límites posibles de las conductas. Y lo logra, como con/en el capital, dejando hacer[11]. El control y el funcionamiento de los cuerpos y de las almas paradójicamente se consiguen, necesariamente, con la libertad[12]

Se pone así de relieve la importancia del gobierno de los hombres, de la población, a través del Estado. Este hecho implica la acción de disponer de los territorios, de los bienes y de las personas, de manera muy distinta a la que se hacía en la tecnología de poder anterior en la que el soberano, publicando leyes, sencillamente las tomaba. La vida, como durante el mecanismo anterior, no fue el elemento fundamental para lograr el dominio de las conductas. La sustituyó la culpa o bien, el sentimiento de una deuda eterna[13].

Dentro de este marco histórico, sumándose a los movimientos emancipatorios, y desde sus estudios sobre la histeria, podemos considerar al Psicoanálisis como una teoría y una práctica de la emancipación de la sexualidad reprimida, con ajuste a lo social.

Ahora bien, ¿cuáles fueron las tácticas, los medios para lograr esos fines?

 

6- EL TRABAJO[14]

el trabajo como capital humano- La coerción y la obligación.

 

Aun hoy, el trabajo dispone y determina en la mayoría de las personas de nuestra cultura el pensar, el obrar y el orden de las vidas. El hecho que el trabajo está en retracción y se esté achicando la sociedad de trabajo, nos revela que la producción económica está en este momento muy desligada del uso de la fuerza de trabajo. Este fenómeno se va incrementando visiblemente.

El trabajo, tal como lo concebimos en la sociedad occidental, está íntimamente ligado al capital. ¿Por qué? Ambos han funcionado asociadamente, como un fin en sí mismo.

Principalmente durante los últimos casi doscientos años, todas las teorías sociales y corrientes políticas sostuvieron la idea del trabajo como su eje central. En las postrimerías del siglo XX, con la debilidad de las corrientes ideológicas, sólo permaneció el dogma según el cual el trabajo es la determinación natural del hombre ya que su naturaleza es la de ser un animal laborans.

Ocurrió que en la protomodernidad y en la modernidad – algo que se transformó en una obviedad- la actividad humana en sí, el puro «gasto de fuerza de trabajo», no implicó ningún contenido: se tornó independiente de las necesidades. Tampoco importaron los deseos ni las inclinaciones de los seres humanos que debían ofrecer su fuerza de trabajo[15].

De este modo, tal como el capital, el trabajo se volvió el principio abstracto alrededor del que giran las vidas en occidente; un fin en sí que domina las relaciones sociales[16]. Y es así debido a que el trabajo es la base del aumento del capital, aumento que tiene sentido en si mismo[17] .

La imposición del trabajo en la modernidad llevó siglos. Durante esos tiempos el uso de la violencia hacia los hombres, mujeres y niños y la devastación colonizadora en todos los continentes dejó como señal y marca la interiorización del trabajo abstracto, el terror y la sumisión. Había/hay que cumplir, ejecutar las acciones para ello, y además, ser efectivo. Mediante estas técnicas, la sociedad del trabajo se transformó en un sistema de dominación interior e inconsciente; en un sistema de auto-opresión. ¿Podremos vislumbrar que esta presión y dependencia social interiorizada tenga que ver con la figura clínica de la neurosis obsesiva?

Ahora bien, los estados nacionales no nacieron solos. Con ellos, aparecieron la economía científica, la policía, nuevas razones de estado, un nuevo lugar social para la ciencia y la nueva intelectualidad arriba mencionada que sostenía la racionalidad del estado y sus lógicas. Si bien este proceso llevó siglos, todo ello se asentó en la época en la que Freud nació.

 

7- LA RELIGIÓN

el gobierno pastoral

 

¿Por qué nos podría interesar -como psicoanalistas- comprender estos fenómenos en relación al juego que intentamos jugar? Para vislumbrar las subjetividades que las tecnologías de gobierno intentan producir y sostener, y agenciar en nuestro acervo aquello que Freud llama la pérdida de nitidez entre la psicología individual y la psicología social (Freud, S. 1979: 67).

Señalaremos entonces al poder pastoral como el núcleo de la gubernamentalidad, concepto que veremos en los puntos siguientes.

Lejos de ser una religión sin movimiento, el Cristianismo en el Medioevo se transformó en un poder, mediante el que administró técnicas peculiares a las que Foucault llamó el poder pastoral. Veamos qué dice este autor sobre él:

“…el poder pastoral, no puede asimilarse o confundirse con los procedimientos utilizados para someter a los hombres a una ley o un soberano. Tampoco puede asimilárselo a los métodos para formar a los niños, los adolescentes y los jóvenes, ni a las recetas utilizadas para convencer a los hombres, persuadirlos, arrastrarlos más o menos contra su voluntad. En resumen, el pastorado no coincide ni con una política, ni con una pedagogía, ni con una retórica. Es algo enteramente diferente. Es un arte de gobernar a los hombres (…) el punto embrionario de esa gubernamentalidad cuya aparición en la política marca (…), el umbral del Estado moderno. (…) [que] nace cuando la gubernamentalidad se convierte efectivamente en una práctica política calculada y meditada. La pastoral cristiana es (…) el trasfondo de este proceso. (itálica nuestra) (Foucault, 2011a:193).

Muestra Foucault que esta concepción se importa desde los pueblos de Oriente, sobre todo de los hebreos, aunque difiere de él, pues lo que distingue al poder pastoral cristiano, aquello que es su hallazgo más significativo, es la individualización en la injerencia de su poder.

El poder pastoral no se practica sobre los territorios sino sobre los hombres en general y como hemos dicho, sobre cada sujeto en singular; estuvo/está orientado a la dirección de las almas y de la conciencia. De esta manera Occidente fue concebido por este poder como un rebaño, y cada hombre como parte de él.

El poder pastoral es cuasi-simbólico pues la representación del elemento material no llega a ser del todo un vínculo puramente convencional con lo representado: se trata de la devoción hacia aquello definido como un pastor-guía que conduce a su rebaño para salvarlo. Él cuida a su rebaño y también vela por cada una de sus ovejas. Socialmente, aparece así un sujeto fijado a otro investido de un dominio y una facultad especiales, que ejerce un poder absoluto sobre él[18].

Aquello que resulta importante para pensar nuestra tarea es que estas concepciones se introdujeron en lo íntimo. No sólo se educó para sostenerlas y fijarlas sino que ya formaron parte de los saberes inconscientes.

Si bien el poder pastoral fue adquiriendo nuevos sentidos, finalmente se consolidó con el Cristianismo sosteniendo la importancia que fue y sigue siendo la relevancia que se le da a la obediencia como virtud esencial del rebaño y de cada uno de sus componentes. La obediencia no es un medio sino una finalidad: adquiere un valor por sí misma, es un bien fundamental y una virtud.

La dirección de conciencia ya no resultó voluntaria, sino que fue –y sigue siendo- obligatoria para todo el rebaño y para cada sujeto que la compone[19].

El vigor del poder pastoral consistió en que el cristianismo lo introdujo fuertemente organizando instituciones, iglesias, con el objeto de dirigir las vidas de los devotos del rebaño. Esta fue la gran novedad: la institución y la obligación se integraron a las vidas. Pero recién en el siglo XVII – no antes- comenzó a estar enmarcado dentro del poder político.
¿Cuál es la importancia de destacar la institucionalización? Siendo la institución la integración de relaciones de micropoderes, de diversas fuerzas, se transforma en el medio a través del cual el poder se reproduce y deviene fijo y estable. Las fuerzas virtuales decantan y se actualizan: se hacen materiales en una institución. De ese modo podemos decir que el ingreso del poder pastoral en el Estado implica el gobierno de las almas y de las conciencias desde el Estado.

Por lo que vemos, con el poder pastoral cristiano comienza la valoración individualizada en función de lo que se consideraban virtudes y lo que consideraban vicios, maldades, etc. La voluntad (los deseos) intenta ser amputada, sacrificada como oblación a la obediencia. Con la interiorización como técnica del poder pastoral, instalando estas representaciones, mediante esta producción de subjetividades, se orientan conductas que recursan y afirman las concepciones instituidas.

Entonces, de la modalidad pastoral y sus formas desde el siglo XVII, se apropiaron los Estados Nacionales: el Estado Nacional de bienestar, desde el poder político, importó dentro de su concepción y funcionamiento al poder pastoral, dirigido a los ciudadanos, gobernados pastoralmente. Precisamente, la racionalidad del estado moderno reside en el hecho que se presenta como tutor del conjunto y de cada individuo.

Lo importante a señalar, según Foucault, es que el poder pastoral religioso fue perdiendo peso social en su época (aunque intenta, en apariencia, no ser así en la actualidad). Pero desde el siglo XVII persiste integrado dentro del Estado Nacional, dirigiendo y regulando las vidas con el objeto de cuidar a todos y a cada uno para salvarlos de la falta de trabajo, de lo que se da en llamar inseguridad, de las enfermedades, etc. El poder político se transformó en el “pastor” de los hombres en las ciudades. Los pastores políticos (en épocas del liberalismo) se transformaron en la bisagra que regula las fuerzas del rebaño de la población y de cada uno de sus integrantes.

 

8- LA POLICÍA

el soporte interno del estado[20]

La creación de los Estados trajo consigo la instauración de la policía.

Si bien actualmente la nombramos de la misma manera, la función y las acciones de la policía fueron variando desde su creación hasta la actualidad. ¿De qué se ocupaba el Estado de policía? Su dominio era muy amplio: operaba no sólo en la vigilancia y en el mantenimiento del orden. Tanto en Alemania como en Francia constituyó el conjunto de los medios que aseguraban la tranquilidad, el “buen orden” y el bien público.

Su lugar político-administrativo privilegiado se daba en virtud de su función de afirmar y aumentar la potencia del Estado, orientar el empleo de sus fuerzas, y tratar de que los hombres sean lo más felices posible. Toda la circulación de mercancías y personas estaba a su cargo. Intervenían en todo lo concreto (cuerpos y materias) de la sociedad civil que estaba a su cargo. Regulaba el mercado, la demografía, la eliminación de la pobreza, la salud, la justicia pública, etc. Fue la institución que gestionaba las funciones internas del Estado.

El Estado de policía tuvo su mayor cercanía al Estado de derecho cuando este último se dividió en derecho público, civil y penal. Ocurrió así porque ya en el siglo XIX la preocupación estatal fue la seguridad social y no el derecho del hombre. Por este camino, con el Derecho convertido en norma, el hombre se transformó en “sujeto”: el Derecho Natural quedó divorciado del Derecho Civil. Tal como lo hemos señalado, esta disociación fue sostenida por la intelectualidad[21]. Ser ciudadano resultó/resulta un esfuerzo voluntarioso del sujeto humano que a su vez, está sostenido por el razonamiento individual.[22]

De este modo, profundizándose esta administración en el siglo XIX en el que Freud nació, el amparo del Estado a través de la gestión de la policía sobre los cuerpos humanos nos da la pista para entender la concepción del hombre como sujeto.

Sin embargo, con el acento puesto en la sexualidad y en su desenvolvimiento evolutivo y social, podemos decir que el Psicoanálisis abre el camino para el derecho a la apropiación del propio cuerpo y de la vuelta a la relación del hombre con la naturaleza.

Cuando el poder policial no alcanzó para ordenar y pacificar hacia el interior del Estado Nacional y la gendarmería tampoco fue suficiente para cubrir el volumen de las guerras crónicas de Europa, se sumó un elemento más, una institución que a su vez fue instituyente de rasgos básicos en la cultura de la sociedad occidental:

 

9- EL SERVICIO MILITAR OBLIGATORIO

más disciplina, más obediencia, más control

 

La conscripción militar comenzó a fines del siglo XVIII. Su objetivo suplementó al de la policía y su razón fue la de robustecer a los ejércitos. Es decir que surgió con una doble función: una hacia el interior y la segunda hacia el exterior del Estado Nacional, enfrentándose a otros Estados.

Las características del modelo militar son tres: 1- valorar al orden como necesario y tener a su cargo el cuidado del mismo, 2- la disciplina y la obediencia y 3- una estructura jerárquica rígida que da cohesión al interior de la organización haciendo actuar implícita y obligadamente al mecanismo de la autoridad como distintivo de esa institución.

Por la instalación de la obligatoriedad en el régimen militar -investigada por J. Fidel Molina Luque[23]-, aparece la insatisfacción de la mayor parte de las sociedades en relación a este hecho. La forma de eludir legalmente tal obligatoriedad era dándole dinero al Estado en lugar del reclutamiento de los hijos varones o, por lo menos, para suavizar la inexorable y cruel prestación del servicio. Para aquellos que padecían estrechez económica había formas ilegales: la deserción, las mutilaciones, transformarse en prófugos, etc.

La resistencia en las comunidades rurales era también quebrada con suma violencia. Se cazaban –literalmente- los cuerpos de jóvenes varones para su reclutamiento y ya sea por coerción o porque finalmente se rendían, se fomentó el éxodo del campo a la ciudad.

Asimismo en este trabajo se señala que los efectos de la militarización obligatoria fueron enormes en las sociedades del siglo XIX y XX. Por ejemplo, la interacción entre el capital y el ejército tuvo una gran influencia formativa en las subjetividades europeas, y el militarismo en general imprimió su peso instructivo en la ideología de las empresas, de las familias y en la moral. La disciplina militar fue modelo ejemplar de los comportamientos familiares, escolares y laborales

El militarismo comenzó a tener una notabilidad creciente y fue relevante en la represión de los movimientos populares y también sobre los gobiernos del mismo Estado.

El discurso militarista, para penetrar en las almas, se transformó en patriótico y cívico a la vez: fue ésta su mayor ingerencia educativa en la ciudadanía. Con el fin de conseguir el gobierno de las almas, los enunciados verbales y escritos de la militarización fueron mucho más allá mediante sus acciones ejemplificadoras. El patriotismo y la obligatoriedad tienen -aun perdurando en la continuidad de nuestros tiempos- el peso subjetivo cívico que se quiso imprimir desde aquellos siglos.

 

 

9- LA GUBERNAMENTALIDAD

¿Cómo le arranca el Estado sus funciones a la policía y al poder pastoral? Con la gubernamentalidad.

 

Este concepto, anotado por Foucault, encierra una clave para el develamiento de las conductas estatales. Tiene la complejidad de tener que considerar todas las instituciones, todos los procedimientos, las logísticas y las estrategias, el conjunto de herramientas que lo facultan y autorizan a controlar la población y a cada elemento de ella. El gobierno de la gubernamentalidad no gobierna territorios sino las almas de la población para dirigir las conductas con el fin de fortificar al Estado mismo.

Foucault relaciona la sociedad de control con la economía política presentada como una ciencia que limita las atribuciones del Estado, y con la seguridad. La gubernamentalidad la entiende en el sentido amplio de técnicas y procedimientos para dirigir el comportamiento humano: gobierno de los niños, de las almas y de las ciencias, gobierno del estado o de uno mismo. Dice: “Entiendo el conjunto constituido por las instituciones, los procedimientos, análisis y reflexiones cálculos y tácticas que permiten ejercer esa forma bien específica aunque muy compleja de poder que tiene por blanco principal la población, por forma mayor de saber la economía política y por instrumento técnico esencial los dispositivos de seguridad” (Foucault, 2011:136). En los apartados anteriores hemos intentado mostrar las diversas prácticas en las que la gubernamentalidad se actualiza y toma consistencia.

Un alcance de la gubernamentalidad es que se convierte en el medio que intenta garantizar la continuidad de las organizaciones de gobierno que se encuentren en el poder. Para ello genera prácticas, administra las tensiones de los múltiples corrientes de pensamiento, se apropia de los preceptos y saberes (por ejemplo, de la estadística).[24]

En el Estado se enlazan una multiplicidad de diversos micropoderes, siendo el propio Estado el precipitado molar de todos ellos. Resulta así llamativo que el estado mismo resulte un elemento más de la gubernamentalidad.

Existe una racionalidad específica en el arte de gobernar gubernamentalmente, cuya base es la naturaleza. Pero ¿cómo entiende la gubernamentalidad aquello que se dice que es “naturaleza”?. Considera “natural” si la reverberación de lo que el Estado promueve se manifiesta en conductas de acatamiento a aquello que impulsa. Establece una lógica determinada para pensamientos y conductas que se consideran “normales” y habituales para toda la población y para cada uno de sus componentes.

Esta razón de Estado no es anodina: promueve creencias y deseos a ser imitados que se propagan en la sociedad.

La gubernamentalidad está asociada a los saberes. Los saberes son prácticas: representaciones y acciones que actúan en forma sincrética[25]-[26]. Es así porque sin la interiorización pastoral de estos saberes como “naturarles” y entonces razonables, sin el sostén de “las almas” de la población, la gubernamentalidad y los poderes se volatilizarían.

Podríamos vincular estos saberes a las representaciones concientes e inconcientes del Psicoanálisis.

Resumamos ahora la gubernamentalidad en una serie de puntos:

a- es la gestión de gobierno que asienta la hegemonía de una especie específica de poder

b- tiene como objeto a la población

c- la ciencia sobre la que descansa es la economía política

d- se sostiene en dispositivos que responden al gobierno

e- se sostiene con las herramientas y tecnologías de la seguridad

 

10- VOLVIENDO A FREUD

la borrosa frontera entre psicología individual y psicología social

*- Iniciada la pavorosa bacanal de la pulsión de muerte en la Europa de 1914, Freud expresa dolorosamente su desilusión sobre la sociedad en la que vive. En 1915 escribe:

De las grandes naciones de raza blanca, dominadoras del mundo y en las que ha recaído la conducción del género humano; de esas naciones a las que se sabía empeñadas en el cuidado de intereses que se extendían por el universo entero, creadoras de los progresos técnicos en el sojuzgamiento de la naturaleza así como de los valores de cultura, artísticos y científicos, de esos pueblos se había esperado que sabrían ingeniárselas para zanjar por otras vías las desinteligencias y los conflictos de intereses. Dentro de cada una de esas naciones se habían establecido elevadas normas éticas para el individuo, quien debía acomodarse a ellas si quería participar en la comunidad de cultura. (…)

(…) Pero podía suponerse que los grandes pueblos, como tales, habían alcanzado un entendimiento suficiente acerca de su patrimonio común y una tolerancia tal hacia sus diferencias que «extranjero» y «enemigo» ya no podrían confundirse en un solo concepto, como aún ocurría en la Antigüedad clásica.(…)

(…) Confiados en este avenimiento entre los pueblos cultos, innumerables hombres trocaron su morada en la patria por otra, en el extranjero, y dedicaron su existencia a las relaciones comerciales entre los pueblos amigados. Y además, aquel a quien el apremio, de la vida no confinaba de manera permanente en un mismo lugar podía crearse, con todas las ventajas y los atractivos de los países cultos, una nueva patria, una patria mayor, dentro de la cual se paseaba libre de inhibición y de sospecha. (…)

(…) El disfrute de la comunidad de cultura fue turbado en ocasiones por algunas voces; ellas advertían que, a causa de diferencias heredadas de antiguo, serían inevitables todavía las guerras entre las naciones que la integraban. No se les quiso dar crédito, pero, ¿cómo se imaginaba una guerra así, sí es que había de sobrevenir? Como una oportunidad para exhibir los progresos del sentimiento comunitario de los hombres desde aquel tiempo en que las anfictionías griegas tenían prohibido destruir a una ciudad perteneciente a la Liga, arrasar sus olivares y cortarle el agua

Trasgrede todas las restricciones a que nos obligamos en tiempos de paz y que habían recibido el nombre de derecho internacional; no reconoce las prerrogativas del herido ni las del médico, ignora el distingo entre la población combatiente y la pacífica, así como los reclamos de la propiedad privada. Arrasa todo cuanto se interpone a su paso, con furia ciega, como si tras ella no hubiera un porvenir ni paz alguna entre los hombres. Destroza los lazos comunitarios entre los pueblos empeñados en el combate y amenaza dejar como secuela un encono que por largo tiempo impedirá restablecerlos. (…)

(…) El Estado beligerante se entrega a todas las injusticias y violencias que infamarían a los individuos. No sólo se vale de la astucia permitida, sino de la mentira conciente y del fraude deliberado contra el enemigo, y por cierto en una medida que parece exceder de todo cuanto fue usual en guerras anteriores

Dos cosas en esta guerra han provocado nuestra desilusión: la ínfima eticidad demostrada hacia el exterior por los Estados que hacia el interior se habían presentado como los guardianes de las normas éticas, y la brutalidad en la conducta de individuos a quienes, por su condición de partícipes en la más elevada cultura humana, no se los había creído capaces de algo semejante. (la negrita es nuestra).

Observemos el trayecto y la secuencia de los escritos de Freud desde la Gran Guerra.

- El tratado de Versalles se firmó el 28 de junio de 1919

- En ese mismo año, Freud escribe un trabajo sobre los castigos punitivos que se presentan en los sueños, puniciones impulsadas por la instancia crítica[27]

- casi de inmediato, produce el postulado de la pulsión de muerte: lo afirma en 1920;

- y en 1922 el super-yo se esboza en un trabajo leído en el 7° congreso psicoanalítico internacional.[28]

Ahora bien, como hemos señalado, en Europa la destructividad de las vidas fue sufrida en su conjunto de manera real, social e históricamente prolongada en el tiempo.

Por supuesto, Freud no llegó a conocer el concepto de gubernamentalidad, ni su linaje con las técnicas del pastorado religioso con su meta de gobernar las almas a través de la educación. Sin embargo, la religión y la educación fueron rasgos de la cultura que Freud señaló en todos sus escritos.

Si como está dicho el super-yo está instalado por la cultura y contiene a su vez, la pulsión de muerte, y este super-yo está relacionado con el armado continuo de la gubernamentalidad, el miedo y el super-yo están al servicio de esta tecnología del poder.

¿Y en qué consiste el super-yo sino en la crítica y castigo social como instancia independiente y muda? Freud es claro en la conformación de esta instancia: la agresión proviene de algo percibido que penetra en el proceso psíquico transformado en representación y produce desmezcla pulsional: es causa de angustia y de patología.

 

*- Génesis- Capítulo III

1 Ahora bien, la serpiente era astuta, más que todos los animales del campo que Jehová Dios había hecho, la cual dijo a la mujer: ¿Conque Dios os ha dicho: No comáis de ningún árbol del huerto?

2 Y la mujer respondió a la serpiente: Del fruto de los árboles del huerto podemos comer,

3 mas del fruto del árbol que está en medio del huerto, dijo Dios: No comeréis de él ni lo tocaréis, para que no muráis.

4 Entonces la serpiente dijo a la mujer: No moriréis;

5 sino que sabe Dios que el día en que comáis de él serán abiertos vuestros ojos y seréis como dioses, conociendo el bien y el mal.

6 Y vio la mujer que el árbol era bueno para comer, y que era agradable a los ojos y deseable para alcanzar la sabiduría; y tomó de su fruto y comió; y dio también a su marido, el cual comió así como ella.

7 Y fueron abiertos los ojos de ambos, y supieron que estaban desnudos. Entonces cosieron hojas de higuera y se hicieron delantales.

8 Y oyeron la voz de Jehová Dios que se paseaba en el huerto al aire del día; y se escondieron el hombre y su mujer de la presencia de Jehová Dios entre los árboles del huerto.

9 Y llamó Jehová Dios al hombre y le dijo: ¿Dónde estás?

10 Y él respondió: Oí tu voz en el huerto, y tuve miedo, porque estaba desnudo; y me escondí.

11 Y le dijo: ¿Quién te ha dicho que estabas desnudo? ¿Has comido del árbol del cual yo te mandé que no comieses?

12 Y el hombre respondió: La mujer que me diste por compañera me dio del árbol, y yo comí.

13 Entonces Jehová Dios dijo a la mujer: ¿Qué es lo que has hecho? Y dijo la mujer: La serpiente me engañó, y comí.

14 Y Jehová Dios dijo a la serpiente: Por cuanto esto hiciste, maldita serás entre todas las bestias y entre todos los animales del campo; sobre tu vientre te arrastrarás y polvo comerás todos los días de tu vida.

15 Y pondré enemistad entre tú y la mujer, y entre tu simiente y la simiente suya; esta te herirá en la cabeza, y tú le herirás en el calcañar.

16 A la mujer dijo: Multiplicaré en gran manera tus dolores en tus embarazos; con dolor darás a luz los hijos; y tu deseo será para tu marido, y él se enseñoreará de ti.

17 Y a Adán dijo: Por cuanto obedeciste la voz de tu mujer y comiste del árbol del cual te mandé, diciendo: No comerás de él; maldita será la tierra por tu causa; con dolor comerás de ella todos los días de tu vida.

18 Espinos y cardos te producirá, y comerás hierba del campo;

19 con el sudor de tu rostro comerás el pan hasta que vuelvas a la tierra, porque de ella fuiste tomado; pues polvo eres y al polvo volverás.

20 Y llamó Adán el nombre de su mujer Eva, por cuanto ella fue la madre de todos los vivientes.

21 Y Jehová Dios hizo a Adán y a su mujer túnicas de pieles, y los vistió.

22 Y dijo Jehová Dios: He aquí el hombre ha llegado a ser como uno de nosotros, conociendo el bien y el mal. Ahora, pues, no sea que alargue su mano y tome también del árbol de la vida, y coma y viva para siempre,

23 por tanto, lo sacó Jehová Dios del huerto de Edén, para que labrase la tierra de la que fue tomado.

24 Echó, pues, fuera al hombre y puso al oriente del huerto de Edén querubines, y una espada encendida que se revolvía por todos lados, para guardar el camino del árbol de la vida.

 

¿Qué interpretación le ha dado la religión al capítulo III del Génesis?

Se entiende que Dios ha castigado a Adán y a Eva por desobedecer la instrucción por él otorgada. De hecho no podemos concebir otra. Y a la serpiente le quita las extremidades. Ella, como instancia instigadora, es subrepticia.

Si seguimos en nuestro juego y arriesgamos una comprensión distinta, podríamos pensar que quizás, en este capítulo se revele la aparición del deseo mismo, precisamente a raíz de la prohibición.

Pero desde el vértice que estamos planteando, el eje de la interpretación ya no desfila por la des-obediencia ni por la inhibición del deseo, sino por la atribución del ser humano de arrogarse los juicios del bien y del mal sobre el mundo, sobre otros seres humanos y sobre sus modos de vivir. Algo que debería pertenecer sólo a la égida de lo divino. Tal sería nuestra condena y nuestra petulancia: una cultura que asiente sus caminos de dominio determinando aquello que es el “bien” y aquello que es el “mal” mediante estas atribuciones construidas según la conveniencia del poder, como uno de sus instrumentos. A esto, ciertas instituciones y aquellos que sostienen saberes inconmovibles, lo llaman “sabiduría” queriendo asemejarse en su univocidad a la sabiduría divina.

 

*- El super-yo encierra una paradoja: se constituye desde las instancias sociales con el objeto de frenar la destructividad, pero se instala agresivamente desde ella.

Si bien Freud a través de la teoría y de la práctica clínica impulsa la liberación de la sexualidad devolviendo el ser humano a la naturaleza, con el super-yo como instancia necesaria y “normal" de la estructura psíquica, vuelve al ser humano, nuevamente, sujeto.

Si, sin embargo, sostenemos esta noción, será para detectar enfermedad asociada a los factores destructivos de la cultura.

 

*- Interrumpamos el juego, y consideremos el anudamiento de las cuestiones aquí mencionadas como con cierta verosimilitud. Desde allí hacemos clarear nuestra tesis:

En El malestar en la cultura Freud sorprende con una nota al pie (Freud, S. 1988c: 121) afirmando que si bien el super-yo es un estadio suprior de la conciencia, se debería construir gradualmente porque de lo que trata la enfermedad en la que el super-yo se muestra en toda su crueldad, es de su “intensidad relativa y de su esfera de influencia”.

Si es ésta la configuración posible para poder proseguir en la continuidad de la vida debido al terror a la muerte del amor o del cuerpo y a los castigos sociales, y si este hecho acredita al super-yo que se erigió como defensa ante la interrupción de la vida pulsional y del deseo, la presencia de esta instancia es el mojón que indica enfermedad y está directamente vinculado a la experiencia social, conciente o inconciente, impartida por los adultos a cargo de la crianza y la educación o bien, a eventos sociales que dejan una impronta sufriente para sí y para las generaciones que queden encadenadas a ello.

La fuerza de la vida se ordena en torno a las repeticiones pero también en las diferencias. Esta operación es la que constituye, como efecto, la sensación de la existencia misma.

Bástenos entonces con la presencia de una conciencia moral en movimiento, más conectada a la experiencia vital de la lógica involuntaria y en apariencia irracional de la pulsión y del deseo que a la pura repetición; lógica de encuentros, de diferencias y de riesgos que atraviesan la existencia; lógica que –siguiendo la huella de nuestro iniciador- nos interpela y nos convoca a acompañar.

 

FUENTES

  • Amparan, A. C. (2007) “El concepto de poder en Foucault”, en http://www.taciturno.be/spip.php?article25 [Consulta: 10/3/2017]
  • Barret-Kriegel, B. (2013) “Michel Foucault y el Estado de policía” en http://perrerac.org/francia/blandine-barret-kriegel-michel-foucault-y-el-estado-de-polica/905/ [Consulta: 10/3/2017]
  • Condoy Celi, C. (2014) “Poder pastoral y subjetividad sujetada en Michael Foucault”, disponible en www.grupoparaguay.org/L_Condoy_2014.pdf [Consulta: 10/3/2017]
  • Chueca Goitia, F. (1993) Breve historia del urbanismo, Buenos Aires /Madrid, Alianza Editorial.
  • Deleuze, G. (1980) Mil mesetas- Capitalismo y esquizofrenia- Pre-textos- Valencia- 1980
  • ---------- (2014) El Poder. Curso sobre Foucault. Tomo II, Buenos Aires, Editorial Cactus.
  • Foucault, Michel (2011) Seguridad, territorio, población, Buenos Aires, Fondo de Cultura Económica.
  • ---------- (1975) “Más allá del principio del placer” en Obras Completas, tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
  • ---------- (1979)Psicología de las masas y análisis del yo” en Obras Completas, tomo XVIII, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
  • Freud, S. (1986a) “Las neuropsicosis de defensa” en Obras completas. Tomo III, Amorrortu Editores, Buenos Aires.
  • Freud, S. (1986b) “El yo y el ello” en Obras completas. Tomo XIX, Amorrortu Editores, Buenos Aires.
  • ----------- (1986c) “Consideraciones sobre lo inconciente”. Trabajo de Sigmund Freud al que alude Strachey en su Introducción a “El yo y el ello”en Amorrortu editores- Bs. As.- 1986
  • ----------- (1988a) Obras Completas, tomo IX, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
  • ----------- (1988b) “El malestar en la cultura” en Obras Completas, tomo XXI, Buenos Aires, Amorrortu editores
  • ----------- (1992a) “De guerra y de muerte” en Obras Completas, tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
  • ---------- (1992b) “Complemento metapsicológico a la teoría de los sueños”, en Obras completas, tomo XIV, Buenos Aires, Amorrortu Editores.
  • ----------- (2008) “Cartas a Wilhelm Fliess (1887-1904)” en Nueva edición completa, Buenos Aires / Madrid, Amorrortu Editores.
  • Grupo Krisis (1999) “Manifiesto contra el trabajo”, disponible en http://www.krisis.org/1999/manifiesto-contra-el-trabajo/ [Consulta: 10/3/2017]
  • Molina Luque, J. F. (1999) “Quintas y servicio militar: aspectos sociológicos y antropológicos de la conscripción : (Lleida, 1878-1960)”, Alicante: Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes. Disponible en http://www.cervantesvirtual.com/nd/ark:/59851/bmcw37q8 [Consulta: 10/3/2017]
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  • Zelcer, M. (2002a) La representación del paciente y del terapeuta en la sesión psicoanalítica, Buenos Aires, Editorial Polemos.
  • ----------- (2002b) “Subjetividades y actualidad”. Publicado en revista Topía, Buenos Aires, edición de septiembre de 2009. Disponible también en https://www.topia.com.ar/articulos/subjetividades-y-actualidad [Consulta: 10/3/2017]
  • ----------- (2005) “Familia y subjetividad”, en revista Topia, Buenos Aires, edición de abril de 2005. Disponible también en https://www.topia.com.ar/articulos/familia-y-subjetividad [Consulta: 10/3/2017]

 

 

[1] Podríamos agregar el rasgo de procastinación que, sin negarlas, desatiende y retrasa en tiempo y forma las acciones obligadas y las sustituye por otras sin conexión con aquello en lo que se es demandado.

[2] En “Las neuropsicosis de defensa” Freud dice: “En teoría no se excluye que en algún caso ese afecto [penoso, disociado de la representación de la fuente de la que proviene] nazca en otro ámbito [que el sexual], yo me limito a comunicar que hasta ahora no se me ha revelado un origen diferente” (Freud, 1986a:53). Asimismo, en “De guerra y de muerte” añade: “Existen, por tanto, muchísimos más hipócritas de la cultura que hombres realmente cultos” (Freud, 1992:286).

[3] Tampoco resulta trivial que muestre a la perversión como el reverso de la neurosis obsesiva.

[4] Precisamente en “Los vasallajes del yo”, Freud asienta su invento-descubrimiento del super-yo en la reacción terapéutica negativa.

[5]“En todos los casos por mí analizados era la vida sexual la que había proporcionado un afecto penoso de la misma índole, exactamente, que el afecto endosado a la representación obsesiva. En teoría no se excluye que en algún caso es afecto nazca en otro ámbito” (Freud, 1986a:53).

[6] Estas breves reseñas (1- y 2-), tienen el objetivo de enmarcar hacia dónde apunta nuestro trabajo, y justificar el desarrollo que sigue.

[7] La destrucción de las condiciones de existencia tuvo el objetivo de transformar el trabajo en dinero. Para ello era necesario expulsar coercitivamente a los campesinos de sus lugares y usarlos para la crianza de animales cuyos productos (por ejemplo la lana) luego se manufacturaban en las ciudades. Al mismo tiempo, los expulsados era mano de obra en los procesos de manufacturación (ver Grupo Krisis, 1999).

[8] Después de la guerra de los treinta años, con el tratado de Westfalia, finaliza el antiguo orden feudal. En realidad, se trató de una transformación lenta de las monarquías feudales. Llamativamente, las revueltas del siglo XIX tenían también que ver con esta resistencia de los poderes soberanos y no sólo con las resistencias a la organización social que el capital demandaba..

[9] El ludismo fue un movimiento encabezado por artesanos ingleses que destruían telares industriales y máquinas de hilar ya que estos nuevos artefactos aniquilaban el empleo, dejándolos sin trabajo.

[10] Foucault intenta desapegar la hegemonía del poder de los poderes políticos, de clase y de los aparatos del Estado postulando "una trama de poder microscópico, capilar", que se asienta en una combinación de pequeños poderes y de organizaciones no tan visibles socialmente. Son sagaces y sus maniobras son esquivas. De tal modo que podríamos ver y decir que hay múltiples relaciones de poder y de autoridad localizadas en múltiples espacios, suplementando el poder de cada uno y de todos. Estos micropoderes se aúnan y funcionan en forma reticular. Una multiplicidad de poderes edifican y hacen funcionar al poder general. Así, están muy ligadas por sus efectos. Son condicionantes de las relaciones sociales sexuales, familiares y de producción de riquezas. Cada una de estas relaciones y de estos poderes tiene su historia y sus técnicas que pueden ser observables y detectables. Por eso, el poder no es de uno. Funciona en cadena. Sin embargo, finaliza reconociendo que los subpoderes se integran a uno general. E indica al Estado como el más significativo.

Las tecnologías del poder son específicas en cada época y en cada ámbito social. Pero se sostienen en dos modos de relación: desde el punto de vista jurídico legitimándolo y desde el punto de vista social. En el primero encontramos la figura del contrato (opresión) y en el segundo la figura de la dominación (represión). Todo ello aparece en el movimiento social como revueltas y rendiciones (síntesis de Amparan, 2007)

[11] La nueva tecnología de poder estuvo y aun está asociada al liberalismo como la idea que sustenta al “dejar hacer” del capital.

[12] Esta liberación rindió sus frutos en varios sentidos. Sólo dos ejemplos: los movimientos de liberación femenina y las ciencias

a- Desde la revolución francesa, fue sostenido al principio, por un fuerte grupo de mujeres teniendo logros que resultaron controvertidos para ese momento. por ejemplo, la constitución de 1791 juzgó la mayoría de edad como equivalente para ambos sexos. En septiembre de 1792 se dictaminaron leyes referidas al divorcio y al estado civil de la mujer. De este modo, y con el marco sociopolítico y económico de la época, el matrimonio fue acreditado por primera vez como un contrato entre individuos de idénticas facultades en lo que atañe a la ley.

Desde la segunda revolución industrial (1870) el movimiento feminista tuvo un auge relevante.

b- En las ciencias duras con Poincare, Lorentz y Maxwell se comienza a vislumbrar la liberación de la energía desatada de la teoría de la gravedad. Fueron los precursores de la teoría de la relatividad.

[13] En su clase del 1° de febrero de 1978, Foucault (2011) muestra que en la historia europea (y por lo tanto con efectos en la nuestra) desde el siglo XVI se produjo un punto de cruce de dos procesos: el que instala los Estados administrativos, territoriales y coloniales por un lado y otro proceso que “pone en cuestión la manera de ser espiritualmente dirigido en esta tierra hacia la salvación.” … el problema del “cómo ser gobernado, por quién, hasta qué punto, con qué fines, mediante qué métodos.” (Foucault, 2011:110). El Gobierno, a su vez, tiene una continuidad: quien gobierne el Estado deberá saber gobernar en muchos sentidos: a sí mismo, a su progenie, a su propiedades, etc. En otro movimiento sincrónico, la continuidad implica una pedagogía: “cuando un Estado está bien gobernado, los padres de familia saben gobernar bien a su familia, sus riquezas, sus bienes, su poder, y los individuos también se dirigen como corresponde. Esta (…) línea que se transmite hasta la conducta de los individuos o el manejo de las familias. el buen gobierno de Estado, es lo que en esa época empieza a llamarse policía” (Foucault, 2011:119). La policía es uno de los elementos que garantizan la continuidad de las formas de gobierno. También en el aspecto económico.

[14] Desde aquí, en su mayor parte, este punto será una breve reseña del Manifiesto contra el trabajo (Ver Grupo Krisis, 1999).

[15] Para el capital, carece de importancia la sustancia a la que hace accionar

[16]“En las antiguas sociedades agrarias existían las más diversas formas de dominio y de relaciones de dependencia personal, pero ninguna dictadura del abstractum trabajo. Las actividades en la transformación de la naturaleza y en la relación social no eran, de ninguna manera autodeterminadas, pero tampoco estaban subordinadas a un «gasto de fuerza de trabajo» abstracto; al contrario, estaban integradas en el conjunto de un complejo mecanismo de normas prescriptivas religiosas, tradiciones sociales y culturales con compromisos mutuos. Cada actividad tenía su tiempo particular y su lugar particular; no existía una forma de actividad abstracta y general” (ver Grupo Krisis, 1999).

[17] Quien necesitaba la monetarización de impuestos excesivos eran los Estados militarizados para proseguir con sus conquistas.

[18] Para la tesis que expondremos resulta importante recordar que a partir del siglo XI y el XII se introduce e instituye, tal como en el modelo judicial la confesión. Este acto se realiza en una especie de tribunal permanente en el que se aplica la sanción.

[19] Síntesis de Condoy Celi, 2014.

 

 

[20] La diplomacia y la gendarmería constituyeron el soporte en relación a otros estados.

[21] El postulado de la res extensa y la res cogitatis fue un soporte ideológico de esta materialidad

[22] Síntesis de Barret-Kriegel, B. (2013)

[23] Ver Molina Luque, 1999.

 

[24] Síntesis de Noguera, 2009

[25] Ver Zelcer, 2002a.

[26] Y afectaciones, agregaríamos desde Deleuze y Guattari.

[27] Freud, S. -Complemento metapsicológico a la teoría de los sueños- Tomo XIV- Amorrortu editores- Bs. As. 1992

[28] Freud, S.- Consideraciones sobre lo inconciente. Trabajo de Sigmund Freud al que alude Strachey en su Introducción a El yo y el ello. Amorrortu editores- Bs. As.- 1986

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Poder y psique: para un psicoanálisis más allá de la ‘función-psi’

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El siguiente texto proviene de una Conferencia que dictó Thamy Ayoux en el Foro de Psicoanálisis y Género de la Asociación de Psicólogos de Buenos Aires (APBA) el 8 de abril de 2017. La actividad tuvo los comentarios de Pilar Errázuriz Vidal (Univ. de Chile) y fue coordinada por Irene Meler, quien además realizó la traducción y corrección del texto para esta publicación.

 

Normas y subjetivaciones menores

Desde hace décadas, una abundante literatura psicoanalítica fue producida sobre las homosexualidades, las transidentidades, las posturas de las sexualidades y sexuaciones no heterocentradas, o sobre las redistribuciones “patogénicas” de la familia, la mayor parte de las veces con un objetivo a la vez nosográfico y etiológico. Más allá de las fanfarronadas mediáticas que algunos psicoanalistas franceses expusieron en los debates sobre la unión civil (PaCS, 1999), el matrimonio igualitario, o el homoparentesco, estos análisis pretendidamente edificantes se revelan peligrosos cuando se instituyen cómo saber psicoanalítico o académico.

Las homosexualidades son a menudo abordadas como defensas contra una heterosexualidad inasumible. Para unos el veredicto diagnóstico es inapelable, pues “los componentes perversos (…) presentes en la sexualidad de cada cual se hallan mucho más frecuentemente entre los homosexuales”.[1] Para otros, la homosexualidad aparece como “barbarismo”, “incompatibilidad lingüística”, pues la sexualidad, proviniendo del latino “secare”, “vuelve obligatoria la elección de un objeto de estatuto ‘hetero’, diferente”.[2] Según otros autores, la homosexualidad es (sic) “una impostura perversa”: la lesbiana desea a una mujer como un hombre, y pretende ser reconocida como detentora del falo.[3]

Igualmente, el abordaje realizado por numerosos psicoanalistas de lo que llaman, en filiación directa con la psiquiatría, “transexualismo”, se articula con una militancia por la diferencia de sexos. Cuando se declaran freudianos, esos/as psicoanalistas instituyen un acceso a la reasignación de género que está reglamentado, codificado y condicionado por pruebas de conformidad de género que el sujeto debe aportar. Si son lacanianos/as, condenan la reasignación de sexo, considerada como una respuesta loca a una demanda loca.

Si las homosexualidades son consideradas como inmadureces, imposturas perversas, regresiones, las transidentidades son caracterizadas como psicosis, forclusión del nombre del padre o enfermedades del narcisismo.

Ante la multiplicidad contemporánea, no-institucionalizada, de las posiciones de género, y de las redisposiciones de las relaciones de alianza y filiación, siguen floreciendo sentencias inapelables sobre las sexualidades y sexuaciones. El psicoanálisis, o más bien, ciertas teorías y prácticas conducidas en su nombre, se vuelven educativos. La consideración descriptiva de las modalidades de organización de los sexos, de las configuraciones históricamente situadas de las sexuaciones y sexualidades, de la cual resultan varias nociones psicoanalíticas, se torna prescriptiva de un único modo de subjetivación y exclusiva de una variedad relegada a la patología. Sin embargo, la vocación del psicoanálisis no es asignar normas a la sexualidad, pues la normas, como lo subraya Lacan, son meramente sociales: “Hay normas sociales, por falta de cualquier norma sexual, eso es lo que Freud dice.”[4]

Tampoco es su vocación atribuir normas a las diferencias étnicas, culturales o lingüísticas que definen el posicionamiento social y psíquico de los sujetos “alterizados”. Con este término, designo el mecanismo de identificación proyectiva que constituye un grupo minoritario como “otro”, en una polisemia donde convergen los sentidos de “otro” del Occidente, construido por el orientalismo,[5] del otro internalizado apuntado por F. Fanon,[6] pero también de la alteridad representada a la vez como inferior y amenazadora. Estos otros, sin embargo, forman un grupo sólo en función de la exclusión de la cual caen víctimas, la que les uniformiza atribuyéndoles los mismos trazos negativos, para definir, en contraste, la identidad de un grupo mayoritario. Un grupo alterizado no es una comunidad identitaria, sino una categoría naturalizada por la discriminación, y a la cual se confiere una identidad homogénea, otra.

La pretensión de ajustar las subjetividades a las normas vigentes equivale a aniquilar cualquier alteridad propia de la singularidad subjetiva.

Sin embargo, la escucha analítica ocurre sólo si no pretende reducir lo otro a lo mismo, lo extranjero a lo familiar conocido por el/la analista. En esta atención a lo ininteligible, si bien la alteridad principal es la del inconsciente, las representaciones culturales y subjetivas del otro inscrito en un marco referencial distinto, las diferencias étnicas o de género y las “vidas ininteligibles” ocupan una posición central. Por lo tanto, ¿cómo puede el psicoanálisis seguir escuchando las mutaciones antropológicas contemporáneas sin reducir su dimensión ininteligible a modelos de inteligibilidad histórica y culturalmente situados? Cómo puede dar cuenta de las minorizaciones aquí implicadas?

Más globalmente, la cuestión que surge aquí es la de la posibilidad que una perspectiva clínica y epistemológica se relacione con su propia contemporaneidad. Y es ese, probablemente, el desafío que se les presenta a los/as psicoanalistas: a la vez inscritos/as en los modos de constitución histórica y geográficamente determinados de una subjetividad, sujetos-efectos de lo mismo político que sus contemporáneos y pretendiendo ejercer, sin embargo, una práctica clínica y teórica que aspira a deconstruir estos modos de subjetivación, revelar su historicidad, su determinación cultural y política, y aquello que, más allá de esta inscripción colectiva, constituye la singularidad de un sujeto en su síntoma.

Estas cuestiones no dejan de levantar la cuestión de la universalización: si, -postulado psicoanalítico-, el inconsciente es universal, propio de todo sujeto, ¿serán generalizables sus modalidades de constitución hic et nunc, y las herramientas que aspiran a dar cuenta de ellas? Las singularidades de género, de cultura y de etnicidad difractan la unicidad de un modelo de carácter universal, que pretende dar cuenta de la variedad psíquica.

¿Cómo pensar entonces, instrumentos metapsicológicos susceptibles de:

  • dar cuenta de la especificidad de las identificaciones y vivencias contemporáneas propias de los géneros, sexualidades y diferencias culturales,
  • y de entender su singularidad más allá de la normatividad social, cultural y política, del binarismo de los sexos, o de la universalidad cultural?

Para intentar responder a este programa, tal vez sería menester, en primer lugar, apuntar los riesgos a los que se expone el psicoanálisis en su relación con las normas de género, cultura o etnicidad, cuando perpetúa lo que Michel Foucault llama la “función-psi”.

 

Más allá de la función-psi

Quisiera tomar en serio las críticas de Foucault al psicoanálisis, leyendo la oposición progresiva de Foucault al psicoanálisis al modo de una crítica psicoanalítica, y de un estudio psicoanalítico de las condiciones (contra)transferenciales del discurso teórico y clínico del psicoanálisis.

Foucault comienza saludando, pues, la ruptura epistémica introducida por el psicoanálisis y su carácter inasimilable, como último recurso, a cualquier postura de saber.[7] Sin embargo, desde La arqueología del saber hasta La voluntad de saber, Foucault pasa de una discusión epistemológica y arqueológica que se vale de la episteme psicoanalítica contra la epistemología de las ciencias humanas, a una discusión que redobla la historización y se vale de la estructura de la constitución de la verdad psicoanalítica como paradigma del dispositivo de sexualidad. El psicoanálisis daría su expresión más pura al principio según el cual la verdad del sujeto se encuentra en el discurso sobre su sexualidad, que aparece como un elemento suplementario en el seno del dispositivo saber-poder.

Foucault señala así un alcance asintótico del psicoanálisis, el cual, para no dogmatizarse, no debe vacilar en volver contra sí mismo sus propios instrumentos, preguntar quién habla y cuestionar su postura enunciativa.

En los años 70, en su obra El Poder psiquiátrico, Foucault vincula el psicoanálisis a la micro-política manicomial a través de la “función-psi” que, según piensa, el psicoanálisis da la impresión de deshacer, sólo para perpetuarla mejor. Resalta tres aspectos de esta función:

  • la función-psi destaca la centralidad de la familia
  • prolonga la micro-física del poder manicomial, realizando una intensificación de la realidad
  • y, tercero, produce la función-sujeto.

 

Fuera del familiarismo

En El Poder psiquiátrico, Foucault pone en relieve la manera en la que la familia aparece como un elemento central a la vez en la actuación del poder disciplinario y en la teorización psicoanalítica. Precisamente porque la familia no obedece a un esquema disciplinario, sino a un dispositivo de soberanía, ella constituye, para Foucault, la transición entre todos los sistemas disciplinarios, la instancia de coerción que fija los individuos en aparatos disciplinarios.[8]

Cuando la familia corre el riesgo de deteriorarse y de no jugar más su papel normativo, aparecen una serie de dispositivos que intentan paliar esta deficiencia: orfanatos, casas para jóvenes delincuentes,[9] etc. La familiarización del medio terapéutico del manicomio, a partir de los años 1860, se acompaña de un disciplinamiento de la familia, la cual se vuelve instancia de designación de los individuos anormales.[10]

Encarnada igualmente por los psicólogos, psicoterapeutas, psicopatólogos, criminólogos y psicoanalistas, la función-psi organiza la articulación de los dispositivos disciplinarios con la soberanía familiar.[11] Vincula el carácter indisciplinable del individuo a una deficiencia familiar y así garantiza los esquemas de individuación, normalización y sujeción de los individuos dentro de los sistemas disciplinarios. Por eso, concluye Foucault, el “discurso más familiar” de todos los discursos psicológicos es el del psicoanálisis.[12]

Esta crítica fue retomada en La Voluntad de saber, donde Foucault consideró a la familia como el intercambiador entre el dispositivo de sexualidad y el de la alianza.[13] El psicoanálisis, pues, descubre, en el centro de la sexualidad, y cómo principio de su formación, a la ley de la alianza (el parentesco y la prohibición del incesto).

Eso se aplica sin duda a varias posiciones actuales de muchos analistas auto-instituidos como defensores del orden simbólico cuyas transformaciones ellos denuncian: la declinación del poder social de los padres, la unión civil, el matrimonio igualitario, el homoparentesco, etc. Pero más allá de estos argumentos milenaristas, este “familiarismo” del psicoanálisis aparece claramente en la imaginarización de su aparato teórico: en la de-metaforización, la literalización del Edipo, de la escena primitiva, del Nombre-del-Padre, o de la “diferencia de los sexos”.

Convendría, entonces, que el psicoanálisis repensara la historicidad de las categorías familiares que intervienen en su teorización. Las reconfiguraciones actuales de los modos de alianza, filiación y sexualidad resaltan el valor esencialmente metafórico del Edipo con su multi-estratificación, de la escena primitiva y de su traducción puntual, por el sexo binario, de la multiplicidad del género,[14] o la metaforicidad datada de la función de tercerización del Nombre-del-Padre. Tal vez sea idóneo pensar estas categorías, como lo sugiere Laplanche, como “códigos, esquemas narrativos preformados”, utilizados por el infans para traducir los mensajes enigmáticos del adulto, pero -como agrega Laplanche- fornecidos no por un inconsciente a-histórico, sino por “el entorno cultural general (y no solo familiar).”[15] Estos esquemas pertenecen al universo mito-simbólico que incluye “tanto códigos como los (clásicos) del ‘complejo de Edipo’, del ‘asesinato del padre’ o del ‘complejo de castración’ como esquemas narrativos más modernos, en parte emparentados a los anteriores, pero en parte innovadores.”[16]

La cuestión que surge aquí es de saber si se trata de mantener estas categorías como metáforas, susceptibles de resistir a su constante imaginarización o si conviene renunciar a estas herramientas y a la inflación imaginaria que conllevan (padre, falo, madre, etc.).

Para historizar este familiarismo del psicoanálisis, se trata entonces de repensar la sexuación fuera del dispositivo de sexualidad,[17] y sus implicaciones familiares. Desolidarizar el psicoanálisis de este dispositivo equivale a preguntar cuál es la función de su “saber” sobre las sexualidades y sexuaciones, si de hecho pretende producir uno. Conviene entonces aplicarse a deshacer, a la manera de Gayle Rubin, la jerarquía sexual social a través del concepto de “variedad sexual anodina”[18]: es decir, desvincular la práctica sexual de todo exceso de sentido que introduciría una clasificación y una normalización de la sexualidad.

Afirmaría aquí que cualquier jerarquía de las sexualidades y sexuaciones, que diera la primacía a la norma heterosexual cis-genero, es homofóbica y transfóbica: articula así una serie de estrategias opuestas a la legitimación de las homosexualidades como sexualidades aceptables de la misma forma que la heterosexualidad, y de las transidentidades como sexuaciones aceptables tales como la cis-identidad.

Otra forma de desarticular al psicoanálisis del dispositivo de sexualidad consiste en destacar, en la teoría psicoanalítica, la distinción entre sexualidad (en cuanto conjunto de prácticas a partir de las cuales fue históricamente pensada la represión freudiana), y lo sexual-infantil, más amplio, y concebido como extra, ganancia-de-placer, irreductible a la satisfacción de una función vital. Solo esta distinción permite entender la articulación entre un sujeto (considerado en su multiplicidad sexual-infantil) y las normas sociales (en su prescripción de sexualidades jerarquizadas) en las cuales se inscribe ese sujeto. Se trata de analizar la manera en la cual lo sexual-infantil se encuentra, en varios discursos supuestamente analíticos, confundido con la sexualidad, generando así una teoría analítica normativa, mientras esta colusión entre los dos se debe solo a la forma históricamente situada de la teoría. Cuando Freud pone en relieve la represión de la sexualidad ligada a la “moral sexual ‘cultural’”, apunta así la historicidad de una concepción de lo sexual-infantil directamente ligado a la sexualidad (en cuanto prácticas). Varias teorizaciones queer de las sexualidades invitan a desolidarizar, en la época contemporánea, lo sexual infantil de las prácticas sexuales o, por lo menos, a pensar nuevas articulaciones entre ambos, donde participan otras relaciones de poder.

 

¿Una intensificación de la realidad?

La segunda forma de la función-psi resaltada por Foucault es la intensificación de la realidad. En el espacio manicomial, el psiquiatra es el maestro de la realidad, aquel que le aporta su fuerza coercitiva para triunfar sobre la locura.[19]

Según Foucault, en los años 1840-60, esta táctica de sujeción de los cuerpos y de intensificación de la realidad, migra en otros regímenes disciplinares, gracias a la función-psi. En la escuela, la fábrica, el ejército o las prisiones, los psicólogos intervienen cuando estas instituciones tienen que hacer funcionar la realidad como poder, o hacer valer el poder ejercido en ellas como realidad.[20]

Foucault destaca en primer término, elementos asilares: la coerción de una voluntad, la reutilización correctiva del lenguaje como portador de imperativos, la organización de las necesidades, la asociación exclusiva del sujeto a su historia personal a través de la confesión, intensifican la realidad en el manicomio. Foucault los vincula al discurso extra-asilar del psicoanálisis.[21]

La intensificación de la realidad aparece muy bien cuando varios analistas confrontan cualquier cuestión de género y sexuación a lo real irreductible de la “diferencia de los sexos”. Armadas con esta realidad inexorable, muchas intervenciones analíticas se inscriben en el poder disciplinario: aprehenden una norma y desviaciones (“transexualismo”, travestismo, fetichismo, homosexualidad) y se instituyen como nuevos sistemas de normatividad.

La intervenciones clínicas ambicionan entonces hacer operar la norma en la anomia.

Los protocolos de acompañamiento de pacientes trans elaborados por una mayoría de analistas se inscriben plenamente en esta función psi:

  • hacen funcionar el poder como realidad: las personas trans son sometidas a la evaluación de psicólogos y psicoanalistas en los protocolos oficiales (que establecen certificados de “salud mental” y permiten así diagnosticar a los “transexuales primarios”, los únicos auténticos). E, incluso, fuera de este marco protocolar, las personas trans son abandonadas, en sus cuestionamientos del binarismo de género, a la autoridad de clínicos/as convencidos/as de la centralidad de este binarismo en la estructuración psíquica.
  • Pero estas intervenciones pretenden también hacer funcionar la realidad como poder: la realidad que se tiene que imponer brutalmente es la de la “diferencia de sexos”, pensada como un dimorfismo que erige dos géneros inconmensurables y opuestos en todo y que se apoya en una irreductible oposición simbólica, cuando no es ordinariamente biológica.

Posturas tanto freudianas cuanto lacanianas parecen, a este respecto, equivalentes en su violencia:

Ej: una analista que recuerda, con un buen sentido vigorosamente anclado en la evidencia biológica, que “la idea de que se pueda cambiar de sexo es loca, porque tropieza con una imposibilidad; se pueden cambiar solo las apariencias y el estado civil; el interior del cuerpo, los cromosomas quedan iguales.”[22] Afirma, en un incomparable estilo de anátomo-patología evangélica:

“Al inicio se encuentran el macho y la hembra (…) Los cuerpos se distinguen por la verga y la vagina, partes visibles que se refieren a un todo escondido en la profundidad del cuerpo, y que actúan para provocar una vivencia diferente del cuerpo propio.”[23]

Los/as lacanianos/as se revelan más categóricos/as en su consideración de las transidentidades como posturas psicóticas (que manifiestan una confusión entre el órgano y el significante). Se comprometen entonces en un meticuloso trabajo de disuasión de los pacientes, como es destacable en las entrevistas de Lacan o de Czermak con pacientes trans, que manifiestan claramente esta postura de intensificación de la realidad. Estas entrevistas organizan la victoria del/a psicoanalista-psiquiatra, -representante hiperbólico/a de la realidad-, sobre la locura.

La entrevista de Lacan con Michel H. comienza recordando el poder médico:

“J.L (sonriendo): Usted sabe, aquí son todos médicos. (Lacan, «Entretien avec Michel H.», in Frignet H. Sur l’identité sexuelle: à propos du transsexualisme. Paris: Editions de l’Association freudienne; 1996 p 312).

La oposición a la paciente es permanente: cuando esta se recusa a establecer claramente una elección de orientación sexual, Lacan se muestra persuasivo e intenta desestabilizarla por sus interrogaciones. Si la paciente recusa la realidad, se le administra con la máxima violencia:

“J. L : escuchá, viejo, tenés barba, no podés hacer nada respecto de eso (…)

J.L. : usted se sintió hombre, porque usted tiene un órgano masculino (…)

J. L: ¿cuál es su deseo?

M.H.: volverme mujer

J. L. : ¡Qué pelotudez, usted sabe que no puede transformarse en mujer!

M. H.: lo sé, si….pero una puede, sin embargo, tener la apariencia de una mujer. Se puede cambiar el físico exterior, los rasgos. Se puede transformar un hombre.

J. L.: usted sabrá seguramente que no se transforma a un hombre en mujer.

M. H.: Sí, se hace.

J. L.: ¿Cómo? Una mujer tiene útero, por ejemplo.

M. H.: Eso de los órganos, sí. Pero prefiero sacrificar mi vida, no tener hijos, no tener nada, pero ser una mujer.

J. L.: Pues no, porque incluso una emasculación no lo volverá mujer. (ibid., pp 314, 316, 331-332)”.

Y delante de sus resistencias, Lacan intensifica la realidad por una formula tan delicada como elegante: “¿quiere operarse? ¿Qué es operarse? Es esencialmente que le corten la pija”. Y termina la entrevista en una formula tan compasiva como desdeñosa: “¡Pobre viejo, adiós!” (ibíd., p 347).

En el contexto de este desequilibrio del poder, Lacan efectúa también una constante corrección de la lengua de la paciente, otro modo de intensificación de la realidad: los nombres son constantemente verificados, se le pide a la paciente explicitar a quiénes se refiere, los errores de lengua son apuntados de manera condescendiente, para llevar a la paciente a confesar su mediocridad:

“J.L: Porque usted dice “me vestaba” (je revêtissais). Se suele decir “me vestía” (je revêtais)

M.H.: Mi francés es muy malo, porque siempre fui muy perjudicada en la escuela, por causa de mi problema” (Ibíd., p 313).

 

Cómo buen discípulo de Lacan, Marcel Czermak no deja de performar una perfecta imitación del maestro, en su entrevista con Nicolas P. (in Frignet H. Sur l’identité sexuelle: à propos du transsexualisme. Paris: Editions de l’Association freudienne; 1996):

“Dr C.: Usted es Nicolás P.

N. P.: No, Carol, soy Carol (…)

Dr C.: Si se llama Nicolás, no veo porque podría cambiar de nombre (…)

Le gusta que le llamen Carol, pero sigue siendo Nicolás (…)

Si es un deseo, no veo porque se le llamaría Carol, porque si cada vez que uno tiene el deseo de eso o aquello, su entorno tuviera que cumplírselo, imagine…” (M. Czermak, «Entretien avec Nicolas P.», op. cit. pp 355-356)

La realidad biológica es constantemente recordada, a menudo de forma grosera y dentro de una verdadera pulseada o prueba de fuerza, con la paciente:

“N. P.: Con el tratamiento hormonal, ya soy más mujer que hombre, ya, desde hace mucho tiempo, con el tratamiento hormonal, crucé el umbral, me siento mucho más mujer que hombre. (…) mis pechos están creciendo, mi cuerpo adquiere forma femenina, no veo porqué me llamaría Nicolás. Me llamo Carol y soy transexual.

Dr C.: Pero usted tiene una pija.

N. P.: Sí, una pequeña. Pequeñísima, que está achicándose, la transición se está preparando.

Dr C.: Sí, pero sigue ahí.

N. P.: Hace 48 años que está aquí, no es más molesto que un pene.

Dr. C.: Pero sigue siendo una pija.

N. P.: El clítoris de las mujeres también es una pija” (ibíd., p 357)

 

El psiquiatra-psicoanalista ni siquiera renuncia a la mala fe y, tras haber intentado imponer una realidad biológica a la paciente, no vacila en reprocharle limitar su sexuación a la biología:

«N. P.: Ya tengo el cuerpo cambiado, mis testículos están atrofiados, no puedo eyacular, no tengo erecciones, mis pechos son sensibles, sensibilidad a las caricias, sensibilidad a un hombre.

Dr. C.: Usted parece considerar que lo que hace a un hombre o a una mujer es su aspecto corporal” (ibíd., p 359).

El médico humilla a la paciente cuando ésta muestra los límites de su saber médico o de su educación (ibíd., p 363). O comenta sus palabras con desprecio:

“Dr C.: ¿Usted quiere ser una linda mujer?

N. P.: No quiero ser una linda mujer, quiero ser lo que soy, si eso es una linda mujer, me gustará, se le añadirá algo a todo eso, al cuerpo, me gustará, pero no seré una linda mujer, no soy un lindo hombre…

Dr C.: Eso es cierto (ibíd., p 368).”

 

Fundamentalmente, la intensificación de la realidad es también producida, en varias teorías, a través de una confusión entre sexuaciones (en cuánto identificaciones de género) y sexualidades (en cuánto prácticas sexuales) por un postulado de heterocentrismo: lo masculino es atraído por lo femenino.

Si la sexualidad y la sexuación son articuladas, esto ocurre cada vez, a través de la hiper-singularidad de cada sujeto, por el bricolaje propio que este sujeto realiza entre las asignaciones sociales de género y su sexual-infantil. Aquí, más allá de la dualidad, se trataría de basarse en la multiplicidad de lo sexual-infantil.

 

La función-sujeto

El tercer aspecto de la función-psi es la producción del sujeto. Como lo subraya Foucault en ElPoder psiquiátrico, el poder disciplinario fabrica cuerpos sujetados, individualiza ajustando la función-sujeto a una singularidad somática.[24] Tratase aquí de la tesis foucaultiana de la subjetivación como sujeción: el individuo no pre-existe a la función-sujeto, sino que procede del poder que lo constituye como sujeto por la proyección de una psique y una normalización. El sujeto, una psique acoplada a un cuerpo sujetado es, por lo tanto, el producto de una tecnología disciplinaria.[25]

De eso resulta una doble pregunta, epistemológica y política, que se le dirige al psicoanálisis. Epistemológicamente, si el psicoanálisis construye al sujeto del inconsciente como el envés del sujeto cartesiano de la ciencia, ¿en qué medida no queda así tributario de esta categoría de sujeto? Políticamente, qué busca el psicoanálisis al interesarse en la psique de un sujeto, si esta psique, cuando pretende aprehenderse a sí misma, no es nada más que el producto de una tecnología disciplinaria? En otros términos, ¿podemos seguir trabajando con la categoría de sujeto en psicoanálisis y, a la vez, evitar que ésta no se confunda con la función-sujeto?

Es un sujeto barrado, dividido, anulado por el significante, el que Lacan define, un sujeto distinto del sujeto del conocimiento tal como la perspectiva occidental lo erigió y, sin embargo, articulado a este sujeto del conocimiento.[26] En este sentido, el problema de la subjetividad, definida como “manera en la cual un sujeto hace una experiencia de sí en un juego de verdad donde tiene una relación consigo mismo”[27] se le plantea tanto a Foucault cuanto a la cura psicoanalítica. Para ambos, más allá de la función-sujeto definida como identidad psicológica, se trata de un conjunto de prácticas de sí a través de las cuales el individuo se forma y transforma. El sujeto aquí es una composición de superficie nomás, un significante que se desliza de un discurso para otro. Por lo tanto, es menester que la experiencia analítica sea concebida como lugar donde este no-sujeto piense la contingencia de los discursos que lo producen, y las asignaciones específicas que lo subjetivan objetivándolo, como lugar desde donde emerge un sujeto divido, esparcido en la encrucijada de las determinaciones sociales del inconsciente.

En este sentido, propongo considerar el uso psicoanalítico del término “sujeto” como esencialismo estratégico: una estrategia, una práctica que ambiciona atajar la estrategia y la práctica disciplinarias. Este término, utilizado por Gayatri Spivak, sostiene que la fijación provisoria de una esencia (una identidad: mujer, negra, lésbica, gay, trans), por más que sea artificial, puede ser estratégicamente útil, para luchar de modo colectivo.

Este sujeto aparece como una rigidificación contingente, el efecto de un conjunto de dispositivos disciplinarios y no una realidad ontológica que sería previa al ejercicio de estos poderes. Suponer que los procesos psíquicos son propios de un sujeto aislado de una relacionalidad, de otros sujetos y de dispositivos de saber-poder, implica una postura esencialista. Sin embargo, tiene una importancia estratégica: el/la psicoanalista trata solo con este sujeto y no directamente con los dispositivos del poder disciplinario. Si, como psicoanalistas, nos dirigimos al sujeto del inconsciente en una cura, este sujeto aparece solo a través del “sujeto” que recibimos y que conscientemente se vuelca sobre sus procesos psíquicos. El objetivo de un psicoanálisis menor sería entonces resignificar esta función-sujeto producida por la tradición occidental del conocimiento. El/la analista coloca a un sujeto sin dejarse engañar por su dimensión de función-sujeto, escucha a este sujeto articulando sus representaciones producidas por dispositivos discursivos, pero lo acompaña, a través del psicoanálisis, en la resignificación de esta asignación como sujeto.

Finalmente, para mantener esta categoría de sujeto en el psicoanálisis y resignificarla, propondría pensar al sujeto como subalternidad.

El/la subalterno/a, categoría de los Subaltern Studies, es el efecto de las relaciones de dominación entre el Occidente y el Tercer Mundo. En ¿Pueden hablar las subalternas? Gayatri Spivak articula la idea de una irrepresentabilidad de las subalternas y de una intraducibilidad de sus voces por el discurso occidental, aún más fuerte cuando se pretende hablar por ellas y en su nombre. Definido por Gramsci, el concepto de subalterno/a se refiere, más allá de la sola categoría de oprimido/a o dominado/a, a una exclusión radical de la esfera de la representación. La cuestión que surge aquí consiste en preguntarse cómo escuchar este irrepresentable determinado por un régimen de disciplinamiento.

La pregunta “¿Puede el/la subalterno/a hablar?” planteada por G. Spivak para pensar la complejidad de enunciación de los pueblos colonizados, puede tomar aquí un sentido metapsicológico: ¿no será el/la subalterno/a un componente del proceso de subjetivación? Cómo este/a subalterno/a puede hablar, ¿qué efectos de silencio son provocados en esta función-sujeto producida por el poder disciplinario y cuáles serían las posibles resistencias a eso? ¿Lo que no habla o está silenciado en la cura, será también lo que fue reducido al silencio, cultural e históricamente, por una razón hegemónica, tanto en nuestras modalidades de escucha psicoanalítica, como en los términos de la teorización? En otras palabras: ¿a quiénes escuchamos y a quiénes se le dirige nuestra teoría?

 

El analista y lo universal

Esta escucha de la subalternidad psíquica y social se acompaña de una reflexión sobre la dimensión situada del punto de vista desde el cual un discurso psicoanalítico es emitido: es decir, de una reflexión sobre el universalismo.

Lo universal al cual aspira la teoría analítica es muy a menudo producido solo por la universalización de un particularismo cultural o de género. Es decir, que el género, la sexualidad, la clase, la cultura o la etnia del/a analista tanto como del/a analizante tienen que ser tomados en cuenta.

¿Qué significa este mito de neutralidad analítica? Acaso el/la analista no está siempre situado/a social, afectiva y contratransferencialmente? Lo “universal” de su escucha fluctuante es, a menudo, un punto de vista particular, masculino, blanco, occidental, burgués, heterocentrado y cis-centrado.

Esta posición es también a menudo la de la teorización analítica: aquí, se trataría de estudiar el modo en que las nociones de “castración”, “envidia del pene”, “perversión”, “diferencia sexual”, citando solo éstas, retoman la primacía silenciosa de una postura situada en el género, la cultura y la clase.

El aproche analítico no puede contentarse con barrer de un manotazo la cuestión de las identidades minoritarias refiriendo su etiología al fantasma. Esta deconstrucción del fantasma de la identidad tiene que ser acompañada por un análisis de la forma en la cual, en la postura enunciativa supuestamente neutra del psicoanálisis, una identidad implícita va funcionando.

Por lo tanto, si varios analistas descartan las identidades minoritarias como captaciones imaginarias, esta misma captación caracteriza también la identidad mayoritaria implícita desde la cual hablan (masculina, heterocentrada, cis-centrada, occidental, blanca, burguesa), que resulta tan construida como las identidades menores y que, sin embargo, no está sometida a la misma crítica.

 

Conclusión: hacia un psicoanálisis menor

Siguiendo el modelo de una literatura menor, definido por Deleuze y Guattari, ambiciono instituir aquí, de forma programática, un psicoanálisis menor. Una literatura menor no es una literatura en una lengua menor, sino la literatura escrita por una minoría en una lengua mayor: por ejemplo, la literatura escrita en alemán por los judíos de Praga. De forma similar, un psicoanálisis menor ambiciona la des-territorialización de la lengua psicoanalítica mayor: trataría de ver qué uso de las nociones mayores del psicoanálisis puede ser efectuado en el caso específico de minorías clínicas, de género, de clase o cultura.

Como la literatura menor (segunda característica), un psicoanálisis menor aspiraría a inscribir toda cuestión subjetiva en el espacio social, histórico y político del sujeto.

Finalmente (tercera característica), un psicoanálisis menor consideraría la forma en la que un discurso o un acto individual, subjetivo puede corresponder a una acción común, cuando es propio de un sujeto minoritario.

Considero que el/la analista ocupa una postura política, a través de su situación en la ciudad, de su escucha de las minorizaciones de lo psíquico y lo social, de su manejo de la transferencia, del análisis de los efectos de poder que atraviesan esta transferencia, y de una reflexión sobre las consecuencias subjetivas y sociales de su práctica. Mediante esta inscripción política, el psicoanálisis tiene que intentar aprehender la singularidad de las experiencias minoritarias por fuera de un recurso a la normas mayoritariamente prevalentes.

La paradoja aparente es que no se necesita un psicoanálisis específico para las minorías -el cual, por esta especificación, no sería más psicoanalítico- sino, más bien, de perspectivas exteriores al psicoanálisis -aquellas de los estudios de género, queer, post-coloniales y de-coloniales, por ejemplo- para garantizar el aproche analítico e impedir que se arrime a un eje narcisista. El psicoanálisis no se dirige a sujetos identitarios o identificados a un rasgo unario particular. Sin embargo, puede evitar maltratar a sujetos minorizados sólo si se recuerda que la neutralidad y la universalidad de sus modelos, quedan muchas veces situadas y favorecen a los sujetos mayoritarios.

Un psicoanálisis menor ambicionaría entonces a:

  • resaltar las exclusiones perpetradas por ciertos discursos analíticos, sin pretender instituir un psicoanálisis específico para los/as excluidos/as.
  • revelar el androcentrismo de ciertas perspectivas sin caer en un diferencialismo binario,
  • cuestionar a la homofobia, la transfobia o el etnocentrismo, sin erigir una identidad esencializada de género, cultura o etnicidad.

En fin, reconocer los efectos de poder en los cuales él se inscribe y deshacerse de cualquier pasión de la identidad.

 

 

Thamy Ayouch
Psicoanalista, Psicólogo clínico, Profesor catedrático (Universités Lille 3, Paris 7), Professor Visitante Estrangeiro (Universidade de São Paulo). 
thamy.ayouch [at] gmail.com

 

Notas

[1] Schneider, M., “Malaisedans la sexualité? Du nouvel ordre sexuel au nouvel ordre matriarcal”, op. cit.

[2]J. Bergeret, «L'importance de l'illusoire dans le concept d'" homosexualité tel que l'entend un psychanalyste», Revue française de psychanalyse, 2003/1 Vol. 67, p. 27-40

[3]S. André, L’Imposture perverse, Paris : Seuil, 1993.

[4]J. Lacan, «Interview sur France Culture, Juillet 1973», in Le Coq-Héron, n° 46-47, Paris, 1974, p 4.

[5]E. Said, L’Orientalisme. L’Orient créé par l’Occident, Paris, Le Seuil, 1980.

[6]F. Fanon, Peau noire, masques blancs, in Œuvres, Paris, La découverte, 2011, pp 63-252.

[7]Ibid., pp. 387-388.

[8]M. Foucault, Le Pouvoir psychiatrique, op. cit., p 81.

[9]maisons pour les enfantstrouvés, orphelinats, maisons pour jeunes délinquants, Ibid., p 86.

[10]Ibid., p 115.

[11]Ibid., p 86.

[12]Ibid., p 88.

[13]M. Foucault, Histoire de la sexualité. Tome I. La Volonté de savoir, op. cit., pp 148-149.

[14]J. Laplanche, «Le genre, le sexe, le sexual», in Sexual. La sexualité élargie au sens freudien, Paris, P.U.F., p 153.

[15]J. Laplanche, «Trois acceptions du mot ‘inconscient’ dans le cadre de la théorie de la séduction généralisée», in Sexual. La sexualité élargie au sens freudien, Paris, P.U.F., p 208.

[16]Ibid., p 209.

[17]M. Foucault, La Volonté de savoir, Gallimard, Paris, 1976.

[18]G. Rubin, «Penser le sexe», in G. Rubin, J. Butler, Marché au sexe, Paris, EPEL, 2001, pp 65-139.

[19]Ibíd., p 131.

[20]Ibíd., p 187.

[21]Ibid., pp 165-166.

[22]C. Chiland, Problèmes posés par les transsexuels aux psychanalystes, Revue française de psychanalyse, 2005/2 Vol. 69, p. 563-577. DOI : 10.3917/rfp.692.0563, p 565.

[23]Ibid., p 573.

[24] M. Foucault, Le Pouvoir psychiatrique, op. cit., p 57.

[25]M. Foucault, Le Pouvoir  psychiatrique, op. cit., p 57.

[26]J. Lacan, «La science et la vérité», in Ecrits, Paris, Seuil, 1966, p. 863

[27] M. Foucault, «Foucault», in Dits et écrits. Tome II. 1976-1988, Paris, Quarto Gallimard, 2001, p 1452.

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Reflexiones sobre la construcción y destrucción subjetiva en la urgencia de un hospital

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Urgencia de hospital

La urgencia de un hospital es una frontera entre la vida y la muerte, entre la internación y el alta, entre la desesperación del síntoma y su alivio, entre la salud y la enfermedad. La palabra urgencia viene del latín urgentia y hace referencia a la cualidad de urgente, o sea, aquello que urge de atención. Según la Organización Mundial de la Salud (O.M.S.) (1) la definición de urgencia es:

"la aparición fortuita (imprevisto o inesperado) en cualquier lugar o actividad de un problema de causa diversa y gravedad variable que genera la conciencia de una necesidad inminente de atención por parte del sujeto que lo sufre o de su familia".

El ámbito físico de un hospital destinado a los casos urgentes se constituye como el lugar en donde se establece un sistema de evaluación o triage, determinándose criterios de gravedad o peligro de muerte. La evaluación está centrada en el cuerpo del individuo, cuerpo integrado por un conjunto de órganos y sistemas funcionando al unísono, el cual intenta mantener un equilibrio (homeostasis). Es sabido que la urgencia es un espacio en donde todas las edades están incluidas en la atención,  debiendo estar preparada para recibir desde un dolor de garganta, hasta un infarto de miocardio, o, desde una raspadura hasta un politraumatismo.

La urgencia, entonces, es definida por el tiempo, un tiempo que está marcado por la severidad de la dolencia. Ésta misma dolencia  vamos a ubicarla en una extensión intensiva llamada subjetividad de la persona afectada. Y así como la praxis sobre el cuerpo está sujeta al tiempo en el diagnóstico y tratamiento, el dolor tiene sus momentos en el espacio emocional, un espacio que se ubica y se filtra en cada rincón de lo humano. Este dolor se puede desplazar por cualquier parte y, como consecuencia: generar una reacción de sufrimiento. Si hay una medida que se intenta con prioridad en una urgencia es calmar ese sufrimiento, esto está ligado a la identificación de la enfermedad/es, infección/es, herida/s o cualquier otra alteración que se presente. Los métodos para identificar estos malestares van desde la clínica hasta la utilización de aparatos para controlar los signos vitales, o escuchar los pulmones, o bien, la misma toma de sangre para la pesquisa de análisis. Se debe decir que la técnica ha progresado en detalle para la profundización del estudio del cuerpo, de esto se desprende la hiper-especialización de la medicina, ya no sólo en el ámbito de la urgencia,  sino como producto de un medio de especificidad y sensibilidad acrecentada  de información tanto en la elaboración del diagnóstico, como en los  tratamientos posibles.

 

De la historia

Ya han pasado siglos desde que la Peste Negra, la Viruela,  o infecciones hasta entonces desconocidas mataran a millones de personas. Las enfermedades empezaron a ser pensadas como un mal proveniente de los dioses, un castigo por el mal comportamiento, una condena al martirio para pagar los males ejercidos. La mitología griega expresa que Apolo mató a una cobra venenosa, símbolo  de enfermedad. Por este hecho,  Apolo fue conocido como el dios de la salud, pero también, él era portador de pestilencias con las que castigaba a los mortales. Apolo transmitió los secretos de la cura al centauro Quirón, quien luego instruyó a Asclepio y Esculapio (2). Pero, no fue hasta la aparición de Hipócrates que se dejó de creer místicamente en la atribución de la enfermedad a un castigo divino. Hipócrates perteneció a la Escuela de Cós, cuyo predecesor era el filósofo Pitágoras. Hipócrates, también considerado el padre de la medicina, construyó el Corpus Hipocrático, o sea, una serie de libros que planteaba la teoría de los humores, dándole un importante énfasis a los fluidos corporales como base para las diferencias estructurales entre lo sano y lo enfermo, haciéndolo sobre una base o una metodología de racionalidad.

Ya avanzando en el tiempo, otra figura importante que vino a surcar el imaginario popular con la idea del “hombre sanador”, fue Jesús, o, “Aquél que cura”. El imperio romano sufrió la transformación de la medicina al darle el poder a la Iglesia Católica, padre y médico  se reunían en una sola persona. Galeno, nacido en 129 d.C.,  vendría a unirse a esta serie de figuras emblemáticas,  realizando estudios avanzados en Anatomía y Fisiología, y sobre todo, al integrar la cadena causal de la enfermedad en el contexto bio-psico-social, destacándose como Hipócrates por la estructura de racionalidad y cientificidad.

Las pestes, epidemias y enfermedades a pesar de la emergencia de estos hombres dedicados al progreso y ayuda para con el otro, no desaparecieron, más bien cambiaron de forma, siendo claros  ejemplos: el SIDA, los problemas cardiovasculares y el cáncer. Todas esas expresiones se acercan al segundo principio de la termodinámica, o también llamado de entropía, o sea, el grado de desorden de un sistema termodinámico, y dicho de otra forma, el trabajo disipándose en calor; un ejemplo de esto es un hielo derritiéndose en un vaso de agua, y ya llevándolo al cuerpo humano, el cáncer carcomiendo los tejidos, el SIDA tragándose al sistema inmunológico o las enfermedades cardiovasculares reventando al sujeto. Es cierto que los avances de la farmacología frenan estos procesos de entropía, e inclusive consiguen pararlos en el caso de las infecciones, pero la misma farmacología sufrió los efectos de la adaptación de los microorganismos, quienes se tornaron resistentes a los antibióticos y hasta pudieron burlarse de ellos. Por lo tanto, el espacio de urgencia ha variado en la logística de abordaje para el diagnóstico, y en la implementación de tratamientos, fundamentándose por la llamada medicina basada en la evidencia; la cual se sostiene en la experiencia clínica y en el esfuerzo de investigación traducidos a  funciones estadísticas.

 

Emociones

El reconocido neurólogo portugués Antonio Damásio divide a las emociones en tres tipos, y son: las emociones primarias en la que se incluyen el miedo, el enojo, la sorpresa, la tristeza y la felicidad;  las emociones sociales, como la simpatía, la compasión, la vergüenza, la culpa, el orgullo, los celos, la envidia, la gratificación, la indignación y el desprecio; y por último, propone una nueva categoría, las emociones de fondo, que a diferencia del humor que se mantiene a lo largo del tiempo, son manifestaciones regulatorias para eventos internos o externos, expresándose de forma sutil como puede ser en los movimientos de los miembros o del cuerpo entero (3). Desde el momento que la persona entra a la urgencia de un hospital, las emociones también entran en movimiento, la emoción de fondo se convierte en emoción de frente, emergiendo por los poros de cada centímetro de piel, el miedo cobra un valor categórico como emoción primaria, ya sea para el doliente, como para el que tiene que trabajar desde el lado de la salud, ambos operarán sobre este miedo para que no invada a la experiencia consciente. En tanto que, al mismo tiempo, deben entrar en escena las emociones sociales, y éstas serán para el equipo de salud: la simpatía -en su debida magnitud-, y la compasión;  ya para los enfermos, la indignación, la culpa, y quizá la vergüenza, se pondrán de manifiesto. Está claro que muchas de estas variables van a depender del integrante del equipo de salud, ya sea enfermero, técnico,  o médico. No es raro que en un ambiente en donde el tiempo corre y corre, el enojo por la no atención puede aparecer como una manifestación prototípica en casos donde la urgencia está poblada de enfermos y no alcanzan los minutos para una atención adecuada. También acontecen y, ya desde el otro extremo, los momentos de felicidad y gratificación por el alivio de los síntomas. Pero, las emociones sufren procesos de aceleración y desaceleración,  siendo la urgencia de un hospital el área indicada en donde la desesperación se torna partícipe principal, más allá de los controles técnicos o protocolares, dichos controles reducen los síntomas, calmando las emociones desordenadas, pero no evitando la cosificación del sujeto. Aquí nos encontramos con una paradoja, ya que estos métodos, los cuales nos conectan a máquinas, y al mismo tiempo nos convierten subjetivamente en otras máquinas: brindan una posibilidad de alivio y remoción de los malestares. Por lo tanto, este texto no trata de posicionarse sobre determinado tipo emociones, sino de analizar las variantes y fenómenos que se presentan en este espacio social que, en repetidas ocasiones no se reflexiona sobre los aspectos de la subjetividad humana, pero sí en cambio,  se progresa en la técnica y los protocolos.

 

El cuerpo y su materialidad

Para la antropóloga Liuba Kogan (2010), el cuerpo es una condición para nuestra existencia, una base de operaciones desde la que actuamos en el mundo, pero que a la vez se encuentra colmado de significado (4). Y es en el estado colmado a donde el significado se desborda como los líquidos que surcan los entretejidos del individuo,  un significado que en la urgencia debe ser develado, develado gracias a los procesos decodificadores de un saber científico-médico, el cual recodifica y actúa como sutura para cualquier falla que surja del cuerpo. Por otro lado, el filósofo Bernard Andrieu en su libro “A Nova  Filosofía do corpo” (2004, p.45) (5) retoma el debate entre Georges Vigarello e Lucien  Sfetz, este último refiere:

 “Sí, usted tiene razón. El cuerpo se vació. El enemigo ya no está en el exterior, ya no es preciso combatirlo o civilizarlo. Ya no es salvaje, negro, amarillo, judío,  proletario o burgués. El enemigo está en nosotros, en el reducto de la ciudad contaminada, en el barrio desmembrado, en las familias, en los cuerpos enfermos, en nuestros genes, en el agujero de ozono, en el efecto invernadero como en la droga o en el colesterol. El enemigo es interior, tanto el humano destruyendo el planeta como en los cromosomas. El otro, el malo del otro, está escondido en el fondo de cada uno de nosotros, y ese es el que hay que vencer. Él está escondido y la utopía detesta aquello que se esconde: todo debe ser transparente, legible, y descifrable… Ese otro que la tecnología pretende ahora capturar, educar y regular (Stetz, 1997, p. 54-55)”.

Y desde esta conceptualización del malestar contemporáneo, como aquello que está en las profundidades de cada ser humano, la urgencia no puede escaparse a esto y  se convierte en un espacio de guerra, funcionando el enfermo o doliente como una ciudad invadida por el enemigo, y en donde el integrante de salud es el soldado que tendrá que combatir sin piedad contra los agentes encubiertos de esa ciudad que ahora es el cuerpo. En esa guerra caben las tecnologías de la escucha, con estetoscopios para detectar al más mínimo sonido sospechoso de ataque. O sistemas satelitales de imágenes,  la ciudad va a ser desnudada hasta el rincón que no quiere dejar ver su inevitable materialidad, para esto: las ecografías, radiografías, tomografías o resonancias van a descubrir los secretos del cuerpo. Casi todo en esa ciudad de piel y órganos interconectados va a ser medido: el agua limpia y el agua sobrante, las corrientes eléctricas que dominan el pensar, la pasión sanguínea que mueve sus calles, la fuerza de los motores como el corazón, la capacidad de los recolectores en el caso de los órganos excretores, el metabolismo de gobierno con empleados de puro hígado, y el oxígeno mismo que se respira, tampoco se van a olvidar de los dulces para los niños (glucosa), o las ideas de ofensiva inesperada: todo va a ser medido por la medicina, en una guerra que se vive cuerpo a cuerpo, y con un tiempo que no acepta descuidos des-protocolizados, todo tiene que estar bajo control para ganar esa furiosa guerra contra la muerte y, sus íntimas expresiones. En el mismo plano, no se puede olvidar que estos fenómenos sociales tienen como objetivo la búsqueda de la purificación del cuerpo, o el ritual de purificación de la medicina, B. Andrieu (2004, p 37):

 “Tornándose  dependiente de hormonas, de tranquilizantes, y de otros excitantes, el sujeto se convirtió en un objeto de experimentación farmacéutica. La manutención de la forma, mito de los 80, ya no es suficiente: la genética, la inmunología y las neurociencias fortalecen a todos los individuos los mecanismos de acción para generar su cuerpo y el cuerpo de otro. La apariencia ya no alcanza para controlar el mirar de los otros sobre si. Cada uno espera determinarse actuando sobre las causas de la apariencia”.

 Si bien, esto es evidente en muchos de los pacientes que asisten a la urgencia y, por ende, a la búsqueda de alivio para la ansiedad o retoque estético -ya más fuera del ámbito de urgencia. Por lo contrario, en casos graves donde la vida pende de un hilo, el papel de los medicamentos no se puede reducir a una visión negativa de las empresas farmacéuticas, el poder de los antibióticos, de fármacos para problemas cardiovasculares, e inclusive, algunos de los psicotrópicos disponibles, o inclusive, aquellos que se utilizan para algunas neoplasias,  van más allá de la mero uso mercantilista, permitiendo la prolongación de la vida y, también, el aumento de la esperanza del sujeto enfermo y de su familia. Es cierto que éstas armas farmacológicas, en ciertas ocasiones, son utilizadas de forma desmedida, el llamado escarnecimiento terapéutico es un ejemplo,  o sea, aquellas medidas de pura ilusión que atraviesan la razón y las circunstancias en pro de una salvación. La creación de comités de bioética emergen de estas zonas de difícil delimitación para intentar dar respuesta a estos problemas.

 

De la razón instrumental al control del cuerpo

Es evidente que en el espacio de la urgencia hospitalaria la razón actúa como el principal instrumento para controlar a la enfermedad y sus siniestros destinos. En este caso, la razón tiene otra connotación de la utilizada en hechos maquiavélicos como lo sucedido en la segunda guerra mundial. En esta etapa la razón perseguía fines destructivos para la preservación de una categoría o una determinada clase. En cambio, en la urgencia, la razón ya no tiene que ver con niveles de jerarquía, sino con movilidades, o sea, la razón como cuerpo operando sobre el cuerpo de la razón; y es la misma movilidad del cuerpo en donde el mercado se articula con facilidad, dice B. Andrieu (2010, p. 146):

 “En el mundo siempre más actual del movimiento y de la acción, la micro-movilidad de cualquier parte del cuerpo es un signo invisible de una dinámica subjetiva insuficientemente considerada fuera del trabajo corporal. La gestión hiper-económica del tiempo en la sociedad de comunicación precipita al individuo en una velocidad extra-corporal, próxima a aquello que Paul Virilo llamó la velocidad de liberación. El hábito de andar más a prisa que su propio cuerpo y hacer varias cosas al mismo tiempo somete al cuerpo y al espíritu a los ritmos y técnicas, definiendo coordenadas espacio-temporales del orden de un espacio mente-virtual. La actualidad del cuerpo ya no es vivida. El cuerpo es atravesado por el ciberespacio de los otros, a la temporalidad satélite de su existencia. Donde están el silencio y el andar… Se pregunta David Le Breton (2000, p.11).” (5)

En esta razón móvil, las emociones se prenden y  se expresan según los acontecimientos que afecten al cuerpo. Es claro el hecho que ante el dolor, la emoción sacude a la razón, desestabilizándola de su lugar de control. Y es ese mismo lugar de control de los movimientos emocionales en donde la urgencia, con su razón instrumental va a intentar ordenar. La urgencia se transforma en el espacio de privatización de la ambivalencia, si el dolor trae confusión, caos y más ambivalencia, la urgencia con su articulación de especialidades médicas va a anular cualquier indeterminación. Zygmunt Bauman (2007, p. 207) (6) es preciso en este aspecto, y en su libro “Modernidade y Ambivalência” lo expresa:

“El especialista es una persona capaz, simultáneamente, de interrogar el fondo de la confiabilidad y el conocimiento supra-personal y de entender los pensamientos y ansias de otra persona. Como intérprete y mediador, el especialista abarca los mundos, de otro modo distante, de lo objetivo y lo subjetivo. Él es el puente sobre el abismo  que existe entre las garantías de estar en el lado cierto (lo que sólo puede ser social) y hacer las opciones que alguien desea (el que sólo puede ser personal). En la ambivalencia de  sus talentos, el maneja, por así decir, la condición ambivalente de su cliente”.

En esta operacionalidad racional, el especialista es el agente de cambio, yendo más allá del carácter comercial del cuerpo para, como un mecánico, compensar esa máquina averiada que es el cuerpo humano. Aunque hay un problema a saldar, y es que la medicina intenta ser racional, pero el hombre es un gran ejemplo de la irracionalidad, Jean-Charles Sournia (1985, p. 360) percibe esto y dice:

 “La medicina científica se esfuerza por una cierta racionalidad, pero los médicos son también irracionales, dado que son humanos. El individuo y la sociedad asocian sus comportamientos racionales y afectivos; nada permite decir que estos componentes se alteran a través de los siglos, ni que las dudas sobre la eficacia de la ciencia y la medicina sean más marcadas hoy de que antes. Hay una medicina que se esfuerza por la precisión, por la lógica experimental, oponiéndose siempre a prácticas sacadas del fondo de los tiempos, que mesclaban iluminismo, religiosidad, ingenuidad y charlatanería. El cáncer, el SIDA provocan reacciones emocionales, los “fervientes” de las medicinas “paralelas” son tan numerosos como en el tiempo de Hipócrates, el racionalizador. Y, con todo esto, las innovaciones de la medicina científica no abarcará nunca, porque tendrá que luchar contras las enfermedades milenarias y contra las que surgirán en el futuro, quizá favorecidas por otras innovaciones humanas” (7).

 

¿Antinatural o cultura pigmaliónica?

Imaginarse una sociedad sin un espacio médico de urgencia nos pondría en serios aprietos. ¿Cómo sobreviviríamos sin la medicina? ¿Qué haríamos para sustituir sus métodos, y sus terapias? ¿Volveríamos a los rituales chamánicos y por lo tanto acudiríamos a un curandero? ¿Por qué la medicina se propuso, o en todo caso el hombre inventó la ciencia de curar? ¿Hasta qué punto el hombre evolucionó tratando de tener una vida controlada y saludable? Según el filósofo francés Michel Onfray (2006), la medicina se opone a la naturaleza y permite que todos sobrevivan, no respetando los devenires que a cada uno le toca:

“La superación de la naturaleza crea lo humano. Rechazar el sufrimiento físico o el psíquico, inventar una conjuro a partir de cocciones, plantas molidas, de la combinación de polvos, hierbas, jugos, mezclar bebidas con encantamientos e innovaciones al pensamiento mágico, tocar, ritualizar gestos, interiorizar y no dejar que a naturaleza opere, imponer al deseo humano, aún en sus primeros momentos, en sus balbuceos, esa es la esencia de la medicina: una anti-naturaleza. (8)

Este post-humano del que Onfray habla, el de la constante búsqueda artificial de cambiar las fallas que aparezcan, lleva al hombre por el inevitable camino del perfeccionamiento, del camino que tomó Pigmalión cuando, día a día, veía a su estatua perder lo opaco de la imperfección. Nuestra época está marcada, no sólo por las “marcas”, sino por el hecho de poder actuar a “libre elección” sobre el cuerpo: borrar las huellas que el tiempo dejó, aumentar el tamaño de tejidos, sustituir órganos, extraer tumores, modificar los mecanismos fisiopatológicos que deterioran el funcionamiento normal. En este sentido, la urgencia del hospital no está muy lejos de esto, moldear lo que fue dañado o perturbado es la misión del equipo de salud. Es difícil pensar en lo antinatural cuando el propio cuerpo necesita de lo exterior para regular su organismo, ya, el mismo mono que hemos sido tuvo sus artilugios para poder conseguir su banana y luego cuando bajó del árbol: para crear el fuego. En consecuencia, cuando uno está enfermo o agobiado por el dolor, no basta con la resignación, debe hacer algo, y eso lo sabemos muy bien cuando lo sufrimos en carne propia. Desde hace siglos se ha discutido sobre la rivalidad tecnología-naturalidad, y podríamos decir ya sin ir hacia una dialéctica sin rumbo que, el ser humano en su complejidad es simple, o sea, busca zacear sus apetitos y evitar el peligro, para esto elabora un sistema de estrategias para conseguirlo. Pero, aquel que se ubica desde la salud para ayudar a los otros, evidentemente tiene que dejar una cuota de egoísmo para brindarse al otro. Y en este punto de darse a los demás, más allá de los deseos encubiertos (reconocimiento, fama, orgullo, prestigio, etc.), el enfermero, el técnico o el médico deben hacer el esfuerzo para con el otro, y es en este sentido en que nos salimos de la categoría abstracta de la medicina para ir a los interiores del sujeto, dicho de otra forma, el hombre en su sociabilidad, y para lograr una red de relaciones con las demás personas debe entregar parte de si y resignar otro tanto, y eso mismo es lo que hace el integrante del equipo de salud. Por lo tanto, y siguiendo la misma dirección, el hombre va a favor de su naturaleza –aunque muchas veces se encarga de boicotearse-, y para ello se convierte en un animal social, en contrapartida a la propuesta de Onfray, hoy es casi más natural que la naturaleza, y de esto se desprende la constante búsqueda de productos naturales. Sin embargo, Onfray se sostiene del Epicureísmo, y cree en la posibilidad de generar un mundo (¿hedonista?) acorde a nosotros:

“En cualquier lugar donde nos encontremos, debemos producir o mundo al cual aspiremos y así evitaremos lo que nos daña”. (8)

En este proyecto epicureista caben los cuestionamientos a lo que se impone socialmente, en este caso, lo limitaremos al espacio de urgencia. Es en ésta urgencia, como ya habíamos dicho anteriormente, donde un grupo de personas luchan como en una guerra contra los síntomas: a los ahogamientos se los combate sacando el líquido, en la destrucción de los órganos se implementa la apertura o la reconstrucción o el trasplante, a la muerte se la electrocuta o se la envenena para que ella misma muera (una muerte que muere). Estas serían algunas de las maneras para producir el mundo al cual aspiramos en el espacio de urgencia, siendo una versión modificada del mito pigmaliónico. La medicina se regenera como una estatua moldeándose a sí misma. En un momento histórico en donde cada uno es casi su propio médico, no le queda más remedio a la medicina que ser ella misma su propia médica, modelarse bajo los regímenes de lo cotidiano, convertirse en una artista de sí misma. Pero, es en este sitio en donde Nietzsche se interroga:

¡Pero entonces! ¿Será el objetivo supremo de la ciencia dar al hombre la mayor cantidad de placer y la menor cantidad de displacer posible? (9)

Parece que hace un poco más de cien años era una pregunta acorde a la situación social, pero hoy ya la pregunta la podríamos reformular: ¿Cuáles son los límites de la ciencia? Y aún más: ¿Habrá un momento en que la ciencia deje de preocuparse por darle más placer al hombre o menos displacer?  Sin lugar a dudas vivimos sin la capacidad de tolerar el dolor, somos frágiles y vulnerables, y la ciencia se comporta como la gran prótesis de la humanidad: ¿De una humanidad en estado vegetativo sostenida por una ciencia que la oxigena?

 

La persona como cosa y la cosa como persona

Cuando el individuo enfermo entra a un hospital, ya sea a la urgencia o cualquier otra área, su seguridad imaginaria, su esperanza, su saber y su ignorancia es depositada en lo que Lacan llamaba el “sujeto supuesto saber”, en este caso el médico. Aquí aparece un hecho subjetivo, en donde el enfermo se transforma en una “cosa” que hay que reparar, pero esa cosa dañada puede volver a ser persona una vez recompuesta su integridad. Una situación homóloga es relatada por el sociólogo y psicoanalista Slavoj Žižek (2002), el cual trata de desenmascarar los mecanismos imaginarios de una cultura de consumo, de una cultura de la cosa, y para esto, analiza una propaganda de cerveza inglesa,  una propaganda desenvuelta como en un cuento de hadas. En la  primera parte de esta propaganda, una joven camina por el costado de un río, después de unos instantes encuentra un sapo, llevándoselo al pecho para luego besarlo. El feo sapo se convierte en un joven hermoso. Pero la historia continúa, el joven le lanza una mirada seductora, la atrae, y entonces consigue besarla, pero cuando esto acontece la joven se transforma en una cerveza. Terrible secuencias de pasajes entre cosas y personas, entre lo imaginario y los deseos, entre la posibilidad de ser persona y de dejar de serlo. ¿Cómo articular los formatos de funcionamiento social con el espacio de urgencia? ¿Se cumplen estos fenómenos de mercantilización, ahí, en esa frontera entre la vida y la muerte? ¿Es posible pensar estas “cosas” cuando el método sólo conoce al supuesto saber médico? ¿Se puede, o, se debe salir de esta caja de soluciones (¿caja de pandora?) cuando la vida pende de un hilo? Desde el inicio de nuestras vidas estamos descentrados para con el Otro, para aquello que nos da el saber, el orden social y simbólico. El hospital, de forma análoga, funciona como nuestros padres cuando necesitábamos comida o protección. ¿Será el espacio de urgencia un entrar en la ineterpasividad propuesta por Žižek? ¿Cuál interpasividad? Es precisamente Žižek que nos da unos ejemplos de interpasividad de nuestra época, o sea, ser pasivo a través del otro, la virtualidad no brinda un ejemplo, cuando millones de personas esperan que los Otros nos den ese plus de goce:

“«El Otro goza en vez de yo, en mi lugar», para «Yo mismo gozar a través del Otro».”  (10)

 

Y este Otro lo seguimos encontrando, como ya habíamos dicho, en lo mercantil, en la cosificación del sujeto a través de lo virtual o de los fenómenos televisivos cómicos, en donde las risas reemplazan nuestras risas. Es áspero y chirriante intentar trasladar esto al ámbito de salud ¿El médico gozando a través del enfermo? O, ¿el enfermo gozando a través del médico? Si descontextualizamos la objetividad del encuentro médico-paciente, ¿qué sucede entre ambos en una urgencia? ¿Cómo es el vínculo subjetivo que une su objetividad? ¿Es posible plantearse un transubjetivo? O sea, ¿un dinamismo que va mudando a medida que los segundos pasan y en donde los flujos emocionales ligados a la razón se des-territorializan para luego crear nuevos territorios de acontecimientos? Preguntas que abren lo urgente del pensar, pero no un pensar desligado de la emoción al modo Descartes. Las transiciones son un ícono en la inmediatez de vivir, y es impropio generar dicotomías de estas experiencias. Entonces, discurriremos por las fronteras, ya que los estados de las cosas o de las personas no pueden estar fijos por mucho tiempo, y, cuando precisamos del Otro para organizarnos: es porque estamos vivos, es porque nos ligamos a lo intrincado de un ser emocional.

 

Conclusión      

La urgencia de un hospital se constituye como un espacio de investigación y tratamiento del cuerpo. Un cuerpo por donde se filtra el dolor, los fluidos, las enfermedades, las infecciones, los accidentes y una vivencia que lo lleva al ser humano hasta los límites entre la vida y la muerte. Estar en este ámbito hospitalario, ya sea como enfermo o como integrante de salud genera un movimiento subjetivo que se liga a procesos de aceleración y desaceleración emocional. La palabra “urgencia” ya es un motivo de velocidad o tiempo, el tiempo que no espera, el tiempo de un destino incierto, en donde el cuerpo es el centro de una preocupación. Un cuerpo que se articula con los ritmos de una ciudad inquieta. Un eje social que gira en torno a velocidades de mercado y supervivencia, no escapando  a los desmoronamientos del cuerpo. Pensar y repensar este espacio de “urgencias” es una vía para salir de los automatismos, y, de la cosificación del sujeto; al mismo tiempo, se constituye como un medio para reflexionar sobre las paradojas que no paran de emerger.

 

Referencias bibliográficas:

(1)http://www.who.int/es/, página oficial de la Organización Mundial de la Salud (OMS).

(2)     Frederic F. Cartwright e Michael Biddis  (2003) As Doenças e a Historia. (Edição e traducção Portuguea de P.E.A)

(3)     Damásio Antonio . (2003).  Ao Encontro de Espinosa. As Emoções Sociais e a Neurologia do Sentir. (Edição e traducção portuguesa P.E.A) pp. 61-62.

(4)   Liuba Kogan (2010). Sensibilidades en juego: Miradas múltiples desde los estudios sociales de los cuerpos y las emociones. Edición de Centro de Estudios avanzados-Unidad ejecutora de CONICET. pp. 102.

(5) Bernard Andrieu (2004). A nova Filosofía do Corpo. Instituto Piaget Editora.

(6)  Zygmunt Bauman (2007). Modernidade e Ambivalência. Relogio  D’Agua Editores. Traducción. Marcus Penchel de Modernity and Ambivalence (1991).

(7) Jean-Charles Sournia (1985). As Doenças têm historia. Terramar Editores.

(8) Michel Onfray (2006). A potencia de existir. Manifesto hedonista. Campo de Comunicação Editores. (p. 177-221).

(9) Nietzsche F. (1977)  Gaia Ciencia. Guimarães & C. ª Editores. (p.47)

(10) Žižek Slavoj (2006) A subjetividade por vir.Relogio D’Àgua Editores. (p.37)

 

*El autor es médico psiquiatra, post-graduado en Emergencias en Portugal. Traductor de las referencias bibliográficas de este artículo. Trabaja actualmente en el Hospital de Las Grutas, Rio Negro.

 

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Chau Negro. Homenaje-

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Un día cualquiera, hoy por ejemplo, al Negro Fontanarrosa se le ocurrirá morirse. Si, lo hará sin estridencias y con humildad en su Rosario primordial y única, viniendo del Cairo, tratando de tomarse con humor el desplazarse en silla de ruedas desde el bar hacia a su casa. Los vecinos que lo ven pasar no aplicarán ningún manto de piedad sobre su situación actual. Lo aman demasiado como para perdonarle estas flaquezas del cuerpo, la debilidad de su enfermedad, sin duda desean que el Negro dure para siempre. Como hace cualquier hinchada con su ídolo.

Quizás a Fontanarrosa hoy se le olvide el gol de Poy y se dé cuenta. Vendrá a su cabeza una promesa no comunicada pero latente y efectiva. Algo así como: “El día que me olvide el golazo de Central en la cancha de River, crepo ahí mismo”. Como si tuviese que explicárselo mejor, sigue: “¿Qué es la vida sin esos enormes momentos de felicidad abrazado entre la multitud auriazul? Si hubo un lugar y un momento para morirse en estado de gloria fue ese día, en el instante posterior a esa obra de arte, en medio de la avalancha de miles de canallas que gritan desaforadamente el gol del campeonato. Entre esos cuerpos frenéticos que corren descontrolados y no dejan de levitar hacia el sol morirse hubiese sido un acto de justicia absoluta. Si un hincha de Central se olvida de esto no es justo que siga tirando de la cuerda, llegó el momento de plantar”.

Mientras empuja las ruedas de su actual domicilio, va recordando instancias inolvidables para seguir gambeteando este doloroso presente. Ayer nomás se le despintó de la memoria un encuentro con Serrat. Y hoy se dirá basta al no saber dónde se le escondió, en esa memoria evanescente y esquiva, el gol de Poy. Para colmo los pibes del barrio no están jugando un picado con la pelota de goma en la puerta de su casa. Tampoco el joven de la casa vecina le hinchará las bolas con consultas sobre el diseño de la revista de la murga, cosas que quizás lo podrían distraer por un momento de su indeclinable promesa. Ese día, que puede ser hoy, que no hará mucho frío y que tampoco nevará en la Chicago argentina, el Negro sencillo y humilde pero tozudo se muere. Vas a ver que el guacho se empaca y lo hace, ya sabemos que nunca va a dejar una promesa en la parada del renuncio. Sin decirle nada a nadie. Antes de subir a su casa, en la puerta nomás. Como pibe de barrio se queda mirando fijo la baldosa donde recuerda haber tirado el último caño. Vas a ver. Y el hijo de puta ni siquiera se despedirá de nadie. Vas a ver, acordate, un día como hoy. 

Chau Negro. 

Este texto forma parte del li bro Cuentos para después del diván de César Hazaki.

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Manifiesto Basura

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Estallidos de un discurso Desmanicomializador

El Frente de Artistas del Borda-Espacio de Pensamiento acaba de publicar un libro donde refleja su praxis transformadora que ya tiene más de 30 años de historia. Es un libro-experiencia que surge como desprendimiento de prácticas del Frente de artistas del Borda, experimentación auto-investigativa.

Hemos seleccionado algunos fragmentos del libro, ya que consideramos que es indispensable para avanzar en el largo camino de la desmanicomialización.

Esbozo de una nota editorial

A 30 años no somos los mismos... Como una revisión histórico crítica, el laberinto del Frente de Artistas del Borda- FAB para los amigos- se reúne en un espacio de pensamiento, para pensarse, para dejarse pensar por lo que se piensa, para dar vuelta lo pensado hasta ahora. Tras un recorrido de textos cómplices, de incesantes e inquietantes discusiones de lo leído, se inventa un quién como cuerpo colectivo que quiere escribirse. Que se escribe.

Y así, comienza una travesía de un año de producción maquínica, dos viernes al mes entre: escritos, mates, dibujos, frutas, grafittis y budines amigos. Flujos intensidades que chorrean, se vuelcan en diferentes vertientes: dibujos que entre líneas garabatean palabras, la escritura se desdice, se alucina. Las telarañas, como sentidos imperceptibles se actualizan, los delirios aparecen cuestionando la dictadura de la razón, de la verdad, de la realidad como constante y fija.

¿Cómo diseñar políticas que puedan constituir experiencias colectivas potentes, y no confirmar distancias entre los que supuestamente pueden y los que no?

Lo ya pensado se revive y se organiza, se vuelve órgano necesario, se corporiza. Se descuartizan los textos, se derriten las palabras, la solemnidad huye despavorida cuando hay que pensarse siendo pensado; no hay lugar para banderas intocables. Todo se cuestiona, se pone patas para arriba, para el costado, de forma transversal, aparece lo deformado gestando lo impensado. No es lo nuevo, es lo todavía no combinado, estaba todo desde siempre, tal vez sólo había que encontrarlo.

Así, se presenta este libro cuestionando una práctica relacional minoritaria, un modo de estar político, el deseo que insiste y brinda por lo que tenga que durar... ¿Quién sabe... por 30 años más?

¿Quién es el Frente de Artistas del Borda?

Difícil aglutinar en algunos renglones características de una organización que funciona en los márgenes de un neuropsiquiátrico. Más complejo es, si esta organización dice ser antimanicomial. Embrollado que pueda dar cuenta de su experiencia vital tratando de mantener su esencia por más de 30 años. Sumemos al rompecabezas su lema principal: Arte, Lucha y Resistencia.

¿Cómo se levantan durante tantos años banderas tan pesadas? Fragmentos, retazos, cachos de telas que hay que coser una y otra vez.

¿Cómo defender experiencias artísticas en un manicomio con la pretensión de no hacer Arteterapia?

¿Cómo evitar generar un espacio de divertimentos despolitizado que sea funcional al orden establecido?

¿Cómo hacer de Lucha y Resistencia consignas políticas eficaces y no suma de frases vacías con mucho sentido histórico y poca resonancia en territorios?

¿Cómo diseñar políticas que puedan constituir experiencias colectivas potentes, y no confirmar distancias entre los que supuestamente pueden y los que no?

¿Cómo deconstruir los imaginarios sociales en torno a la locura sin idealizar ni normalizar los padeceres?

¿Cómo cargar con experiencias desmanicomializadoras a cuestas, sin revisar las cristalizaciones manicomiales que se hacen pasar por propias cotidianamente?

¿Cómo presentar producciones artísticas fuera del manicomio, si muchas veces la sensación es de no saber a dónde ir?

El FAB puede ser un cómo, con acento y signo de pregunta. No es fórmula, no se podría, daría errado.

Pregunta motivadora de doce talleres artísticos, doce espacios de trabajo, doce géneros independientes que comparten y construyen ideas, estrategias, lenguajes, doce lugares de experiencias que desde 1984 trabajan en un galpón en los jardines del Borda, en los márgenes del Borda. Espacios que obtienen resultados deseados e inesperados, obras concretas que se muestran y generan impacto, los talleres hacen obra y la obra construye.

FAB, colectivo cambiante, que puede ser una comunidad de artistas, psicólogos, internados, externados, o ninguna coagulación identitaria que nos meta nuevamente en otro manicomio.

O quizás una pandilla que conspira contra la muerte y muchas veces se viste de lunática, para poder escurrirse en los misteriosos laberintos de la locura.

Manifiesto Basura

Manifestarse no es repetición de consignas panfletarias, ni manifestaciones que cargan siempre con las mismas banderas.

Manifiesto como expresión de lo plegado.

Si nuestro manifiesto es contra el manicomio, no se trata tanto de resistir con las mismas armas que ya fracasaron, sino de crear en los bordes del manicomio sin intención de restituir los elementos fragmentados

Desplegar como acto de creación.

Creación no como soplido de inspiración, sino como movimiento a empujar.

Empujar no como acto de invasión de un cuerpo sobre otro, sino como choque de fuerzas necesarias para armar condiciones de trabajo.

Condiciones de trabajo que no son para todos y todas. No por cuestiones elitistas ni sectarias, sino por combinaciones que se componen por afinidades.

Afinidad a la misma curiosidad existencial.

Complicidad que deviene afinidad investigativa.

Afinidades de investigación, que no tienen que ver con compartir el objeto de estudio.

Somos parte del enigma. Si el objeto está en todas partes: adentro, afuera, adelante, atrás, arriba, abajo, a la derecha, a la izquierda; no está en ninguna. Si no hay objeto, se hace imposible el sujeto.

Si no hay sujeto, aunque sí cuerpos vivientes, no habría jerarquías que habiliten la colonización de los supuestos objetos a estudiar.

Hay planos, territorios, situaciones. Se trata de ver cómo salimos y entramos de esos espacios. Hay potencias y encuentros.

Creamos condiciones para el juego, y así movernos entre intensidades.

Espacio de pensamiento más que grupo de estudio o investigación.

Pensar es producir vida.

Si nos importa la expresión no es por cuestiones terapéuticas, ni interpretativas; sino por convidar al mundo algo del mundo.

Podemos armar una serie: manifestar, desplegar, expresar, explicar.

Explicación no como el acto donde un intermediario sabe por otros, sino como lo contrario a complicación.

Los buenos maestros, que no son los que saben por los otros, no se preocupan por la calidad de vida, ésta viene por añadidura.

Se trata de abrir la capacidad de aprendizaje. Lo llamamos coordinación si el trabajo está en coordinar los contagios para que aparezca lo antes plegado.

Se (a)prende cuando la luz se infiltra en los pliegues de la vida, del dolor.

Coordinamos para enredar luces posibles. El despliegue está en un eco de carcarcajadas, y en el eco de la caída al precipicio.

Coordinar como darse a lo involuntario de las situaciones, condiciones de sensibilidad que habilitan las intensidades del mundo en lo que puede un mundo.

Manifestaciones que muchas veces pueden aparecer como llamaradas de fuego que no pueden dejar de arder.

No es sin bronca, no es sin alegría, no es sin tristeza, no es sin dignidad, no es sin miseria, no es sin crítica, no es sin calma, no es sin tormenta, no es sin amor, no es sin: intento nunca como motor que fantasea, sino como impulso que procura.

Llamaradas que muchas veces disminuirán su intensidad sin apagarse.

Agotamiento del fuego que es posible.

Recuerdo de la lucha y la alegría de habitarla.

Cicatrices que avivan su dolor en el recuerdo.

Recuerdo no como nostalgia pasada que vibra las pieles del hoy, sino como fisura, herida que abre camino del estar presente en la habitación de los gritos, las voces, susurros que se manifiestan por la posibilidad de seguir la huella que húmeda queda al caminar.

Contagio.

Contagio no como imitación de grupos, ni identificación de masas donde todos hacen y piensan lo mismo en espejismo de yoes especializados. Contagio como figura que habilita fuegos en espacios de confianza y juego. Contagio como devenir niño que se emociona con las fuerzas de los otros.

Contagio que puede ser competencia.

La que le compete a la vida, no la que quiere borrar al otro, que necesita conocer las debilidades del rival para destruirlo. Competencia-compotencia como el encuentro de potencias que van hacia algo. No importa tanto el resultado, sino la cita en la manifestación.

Manifestación como encuentro de vidas que marchan.

No la marcha coreográfica del ejército donde se borran todas las singularidades.

Tampoco la marcha nupcial que anuncia el final del camino antes de haberlo recorrido. Que anuncia lo que los cuerpos ya saben que pueden. Que anuncia las identidades inamovibles que las instituciones tienen para dejar plegadas y silenciadas.

Que no pase nada no da lugar a la sorpresa, a lo imprevisto, a lo diferente, a la incertidumbre, al azar, al movimiento. Que no pase nada nos condena. Que no pase nada nos vuelve a encerrar en los manicomios, en las cárceles, en las escuelas y en las familias

Sino una coreografía improvisada. Tensión entre disciplina y lo que los cuerpos todavía no saben que pueden.

Manifestación como encuentro de vidas que marchan entre reglas y porvenir incierto, entre recetas y tramados.

No saber que bailan conquistando los movimientos del ir.

Manifestación, despliegue. Trazado de caminos donde el lápiz es la Autonomía.

Es que mi “nomia” va en “auto”, mientras mis yoes aprovechan para distribuirse en mil nombres, caminando codo a codo en la manifestación.

Autonomía no es el logro individual de la libertad personal, ni un bien privado.

Autonomía, conquista continua de potencias con otros.

No es a priori.

No se puede tener, no se puede conservar, ni coleccionar.

Está en la experimentación de los cuerpos.

Crear, construir, desarmar, desandar, inventar, reinventar, y así no se deja atrapar.

Autonomías colectivas.

Un estar sensible a las situaciones.

Situaciones contra toda normalización, contra toda clasificación, contra toda jerarquización con que el poder encierra a la vida, al deseo, y las luchas.

Multiplicar sensibilidades, destrabar servidumbres, contagiar búsquedas.

Componer con lo habitual otro orden de cosas.

Si nuestro manifiesto es contra el manicomio, no se trata tanto de resistir con las mismas armas que ya fracasaron, sino de crear en los bordes del manicomio sin intención de restituir los elementos fragmentados.

¡Insistimos que Resistimos!

Pero, ¿Qué Resistimos?

La herida que nos habla, nos pregunta por el afuera y el adentro.

Una cartografía de grietas que trampea un adentro y afuera, que se pregunta ¿qué es el manicomio? No sólo como establecimiento, sino como dispositivo instituido en el cuerpo social.

¿Cómo desnudar el manicomio sin caer en la arrogancia de la libertad?

 

Manifiesto basura.

Basura no como deshechos que se tiran porque ya no sirven, ni como restos que contaminan la sobra de lo cotidiano. Sino como material de trabajo. Encantar lo dado.

Basura: volver a la tierra, revolver entre cosas para que entren en diferentes secuencias de narración.

Incipiente composición recicladora. Cartonera.

Devenir otros sentidos con los ya dados.

Empujar la palabra que nos camina lo cotidiano abriendo paso a los sentidos de los cotidianos propuestos.

Desmanicomializar; componer con los fragmentos del manicomio otro orden de relación.

F(r)iccionados

Me pasó algo… Me pidieron que escriba sobre desmanicomialización. Cuando empiezo a pensar y me siento a escribir tengo la sensación de no tener ni una sola certeza, y eso es lo que me pasa. Si bien podría ponerme a enumerar los tips que explican claramente las ideas sobre desmanicomialización, siento que con eso no me pasa nada.

Me dan ganas de empezar contando una situación. Supongo que esta escena es real, intuyo que incluye detalles f(r)iccionados.

Supongamos que dentro del hospital Borda hay una organización con fines artísticos y desmanicomializadores. Supongamos que en esa organización hay talleres con distintas disciplinas artísticas. Supongamos que en uno de esos talleres se hace Circo, y que ese taller tiene un espectáculo. Supongamos que uno de los integrantes tiene ganas de empezar la primaria y les pide a los coordinadores que lo ayuden. Supongamos que se consigue un espacio donde empezar inmediatamente a estudiar, supongamos que este lugar queda a 7 cuadras del hospital, supongamos que este lugar no tiene las trabas burocráticas características de toda institución educativa. Supongamos que las maestras le dicen a este integrante que puede empezar ya, que los horarios los van manejando en función de las necesidades de cada quien, que los van programando día a día, que no hay que anotarse en ningún lado para pedir vacante, que no hay que llenar ningún formulario, que no hay que pagar. Supongamos que lo único que se necesita para ir a estudiar es el deseo.

Supongamos que los coordinadores ingenuamente van a comunicarle esta noticia al jefe de servicio de este tallerista. ¿Para qué? Para trabajar en equipo, para acompañarlo en este proceso, para que se siga moviendo, para que recupere algo de las herramientas perdidas en el otro proceso, el de institucionalización. Para generar algo de autonomía, para valerse por sus propios medios, para seguir dándole cuerda a ese deseo que él se ocupó de volver a mover. Para que pase algo. (la letra cursiva me da a movimiento)

¿Cómo deconstruir los imaginarios sociales en torno a la locura sin idealizar ni normalizar los padeceres?

Las primeras respuestas fueron: “es muy lejos”, “no tiene el DNI para inscribirse”, “el ciclo lectivo empieza el próximo año”, “no puede valerse por sus propios medios”, “necesita la autorización del juez” ,“su psiquiatra está de vacaciones”, “el jefe de servicio tiene licencia prolongada”. Se trataban de los queridísimos infaltables argumentos burocráticos. Fuimos eludiendo una a una cada respuesta: “queda a 7 cuadras”, “no necesita inscripción, es un centro cultural”, “empieza cuando tenga ganas”, “estuvimos 10 días de viaje y se manejó de manera independiente”, “con la firma suya puede salir”.

Parecía que estábamos a punto de quebrar lo burocrático con la gambeta del deseo, estábamos felices, algo se movía, encontrábamos respuestas, no podíamos parar, estaban Pasando cosas. Hasta que…

La respuesta fulminante de la jefa de servicio, las que nos dejó sin más argumentos, sin aire, congelados en la eternidad del pabellón, la que nos volvió a manicomializar fue: “No. Le puede pasar algo”.

¡La respuesta devastadora! A ella no se le resiste ningún argumento. Atenta contra el deseo, contra el movimiento, contra la desmanicomialización, contra la vida. Mejor que quede todo igual, así no pasa nada. Que no nos pase nada.

Que no pase nada anuncian los noticieros masivos de comunicación. Que no pase nada gritan los vecinos reclamando Seguridad. Que no te pase nada aconseja una madre cuando vas a salir fuera de casa. Que no les pase nada gritan docentes y directores a estudiantes en los recreos.

“Por las dudas que no pase nada” es el discurso del sentido común. Que no pase nada es el discurso de la Modernidad, el discurso de la razón. Esa razón que con sus cuerdas cordura corderos. Que no pase nada; es que no pase nada fuera de lo esperado, fuera de lo previsto, de lo convencional, fuera de lo común, de la norma, de lo tácito, del destino, de lo subyacente, de lo obvio, de lo natural, de los mandatos. Que no pase nada no da lugar a la sorpresa, a lo imprevisto, a lo diferente, a la incertidumbre, al azar, al movimiento. Que no pase nada nos condena. Que no pase nada nos vuelve a encerrar en los manicomios, en las cárceles, en las escuelas y en las familias. Que no pase nada nos encierra en el rótulo más estigmatizante, en el del deber ser.

Que no pase nada es que nos tienen que pasar las instituciones con sus certezas. Que no pase nada es poner piloto automático al consumo. Que no pase nada es peor que morir, es la muerte del deseo. Uno cree que vive eligiendo y el único que elige es el imperativo “que no te pase nada”; porque para que no te pase nada viviendo, hay que esconder la vida. Que no pase nada es la manicomialización en su grado mayor de exponencia. Es la manicomialización, porque es la quietud de los cuerpos.

¿Cómo esta doctora no va a pregonar “que no pase nada”?... Si a ella no le pasa nada.

Iba a hablar sobre desmanicomialización, contar un poco sobre las ideas, los conceptos. Las casas de medio camino, las internaciones a corto plazo y como último recurso, las evaluaciones por un equipo interdisciplinario, la decisión y libertad de cada persona, el derecho a la vivienda y el trabajo, la prohibición de nuevos manicomios, la atención de la salud mental en hospitales generales, la atención ambulatoria domiciliaria, el vínculo con los lazos familiares y sociales. Pero esto se puede buscar, se puede leer, se puede googlear, se puede repetir religiosamente. De hecho, muchas de estas cosas están dichas en la ley 448. Una ley promulgada hace diez años en la Ciudad de Buenos Aires y en la que no pasa nada.

Me pasa esto. Me pasa contar una situación real con algunos toques ficticios. O quizás al revés, inventé una historia con condimentos y pasajes de algunas visitas hospitalarias. Quizás sean momentos donde habría que dejar de seguir repitiendo discursos, leyes y palabras vacías. O quizás no. No vaya a ser cosa que Nos Pase Algo.

Nota: El 25 de Noviembre de 2010 se aprobó en el Senado la Ley Nacional de Salud Mental que incluye muchos elementos que pregona la Desmanicomialización (palabra que la Institución Microsoft Office y su Word todavía no aprobó y, por ende, no reconoce).

 

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Jóvenes con problemas de adicción: el acto de escribir como herramienta subjetivante

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¿Para qué escribe uno
si no es para juntar sus pedazos?

Eduardo Galeano

Introducción

El objetivo de este artículo es transmitir una experiencia clínica en la que la escritura ha tenido una función específica en el transcurso de la cura. El uso de esta herramienta resulta de suma utilidad en el trabajo con adolescentes y jóvenes que tienen dificultades para expresarse verbalmente. Asimismo, como puente entre sesión y sesión, pensando al proceso de escritura como un fenómeno transicional. Aquí me referiré específicamente al trabajo con pacientes con problemas de adicción en el último tramo del tratamiento, que es ambulatorio.1

Cuando un sujeto escribe sobre una experiencia vivida, encara el armado del rompecabezas de sí mismo y de su propia historia, se enfrenta con los propios dolores y padecimientos, y con la expectativa de superarlos

Los pacientes asisten con una frecuencia de tres sesiones semanales; dos de psicoterapia grupal con otros pacientes en la misma fase del tratamiento y la tercera, un grupo conformado por pacientes de distintas etapas donde, por lo general, los sujetos con más proceso terapéutico intervienen ayudando a los que recién comienzan o están teniendo dificultades en algún aspecto del tratamiento, como puede ser el vínculo con sus referentes, el consumo, etc. La heterogeneidad en cuanto a la etapa en la que se encuentran los integrantes, posibilita que las intervenciones se horizontalicen. Un par, que ya pasó por una situación equivalente, puede intervenir desde un lugar diferente que la coordinación, el de la propia experiencia. Por otro lado, dicho en palabras de los pacientes, da esperanzas de que -trabajándola- se puede salir de la situación crítica en la que están: “verlo a él que es parecido a mí, que está por terminar el tratamiento, me da esperanzas que puedo estar mejor.”

Por otro lado, sus padres o referentes concurren a un grupo paralelo de la misma etapa de frecuencia semanal y otro de ayuda mutua con padres recién llegados y otros en etapas más avanzadas (el mismo día y en paralelo al grupo heterogéneo de los jóvenes).

El dispositivo

El proceso consta de cuatro fases: admisión, 1º, 2º y 3º. Si bien no desarrollaré en profundidad las características y objetivos de cada etapa, los mencionaré brevemente.

Etapa A o de admisión: se realiza el diagnóstico del sujeto y su familia para evaluar la continencia familiar, el grado de compromiso, si son agrupables y a partir de allí: el tipo de abordaje. Antes del comienzo de la primera etapa es importante que quede claro el encuadre y el compromiso de los actores que formarán parte del dispositivo y su presencia en todos los espacios terapéuticos. Se comienza a trabajar la detección y evitación de situaciones de riesgo, incorporación de ciertos límites y el conocimiento de las “normas” de tratamiento.

Etapa 1: En esta etapa se trabaja sobre el cumplimiento de normas. Son reglas de cuidado y de orden en la vida cotidiana destinadas a que puedan organizar el tiempo libre evitando situaciones de riesgo.2 Su objetivo es internalizar los instrumentos internos de control y cuidado, lo que supone la renuncia al reinado de lo pulsional. Asimismo se focaliza en el trabajo para dejar de consumir. En este período cobra relevancia el espacio grupal que funciona a la manera de un grupo operativo cuya tarea consiste en lograr y/o sostener el compromiso de no consumir alcohol y drogas y el cumplimiento de las pautas mencionadas. Cada integrante realiza el compromiso con los otros integrantes más allá de la figura del coordinador. La idea es que el grupo y la institución funcionen como terceridad. Esta etapa culmina cuando la sustancia y el cumplir o no las “normas” deja de ocupar el centro de las conversaciones y empieza a esbozarse una demanda propia.

Etapa 2: La práctica de consumo comienza a sintomatizarse y el sujeto empieza a plantear algunos interrogantes como, por ejemplo, el porqué de su adicción. Lo central es que los integrantes del grupo puedan socializar sus dificultades, que puedan encontrarse con otro débil y desvalido y, a la vez, puedan experimentar vínculos que no sean ni destructivos ni autodestructivos. Allí se producirán identificaciones y también diferencias. El sujeto inicia un replanteo de sus vínculos con los otros y con los objetos. Y se comienzan a pedir permisos para extender horarios para acostarse y levantarse y para exponerse, de a poco, a situaciones de mayor riesgo y autonomía. Sin este trabajo, la abstinencia lograda sigue siendo frágil.

Etapa 33: Es la etapa del “desprendimiento”, es decir, separarse del grupo y la institución, levantamiento de “normas” del tratamiento para continuar con las “propias”. Elaboración de un proyecto de vida factible y que le permita el logro de cierta autonomía. Esto requiere de un trabajo sobre el superyó: que no esté ligado a la omnipotencia infantil, sino al ideal del yo.4 Asimismo la historización: dónde estoy parado, qué vicisitudes y vericuetos atravesé para llegar a este momento y lugar y, a partir de allí, proyectar hacia dónde quiero ir y de qué forma.

Al finalizar cada etapa el sujeto realiza una autoevaluación en la que a través del recorrido por diferentes aspectos de su vida, reflexiona sobre los cambios que fue produciendo y los que va bosquejando como objetivo para la etapa siguiente. Este trabajo le permite ir registrando y valorando diferencias en determinados lapsos de tiempo que no son inmediatos, pero tampoco eternos. Una travesía que discurre del reinado del principio de displacer-placer hacia el principio de realidad. De una lógica a predominio de proceso primario a una de proceso secundario. 5

La tercera etapa y el mapa del tratamiento propio6

Cuando el/la joven pasa a esta última etapa, se inicia un proceso de levantamiento de normas que dura entre 4 y 6 meses y, progresivamente, va exponiéndose a situaciones de mayor riesgo y autonomía. Paralelamente comienza la elaboración de una ruta, un mapa de su tratamiento. Su objetivo es la historización, un escrito donde el/la paciente empieza a construir el rompecabezas de su tratamiento y de su historia con el consumo. Marcando los jalones y los puntos de inflexión en esa “autobiografía”, donde consideran que hubo cambios, “un antes y un después”. Incluyendo coordenadas de tiempo y lugar y, además, las emociones y afectos involucrados. Recorriendo áreas que van desde su relación con la familia, las amistades, la sexualidad, los vínculos amorosos, el estudio, el trabajo, el consumo. A medida que los van escribiendo lo socializan, a través de su lectura, con el grupo de pares.

En cada uno de los escritos fue reconstruyendo un mapa de su vínculo con el consumo, pero también consigo misma, con los otros y con sus proyectos

Tomaré una viñeta, a modo de ejemplo, de quien llamaré Gabriela, pero que podría también representar el trabajo de otros/as jóvenes con algunas diferencias. Inició el tratamiento por policonsumo (alcohol, marihuana, cocaína, pastillas). Comenzó su tercera etapa luego de dos años de tratamiento, donde lo central del trabajo terapéutico había consistido en construir un vínculo con su familia y la posibilidad de sostener un trabajo estable, además de mantener la abstinencia en el consumo de drogas y alcohol. Durante esos dos años había abrigado la “esperanza” de volver a vincularse con sus amistades de consumo y a fumar marihuana “de vez en cuando”. Durante esta etapa organizó una salida con una amiga con la que solía consumir y percibió que no tenían otros temas para hablar que no fueran las situaciones de consumo vividas. Por otro lado, cuando comenzó el trabajo de reflexión sobre su historia de consumo, lo rehízo unas siete veces a lo largo de esta última etapa. En un primer momento no fue sincera consigo misma, ni con el grupo. La historia parecía la de una joven sin contradicciones y des-implicada, con una “moraleja” del porqué no se debía consumir y escrita casi en su totalidad con oraciones impersonales o en tercera persona. Ante el cuestionamiento del grupo, reconoció que supuso que eso querrían escuchar sus padres, o tal vez los coordinadores. Y que eso que había escrito no la representaba a ella, ni a su historia, ni tampoco sus contradicciones. Luego escribió otra en la que la implicación fue máxima y excesivamente detallista, lo que la hacía sentir vulnerable, incluso, le costaba leerla. Pero al mismo tiempo empezó a rememorar (no solo en palabras, sino también a nivel de los afectos y emociones) cosas que no tenía presente cuando algunos de sus conocidos le proponían que ella podría volver a “consumir de vez en cuando”. “Cuando me dicen que soy una exagerada si no vuelvo a consumir más, me olvido que ‘consumir de vez en cuando’ me llevó a consumir todos los días y, después, a necesitar consumir para hacer cualquier cosa; otros pueden consumir de vez en cuando, yo no.” Si bien no era necesario contar “todo en detalle” para involucrarse, el acto de escribir y compartir ese producto con su grupo de pares le sirvieron de soporte para que ella misma -con bastante dificultad- empezara a reconocerse y tomar decisiones en cuanto a su presente y a su futuro próximo. También la llevó a entrar en crisis con historias previas y su lugar como “objeto” de uso y de maltrato de y hacia otros, donde ella no elegía sus relaciones y podía estar con un hombre como con cualquier otro; estaba con gente para no estar sola. “Me sentía poca cosa, necesitaba de los otros para ser alguien.”

En cada uno de los escritos fue reconstruyendo un mapa de su vínculo con el consumo, pero también consigo misma, con los otros y con sus proyectos. Este proceso de escritura y re-escritura la fue ayudando también a tomar una decisión propia en cuanto al vínculo con usuarios de drogas y en cuanto al uso de drogas por parte de ella misma. “Otros pueden consumir socialmente, yo no... Si me junto con gente con la que consumía, hablo de situaciones de consumo y me maquino, me dan ganas de consumir.”

Asimismo, el compartir con el grupo potenciaba la reflexión propia, pero también de los otros integrantes, quienes resonaban fantasmáticamente con esa historia y esas reflexiones. Es así que otra integrante -Natalia- escribió: “Tomaba alcohol para ser yo. Para relacionarme, para buscar trabajo, para olvidarme de mi soledad y para que se me pasara el dolor de sentirme tan sola. No me daba cuenta que esto me dejaba más sola aun y que, por estar borracha, siempre conocía chicos que me querían por una sola noche.”

Marcelo quien defendía a ultranza el uso de la marihuana como un “relajante”, en una de sus autoevaluaciones finales expresó: “Fumaba marihuana para relajarme, pero vivir a las escondidas y en la mentira me generaba mucho estrés, y ahora me pregunto ¿para qué fumaba realmente si fumar me provocaba exactamente lo contrario de lo que buscaba?” En la construcción de su “mapa” de consumo, Marcelo empezó a poner en cuestión todo aquello que se presentaba como certezas respecto de las drogas y el consumo.

Ha sido habitual que mientras leían, cayeran en la cuenta que no se entendía lo que habían escrito y tuvieran que reformularlo

Cuando un sujeto escribe sobre una experiencia vivida, encara el armado del rompecabezas de sí mismo y de su propia historia, se enfrenta con los propios dolores y padecimientos, y con la expectativa de superarlos. Este trabajo consigo mismo conlleva vencer resistencias. Poner en palabras los pensamientos, implica poner un límite y cierto orden al conglomerado de imágenes, pensamientos, representaciones y afectos. La peculiaridad de estas representaciones y pensamientos es que tienen un “formato abreviado, condensado, global, fragmentario, que incluye muchas veces elementos poco diferenciados y poco claros.”7 Para poder transmitir algo a otros, requiere de un límite, ya que presupone la elección de ciertos elementos entre otros y un proceso de traducción a otro formato para que los otros me entiendan. En este sentido, ha sido habitual que mientras leían, cayeran en la cuenta que no se entendía lo que habían escrito y tuvieran que reformularlo. Poder organizar nuestro pensamiento de acuerdo a las leyes del lenguaje, es poder traducirlo en términos comprensibles para los otros.

Por otro lado, la palabra escrita necesita de una elaboración y organización aun mayor y, además, requiere de la capacidad de poner cierta distancia entre el yo y la problemática, para facilitar cierta autoobservación e insight. Si bien el escribir puede fomentar la racionalización, para muchos sujetos se constituye en una experiencia de encuentro consigo mismo, de intimidad y sinceridad (“no chamuyar” expresión usada frecuentemente por los/as jóvenes). Por otro lado, plasmar la idea en el papel supone un límite al rumiar, al “maquinarse” consigo mismo. Le permite tomar distancia de lo que le pasa, ya que escribir implica un proceso secundario de elaboración sobre lo vivido.

Un trabajo de proceso secundario

Un aspecto central de los sujetos sujetados a una o más drogas es la preponderancia del plano pulsional en el que se manifiesta un predominio del autoerotismo y el deseo permanece “narcotizado”. La compulsión de repetición al servicio de ligar psíquicamente un exceso de excitación que desborda la capacidad de ligar del aparato psíquico. Este desborde genera el desprendimiento de angustia automática que produce una sensación de desvalimiento, aplacada a través del acto compulsivo de consumo de droga. El principio de placer no funciona, ya que hay displacer en todas las instancias.8

Este fenómeno tiene como característica distintiva una necesidad irrefrenable que evidencia la ausencia de una capacidad de demora o de espera, de lo intolerable que puede llegar a ser para el sujeto esa tensión que suele manifestarse en un estado de angustia que requiere de la droga (como objeto único, exclusivo y excluyente) y su consumo para poder suprimir la tensión. El funcionamiento en proceso primario dará origen a fallas en el campo perceptual como también en los procesos intelectuales, debido a que la necesidad de descarga y de satisfacción pulsional es inmediata; el pasaje de una representación a otra se lleva a cabo según los mecanismos de desplazamiento y/o condensación y la ausencia de coherencia, de relaciones lógicas.

El proceso de elaboración de estos “mapas” que apuntan a la historización, promueve que el sujeto resignifique su pasado incluyendo su futuro

El proceso de elaboración de estos “mapas” que apuntan a la historización, promueve que el sujeto resignifique su pasado incluyendo su futuro. Este proceso supone un trabajo de proceso secundario del aparato psíquico que comprende: la elaboración de una sucesión cronológica en las representaciones, el hallazgo de una correlación lógica, el llenado de lagunas existentes entre ideas aisladas y la introducción del factor causal.

Donde Ello era, Yo devendrá.

Notas

1. La institución donde realicé esta experiencia clínica se llama Grupo Pilar Asociación Civil y su dirección está a cargo de Pío Martinez y Nora Scarinci. Aquí me referiré al dispositivo institucional para jóvenes entre 13 y 25 años aproximadamente. En artículos anteriores expuse el dispositivo para adultos. cf. Barzani, Carlos, “Un dispositivo de abordaje de las adicciones”, Revista Topía, Bs. As, Año XX, Nº 58, Abril 2010; Barzani, Carlos, “Sobre el final de tratamiento en un grupo abierto”, Revista Topía, Bs. As, Año XXI, Nº 61, Abril 2011.

2. No consumir drogas. No tomar alcohol. No relacionarse con gente que consume drogas. Tener una actividad diaria de 6 hs. Horarios (para levantarse y acostarse). Manejar dinero con el aval de la familia. No exponerse a situaciones que implique riesgo de consumo. Y dos cuestiones que se plantean ya no como normas, sino como “valores” la honestidad y el respeto por uno mismo y los otros.

3. Esta etapa la diseñé y coordiné por el lapso de casi diez años. La misma ha tenido modificaciones y transformaciones en función de la clínica y el trabajo en las reuniones de equipo.

4. Para ampliar la conceptualización puede consultarse Barzani, Carlos (2010) op. cit. y Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, Cap. 11: “El yo soporte”.

5. Este dispositivo se propone constituir un espacio soporte que encuentra en la función del tercero (la institución-el grupo-las normas) un límite -ya que no hay espacio sin un límite-. Como afirma Carpintero “para delimitar un espacio hay que in-corporar una ley que lo funde.” Carpintero, Enrique: op. cit. p. 133-134. En cuanto a los dos principios del aparato psíquico véase Freud, S. “Formulaciones sobre los dos principios del acaecer psíquico” (1911), en Obras completas, Tomo 12, Bs. As., Amorrortu.

6. Con el paso del tiempo, el acto de escribir los mapas fue cobrando mayor importancia en el dispositivo y transmitido de boca en boca por los mismos pacientes en los diversos espacios de circulación de la institución (sala de espera, etc.) y también en los formales, por ejemplo, en los eventos de finalización de tratamientos, donde los pacientes que concluyen, hablan brevemente de su experiencia.

7. Lanza Castelli, Gustavo, “Autoexploración, escritura y psicoterapia” Trabajo presentado en el 9° Congreso Virtual de Psiquiatría. Interpsiquis, 2007.

8. cf. Carpintero, Enrique, El erotismo y su sombra. El amor como potencia de ser, Buenos Aires, Topía, 2014, p. 334.

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¿Quién es el enfermo y de qué padece?

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Subjetividad en tiempos de malestar social

Nancy Caro Hollander es una psicoanalista e historiadora residente en Los Ángeles, California. Es miembro del Centro Psicoanalítico de California y presidente electa de la sección de “Psicoanálisis para la responsabilidad social” de la Asociación Norteamericana de Psicología. Es profesora de historia de la Universidad de California. Ha publicado artículos sobre diversos temas como el capitalismo patriarcal y las mujeres en América Latina, la historia del psicoanálisis en la Argentina y la vida y obra de Marie Langer. Milita en diferentes organizaciones comunitarias de EEUU. Entre 1969 y 1974 vivió en Buenos Aires y recorrió el resto de Latinoamérica. Escribió un libro donde relata los procesos sociales y políticos y su relación con el psicoanálisis en la Argentina y Latinoamérica durante las décadas del 60’ y el 70’: El amor en los tiempos del odio. Psicología de la liberación en América Latina (2000).

Este texto fue enviado especialmente para nuestra revista. Aquí analiza cómo se manifiesta la forma neoliberal del capitalismo en la subjetividad de paciente y analista, a partir de dos casos clínicos. Para poder avanzar en la tarea clínica muestra cómo es necesario trabajar con la propia contratransferencia. 

El hombre, ya sea miembro de un sindicato o un psicoanalista es, por naturaleza, un animal ideológico
Althusser, 1996

Aún lo llamamos “el sueño americano” porque tienes que estar dormido para creer en él
George Carlin, 2005

Vivimos en tiempos dolorosos. Conocemos bien los síntomas: terrorismo, sequías, guerras, inundaciones, casquetes polares que se derriten, elevación del nivel de los océanos, crisis económicas, amenazas de bomba, epidemias, brutalidad policial. Y convivimos con múltiples pérdidas -especies, democracia, casas, privacidad, seguridad laboral, pensiones, infraestructura, optimismo, educación universitaria y un futuro saludable para nuestros hijos y nietos-. La tecnología informática produjo un colapso temporal y espacial de modo que ahora, a través de los medios de comunicación, padecemos la experiencia de atravesar y experimentar una crisis tras otra como si ocurriera justo aquí y ahora, no importa cuál sea el lugar del mundo donde acontezca.

Nuestra continua dieta de violencia ha creado una cultura traumatogénica que en cualquier momento podría hacer estallar nuestros esfuerzos por mantener lo que Winnicott ha denominado como un sentido de continuidad del seguir siendo.

Buena parte del tiempo que nosotros mismos perdemos, se destina a preocupaciones personales privadas, que en apariencia estarían divorciadas de la inestabilidad social que nos rodea. Considero que esta apelación a desestimar el nexo existente entre las fuerzas sociales y la vida personal, no sólo implica la amenaza de ser abrumados psíquicamente, sino también, la ética del individualismo que está en el corazón de nuestro ambiente social. ¿Cómo podría estar jugando en el encuentro psicoanalítico ese divorcio cultural entre lo personal y lo político? ¿Reflexionamos en conjunto con nuestros pacientes acerca del impacto de nuestra desordenada realidad social sobre nuestro psiquismo? En caso afirmativo, ¿cómo lo hacemos? Si no lo hacemos, ¿cuál es el motivo?

¿Cuáles son las implicaciones de nuestras respuestas a estas cuestiones? ¿Podemos escapar de tomar posición respecto de las cuestiones éticas que emergen en estos tiempos de malestar social, aún en el encuadre clínico? La poetisa polaca Wislawa Szymorska, en su obra “Hijos de la época” captó la centralidad de lo social en la psique:

Lo quieras o no,
tus genes tienen un pasado político,
tu piel una tonalidad política
y tus ojos un color político.

Cuanto dices produce una resonancia,
cuanto callas suena también
significativamente político.
(Forché, 1993, p. 457).

Mi propósito es mostrar en este ensayo, el modo en el cual la afirmación de Szymorska desafía la tendencia existente tanto en la teoría como en la práctica psicoanalítica, a separar lo social de lo individual, lo público de lo privado, lo clínico de lo político. Desde mi perspectiva, el malestar social compartido de modo colectivo en la sociedad actual, permea el marco psicoanalítico, ya sea que optemos o no por reconocerlo. Infortunadamente, las teorías psicoanalíticas prevalecientes, comprenden los motivos y las potencialidades del cambio terapéutico a través de un foco exclusivamente ubicado en la familia, sus significaciones afectivas y sus dinámicas defensivas, consideradas como la etiología del conflicto psíquico (Ogden, 2004; Bass, 2007; Peltz y Goldberg, 2013; Ferro 2006; Barrangers, 2008; Eizirik, 2009; Stern, 2013). Esta perspectiva ideológica implica un doble problema, ya que en primer término, deniega su índole ideológica, y en segunda instancia, niega que funciona de modo tal, que inhibe la conciencia crítica de los pacientes y su lucha para interpretar los significados y deseos prohibidos escondidos en sus síntomas, para poder desarrollar un discurso acerca de su propio deseo. Esas teorías ignoran ampliamente dimensiones significativas relacionadas con las especificidades históricas y socio-políticas en cuyo contexto evoluciona la familia y a través de las cuales se constituyen, tanto el sujeto como las relaciones intersubjetivas. Su mirada restrictiva pierde de vista el contexto amplio caracterizado por las ideologías e instituciones hegemónicas que fraguan el encuadre y permean el proceso psicoanalítico. Esta proclividad teórica dentro de la profesión, ¿podría constreñir la relación analítica y la experiencia clínica al dominio privado del discurso familiar y funcionar como refugio, un continente que mantuviera escindida la dimensión social de la subjetividad, con el propósito de proteger tanto al analista como al paciente de las ansiedades provocadas por un mundo amenazador?

Al igual de lo que ocurre en otras situaciones abrumadoras, la negación o la desmentida pueden proveer una barricada psíquica, pero en el caso de nuestras prácticas clínicas, una barricada que nos defendería a expensas de limitar de modo paradójico la capacidad del proceso analítico para crear sujetos más reflexivos y críticos.

En un esfuerzo por mostrar que el psicoanálisis ocupa el límite poroso entre el sujeto y el mundo, un principio que considero ignoramos a nuestro propio riesgo y el de los pacientes, deseo enfocarme en un aspecto del tratamiento que considero constituye un componente ubicuo del marco teórico: a saber, que el individuo evoluciona en relación con estructuras colectivas simbólicas de autoridad y poder que son internalizadas como aspectos de la identidad personal, que deben ser reconocidos y a los que se debe prestar atención en el encuentro clínico. Respecto de esto, considero que el psicoanálisis tiene mucho que enseñarnos sobre el conflicto psíquico y el modo en que afecta la dinámica social, pero simultáneamente, estoy convencida de que el psicoanálisis tiene mucho que aprender de otras disciplinas y discursos relacionados, acerca del modo en que las fuerzas sociales construyen las fantasías inconscientes, los afectos y las defensas. El fracaso en reconocer y comprender esas complejas convergencias obstruye nuestra capacidad para funcionar como un recurso para que nuestros pacientes elaboren deseos y libertades contrahegemónicos y corre el riesgo de operar -en términos de Foucault- como una profesión psi que ha transformado el modelo familiar en el leitmotiv de “una interioridad psicológica normativa cuyo efecto (ha sido) la producción disciplinaria de subjetividad” (Binkley, 2011, p. 90) que representa y reproduce a la hegemonía. Por muchas razones la función psi puede ser problematizada de modo creciente en la cultura actual debido a que la función de la familia como el aspecto nuclear de la disciplina ha sido profundamente conmovida por fuerzas corrosivas asociadas con la globalización postmoderna y la creciente velocidad del cambio que se produce cuando tiempo y espacio colapsan en la realidad, tanto actual como virtual.

Considero que podemos expandir los horizontes del tratamiento psicológico en nuestro trabajo clínico cuando buscamos localizar dónde y cómo los patrones neoliberales de responsabilidad, privatización, marketing y negación del otro se manifiestan

A través de proveer una contextualización social para dos viñetas clínicas que presentaré, deseo analizar el fenómeno contemporáneo del neoliberalismo, al que considero como un constructo fundacional del actual malestar psicológico al que asistimos en nuestras prácticas. Con este propósito, extenderé el relato relacional sobre el desarrollo psicológico temprano y sus vicisitudes, elaborado por el psicoanálisis en el contexto de la familia, hacia su locación y dinámicas que transcurren en el contexto social más amplio. Deseo ampliar la feliz expresión de Winnicott, cuando dijo: “No hay tal cosa como un bebé” (Winnicott, 1960, p. 587) para argumentar que no hay tal cosa como un cuidador/bebé o un analista/paciente. Esto significa que no existe ninguna experiencia intersubjetiva, ya sea mutual o complementaria (Benjamin, 1990) que exista por fuera de nuestra inserción en una historia de fuerzas sociales hegemónicas e ideologías vigentes. Propongo una formulación socio psicoanalítica que dé cuenta de la complejidad dialéctica de la formación del sujeto y de la posición subjetiva, en la cual el individuo está sumergido en experiencias que no son internas ni externas, sino que se caracterizan por una fluidez que está bien representada por la cinta de Moebius (Frosh y Baraitser, 2008).

Alan Grey escribió: “Un psicoanálisis liberado de la cultura se adapta de modo ideal a pacientes que se consideran liberados de la cultura, tratados por analistas que coinciden en considerarse libres de la cultura.[1] Pero tales criaturas son inexistentes, porque no pueden existir en esos términos” (Grey, 2001).

¿Qué significa estar integrado en la cultura y comprender que la cultura está integrada en nosotros? Mi pensamiento inicial sobre esta cuestión se desarrolló durante algunas experiencias vividas en Argentina, siendo una joven historiadora de Latinoamérica, cuando en el contexto de mi exposición personal e investigación acerca de los efectos psíquicos traumáticos padecidos por individuos y familias que vivían bajo regímenes políticos opresivos, hice contacto con un grupo de argentinos, chilenos y uruguayos políticamente radicales dedicados a la lucha por los derechos humanos y la justicia social. Ellos desarrollaron e implementaron una comprensión teórica acerca de la interfase entre las fuerzas sociopolíticas y las dinámicas inconscientes, en el contexto de las situaciones sociales extremas que acontecieron durante las dictaduras que en esa época dominaban el Cono Sur, y las guerras civiles y movimientos revolucionarios que se produjeron en América Central durante las décadas de los ’70 y ’80. Esos colegas ofrecieron sus habilidades clínicas a diversos sectores sociales y grupos étnicos, recurriendo a una variedad de encuadres no tradicionales. Su política antiautoritaria y su identificación con movimientos políticos progresistas, con frecuencia implicó poner sus propias vidas en riesgo. Este fue un psicoanálisis de trinchera, construido en torno a la elaboración sobre la represión psicológica y la opresión social, y se transformó en un modelo para mí (Hollander, 2010).

Las relaciones hegemónicas de clase y de etnia se habían ido jugando en la “etnotransferencia” compartida con mi paciente: ambas somos blancas y de clase media, y habíamos establecido una alianza no reconocida y no expresada

En los años que siguieron, realicé mi propio entrenamiento psicoanalítico, y mientras desarrollaba mi práctica clínica mantuve el interés por construir un psicoanálisis implicado con lo social, que buscara dilucidar los significados de vivir negociando con un tercero traumatogénico (Gerson, 2009). Me siento agradecida por mi colaboración con mis colegas latinoamericanos, cuya perspicacia psicosocial continuaría madurando a lo largo de varias décadas, mientras teorizaban sobre los significados psicológicos de las crecientes polarizaciones políticas que se produjeron en sus países, las crisis económicas y las nuevas formas de trauma social que se transmitían de una generación a la otra. En mis primeros esfuerzos por elaborar mi propio enfoque teórico acerca de los sentidos psicológicos de esos fenómenos históricos y otros eventos traumáticos similares que se produjeron en los Estados Unidos (ver Hollander, 1992), apliqué la teoría kleiniana y el psicoanálisis relacional de las relaciones objetales para la comprensión de los fenómenos sociales. A lo largo de ese camino fui incorporando algunos aspectos de otras orientaciones psicoanalíticas y elaboré de modo sistemático marcos conceptuales que tomaran en cuanta la constitución del sujeto al interior de un contexto cultural preexistente. Desarrollé una perspectiva analítica que da cuenta del modo en que el Otro social resulta internalizado a través de procesos identificatorios que conectan a los individuos que pertenecen a un determinado orden social, de modo que enfatizan sus similitudes, y por ende los lazos narcisísticos que establecen entre sí a través de ansiedades compartidas, fantasías, impulsos y defensas. Esos estados defensivos, organizados en torno a mitos y recuerdos grupales, pueden ser movilizados como respuesta a manipulaciones políticas en lo que Vamik Volkan denomina “traumas elegidos” y “glorias elegidas”. Asimismo, esos procesos identificatorios implican la instalación al interior del inconsciente individual y grupal, de particulares relaciones jerárquicas de poder y de los discursos hegemónicos que las racionalizan y refuerzan (Weinberg, 2007, Dalal, 2001). El individuo se ubica a sí mismo/a en una posición subjetiva específica que le proporciona una identidad integrada y la asignación de un lugar en el orden social, basada en la intersección de atributos asociados con la clase, la etnicidad, el género y la sexualidad (Brennan, 1993, Fink, 1995). En términos lacanianos, cada sujeto nace al interior de un Orden Simbólico donde se inscribe su identidad con fuerza ideológica e institucional.

La subjetivación, el proceso que crea un sujeto, es un término que captura la paradoja de ese impacto. Al tiempo que habilita a los individuos para crear una autoimagen coherente, que recubre el estado originario de descentramiento que caracteriza a la vida psíquica temprana (Elliot, 2002), también crea sujetos que se identifican de modo acrítico con el orden social represivo, con las relaciones asimétricas de poder que lo constriñen, así como con las ideologías que los racionalizan (Althusser, 1984; Guralnik y Simeon, 2010). En términos de Althusser, somos “interpelados” o llamados a ocupar nuestro lugar en el orden social, reproduciendo la hegemonía, no sólo en el orden de las ideas, sino afectivamente, a través de las conductas concretas de la vida cotidiana (1971; Hollander, 2010, p. 12).

Es importante desafiar el sacrosanto principio de neutralidad psicoanalítica, para reconocer que siempre estamos posicionados en relación con los valores y con la ética de nuestra matriz social, aún en el encuadre clínico

El concepto althusseriano de interpelación, e igualmente el de la agencia movilizada para resistirse a la misma, resulta destacado por la noción gramsciana de hegemonía. Gramsci mostró el modo en que, aquellos que ocupan posiciones de poder en el orden social, que él denominó como “el bloque histórico”, obtienen su autoridad, primariamente, a través de medios consensuales, no coercitivos. Ejercen control sobre los recursos materiales y las estructuras institucionales del Estado y la sociedad civil, el que es facilitado por sus “intelectuales orgánicos” cuyo diseño del aparato ideológico permea y es reproducido a través de la familia, la iglesia, los medios de comunicación, el sistema educativo, los partidos políticos y los “expertos”, que tienen las claves y promulgan las reglas para alcanzar los ideales sociales (Gramsci, 1971). La hegemonía nunca es absoluta, aunque el diseño elaborado por el bloque acerca de los símbolos sociales dominantes en la cultura es poderoso, porque ha sido construido como universal y abstracto, y experimentado, entonces, por la mayor parte de los individuos, como el sentido común de todo el orden social (Boggs, 1984), que resulta internalizado y modela sus identificaciones, operen o no en su real interés. Judith Butler lo expresa de este modo: “... el poder que aparece inicialmente como externo, impuesto sobre el sujeto, imponiéndole la subordinación, asume la forma psíquica que constituye la autoidentidad subjetiva” (Butler, 1997).

La hegemonía opera, no sólo en el reino de las ideas, sino también en las manifestaciones corporales y psíquicas de identificaciones basadas en una membrecía interseccional en categorías de clase, etnia, género y sexualidad. Hacemos efectivas esas identificaciones de modo reiterado, a través de los gestos más íntimos -cómo comemos, caminamos, hablamos, reímos y gritamos, el modo no verbal y afectivo en que expresamos nuestras conexiones, identificaciones y desidentificaciones. Esas conductas, que el sociólogo Pierre Bourdieu ha denominado “hábitus” (Bourdieu, 1984), iluminan el modo en que reproducimos inconscientemente las interpretaciones simbólicas de las relaciones jerárquicas de poder, que son experimentadas de un modo tan normativo, que permanecen ampliamente inconscientes. La teoría postcolonial ha mostrado el modo en que la posición de cada sujeto en términos de jerarquía social, agrega una capa adicional sobre la alienación inherente a la formación subjetiva. Como observa Kelly Oliver, las estructuras relacionales de opresión, racismo y colonialismo, constituyen un fenómeno social que emerge de los sujetos (blancos y masculinos) privilegiados, “que intentan definir su autonomía y su acceso privilegiado al sentido, contra otros a quienes consideran inferiores” (Oliver, 2004, p. 25).

Los grupos oprimidos son absorbidos dentro de un universo de sentido que ellos no han elaborado, donde son definidos por el discurso hegemónico como seres humanos inferiores y abyectos, incapaces de agencia. La posición social resulta identificada y traducida a través de la escisión binaria socialmente construida sobre los atributos humanos, que divide entre algunos rasgos altamente apreciados que se asocian con grupos cuyo status, poder y riqueza son elevados, y rasgos que son denigrados porque representan a los sujetos vulnerables y privados de poder, que incluyen a las mujeres y a otros clasados y racializados. Esas escisiones socioculturales internalizadas, afectan nuestras más íntimas experiencias sobre nuestro ser y sobre las relaciones interpersonales.

Ya sea que lo denominemos como Orden Simbólico, el Otro, ideología, hegemonía, interpelación, hábitus o el tercero traumatogénico, el contexto social es internalizado y da cuenta de diferentes versiones, dependientes de la ubicación social, de la alteridad en el núcleo del sujeto. Deseo exponer el modo en que pienso que esas perspectivas que teorizan la convergencia de fuerzas sociales, ideología y subjetividad, nos ayudan a comprender el sufrimiento existente en nuestros tiempos de malestar social, que se relaciona con las amenazas múltiples a las que me he referido al comienzo de este ensayo. Podemos considerar a esas amenazas como manifestaciones de una realidad latente que consiste en la concentración globalizada de los recursos, riqueza y poder, en manos de las elites financieras, corporativas, políticas y militares, que ponen a los pueblos del planeta en situaciones de vulnerabilidad intensificada, tanto al interior del imperio como en las regiones neo coloniales del mundo. Las múltiples amenazas antes enumeradas, desde la desestructuración económica hasta las políticas autoritarias, desde el fundamentalismo terrorista hasta las armas de destrucción masiva o hasta el desastre ecológico, nos hacen susceptibles al “miedo líquido”, tal como lo ha denominado el sociólogo Zygmunt Bauman (Bauman, 2007), un término que captura el modo en que nuestros terrores se desplazan continuamente desde una amenaza potencial hacia la siguiente. Tal como argumenta Bauman, en nuestro planeta negativamente globalizado, con un mosaico de diásporas religiosas y étnicas, ya no podemos hablar de “adentro” o “afuera”, o del “centro” o la “periferia”, ya que todos los límites, geográficos, culturales, políticos y demográficos, se funden virtualmente ante nuestros ojos. Desde mi perspectiva, el desarraigo actual, causado por las crisis económicas y políticas internacionales, y afectado de modo creciente por el cambio climático, (Klein, 2016) transforma al migrante o al refugiado en el significante primario de los extremos estados de ansiedad experimentados por los ciudadanos a través del mundo en respuesta a la poco confiable e imprevisible existencia, propia de la vida en el Siglo XXI.

El encuadre psicoanalítico constituye el contexto adecuado donde, en adición a las dinámicas edípicas infantiles, podemos elaborar el modo en que lo social afecta las experiencias intrapsíquicas e intersubjetivas

Considero que los “miedos líquidos” descritos por Bauman se comprenden mejor si se los considera como el producto inevitable de la imposición universal del capitalismo neoliberal, que ha creado el contexto social hegemónico que construye nuestro psiquismo contemporáneo y nuestra experiencia psicológica, lo que incluye nuestras respuestas al terror con el que convivimos diariamente. El neoliberalismo, en tanto teoría, ideología y política, es un complejo sistema global caracterizado por una inconsistencia y plasticidad que dependen del momento histórico y de la situación geográfica en los que ha avanzado. Sus raíces intelectuales datan de la década del ’30 y de la revisión realizada por la Escuela de Friburgo del modelo estatista del fascismo, y nuevamente, décadas más tarde por los economistas de la Escuela de Chicago que se opusieron de modo terminante al Keynesianismo y sus principios redistributivos (Foucault, 2004, p. 172; Palley, 2005). Estos abogados filosóficos de la economía de mercado, han servido de modo paradójico, para proveer la justificación ideológica de políticas estatales cuyo activismo extremo quedó sepultado bajo un discurso de “gobierno pequeño”-o Estado pequeño- y privatización de las fuerzas del mercado, consideradas como el principio rector de la vida económica, política y personal (Binkley, 2016, p. 94; Brown, 2015, pp. 151-173). El desencadenante inmediato para la implementación de la gobernanza neoliberal se produjo a comienzos de los años ’70 como una crítica al Estado de Bienestar, que surgió en respuesta a la Gran Depresión como una estrategia para salvar al capitalismo de su tendencia inherente a generar desigualdad. Durante el período posterior a la guerra, durante los años ’50 y ’60, las políticas redistributivas del Estado de Bienestar supusieron que la riqueza producida por el capital y el trabajo, beneficiaría tanto a los capitalistas como a los trabajadores. Sin embargo, en los años ’70 la torta económica comenzó a achicarse y el neo liberalismo se desarrolló como una estrategia de concentración de riqueza y poder en las manos de las elites financieras. Ese propósito requirió de la privación de derechos económicos y políticos a la gente trabajadora, a través de ataques perpetrados contra las leyes laborales, los sindicatos, los programas de bienestar social tales como Medicare, Medicaid, y la legislación protectora del medio ambiente (Harvey, 2005; Hollander, 2010).

En América Latina, el neo liberalismo patrocinado por los Estados Unidos, debió ser impuesto a través de Estados terroristas que reprimieron con violencia las ideas y los movimientos sociales políticamente progresistas (Hollander, 1997).

Este fue un fenómeno continental. En Chile, la dictadura de Pinochet, aliada con el economista Milton Friedman y sus “Chicago Boys”, permanece como un símbolo del matrimonio entre la gobernanza autoritaria y las políticas de austeridad.

En los Estados Unidos, el neoliberalismo obtuvo consenso por parte de la población porque sus principales sostenedores estuvieron de acuerdo con nuestros valores tradicionales: el individualismo, la propiedad privada y la competencia. El término resulta sin embargo confuso, porque no representa realmente el restablecimiento del liberalismo clásico. Esa teoría construyó principios de laissez-faire y abolió la intervención gubernamental en materia económica, entendiendo que esa sería la mejor estrategia de crecimiento económico nacional, debido a que la competencia fue considerada como una característica primaria de la especie humana. El discurso liberal reconoció también que las condiciones de desigualdad y explotación generadas por la competencia debían ser encaradas en el terreno de la política, a través de luchas para actualizar los principios de inclusión social, y los ideales de igualdad, libertad y soberanía popular (Brown, 2015, p. 44-45; Thorsen y Lie, n. d.). En contraste, el neoliberalismo considera que la competencia económica es necesaria, pero no es natural, por lo que se requiere, de modo reiterado, la intervención gubernamental con el fin de construir y reproducir las condiciones de competición. El Neoliberalismo extiende las condiciones del mercado a todas las esferas de la existencia y configura a los seres humanos, siempre y en todas partes, como Homo œconomicus (Brown, 2015, p. 21), que tienen escasa necesidad e interés por la polis, es decir, en el compromiso político que enfrenta de modo colectivo cuestiones compartidas de justicia social. El neoliberalismo reduce las funciones del Estado, esencialmente, a la generación de crecimiento económico, que es entendido en el sentido de que garantiza la capacidad de los ciudadanos para prosperar y protegerse a sí mismos frente a los riesgos. De allí provienen las políticas de austeridad, que implican la mercantilización y tercerización de todos los proyectos sociales, el desmantelamiento de las instituciones públicas y de los espacios políticos, y el traspaso de la responsabilidad, desde el Estado a los ciudadanos privados, que deben hacerse cargo de su supervivencia en una atmósfera de desempleo permanente y condiciones recesivas. Esta postura requiere que el Estado organice el ejército, la defensa, la policía y las estructuras legales que garantizan los derechos de propiedad, y cuando se requiera, utilizar la fuerza para asegurar el adecuado funcionamiento de los mercados (Harvey, 2005).

Aún cuando creo en el valor de abrir el encuadre para considerar el impacto psíquico de lo social, debo superar una ansiedad momentánea que me invade por el temor de estar violando alguna regla psicoanalítica y ser, entonces, visitada por la policía psicoanalítica

La paradoja que se plantea en la raíz del neoliberalismo, consiste en que el apoyo ideológico a un Estado reducido que evita asumir funciones regulatorias, esconde sus reales conductas, que garantizan el acceso libre de los intereses financieros y corporativos que prosperan a través de la construcción de un poder económico concentrado.

La politóloga Wendy Brown considera que esas políticas producen estructuras económicas caracterizadas por “la socialización del riesgo, acompañada por la privatización de la ganancia” y una práctica que reposa sobre los principios de “demasiado grande para fracasar” y “demasiado pequeño para ser protegido” (Brown, 2015, p. 72). Mientras el Estado delega sus responsabilidades, los valores políticos de de igualdad y libertad se reconceptualizan, entendiéndolos como una responsabilidad individual de los ciudadanos, alcanzable a través de su éxito en el ámbito económico. El Estado deja de asumir el rol de garante de una distribución responsable de niveles aceptables de salud y bienestar accesibles a toda la población. Esos derechos han sido privatizados: se ha pasado de promover una mejor educación pública a una educación financiada de modo privado, de la seguridad social al ahorro individual y el empleo de por vida, de infraestructuras públicas al pago de tasas por el acceso a su utilización, de la provisión de servicios de salud para la edad avanzada, al aseguramiento privado. Este cambio desde lo público a lo privado, del financiamiento de los requerimientos de la vida cotidiana, exacerba la desigualdad y profundiza las ansiedades relacionadas con la supervivencia.

La responsabilización neoliberal se torna ideológicamente neutral cuando se refiere al género. Pero la relocalización en la esfera privada de las actividades destinadas al bien común, penaliza a las mujeres (Marcal, 2016). De acuerdo con un estudio encargado por las Naciones Unidas, la privatización neoliberal del cuidado de los muy jóvenes y de los muy mayores, los enfermos y los discapacitados, al apoyarse en la red invisible de contención provista por el trabajo no pago de las mujeres, que es desconocido y desvalorizado (Elson, 2015), continúa creando desventajas para la mitad de la población, en un contexto económico hobbesiano.

Una visión distópica plantea como alternativa que, o las mujeres continúan proveyendo las tareas domésticas no remuneradas o mal pagas, que constituyen el pegamento no reconocido de un mundo que de otro modo no se podría sostener, o resultan absorbidas en la economía y en la cultura neoliberal, de modo que ellas también adopten el rol de homo œconomicus, y en ese caso, tal como lo expresa Wendy Brown, “el mundo devendría inhabitable” (Brown, p.104).

El punto de vista prevaleciente, que considera al ser humano como homo œconomicus en lugar de percibirlo como homo políticus”, ha reemplazado a otras perspectivas acerca de lo que significa ser humano, considerándolo, por ejemplo, esencialmente político, religioso, ético, social o moral. Los valores neoliberales han permeado el psiquismo de las personas porque encarnan un análisis social cuyos principios prescriptivos extienden los valores del mercado a todas las instituciones, las prácticas sociales y la psicología individual. Los principios de responsabilización, privatización y marketización, que caracterizan al orden neoliberal, forman a los sujetos para que adopten una postura de competitividad y oportunismo (Binkley, 2016, p. 92; Harvey, 2005). En este énfasis sobre el “hombre económico” existe una asunción implícita acerca de que la proclividad humana natural consiste en actuar sobre la base del interés personal, el egoísmo y la gratificación narcisista, por sobre la generosidad, el deseo de compartir, la empatía y el compromiso con el bienestar colectivo. La inversión en sí mismo y en los demás, mensurable en una planilla que registra ganancias y pérdidas, deviene en la meta cuya evaluación permite definir lo que se considera una vida exitosa. En términos psicológicos, el sujeto es concebido como una empresa cuyo éxito individual se obtiene mediante un compromiso con los objetivos empresariales, mientras que los demás son experimentados, más como recursos a ser utilizados, que como otros en los que la investidura psicológica proporciona seguridad emocional y satisfacción recíproca.

Foucault consideró que el énfasis neoliberal en los valores del privatismo es responsable del achicamiento de los lazos comunitarios y de la responsabilidad comunitaria. Esta política e ideología requiere que los ciudadanos desarrollen una identidad basada en la ética empresarial y una autonomía moral reflejada en la capacidad de “responsabilidad personal” y “auto cuidado”, (Lemke, 2005). La hegemonía ideológica neoliberal caracteriza al ciudadano modélico como alguien que acepta la responsabilidad individual por su destino, un ciudadano que no percibe el mundo social en términos de relaciones diferenciales de poder, reificadas en estructuras sociales, políticas y económicas que benefician a las clases privilegiadas y evisceran los derechos de la mayoría.

Los impedimentos sistémicos para obtener oportunidades, logros, éxito, seguridad y bienestar, se tornan invisibles en el discurso neoliberal que reinterpreta el significado de la libertad y democracia en términos individualistas. Este cambio de enfoque se refleja en las profesiones psi, así como en el público lego. Lo que en una época fue apreciado como interioridad psicológica y exploración terapéutica de las propias raíces históricas o metas y deseos en conflicto, tiende hoy a ser reemplazado por un foco en los impedimentos externos para la realización de la agencia al servicio del éxito, un punto de vista enfocado en el futuro más que en el pasado, y una preferencia por las medidas preventivas en lugar de las restaurativas (Binkley, 2016, p. 94).

Mientras que el individualismo y el darwinismo social son endémicos al capitalismo, su lugar prominente en el discurso neoliberal resulta especialmente problemático dadas las transformaciones económicas que han aumentado de modo significativo la brecha de poder y privilegios existente entre las elites financieras y políticas, y los millones de gente trabajadora que habita en las áreas urbanas y rurales devastadas por la exportación de capitales y recursos, que dejó un saldo de desempleo masivo, semanas laborales de al menos 60 o 70 horas, remuneradas con un salario más bajo que el mínimo, la pérdida de hogares, de planes de retiro y de cuidados de salud, Estados en bancarrota, comunidades asoladas, un enorme endeudamiento de familias y estudiantes universitarios y la erosión de las posibilidades de los ciudadanos de proveer un mejor futuro para sus hijos. El excepcionalismo americano está bajo sitio en un país cuyas estructuras económicas son de modo creciente, inequitativas, sus instituciones políticas están corruptas, y los asaltos a las libertades civiles y a los derechos humanos tornan el único Superpoder del mundo similar a los países del Tercer Mundo. Para ilustrar esta perspectiva bastará saber que en la democracia americana los 20 individuos más ricos -aquellos que fueron infamados por el movimiento social Occupy Wall Street, donde se los identificó como el 1 por ciento -pero ellos en realidad representan la cúspide del 10 por ciento-, poseen una riqueza mayor que la mitad más pobre de la población combinada, que asciende a 152 millones de personas, (IPS-dc.org, 2015). El economista francés Thomas Piketty demostró en su best seller El Capitalismo del Siglo XXI (Piketty, 2014), que la porción de la riqueza nacional que pertenece al 14 por ciento de las capas medias de la población ha declinado desde el 30 por ciento hasta representar el 20 por ciento en la última década, con consecuencias psicológicas que podemos observar en nuestras prácticas clínicas.

La fragmentación y el aislamiento respecto de los sólidos lazos comunitarios y los vínculos interpersonales se van intensificando a medida que los individuos buscan una posición al interior de las estructuras económicas y sociales que se desintegran. Tal como ha escrito Anthony Elliot “Hay pocas maneras, si es que existe alguna, de recuperar la tendencia hacia el logro de ocupaciones estables” (Elliot, 2009, p. 6).[2] En 1997, Pierre Bourdieu comenzó a referirse a la “precariedad” como una de las características fundacionales de la sociedad neoliberal. En la actualidad, la precariedad se ha transformado en un concepto ubicuo, utilizado por los sociólogos para referirse a la incertidumbre económica, y a la angustia existencial producida por la disolución de los empleos estables, los lazos sociales, las identidades ocupacionales, las protecciones sociales y una conciencia colectiva de autovaloración generada por el orgullo del trabajo bien realizado. Existen debates acerca de si la existencia de clases precarias constituye un fenómeno social novedoso, o si se trata de una característica tradicional de la vida de las clases trabajadoras, que hoy se ve exacerbada por la disminución de las oportunidades, salarios y niveles de vida, provocada por un ejército globalizado de desempleados que está en expansión, y que constituye un factor generalizado de presión hacia el desclasamiento de los trabajadores, en todas partes (Seymour, 2012; Standing, 2013). A esto se agrega el deterioro de la calidad de vida a medida que los empleadores reclaman una disponibilidad de los trabajadores durante las 24 horas del día a través de la conectividad electrónica, mientras la vida familiar cae presa de la incapacidad parental para controlar y predecir los tiempos y estilos de las demandas patronales.

El encuadre psicoanalítico nos proporciona algo que lamentablemente se está perdiendo en la cultura actual: un espacio para pensar y reflexionar de modo crítico acerca de sí mismo y el otro en una relación que promueve la autenticidad y el reconocimiento

La precariedad tiene un impacto desorganizador sobre el sujeto, sin precedentes en esta cultura neoliberal globalizada. El nuevo campo de los Estudios sobre Identidades (O estudios identitarios), ha producido una literatura que se enfoca sobre el impacto psicológico que genera la existencia en un mercado laboral neoliberal: contratos laborales de corto plazo, incesantes reducciones de personal y carreras múltiples que demandan una fuerza laboral dotada de capacidades flexibles, gran plasticidad e incesante reinvención (Elliot, 2009, pp. 46-48). Los sociólogos se refieren a una tendencia que denominan DIYs[3] (identidades auto construidas o “hágalo usted mismo”), que puede resultar liberadora con respecto del clásico modelo de la fabricación fordista para las elites, o para algunos individuos dotados de capital o de extraordinarias ambiciones emprendedoras. Pero para la mayor parte de la gente, DIYs funciona como una fuente de ansiedad e inseguridad constante acerca de su prescindibilidad personal.

Estas condiciones sociales desesperantes, resultan difíciles de procesar psicológicamente, en función del énfasis neoliberal sobre la autonomía, la auto confianza y la competitividad. La negación de toda clase de conexiones, constituye lo que Lynne Layton denomina inconsciente normativo. Tal como observa Layton, se promueve un carácter narcisista, basado en la denigración de las necesidades de apego y la sobrevalorización de las capacidades de agencia, lo que requiere que aquellos que ocupan posiciones privilegiadas en diversas jerarquías sociales, depositen su dependencia y necesidad sobre los menos poderosos (Layton, 2004). La vergüenza, una emoción esencial asociada con la incapacidad de encarnar el ideal cultural de autonomía y autosuficiencia, constituye una aliada afectiva de la hegemonía. El fracaso es experimentado como una prueba de inadecuación personal, en lugar de ser percibido como una catástrofe social. La vergüenza genera con frecuencia accesos de furia vengativa que se expresan de modo caótico. Aquellos sujetos que devienen más profundamente abyectos al interior, y por causa, de la jerarquía neoliberal basada en la clase social, con frecuencia recurren a estados mentales omnipotentes, como recursos para defenderse contra la fragilidad y la inestabilidad. Un ejemplo dramático se encuentra en el caso de Robert Lewis Dear, un varón blanco que el 27 de noviembre de 2015 mató a tres personas e hirió a otras nueve dentro de una clínica de Colorado dedicada a la planificación parental. Era un vagabundo que vivía en una casa rodante sin agua corriente ni electricidad, y tuvo un ardiente exabrupto en la Corte, donde manifestó ser “un guerrero defensor de los niños”, lo que fue interpretado como un signo de trastorno mental que lo descalificó para ser juzgado. Sin embargo, su declaración constituye una brutal ilustración de un fenómeno social: cuando el privilegio de los hombres blancos es puesto en riesgo en varones cuya capacidad para controlar sus vidas se ha deteriorado, muchos de ellos buscan compensación en una identidad masculina violenta cuya agencia se expresa mediante una disociación perversa: la agresión de Dear fue desplazada sobre las mujeres en lugar de agredir al sistema que ha atacado su integridad. Su vulnerabilidad y desamparo son desmentidos y proyectados sobre el feto al que, armado con un revólver, pretende salvar exitosamente de la aniquilación. Irónicamente, esta acción individual desesperada de un solo hombre, resultó más visible para la gente que las cuarenta y siete nuevas restricciones establecidas a través de todo el país contra los derechos reproductivos de las mujeres, por legislaturas estatales dominadas por la perspectiva androcéntrica.

He destacado anteriormente que la teoría postcolonial ha elucidado las vulnerabilidades asociadas con la posición subjetiva abyecta de los grupos que están en la parte más baja de la jerarquía social. La “alterización” (u “otrificación”) genérica se produce a través de prácticas institucionales y actitudes discriminatorias, de modo que los negros, latinos e inmigrantes musulmanes en general, son también utilizados por los discursos ideológicos neoliberales para canalizar la agresión experimentada por varones blancos que se desclasan y que se sienten amenazados por la misma inseguridad ontológica que caracteriza a la gente de color, tanto en este país como en todo el mundo.

Mientras tanto, las ambiciones de los poderosos, de sostener y expandir su influencia y control sobre los recursos sociales, resultan facilitadas y justificadas por una gama de operaciones psíquicas que incluyen la omnipotencia, la denegación de la reciprocidad interpersonal y la desestimación de la realidad, incluyendo la desmentida de su impacto negativo sobre los seres humanos y los ecosistemas. La subjetividad neoliberal de los poderosos produce una cultura de la impunidad cuya clave consiste en un oportunismo egocéntrico y en el (ab)uso del poder para el logro de ganancias financieras y empresariales. Este “bloque dirigente” para usar la expresión de Gramsci, y la hegemonía que representa, es el modelo con el cual muchos ciudadanos se identifican, en detrimento de su capacidad para organizarse e involucrarse en luchas contrahegemónicas en pro de la responsabilidad social y de la solidaridad comunitaria. La fragmentación social nos expone, a cada uno de nosotros, a una búsqueda solitaria de soluciones individuales para afrontar crisis generadas socialmente. Este es un tercero traumatogénico, que ya no está por fuera de la experiencia normal, sino que por el contrario, constituye la nueva normalidad. Al desviar nuestra atención de los males sociales que nos rodean, y condonar el destino aciago de los demás, buscando un escape al interior de los estrechos confines de las metas personales disociadas de las cuestiones sociales más amplias, buscamos estrategias defensivas para protegernos de sentimientos de desamparo e impotencia. El riesgo es que esta negación y desestimación contribuya a crear una población cómplice que refuerce a través de la inacción las condiciones reales que promovieron inicialmente esas defensas.

De todos modos, nuestra inserción dentro de los intersticios del poder no transcurre sin tensión ni resistencia, puesto que los sujetos tienen el potencial de reafirmar su agencia y de resistir a ese poder.

Foucault denominó como dispositivo al proceso de subjetivación, y con ese término se refirió a los mecanismos, incluyendo la conducta, el comportamiento y los hábitos mentales, que constituyen un reflejo internalizado de la hegemonía. Consideró que la subjetivación neoliberal implica un proceso dialéctico de de-subjetivación de lo que existió previamente (Foucault, 2004), y como deseo agregar, un proceso de subjetivación del dispositivo de lo que puede advenir más adelante. Gramsci reconoció que el “bloque dirigente” es capaz de absorber ideologías en apariencia contradictorias, pero que en determinados momentos históricos, los movimientos ideológicos opositores emergen, y su articulación con las insatisfacciones inexpresadas por los sujetos respecto de la hegemonía, pueden cristalizar en una nueva conciencia y promover su involucramiento en movimientos transformadores. Podemos considerar que tanto Foucault como Gramsci dan cuenta del potencial existente para desafiar al neoliberalismo. Y eso mismo es lo que produce el psicoanálisis. Desde diversos puntos de vista, los psicoanalistas elaboran los componentes de una mente en conflicto, no sólo en su interior, sino también en relación con la autoridad. En nuestra cultura actual circula una multiplicidad de posiciones hegemónicas y contra-hegemónicas que afectan a cada individuo, de modo tal que la complacencia resulta siempre potencialmente desafiada por posiciones críticas respecto del poder social y de los modos en que resulta internalizado como fundamento de la identidad individual. La desconexión con respecto a la hegemonía representa nuevas posibilidades que resultan liberadoras, pero que también se experimentan como potencialmente amenazantes. Como psicoanalistas, nuestro trabajo clínico es el espacio donde se despliega nuestra creencia optimista en que nuestros pacientes puedan, potencialmente, modificar las disconformidades intrapsíquicas e interpersonales, que obturan sus capacidades para devenir como sujetos éticos. En efecto, el crecimiento psicológico puede ser logrado si nuestros pacientes, y nosotros mismos, somos capaces de tolerar el conocimiento, propio de la posición depresiva, acerca de las fuentes, tanto externas como internas, de nuestra destructividad. Este proceso incluye nuestra capacidad para hacer el duelo por nuestras pérdidas, enfrentar la incertidumbre, tolerar la ambigüedad, la paradoja y la vulnerabilidad, de modos que estimulen el desarrollo de resistencia, aunque no uso esta expresión en el sentido que le atribuimos habitualmente en psicoanálisis. Tanto en la situación clínica como en el ámbito social, podemos plantearnos el desafío de dejar de emplear la represión o la disociación para defendernos de aquello que amenaza nuestra identidad intrapsíquica familiar y nuestras conexiones intersubjetivas, defensas que nos encierran en la compulsión a repetir. En lugar de eso, podemos aspirar a ampliar nuestra capacidad de comprensión, y entender las amenazas a nuestro bienestar de modos que habiliten la creación de nuevas posibilidades. Esta clase de resistencia, puede potenciar una autoestima intensificada y ayudarnos a establecer vinculaciones positivas que nos provean de un sentimiento de agencia, y en consecuencia, de esperanza.

 

¿Cómo se manifiesta en la privacidad del encuadre psicoanalítico el malestar socialmente producido, su replicación y la resistencia potencial contra el mismo? Sugiero que podemos reconocer y elaborar el modo en que la hegemonía neoliberal se experimenta como rasgos de carácter, revelado en las conductas cotidianas y en las relaciones emocionales, mediante la exploración de los modos en que se pone de manifiesto en el proceso analítico y más aún, se reproduce a través de actuaciones en la relación analítica. A través de esa tarea, podemos devenir capaces de facilitar un reconocimiento crítico del modo en que cada uno de nosotros ha internalizado escisiones regresivas que lesionan y obstruyen nuestro desarrollo potencial hacia una subjetividad más reflexiva. Deseo plantear que es importante desafiar el sacrosanto principio de neutralidad psicoanalítica, para reconocer que siempre estamos posicionados, de algún modo, en relación con los valores y con la ética de nuestra matriz social, aún en el encuadre clínico. Recordemos la advertencia de la poeta polaca Wislava Szymorska acerca de que:

“Cuanto dices produce una resonancia,
cuanto callas suena también
significativamente político.”

De modo que, ¿qué podemos decir para evitar la colusión normativa inconsciente que establecemos con nuestros pacientes y que reproduce el carácter narcisista asociado con la cultura neoliberal?

Presentaré dos viñetas clínicas en las que he seleccionado momentos clave dentro de tratamientos complejos, que me permiten ilustrar el modo en que las derivaciones de la hegemonía se manifiestan en el material del paciente y en el encuentro intersubjetivo entre paciente y analista. Deseo mostrar el modo en que el enfoque que se centra en los conflictos del paciente, considerándolos como productos de la etiología familiar, puede ser extendido y ampliado, cuando el lente psicoanalítico se abre para incluir un alerta ante los síntomas de los trastornos culturalmente producidos. Considero que podemos expandir los horizontes del tratamiento psicológico en nuestro trabajo clínico cuando buscamos localizar dónde y cómo los patrones neoliberales de responsabilidad, privatización, marketing y negación del otro se manifiestan, y alteran la experiencia subjetiva del sí mismo y de los otros. Considero que los fenómenos sociales que he descrito en este ensayo están velados, pero visibles en una primera mirada, en el material clínico del paciente. Nuestro conocimiento incrementado acerca de los componentes traumáticos de nuestro contexto social, puede proveer fructíferas oportunidades para interrogar a los síntomas y códigos de los padecimientos psicopolíticos. Ese conocimiento intensifica la posibilidad de que seamos capaces de facilitar un proceso que marche hacia la desidentificación con la hegemonía y hacia la expresión individual e intersubjetiva de la libertad y del propio deseo.

Lis era una mujer profesional blanca, de clase media alta, cuya frenética vida le dejaba escasas oportunidades para estar con su hija pequeña. Sus intentos de ser una super mujer la habían decepcionado tanto como profesional, como en su condición de madre y, en el momento que relataré, su obsesión se enfocaba sobre su niñera latina, respecto de la cual sentía resentimiento debido a la relación estrecha que mantenía con su hijita. Insegura, como toda madre primeriza -por temor a dañar el necesario cuidado profesional de su hija- había tenido dificultades para dar indicaciones a su experimentada niñera. Habíamos explorado la transferencia materna de Lis respecto de su niñera. Ésta se relacionaba con su sentimiento de culpa por haber logrado un matrimonio feliz y un éxito económico que su frustrada y resentida madre nunca había logrado alcanzar. Sus temores inconscientes a la retaliación se detectaban a través de su convicción acerca de que la niñera intentaba apropiarse de su hija. Con frecuencia, había sido experimentada en la transferencia como una figura maternal crítica y Lis había provocado, a menudo, mi resentimiento contratransferencial cuando la experimentaba como frustrante respecto a mis intenciones y, por lo tanto, de mi capacidad de serle útil. Pero a medida que elaboramos los conflictos de Lis, ella comenzó a sentirse más cómoda cuando lograba afirmarse para reclamar su lugar como madre de su hija. Lentamente, desarrolló mayor tolerancia a mis intervenciones sin sentirse criticada ni, en consecuencia, defensivamente agresiva.

Sin embargo, este logro terapéutico había encubierto una dimensión importante del tratamiento, que se relacionaba de modo directo con la internalización de las relaciones jerárquicas neoliberales de clase y etnia. Había algo asombrosamente ausente en el enfoque, hasta que un día lo comprendí, cuando Lis proclamaba orgullosamente que había permitido a su niñera tomar un tiempo libre para asistir a una clase de inglés, como segunda lengua. Cuando decía que esperaba ser compensada mediante el cuidado gratuito de la niña durante los fines de semana, recordé que ella le pagaba a su niñera menos que el salario mínimo y que, además, le reclamaba jornadas diurnas y nocturnas excesivamente prolongadas. Me sentí conmovida cuando reconocí que me había dejado distraer por mi tendencia a enfocarme en las problemáticas dinámicas familiares de Lis, lo que había oscurecido mi percepción sobre el modo en que las relaciones hegemónicas de clase y de etnia se habían ido jugando en la “etnotransferencia” compartida con mi paciente: ambas somos blancas y de clase media, y habíamos establecido una alianza no reconocida y no expresada contra la niñera, latina, inmigrante y de clase trabajadora. Las dos desarrollamos lo que Leary denomina como “una actuación racial”, denominación con la cual esa autora se refiere a interacciones que contienen supuestos sociales sobre la raza, especialmente entre pacientes y terapeutas que comparten condiciones similares (Leary, 2000). A pesar que tengo décadas de historia profesional, política y personal en América Latina, y afiliaciones con las poblaciones de inmigrantes latinoamericanos y que, por otra parte, Lis había sido una orgullosa política progresista durante años, su niñera latina había sido otrificada en el tratamiento. Cada una de nosotras había proyectado sobre ella sus estados disociados de vulnerabilidad. En mi caso, comprendo que había estado evitando una dimensión de la relación existente entre Lis y yo, que expresa las diferencias existentes entre nuestros orígenes de clase: ella creció en el seno de una familia de clase media alta, mientras que mi propia familia de origen perteneció a una clase media baja. Una diferencia que se expresó a través de la actitud autorizada con que Lis se había referido a los tiempos y honorarios de las sesiones, en contraste con mi inhibida reluctancia a tratar esas cuestiones con ella. Una vez que logré comprender mi propia contribución a esa actuación conjunta, me resultó posible involucrar a Lis en la exploración de ese problema co-creado.

Comencé a pensar en el modo en que esa desigualdad entre nosotras había inhibido mi capacidad para reconocer, más tempranamente, que ambas habíamos deshumanizado a su cuidadora a través de procesos inconscientes normativos, conectados con nuestras posiciones subjetivas privilegiadas al interior de la sociedad blanca. ¿Cómo plantear esto a Lis de un modo no didáctico y sin que ella se sintiera criticada o atacada? Decidí señalar simplemente que no habíamos hablado demasiado acerca de la vida personal y la experiencia de la niñera, y preguntar que podría significar esa omisión. Mientras Lis luchaba por comprender esa cuestión, expresó, por primera vez, sus sentimientos ambivalentes hacia el idioma español: ella deseaba mucho que su hija creciera como bilingüe, pero se sentía excluida de la intimidad lingüística y cultural que se establecía entre la niña y la niñera. Relacionó estos sentimientos con lo poco que le pagaba a su niñera admitiendo, por primera vez, que el bajo salario violaba sus propios valores políticos y reconociendo que esa situación también le proveía una gratificación enigmática. Esta primera comprensión de Lis devino en un reconocimiento acerca de que su experiencia de exclusión y los sentimientos de denigración concomitantes, podían transformarse en su contrario cuando ella asumía la posición de excluir a su niñera del logro de un salario suficiente, lo que se acompañaba de la pérdida de los sentimientos de dignidad que produce la percepción de una remuneración justa por el trabajo realizado. Este material constituyó una transición para nuestra exploración acerca de la cuestión de los privilegios de clase y etnia que compartíamos y que funcionaron para aminorar nuestras ansiedades no expresadas, surgidas en respuesta a la desestabilización de la vida cotidiana en la América neoliberal. Sin esta dimensión del análisis, considero que ese tratamiento psicoanalítico podría haber reforzado la conformidad con las relaciones sociales jerárquicas existentes. Más aún, hubiera dejado intacta la escisión neoliberal entre el individuo privado y el ciudadano social, una disociación que obstaculiza el desarrollo de empatía y responsabilidad moral.

Con este contexto social en mente, Lis y yo comenzamos a comprender que ella había estado evitando hablar acerca de su experiencia como profesional que sufría los efectos del deterioro económico que amenazaba su posición en la firma donde trabajaba. Comprendimos que ella había negado el grado de ansiedad que le causaban las políticas restrictivas de la firma. Una vez que pudimos reconocer que estaba aterrorizada ante la perspectiva de perder su status de clase media y su estilo de vida, logramos entender que la niñera había funcionado como el repositorio para los estados mentales emocionales, disociados y denigrados, de inseguridad y vulnerabilidad, que Lis experimentaba. Pudo defenderse de los ansiosos sentimientos de impotencia experimentados en su rol de profesional en relación de dependencia, a través de su experiencia de agencia en su rol de patrona con control absoluto sobre su empleada. En esta instancia, el encuadre psicoanalítico constituye el contexto adecuado donde, en adición a las dinámicas edípicas infantiles, podemos elaborar el modo en que lo social afecta las experiencias intrapsíquicas e intersubjetivas. A través de esta lente, Lis pudo comprender una actuación inconsciente y tolerar el tomar conocimiento sobre su reproducción, sintónicamente clasada y etnificada, de lo que Jessica Benjamin denomina un estilo de relación entre hacedor/hecho (Benjamin, 2004). Esta toma de conciencia permitió que Lis evolucionara hacia una relación de mutualidad incrementada con su niñera y sus capacidades de agencia se redirigieron de modo constructivo hacia un compromiso para tomar una clase de español, de modo de poder compartir lo que hasta el momento había experimentado como una experiencia psico-cultural exclusiva (y excluyente), de su niña con la niñera. Devino más dispuesta a reconocer los modos en los que habían bifurcado sus valores políticos progresistas de su interés personal financiero y reconoció que esa estrategia había servido al fin de contener sus ansiedades socialmente generadas, al tiempo que le producía sentimientos de culpa de los que debía defenderse. Hoy lucha para contener y tolerar su ansiedad sobre su inseguridad profesional, sin necesidad de proyectarla sobre la cuidadora de su niña. Este cambio incluye la lucha para superar su resistencia, relacionada con su estado de impredictibilidad financiera, para establecer una remuneración más justa por la tarea de su niñera. Su comprensión sirvió para establecer una relación más genuinamente colaborativa, aunque aún inequitativa, entre ambas mujeres. Este movimiento transformador en el tratamiento, fue facilitado mediante la apertura del encuadre a los modos en que la subjetividad y la posición de los sujetos resultan internalizadas y reforzadas, de modos normativamente inconscientes, que pueden ser desafiados si ambos participantes del proceso analítico están motivados para hacerlo.

En mi segunda viñeta clínica, B., un padre afable de tres hijos, blanco, de 43 años, con una carrera profesional exitosa y de largas décadas de duración en la industria del entretenimiento, había estado desempleado durante dos años y ninguno de sus numerosos esfuerzos por encontrar trabajo había abierto alguna posibilidad profesional. Su esposa, más exitosa que él y que se desempeñaba en el mismo campo de actividad, rehusaba movilizar sus conexiones profesionales para ayudarlo, aún cuando lo desvalorizaba por no estar empleado. B. aceptaba las actitudes denigratorias de su esposa de modo pasivo, como si fueran normales, debido a que había sido criado por una madre dominante y crítica cuya aprobación aún buscaba. Además, coexistiendo con su aceptación consciente de una familia con dos carreras profesionales, estaba comprometido de modo inconsciente con la internalización de una identificación de la masculinidad con la provisión económica. No había respondido de modo favorable a las intervenciones orientadas a explorar su sometimiento masoquista, tanto respecto de su madre como de su mujer y el modo en que sus actitudes complacientes se reproducían en la transferencia, de este modo, B se adhería a los sentimientos familiares de vergüenza por no ser “un verdadero hombre”. Su conocimiento acerca de la crisis económica que también había afectado a muchos de sus colegas, no conmovía su convicción acerca de que su condición de desempleado respondía a algún defecto personal. Intentaba de modo desesperado actualizar su identidad profesional, enviando solicitudes de empleo para diversas posiciones laborales, donde presentaba -de modo creativo- distintas combinaciones de sus talentos y habilidades en el estilo típico de creación identitaria caracterizado como “Hágalo usted mismo”. Subyacía un sentimiento de vacío y desesperanza, mientras intentaba identificar quién y qué era, tanto en ese momento como a futuro. Mientras asumía una mayor responsabilidad por el trabajo doméstico y el cuidado de los niños, se sometía de modo pasivo al rechazo hostil de su mujer para reconocer sus importantes contribuciones a la familia, que la habilitaban para trabajar durante largas jornadas y realizar viajes profesionales durante prolongados períodos de tiempo.

B. revelaba el impacto pernicioso de su identificación con las jerarquías culturales hegemónicas. Se angustiaba ante la movilidad social descendente, mientras tanto, él como su esposa consumían sus ahorros de modo compulsivo, al intentar mantener un estilo de vida de clase media alta. Además, para B. la categoría de “varón”, estaba permeada por las definiciones hegemónicas que demandan escisiones de los atributos humanos a lo largo de las líneas del género, - ser un hombre en nuestra cultura neoliberal significa encarnar el ideal de “individuo libre”, tener agencia, ser asertivo, ejercer control sobre sí mismo y sobre los demás, ocupar una posición dominante en las relaciones heterosexuales -, mientras que los atributos opuestos de dependencia, empatía, habilidad relacional y sumisión, están asociados con la feminidad y resultan desvalorizados. De modo que B. y su esposa, a pesar de su desafío aparente a los roles convencionales de género, compartían una aversión neoliberal respecto de la interdependencia. Infortunadamente para esta pareja, la mujer de B. funcionaba sobre la base de lo que Foucault y Brown han identificado como el homo económicus neoliberal, para el cual la competitividad y el uso de los otros como objetos para el progreso personal, predominan sobre las capacidades de empatía y cooperación. De hecho, la mujer de B. en su condición de miembro privilegiado de la clase media alta, había internalizado una versión de la autonomía que rechazaba su involucramiento con las relaciones. Aborrecía la compasión y denigraba la vulnerabilidad. B. interpretaba el rechazo competitivo de su esposa para facilitarle conexiones profesionales, como normativo, y sus propios deseos de que ella fuera generosa y lo apoyara, como pruebas de su despreciable debilidad. La autovigilancia de B., que lo presentaba ante sus propios ojos como “no masculino”, le producía una profunda vergüenza e inhibía su capacidad para percibir la especificidad histórica y el contexto cultural de su apremio personal. Las versiones de los valores neoliberales internalizadas por esta pareja, que promueven la responsabilidad individual y la competencia, lesionaron sus capacidades emocionales constructivas para adaptarse a los nuevos desafíos económicos.

Este supuesto fue desafiado en una sesión donde B. se quejaba porque su mujer lo había reprendido por haberse olvidado de comprar papel higiénico el día anterior. Lamentó que ella no reconociera que, habitualmente, él se ocupaba de la mayor parte del trabajo doméstico y del cuidado de los niños. Mientras escuchaba, me encontré asociando con “papel higiénico”, como un significante del sentido compartido por B. y su esposa, de que él no podría limpiar el mugriento desastre que es su vida. Ese pensamiento fue desplazado por otro que me recordó súbitamente mi activismo feminista durante los años 70 y el análisis feminista acerca del impacto psicológico de las tareas domésticas sobre las mujeres, que condujo a la organización de Salario para el Trabajo Doméstico. Recordé que las compañías de seguros, interesadas en determinar los pagos correspondientes a los beneficiarios, calcularon cuánto ganarían anualmente las mujeres si su trabajo doméstico fuera pago. Sus estudios demostraron que las mujeres podrían ganar más por sus tareas como esposas y madres, que el sueldo promedio de la población masculina inserta en la fuerza laboral remunerada. Las feministas argumentaron que el trabajo impago de las mujeres en el sistema capitalista, las tornaban invisibles, a ellas y a su valor económico, con los consiguientes efectos psicológicos deletéreos, consistentes en una pérdida de poder, manifestados a través de una baja autoestima, masoquismo y pasividad. Cuando comprendí dónde había derivado durante la sesión, decidí seguir un impulso espontáneo de relatar a B. esta cuestión de economía política. Así lo hice, consciente de que aún cuando creo en el valor de abrir el encuadre para considerar el impacto psíquico de lo social, debo superar una ansiedad momentánea que me invade por el temor de estar violando alguna regla psicoanalítica y ser, entonces, visitada por la policía psicoanalítica. En conjunto con B., exploramos las implicaciones que tenía esta crítica feminista para su situación personal y el modo en que, en el contexto de la inversión de los roles tradicionales de género que estaba ocurriendo al interior de su familia, él podría padecer efectos psicológicos similares, asociados con su habitual división del trabajo, que darían cuenta, al menos en parte, de la intensidad de su autoagresión. En las siguientes sesiones, B. retornó de modo reiterado a este tema y comencé a notar un cambio en sus sentimientos con respecto a su esposa. Resentía de modo creciente la actitud crítica de ella y tomaba conciencia de su deseo de ser reconocido por sus contribuciones al sostenimiento de la familia. Además, la negativa de su esposa a compartir sus conexiones profesionales, le empezaba a resultar cuestionable, en lugar de considerarla normal. Este cambio en la actitud de B., puede ser comprendido como una reacción a una experiencia de ser reconocido de modo empático en la relación analítica como una persona valiosa cuyas contribuciones sociales son apreciadas, en lugar de sentirse como el desechable objeto de su autodenigración y del desprecio de su esposa. B. pudo utilizarme como una aliada terapéutica en esta mezcla compleja y confusa de experiencias en la cual las posiciones genéricas tradicionales fueron invertidas. Validé el nexo entre los sentimientos de devaluación que experimentaba B. y el rol invisible, feminizado y denigrado que ocupaba en su economía familiar, empleando una comprensión feminista acerca de la conexión existente entre las posiciones de los sujetos en el mundo social y la autorización o la clausura de su sentimiento de agencia y autovaloración. Sugiero que B. comprendió algo importante relativo a las bases culturales de su crisis personal, debido a que sus nociones socialmente construidas acerca de la masculinidad, ya no son tan ego sintónicas. A lo largo del tiempo, lentamente extendió su conciencia en evolución a la comprensión de su descenso profesional y comenzó, al menos en parte, a pensar acerca del mismo, como un síntoma de una crisis socialmente producida, en lugar de percibirlo sólo como efecto de su fracaso personal.

He intentado destacar el valor de estar alertas respecto de los orígenes sociales del sufrimiento psíquico y de confrontar la tendencia existente al interior del psicoanálisis a separar lo individual de lo social y lo privado de lo público, que oblitera lo que observó Stephen Frosh como los ejes sociales que están incorporados en la organización del deseo (Frosh, 1987). El psicoanálisis está particularmente bien situado para realizar una contribución significativa a los discursos críticos acerca del impacto destructivo de la hegemonía neoliberal sobre las personas de todo el mundo. El dolor privado que observamos en la situación clínica, puede servir como testimonio de las intromisiones de un orden social crecientemente traumático. Además, el encuadre psicoanalítico nos proporciona algo que lamentablemente se está perdiendo en la cultura actual: un espacio para pensar y reflexionar de modo crítico acerca de sí mismo y el otro en una relación que promueve la autenticidad y el reconocimiento. Considero que todos padecemos en este clima de malestar social. Nuestro desafío es sustraernos de la posición de espectadores pasivos, que se produce cuando le damos la espalda a la seriedad de la crisis contemporánea. Las apuestas son elevadas. Judith Butler, en Vidas precarias. El poder del duelo y la violencia, escribe: “Duelo, miedo, ansiedad, rabia. En los Estados Unidos estamos rodeados por la violencia, habiéndola perpetrado antes y ahora, sufriéndola, experimentando temor ante ella, planeando nuevas violencias…” (Butler, 2006). Sin embargo, esta violencia contra la gente y la tierra, está promoviendo una resistencia creciente, un nuevo impulso contrahegemónico en este país, uno que lleva la impronta de un nuevo dispositivo, incluyendo la resurrección del homo políticus y los valores de la ciudadanía, activados en busca de la justicia social y los derechos humanos que han sido profundamente atacados por la política y la ideología neoliberal. Si es cierto, tal como plantean Laclau y Mouffe, que la política consiste en una lucha sobre la institución de significados sociales librada en el campo de batalla de la sociedad civil (Laclau y Mouffe, 2001), estamos asistiendo, en el actual estallido de movimientos, tanto progresistas como conservadores, a un rechazo tumultuoso de un sistema social cuyas prioridades son tan profundamente destructivas. Las demandas contrahegemónicas a favor de una política de la sanación -tanto de las enfermedades sociales como de la tierra- hoy son parte integral del entorno social que enmarca el encuadre psicoanalítico. Felizmente, ellas también se abrirán paso al interior del proceso psicoanalítico como agitadoras de las ansias de conexión social y colaboración. Creo que un proceso psicoanalítico social puede proveer un espacio donde sea posible aprender a usar la propia mente para tolerar ansiedades producidas por nuestro entorno traumático y para atreverse a actuar en busca de alternativas, tanto en la vida social como en la existencia personal. Un psicoanálisis social podría facilitar la emergencia de individuos que se reconozcan como sujetos capaces de curar nuestros tiempos de malestar social.

 

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[1] Culture-free

[2] Juego de palabras intraducible: “few if any ‘beds’ for reembedding look solid enough to auger the stability of long occupation”

[3] Do-it-yourself identities

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La adolescencia frente a las nuevas tecnologías: ¿herramienta, droga o escudo de protección?

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El acompañamiento de adolescentes en nuestra época es un gran desafío. Estamos embarcados con ellos en la travesía de una experiencia que conocemos poco y mal: ser adolescente en una época de plena expansión tecnológica es una vivencia que nos es completamente extranjera. Al mismo tiempo, los desafíos, atravesamientos y dificultades de la adolescencia son universales y comunes a todas las épocas.

Aunque muchos adultos seamos totalmente inútiles tecnológicamente, seguimos siendo los garantes, los iniciadores de la cultura, de la ley y del tejido de las relaciones

Soportar que sean ellos quienes nos hagan descubrir la tecnología, protegerlos de sus aspectos peligrosos. Hay en esta nueva realidad, suficientes incógnitas para desestabilizarnos, sentir que perdemos nuestra legitimidad y experimentar hasta qué punto nuestro lugar en la sucesión de las generaciones se ve sacudido, cuestionado -por ellos o por nosotros mismos-.

Sin embargo, aunque muchos adultos seamos totalmente inútiles tecnológicamente, seguimos siendo los garantes, los iniciadores de la cultura, de la ley y del tejido de las relaciones. La autoridad ya no reposa sobre el saber. Nuestro lugar, nuestras responsabilidades deben integrar un cambio considerable de la articulación entre estas dos nociones.

El título de este trabajo propone la idea de que la tecnología puede ocupar distintas funciones, individual o socialmente:

  • La de una herramienta: la clínica psicoanalítica se sirve desde sus inicios del juego como herramienta diagnóstica y terapéutica. Es decir, que podemos pensar el juego virtual como una forma particular de juego y utilizarlo, tanto en la práctica clínica (como algunos colegas ya lo hacen2) como en la vida cotidiana con niños y adolescentes. La computadora (si bien no se resume al juego virtual) puede en esos dos contextos ser un mediador o un facilitador de intercambios y relaciones.
  • La de una droga: si la utilización es excesiva, desconectar imposible o existe una ausencia de ritmo entre conexión y desconexión.
  • La de un escudo de protección: cuando la pantalla protege de los intercambios potenciales o los impide (pienso particularmente en el caso de los pacientes autistas, sobre todo aquellos de alto nivel intelectual).

En todo caso, ya no podemos negar que nuestra autoridad y nuestra legitimidad de adultos frente a los adolescentes no puede reposar sobre el contenido de nuestros conocimientos. Michel Serres plantea que a partir de la invención de Internet, el saber está en todos lados, todo el tiempo. Si bien su libro Petite Poucette3 es excelente, me parece que una precisión es importante: lo omnipresente es la información, no el conocimiento.

Ningún programa informático, ningún robot sabe, por el momento, transmitir un saber afectivo. La escuela nunca lo hizo, no parece ir en esa dirección y no será la tecnología la que tome el relevo

La información no es conocimiento ni saber: los adultos tenemos mucho para transmitir sobre la jerarquización de las informaciones, su ordenamiento, las normas y las reglas necesarias para poder intercambiar con otros vía la tecnología (algunos ejemplos entre tantos otros: no se pueden hacer los deberes basándose en Wikipedia, no se pueden difundir fotos íntimas propias ni de amigos, no se pueden mandar seis mails el mismo día reclamando respuesta, etc., etc.).

El adulto ya no es “el que sabe”. Sabe e ignora, según de qué hablemos… pero es quien ideal y potencialmente atravesó ciertas experiencias, sabe hacer conexiones y lazos entre las cosas y las personas, no se deja sobrepasar, conserva la calma, soporta la frustración, y transmite un “saber hacer”: dónde buscar, qué hacer frente a las dificultades, a quién, cómo y cuándo pedir ayuda, qué significa “desconectar”, cómo hacerlo.

Un adulto tiene (o debería tener) un saber sobre el deseo y el placer, sobre la capacidad de contener, transformar y/o evacuar las emociones negativas y las frustraciones. Ningún amigo, por más despierto que sea, ningún programa informático, ningún robot sabe, por el momento, transmitir un saber afectivo. La escuela nunca lo hizo, no parece ir en esa dirección y no será la tecnología la que tome el relevo. Nos incumbe entonces a nosotros, adultos, ya sea en posición de terapeutas, de padres o de educadores, no renunciar a esta tarea fundamental de transmisión. No podemos dejarnos desvalorizar bajo pretexto que no conocemos el mundo de los adolescentes, sus maneras de comunicar, sus códigos. Eso equivaldría a abandonar a nuestros adolescentes frente a la tecnología. No podemos olvidar que la tecnología es la puerta de entrada privilegiada al consumo. Sin nuestra guía, sin transmisión de las nociones de base para la supervivencia psíquica y emocional, les será muy difícil posicionarse como consumidores lúcidos y no dejarse transformar en objetos de consumo vía la “aspiración” de datos personales que nos acosa detrás de cada “click” del mouse.

No estoy muy segura de que estos cambios profundos y tremendamente veloces aporten algo positivo a la humanidad. Intento creerlo, creer al menos que algunos aspectos, algunas funciones y descubrimientos pueden serlo, que ciertos humanos en dificultad pueden encontrar refugio, soluciones, remedio gracias a los avances tecnológicos. Pienso particularmente en ciertos autistas literalmente “salvados” por las posibilidades de contacto controlado que ofrecen las computadoras. De todas maneras, vivimos en un mundo tecnológico que no nos pregunta si estamos de acuerdo… no tenemos opción y tenemos que poder conceptualizar y teorizar estas problemáticas. También nos incumbe reflexionar acerca de cómo los tiempos y los ritmos se organizan: ¿tendríamos que enseñarles a desconectar? ¿Ayudarlos a crear “pasajes” entre momentos conectados y desconectados, más que predicar la desconexión total o criticarlos? Pero nuestra dificultad mayor es que nosotros mismos no sabemos desconectar… para transmitir la desconexión hay que saber hacerlo uno mismo y estar dispuesto a sostener una calidad de presencia muy profunda que ya no cultivamos… Por otra parte, para “arrancar” a un adolescente conectado de su pantalla, hay que desplegar una energía con la que no contamos siempre… la tentación de servirnos de la tecnología como “niñera virtual” de nuestros niños y adolescentes es muy fuerte… tanto como las presiones que sufrimos para cumplir con nuestras múltiples obligaciones de adultos… Y la cantidad creciente de adolescentes que he llamado “no verticalizados”4 -a falta de un término mejor- es impresionante, al menos en la muestra de aquellos que están mal y consultan.

Debemos ejercer una función tercerizante entre la tecnología y los jóvenes, recordarles la existencia de la tercera dimensión, la importancia del volumen, de la sensorialidad del contacto piel a piel, de la presencia real

¿Acaso estas nuevas generaciones con padres más presentes (o al menos más implicados en la educación de sus hijos) e Internet omnipresente estarán privadas de la experiencia de la soledad?

¿Sin alternancia entre presencia y ausencia, como se construyen el aparato psíquico y la imagen del cuerpo? ¿Existe un equivalente del “juego del carretel” en la era virtual? Lo que está en juego aquí y ahora es la supervivencia psíquica y emocional de los adolescentes. Debemos ejercer una función tercerizante entre la tecnología y los jóvenes, recordarles la existencia de la tercera dimensión, la importancia del volumen, de la sensorialidad del contacto piel a piel, de la presencia real. Debemos buscar y encontrar una posición que integre la tecnología y que la “envuelva” psíquica y relacionalmente, y esa es una tarea eminentemente adulta y que no podemos eludir ni delegar.

Notas

1. Ese texto fue escrito para la segunda Jornada de estudio sobre Adolescencia, organizada por la Asociación Cultural de la Clínica de Saumery, el 14 de octubre de 2016 en Blois, Francia. El título de la jornada fue el de este mismo trabajo.

2. Entre otros, Arnaud Sylla, de la Asociación Hébé, en Tours, Francia.

3. Michel Serres, Petite poucette, Editions Le Pommier, 2011.

4. Cf. la verticalización en la obra de Geneviève Haag, quien teorizó en forma brillante la construcción de la imagen del cuerpo en el autismo y sus defectos de lateralización, simetría y verticalización. Por ejemplo, en “Grille de reperage clinique des étapes de l'autisme infantile traité”, investigación INSERM de 2014, disponible en Internet.

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Bailarines toda la vida. Danza Comunitaria*

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Nos alegra la publicación de este texto, donde se relata y conceptualiza una experiencia comunitaria surgida en Grissinopoli, una fábrica recuperada tan cercana a la historia de los que hacemos Topía. Allí fuimos impulsores del trabajo con los obreros y la constitución del Centro de Artes y Oficios en 2002. Dicha experiencia fue relatada en las páginas de esta revista. La experiencia que relata la autora marca la importancia de los proyectos comunitarios, cuyo valor se refleja en este artículo.

Bailarines toda la Vida es un proyecto de innovación pedagógica, artístico y social que se desarrolla en la fábrica recuperada Grissinopoli desde el año 2002. Comenzó como Extensión del Departamento de Artes del Movimiento UNA, y en el año 2009 se creó la Cátedra Abierta “Danza Comunitaria” (DC), permitiendo ligar con la comunidad, el primer sentido de la educación pública y gratuita. El grupo es heterogéneo desde el nivel sociocultural, económico y etario, lo cual permite generar situaciones de soporte mutuo. Considera la danza como una herramienta fundamental para el desarrollo social, la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, despojándola de su valor elitista para devolverla como un Derecho Social. La DC abreva de la Expresión Corporal en cuanto a sus técnicas y del Teatro Comunitario en cuanto a su dinámica abierta e inclusiva. Cuando alguien entra a Grissinopoli, el primer sentido que se activa es el del olfato: aroma a grisines. Subiendo al segundo piso se encuentra con un numeroso grupo de personas que se acercan, saludan, se presentan. Comienza la actividad en una ronda (porque la ronda convoca), en la cual se hace un trabajo de registro de los apoyos, elongación, postura que va encontrando su eje, coordinación motora, juego de traslado circular o de acercamiento-alejamiento… En la posterior búsqueda de un espacio personal, deviene la propuesta-consigna, de hacer foco e investigar algún contenido en relación a la sensopercepción. Es el tiempo de ojos cerrados y apertura de la investigación creadora en el que cada persona se sumerge hacia la interioridad.

La Danza Comunitaria considera la danza como una herramienta fundamental para el desarrollo social, la promoción de la salud y la prevención de la enfermedad, despojándola de su valor elitista para devolverla como un Derecho Social

Abrir la mirada al otro, es comenzar a compartir vivencias y lenguaje de movimiento (empezar a compartir a veces cuesta). Espejarse, enlazar, encontrar un ritmo común. Conjunción de múltiples poéticas. La coordinadora o coordinador abre y se deja impregnar por lo que sucede. Va conduciendo de acuerdo al tiempo de resolución, la posibilidad de multiplicarse en otras miradas, otros códigos y acuerdos en los que no es mediadora la palabra, sino el tácito entendimiento hasta que sucede la maravilla de entender que entre mi piel y la tuya hay un “entre”, entre dos, cuatro, muchos, muchísimos como si nos hubiésemos conocido desde toda la vida. Y ésto emociona. Mucho.

Hacemos otra ronda; esta vez de reflexión sobre lo sucedido. Y así llegamos al cuarto momento del encuentro: la creación colectiva o reposición de obra coreográfica. Si nos da el tiempo, otra ronda en la que conversamos el cómo nos sentimos, contenido de la obra, pero también vestuario, punto de encuentro para la próxima presentación, quiénes van, quién lleva, quién trae, quién puede... Luego nos vamos, pero el lugar queda muy tibio... Es la tibieza del Encuentro. Como un hilo de seda en un mundo violento en el que proliferan los significantes de éxito, belleza, juventud y bienestar, cuando el tejido social se va desgastando por el aislamiento, el individualismo, la falta de disponibilidad del tiempo personal, la reducción del espacio físico. Mundo en el que los individuos pueden integrarse desde la encarnación de una subjetividad emprendedora, exitosa y mercantilizada. Cuerpo utilitario, mecanizado, dañado por la anestesia sensorial, depositario del dolor emocional. El dispositivo de Danza Comunitaria es agente de cambio. El desarrollo de una actividad artística en una fábrica recuperada permite un “salto”. Salirse del lugar de sujeto dependiente, aislado, carenciado, al lugar de sujeto creador productor de transformación individual y social. Así como hay estereotipos verbales que reafirman los discursos hegemónicos, existen modelos preestablecidos de movimiento, los cuales se van flexibilizando y ampliando en el continuo “hacer con los otros”.

Promoción de la Salud y Prevención de la enfermedad desde sus diferentes ejes:

  • Cuerpo. Registro sensible.

  • Creatividad.

  • Comunicación.

  • Elaboración coreográfica.

Cuerpo

Como antídoto a la noción mecanicista de cuerpo, trabajamos el registro sensoperceptivo personal, la integración del desarrollo artístico en la comunidad, la recuperación de los aspectos lúdicos, la importancia del establecimiento de redes comunitarias, porque “…el cuerpo es el elemento que liga la energía colectiva. A través de él, cada hombre está incluido en el grupo.”1. Cada nuevo integrante encuentra su “hilo de seda”. Se genera producción de conocimiento desde la praxis; vivencias en las que desde el movimiento expresivo, la emoción cobra palabra y se conjura el olvido. Cuando nos movemos, no movemos sólo nuestro cuerpo físico, sino también un cuerpo de representaciones, y es así que el movimiento permite la emergencia de un algo retenido, censurado u olvidado. El trabajo sensoperceptivo favorece la construcción de la propia imagen, cuando al soltar el control racional para conectar con la interioridad, se da una manera diferente de relación con la propia corporeidad y con la realidad externa.

Creatividad

El Arte es transformador, facilitador del acceso a la cultura en la reconstrucción de la memoria y de la identidad. Poder investigar e improvisar a partir de una consigna dada, permite la búsqueda personal, la posibilidad de salirse de gestos heredados y modelos incorporados. Salirse de los límites y entrar en otras dimensiones en las que cuerpo espacio tiempo y energía dan cuenta de la propia subjetividad. La creatividad se entrena, se busca hasta encontrar “el hilo”. Muchas veces hay “otro/a” que ayuda, y lo que era una línea lisa, empieza a tener volumen, belleza del movimiento compartido, transmitido, apropiado, sentido.

Todo intérprete que emerge de un contexto histórico - social, es agente multiplicador para recrear y transformar tanto la realidad externa como la interna, accionando el conflicto como motor de la creatividad. Cuando el individuo tiene la oportunidad de expresarse a través del lenguaje de la danza, comienza a reconocerse a sí mismo, a descubrir posibles soluciones a los conflictos, a sentir que está haciendo un aporte importante que lo lleva a trascender a través de un hecho artístico.

Comunicación

Desde la DC, hacemos foco en una práctica fortalecedora de la empatía. La anticipación del movimiento y el entonamiento afectivo van creando un tejido relacional, fuerte red sustentadora para nuestras vidas y para la de los demás. Ir reconociendo los códigos de movimiento desde lo individual hasta lo grupal, establece la confianza porque cuando el movimiento circula, todo sucede entre yo y los otros; como en la génesis humana, nada es individual, todo es con, por y a través de los otros. Trabajar en un espacio no convencional, con un código de no censura y horizontalidad, donde desde las consignas y el trabajo creativo se ponen en acción valores de solidaridad, responsabilidad social, ejercitación de los roles de liderazgo, aprendizaje para ceder el rol o resignificar un espacio democráticamente compartido, genera confianza, respeto mutuo y reconocimiento del valor de la integración social como dispositivo de cultura en la comunidad.

Elaboración colectiva coreográfica

Cada improvisación grupal es un bien común, resultado del “estar siendo” con los otros.

Posibilidad de llegar a los acuerdos tácitos que permiten micro resoluciones coreográficas. Síntesis de lo humanamente afectivo y estabilizador.

Cuando nos movemos, no movemos sólo nuestro cuerpo físico, sino también un cuerpo de representaciones, y es así que el movimiento permite la emergencia de un algo retenido, censurado u olvidado

Se puede identificar lo comunitario como un espacio en el que la interacción entre las personas posibilita la colaboración y participación en mayor o menor grado, en tareas de gestión o quehacer artístico. No hay apropiación de roles o funciones. Se van cediendo o asumiendo de acuerdo a la demanda interna. Esto marca un cambio entre lo que sería la sumatoria de acciones respecto a la dinámica de interacción de las personas con sus respectivas representaciones complementando e integrando los recursos técnicos, expresivos y organizacionales. Llegar a la creación colectiva de obra exigió la innovación pedagógica en cuanto a la metodología para componer coreográficamente. Se trata de un elenco de más de cincuenta personas, inclusivo y abierto, en el que nunca sabemos quiénes llegarán en cada encuentro, si una madre vendrá con sus niños o una abuela con sus nietos. En estas circunstancias es fundamental la función estabilizadora de los integrantes con más experiencia en el grupo para la actualización de la información, transmisión de saberes e inclusión en la trama coreográfica de los nuevos participantes. Y por parte de los coordinadores la plasticidad psíquica para salirse de lo programado y/o establecido para adecuarse a la situación emergente. Transgredir lo instituido en la práctica pedagógica para crear con un elenco móvil, es dar lugar a que la imaginación colectiva entre en acción para llegar a resoluciones inmediatas frente a lo imprevisto. Partimos de improvisaciones grupales desde consignas dadas por la persona a cargo de la coordinación y la selección de lo producido en ese “laboratorio dancístico”, va a ser el material constitutivo de la obra. Cada intérprete se compromete como totalidad, no solo desde sus habilidades dancísticas. La puesta en juego de la subjetividad lleva a que los temas abordados coreográficamente encuentren correlato en el mundo interno. Así, la creación de obra da lugar a la elaboración de duelos tanto de grandes traumas sociales como de situaciones individuales. La particularidad de elenco móvil, hace que la obra no se cristalice de una vez y para siempre, sino que se vaya cultivando y cargando de sentido  con nuevas intervenciones, pero sin perder su esencia. Aún la repetición durante el ensayo no responde a una concepción mecanicista. Está en juego la conciencia social y la apropiación del contenido de la obra. Los integrantes del grupo viven la experiencia de participar como hacedores de la cultura, transformadores de la realidad, recreadores del buen trato, el miramiento y la empatía. Ante un proyecto político-social hegemónico que hace a la producción sistemática de soledades, se genera una inclusión de los cuerpos desaparecidos en un dispositivo que recupera y les devuelve el sentido de su existencia y la visibilidad sustraídas.

Para terminar, quisiera decir que en cualquier situación de crisis, es el arte y la posibilidad de crear en comunidad, lo que nos va a salvar de caer en el aislamiento, la globalización y la anestesia sensorial para encontrarnos con los valores fundamentales de solidaridad, amor y encuentro con los otros. Esos otros en los que nos espejamos, nos contienen y con los cuales podemos recorrer juntos, de la mano, un camino hacia el descubrimiento de nuevas realidades enlazando “hilos de seda” red matriz del bien común.

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Wolfberg, Elsa (Compiladora): Prevención en Salud Mental. Escenarios Actuales. Lugar Editorial. Buenos Aires. 2002.

* Taller abierto a la comunidad. Se realiza los viernes de 18 a 21hs. en Charlone 55

** Profesora Titular de la Cátedra Abierta Danza Comunitaria (creación). Línea de investigación para la maestría en DMT: Danza Movimiento Terapia Comunitaria. Departamento Artes del Movimiento UNA.

Nota

1. Le Bretón, David. La sociología del cuerpo, 2008, p. 32.

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De la omnipotencia infantil al transhumanismo

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Al hombre siempre lo sorprende la muerte
Edgar Morin

La muerte, los medios y los niños

Desde la televisión, Tablets, Smartphones, etc. se lanzan a la placenta mediática, esa envoltura invisible creada por el hombre que distribuye los contenidos provenientes de todas las plataformas, multiplicidad de imágenes hacen que la muerte esté presente a cada momento. Por cuestiones de rating no se tiene en cuenta el efecto de esta saturación de muertes, crímenes y accidentes en los infantes. Pese a las advertencias de las diversas organizaciones que se dedican al estudio y cuidado de la infancia, no existe mucha preocupación sobre lo que esto significa en la constitución psíquica de los niños. Es necesario poner la lupa sobre cómo la comprensión de la muerte se incorpora en la conciencia del niño.

Para el niño la comprensión de la muerte es un largo derrotero. Cada uno debe adquirir una conciencia cabal de la misma y sus consecuencias. Dicho descubrimiento es, nada más ni nada menos, que llegar a procesar que su vida es finita, que está incluida en una serie de pasos preestablecidos de los que es imposible escapar: nacer, desarrollarse y morir. La inmortalidad no es parte del menú de la naturaleza. No debemos dejar pasar que esta evolución se realiza en una cultura dominada por la aceleración, la que impone a los hombres estar apremiados por el reloj que hoy funciona en los imperceptibles nanosegundos. Por consiguiente, vivimos en una cultura donde el tiempo no alcanza jamás, los procesos internos de cada niño no escapan a estas condiciones generales.

Todo lo que disparan las pantallas está naturalizado y sus consecuencias impulsan nuevos modos adaptativos

La sociedad del espectáculo, cada vez más demandante con su transparencia sin límite y, sin pudor alguno, obliga a formas adaptativas novedosas y especialmente aceleradas. Las noticias donde hay permanentes visiones de la muerte (un atentado, un asalto, el asesinato de una mujer por su marido, etc.) son una de las tantas maneras en que las pantallas van apresurando las etapas que los niños atraviesan. Este movimiento de sobreinformación impuesto desde las pantallas no desvela a la familia, no la invita a pensar en ello y mucho menos a tomar precauciones. Todo lo que disparan las pantallas está naturalizado y sus consecuencias impulsan nuevos modos adaptativos.

Así como la muerte -generalmente expuesta en situaciones de violencia- es habitual en las transmisiones televisivas, en las familias, por el contrario, no es invitada, ni aceptada. La muerte como tema se evita. Que se vea más muerte en las pantallas, no significa que se la entienda mejor, más bien parece algo ajeno, que les ocurre a los otros. Se diría que, siguiendo el antiguo terror a los muertos, para muchos hablar de la parca es convocarla, por lo cual, se la aleja de la casa de todas las formas posibles, por ejemplo, ya no se vela al familiar muerto en la casa propia y se muere en una sala de hospital, el velatorio es cada vez más exprés y tiende a desaparecer. El miedo a la descomposición de los cadáveres triunfa en este tiempo nanosegundo que nos domina. Sobre estas dos condiciones generales, la mediática y la hogareña, es menester recordar que la conciencia de la parca en el niño precisa de mucho tiempo para desplegarse y acomodarse en su psiquismo.

La familia y la muerte

Mientras las máquinas de comunicar derraman sangre y violencias, las familias, atadas a sus propios temores, hacen de la muerte un tabú que interdicta hablar de la finitud como parte de la condición humana, pese a que los adultos tienen perfecta conciencia de la muerte y de las angustias que despierta. Pese a ello es difícil que las personas tengan presente en su memoria el cuándo y el cómo en que hicieron el descubrimiento de su inexorabilidad.

Que se vea más muerte en las pantallas, no significa que se la entienda mejor, más bien parece algo ajeno, que les ocurre a los otros

El niño, por su parte, no habla de ella porque no sabe de su existencia y se va enterando de la misma de manera paulatina. Alcanzará cabal noción de la muerte cuando ya posea los recursos internos que le permitan comenzar a elaborar el fin de su propia vida. Un largo proceso evolutivo con etapas marcadas. Con la comprensión de la muerte propia se completa un largo camino donde la vida y la finitud sellan una unidad que lleva del crecimiento a los intentos de trascender a través de los hijos o de obras culturales. Un refrán popular viene en nuestra ayuda: “Tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro.” Ésta era, hasta no hace mucho, la manera de imaginar la trascendencia, de moderar los impactos de la muerte y apoyarse en el entramado cultural que hiciese de soporte a la finitud individual.

La omnipotencia infantil y la muerte

Para ampliar lo anterior pongamos un ejemplo: en los primeros años el infante no conoce la muerte y puede imaginar la vida como un sube y baja. Esto ocurre cuando se convence de que su crecimiento implicará que sus padres se conviertan en niños. Para tranquilizarlos hará promesas de futuros cuidados, imagina así que corresponderá al amor que recibe. Da su palabra prometiendo protección y asistencia para estos papás que se convertirán en niños. En consecuencia, no hay muerte, el niño se vuelve adulto y sus mayores retroceden a la niñez. Es decir, se trastocan los lugares, pero nadie desaparece de la escena. Nada se pierde. Ésta es una de las maneras en que el niño comienza a atisbar las consecuencias de su crecimiento. Es un proceso complejo el que le permite ir haciendo aproximaciones a la finitud de su vida. Para llegar a ese punto, la evolución de su psiquismo pasa por tres etapas bien diferentes.

En la primera, que puede llegar hasta los tres años, en su psiquismo no existe representación de la muerte. En la segunda, descubre que la muerte les ocurre a los demás, pero que la misma no lo incluye, está convencido que se halla a salvo de la misma. Suele jugarse aquí la cuestión edípica: muerte del padre y que él, como príncipe heredero, toma su lugar de nuevo rey, algo así como “muerto el rey, viva el rey”. Siendo tan conocido este “momento Hamlet”, las propias familias suelen aceptarlo como un juego divertido.

Todo toma otro cariz en la tercera de estas etapas, en ella la muerte golpea a la puerta del niño y sin decir agua va, se incorpora a su subjetividad. La muerte propia cobra consistencia, espesor e informa que ha venido para quedarse. Sabemos que esa elaboración marcará en muchos aspectos su personalidad. Por ejemplo: Elena, una señora de setenta años que se prepara para atravesar un complejo proceso de intervenciones quirúrgicas, recuerda con nitidez cómo a los ocho años descubrió que se iba a morir y las largas noches de insomnio que siguieron a ese angustioso descubrimiento. Ante el temor que le producen las próximas cirugías volvió nítidamente ese recuerdo.

Hoy dios ha mutado, se ha convertido en la unión de cibernética y medicina. Ese maridaje predica con convicción la próxima abolición de la muerte

Sacamos acá dos conclusiones: la primera, es que demandará mucho esfuerzo la elaboración de esa caída de la omnipotencia infantil, tanto para el niño como para las familias. La segunda es que no sabemos si estas etapas, en la cultura actual, seguirán la misma lógica, dado que estamos construyendo infancias digitales en las que cada vez más los niños hacen un manejo autónomo de las máquinas de comunicar. Es un uso que ha escapado a la posibilidad de supervisión familiar (y tal como viene el desarrollo tecnológico y la falta de cuestionamiento a la hiperconectividad de los adultos, atraídos sin cesar por las novedades de la hiperconexión, parece difícil que las familias -tal como las conocemos hasta ahora- puedan retomar las riendas del asunto).

El desvalimiento y la muerte

No es sencillo contener el desvalimiento infantil que se produce ante el descubrimiento de la muerte propia. El mismo despierta en los niños una angustia desbordante, un desasosiego que una y otra vez se pone sobre el tapete. Las preguntas son interminables y las respuestas nunca alcanzan, especialmente, a la hora de dormir. Es la etapa de los terrores, y a los infantes nada parece consolarlos. Los padres deben realizar un doble proceso: contener y dar razones sobre la inevitable finitud humana al niño y, al mismo tiempo, enfrentar sus propias negaciones al respecto.

Nada de esta instancia debe ser desdeñado dado que, de ser exitoso este ensamble, cuando lleguen las grandes modificaciones de la pubertad y sus procesos de duelo que es necesario resolver, se tendrán mejores recursos. De esta manera, se corren menos peligros de caer en duelos patológicos, los que en la adolescencia pueden tomar la forma de un accidente, de una oralidad desbordante que se desata, en algunas niñas, después de la menarca. Lo mismo puede ocurrirle a un niño que hace broncoespasmos apenas comienza su adolescencia. Otro ejemplo lo tenemos cuando la negación de la muerte sigue sin fisuras en la adultez, es el caso que comenta el controvertido personaje Durán Barba en un reportaje al diario Clarín del 4/6/17: Comienza declarando que la muerte es una estupidez y la habilidad del periodista lo hace declarar que la muerte de sus padres fue algo muy doloroso, reconoce que hizo un duelo muy doloroso que duró cinco años. ¿No es esta declaración la demostración de un duelo patológico? Agregamos que muchos insomnios pertinaces están vinculados al temor a perder la vigilia y dar paso a la insistente y sorpresiva parca.

Creer y morir

En el largo devenir de la humanidad, tanto en lo social como en la constitución del psiquismo, la dificultad de aceptación de la finitud ha llevado a que las culturas gestasen sistemas que le permitiesen esquivarla, se buscaron pilares para sostener el consuelo a lo irreparable. Se construyeron creencias que favorecieron la ilusión de distintas formas de la inmortalidad. Es notorio que las religiones han sido el bastión de dicha quimera, le han dado forma a ese más allá insistiendo en que existe un mundo paralelo que da permanencia a la vida después de la caída y la degeneración de los cuerpos. En esa duplicación del mundo, de ser creído, la muerte es solo un tránsito a otra vida. El impresionante desarrollo técnico - científico que vivimos, ha traído nuevas versiones sobre el combate contra la finitud humana.

Hoy dios ha mutado, se ha convertido en la unión de cibernética y medicina. Ese maridaje predica con convicción la próxima abolición de la muerte. Este nuevo dios trae la más grande promesa jamás obtenida y para conseguirla, se vale de diversas máquinas-robots provistas por la cibernética, de la ciencia médica y ingeniería genética. Se proclama a los cuatro vientos que habrá cyborgs que conseguiránla inmortalidad, lo que hace que los tecnofílicos propaguen razones para amar el desarrollo de los robots y aumenten día a día su simbiosis con chips, prótesis, etc. Los tecnofílicos, convencidos de la llegada del nuevo mesías, se inclinan ante este altar para adorar la promesa de impedir la muerte.

Prolongación de la vida

A los tecnofílicos razones de peso los avalan, la humanidad va consiguiendo que la vida se extienda en forma extraordinaria, no imaginada en siglos anteriores. Cotidianamente nos encontramos con estadísticas que indican que la expectativa de vida aumenta cada vez más, la misma ha pasado de los cincuenta a setenta y tres años en muy poco tiempo. Los descubrimientos científicos más sofisticados y eficaces permiten alcanzar edades inimaginables anteriormente. Vivir cien años no es difícil de imaginar para la humanidad cyborg que viene. Existen ya intentos de comprender los procesos de esta “cuarta edad del hombre”.

Los cyborgs más audaces no se conforman con la prolongación de la vida humana, sus sueños y experiencias van por más, están convencidos de que la inmortalidad se puede lograr en la tierra

Los cyborgs más audaces no se conforman con la prolongación de la vida humana, sus sueños y experiencias van por más, están convencidos de que la inmortalidad se puede lograr en la tierra. Su propuesta es muy ambiciosa: ni más ni menos que anular la muerte. De eso se trata el transhumanismo. La promesa cristiana que indicaba la resurrección de Cristo a los mil años ha vuelto de la manera más inesperada y el transhumanismo es su expresión cabal, el milenarismo va de perillas con el proceso cyborg que vamos transitando.

Sobre la base de implantes, ya probados con éxito en muchas partes del cuerpo, se busca construir y desarrollar tecnologías que permitan poner y sacar partes del cuerpo para impedir el deterioro de la carne. Imaginar que las máquinas pueden mantener sano y potente a quien se la coloca. Los exoesqueletos que se inventaron para los soldados y que potencian las fuerzas de quien lo lleva son un claro ejemplo.

Esta nueva versión sobre la inmortalidad busca desmentir el refrán: “No hay mal que dure cien años, ni cuerpo que lo resista.” Hay legiones de cyborgs, ya en forma individual o a través de poderosos grupos de investigación, que buscan la manera de desechar lo perecedero y reemplazarlo con dispositivos biotecnológicos que hagan la vida humana interminable. Nos encontramos con un espectacular renacer de la “piedra filosofal” que buscó la alquimia. El barro de la existencia convertida en el oro de la inmortalidad.

La longevidad progresiva de los seres humanos, los avances científicos, la cibernética, con sus máquinas que tienen partes orgánicas y chips de alta capacidad, impulsan estas nuevas tendencias. Con ellas el cyborg se ilusiona con que su permanencia en la tierra sea interminable. Para el transhumanismo la eternidad está aquí en la tierra y no es imposible llegar a ella. Solo se trata de mejorar la tecnología.

No está demás decir que esa vida, primero prolongada y luego supuestamente interminable, demuestra la expectativa de los poderosos, de los que son beneficiarios de la economía actual. Para ejemplificar lo que estamos desarrollando nos vamos a detener en un solo proyecto (hay muchos otros que por su complejidad no incluimos en éste artículo).2

Cerebro y cuerpo3

Sergio Canavero, reconocido neurocirujano italiano que viene experimentando con trasplantes de cerebros y cabezas en monos, ha anunciado que durante este año 2017 hará el primer trasplante de cerebro. No conforme con ello declaró que dentro de tres años aproximadamente se podrán volver a la vida cerebros que se encuentran congelados. Ambas informaciones nos ponen en los umbrales de la posibilidad efectiva de romper el límite de la muerte. El sueño cyborg alcanzaría así su máxima ilusión. La segunda, es saber que existen muchos cerebros congelados en espera de avances científicos que resuelvan las enfermedades terminales que los llevaron a la muerte. Walt Disney ya no es un mito urbano, hay empresas que hacen este proceso de criogenización y tienen en custodia estos cerebros para el momento en que puedan ser reanimados. Se trata de volver a vivir, sin enfermedad, en otro cuerpo.

Para el transhumanismo la eternidad está aquí en la tierra y no es imposible llegar a ella. Solo se trata de mejorar la tecnología

Es tan impactante este proceso, que el socio de Canavero, el doctor chino Ren declaró en una conferencia de prensa: “Si llevamos a este paciente de nuevo a la vida vamos a recibir el primer relato real de lo que realmente sucede después de la muerte.” Nadie sabe qué ocurrirá luego de que se abra esta caja de Pandora, no debemos negar que la Criatura del doctor Frankenstein está entre nosotros y próxima a nacer (¿?). Tampoco que estos proyectos entusiasman a muchos millonarios del mundo que buscan una inmortalidad alejada de paraísos o infiernos, son ellos los que invierten grandes cantidades de dinero para permanecer por siempre en la tierra.

Negar o repudiar la existencia de estas búsquedas sería comportarnos como una familia que no quiere saber sobre un tema tabú, así como la negación o el simple repudio tampoco es una solución para quienes tratan de entender lo humano y sus derivaciones dentro la cultura que los produce. Lo cierto es que desde la fertilización in vitro para acá, los temas del nacer y del morir han cambiado mucho.

El devenir científico-técnico que atravesó y reformuló lo que conocíamos como procesos naturales de procreación humana avanzó hasta desafiar la muerte. Ha puesto cerebros en custodiadas fortalezas de hielo (resulta imposible no recordar el hogar de hielo de Superman en el polo norte)  esperando para volver a la vida. Este próximo devenir, de lograrse, pone patas para arriba todo lo que creímos sobre la vida humana atada a un solo cuerpo.

Así como el viaje en avión sacó al hombre de su atadura a la tierra sin convertirlo en Ícaro, los cerebros manipulados por Canavero y Ren intentan burlar la muerte al hacer de dos cuerpos uno solo. ¿Lázaro? No lo sabemos, lo cierto es que de ser exitoso tendremos un engendro que será difícil de catalogar, confirmará la validez de los dogmas transhumanistas de prolongar la vida más allá del propio cuerpo.

Todas estas investigaciones requieren enormes sumas de dinero que surgen de las arcas de los multimillonarios. Estos potentados no quieren trascender al modo humano más conocido hasta ahora: dejar una obra monumental, la donación de una pinacoteca a un museo o equipos de alta tecnología médica para un centro hospitalario. Su modo cyborg de ejercer su omnipotencia económica, es intentar quedarse en la tierra cambiando de cuerpo o reemplazando partes del mismo por prótesis. No falta mucho para que termine el año, quizás tengamos que replantearnos muchos de los enigmas que nos plantea la muerte.

Notas

1. Este artículo tiene una bibliografía imprescindible donde se apoya y sin la cual, hubiese sido imposible escribirlo:

Carpintero, Enrique, El Erotismo y su Sombra, Editorial Topía. Buenos Aires, 2014.

Freud, Sigmund (1929), “El Malestar en la cultura”, Amorrortu, Obras completas, Tomo 21, 1981.

Sibilis, Paula, El Hombre postorgánico, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 2009.

Harari, Yuval Noah, Homo Deus, Penguin Randon Huose, Buenos Aires, 2017.

Morin, Edgar, El Hombre y la Muerte, Kairos, Barcelona, 1974.

Ariès, Philippe, El hombre ante la muerte, Taurus Humanidades, 1987.

Veneccini, Antonio, Escrituras últimas, Colección Scripta Manent, Buenos Aires, 2013.

2. En futuros artículos trabajaremos otros proyectos transhumanos.

3. Agradezco a Sacha Kantor el haberme indicado este tema.

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El concepto de “posverdad”: una nueva mentira

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Editorial Revista Topía Agosto/2017

Un nuevo neologismo encubridor aparece mencionado repetidamente en los medios de comunicación: “posverdad”. Éste alude a la distancia cada vez mayor entre los discursos de los políticos y los hechos reales que producen, ya que estos últimos influyen menos en la opinión pública que los llamados a la emoción y la creencia personal. Esto no es nuevo en la historia de la humanidad. De allí la pregunta acerca de su sentido.

La versión privatizada de la modernidad

En los ´90 se impone el termino “posmoderno” por el cual se establece que no hay nada fuera del discurso. No hay principios últimos y la realidad se caracteriza por la fragmentación donde no hay hechos, solo interpretaciones de los hechos. Nietzsche es quien se habría adelantado en la conceptualización de la crisis de los valores del iluminismo.

Las identificaciones de clase, género y generación se encubren para establecer la fuerza de las identificaciones en las que se está como ganador o perdedor según la lógica del mercado

En su concepción se acentúan los procesos de desintegración en el rechazo del racionalismo propio de la modernidad a favor del fragmento. Los posestructuralistas plantean que la historia deviene del lenguaje y ésta es una cadena de simulaciones e interpretaciones. Como dice Jean Baudrillard: “el simulacro es lo verdadero” y continua “En el apogeo de las hazañas tecnológicas, perdura la impresión irresistible de que algo se nos escapa; no porque lo hayamos perdido (¿lo real?), sino porque ya no estamos en posición de verlo: a saber, que ya no somos nosotros quienes dominamos el mundo, sino el mundo es el que nos domina a nosotros. Ya no somos nosotros quienes pensamos el objeto, sino el objeto el que nos piensa a nosotros. Vivimos bajo el signo del objeto perdido, ahora es el objeto el que nos pierde.” Esto ha llevado a la hegemonía de lo que Zygmunt Bauman nombra como “modernidad líquida” donde “los sólidos que se están derritiendo en este momento, el momento de la modernidad líquida, son los vínculos entre las elecciones individuales y las acciones colectivas. Es el momento de la desregulación, de la flexibilización, de la liberalización de todos los mercados. No hay pautas estables, ni predeterminadas en esta versión privatizada de la modernidad. Y cuando lo público ya no existe como sólido, el peso de la construcción de pautas y la responsabilidad del fracaso caen total y fatalmente sobre los hombros del individuo.” Su resultado es que las identificaciones de clase, género y generación se encubren para establecer la fuerza de las identificaciones en las que se está como ganador o perdedor según la lógica del mercado. En esta perspectiva, la búsqueda de emancipación es rechazada por diferentes “pos” donde lo que aparenta es más importante que la propia verdad. Aquí encontramos la idea de la “posverdad”. Lo cual nos lleva a la necesidad de definir qué se entiende por “mentira”. Según el diccionario, se define como una cosa que se dice sabiendo que no es verdad, con intención de que sea creído (María Moliner); expresión o manifestación contraria a lo que se sabe, se cree o se piensa (RAE). Por lo contrario, la “verdad” es una cualidad de una expresión o representación que corresponde a una cosa que existe o la expresa o la representa como es. Entidad abstracta construida por lo que es verdadero (María Moliner). Conformidad de las cosas con el concepto que de ellas forma la mente. Juicio o proposición que no se puede negar racionalmente. Conformidad de lo que se dice con lo que se siente o piensa (RAE). Podemos observar que estas definiciones se basan en lo que pensaba San Agustín cuando propone que el acto de mentir es decir lo contrario de lo que se piensa y añade, con la intención de engañar. Debemos destacar que para producir una mentira se requiere: 1°) la conciencia por parte del hablante de lo que es cierto; 2°) la conciencia del carácter incierto de lo que se dice; 3°) la intención de engañar y 4°) la intención del hablante de ser considerado veraz. Es decir, la mentira es una actividad verbal, intencional y que pertenece al registro de la conciencia.

La digitalización de los intercambios sociales lleva a que los sujetos se aíslen y se comuniquen con quienes ya piensan como ellos. De esta manera comparten sus creencias sin importar si la noticia que difunden es falsa o verdadera

Los orígenes de la palabra “posverdad” tienen varias fuentes. Una de ellas es que en abril de 2010 una revista humorística especializada en política medioambiental publica un artículo que por primera vez utiliza la palabra “posverdad”. El creador del término fue David Roberts y se refería a las políticas que negaban el cambio climático pese a la evidencia científica al respecto. Pero fue el diccionario de Oxford en 2016 que estableció a “post-truth” como la palabra del año (en diciembre de este año se incorpora al diccionario de la RAE como sustantivo y sin guión en el medio). El triunfo de los populismos de derecha en EEUU y en Europa con el Brexit le dieron carta de ciudadanía. Donald Trump afirmaba permanentemente cosas falsas y Nigel Farage en el Reino Unido, luego de ganar el Brexit, negó todos los eslóganes de su campaña: simplemente decía “yo nunca dije eso”. En ambas situaciones había una indiferencia absoluta a la verdad. Sin embargo, recién cuando la revista de la burguesía financiera -como la denominaba Carlos Marx- The Economist publica un artículo sobre el tema, la palabra adquiere peso mediático. Allí, luego de la victoria de Donald Trump, lo nombra como el máximo exponente de la posverdad. Es decir, de ser un partidario de las pasiones y las creencias individuales con las cuales convence a sus votantes. En este sentido la larga historia de las mentiras en la actividad política que termina en la posverdad es compleja, pero debemos pensarla en la crisis del capitalismo tardío.Es así como el concepto que alude a los populismos de derecha se transforma en una reacción defensiva de las posturas neoliberales ya que supuestamente a éstas no las alcanza el concepto de posverdad. De esta manera se pretende encubrir las razones de la desigualdad, el racismo, la violencia y la discriminación en pos de la ideología neoliberal.

El inicio del marketing: “Las antorchas de la libertad”

En la sociedad de mercado el sujeto se ha transformado en un consumidor que hay que venderle un producto. Éste puede ser una heladera, un auto o un político. Pero esto no es una novedad. Vayamos a principios del siglo pasado. Eduard Bernays había nacido en Viena en 1891. Su madre era la hermana de Sigmund Freud y su padre era el hermano de la esposa de Freud, Eli Bernays; es decir, era sobrino por ambas partes. Siendo joven, sus padres decidieron emigrar a Nueva York donde decide utilizar las ideas de su tío para influir en la opinión pública. Cuando tenía 25 años le propone al Presidente de EEUU Woodrow Wilson que justificara su entrada en la Primera Guerra Mundial diciendo que EEUU quería “llevar la democracia a todo Europa”. El eslogan fue un éxito. Luego de la Gran Guerra comenzó a usar sus conocimientos para fines comerciales. En 1920 un fabricante de cigarrillos se planteo como incorporar a la mujer en el consumo del tabaco. Bernays consultó a un psicoanalista y éste le dijo que algunas mujeres fumaban en público como una rebelión contra el machismo. Bernays, en vez de diseñar una publicidad, inventó una noticia. Pagó a una docena de chicas para que fumaran en medio de un gran desfile en la Quinta Avenida y les dijo que llamaran a sus cigarrillos “antorchas de la libertad”. Invitó a periodistas para que las entrevistaran; al día siguiente era tapa de todos los diarios y el consumo de cigarrillos aumento rápidamente. Bernays fue el creador de lo que hoy se conoce como marketing. En la misma época, el nazismo basaba su propaganda en la manipulación y la mentira; la consigna era repetir cien veces una mentira para transformarla en verdad. El estalinismo reescribe la historia de la revolución rusa donde el nombre y la figura de Trotsky no existe. La persecución a la oposición de izquierda zinovievista, bujarinista y trostkista se basaban en mentiras que, en muchas oportunidades, son tomadas como verdades por los propios acusados antes de ser encarcelados o fusilados.

Eduard Bernays murió en 1993 a la edad de 103 años cuando su invento ya era algo natural de la sociedad capitalista. Lo que nunca imaginó es la velocidad, la intensidad y la gran cantidad de información, sea falsa o verdadera, que en la actualidad se transmite en las redes sociales.

La verdad no es algo objetivo. La verdad se da en la intersubjetividad. En la relación con otras personas en el interior de una cultura

Por ello, si hay algo que caracteriza la actualidad del capitalismo tardío es la indiferencia de un sector de la población hacia la verdad. Esto es lo nuevo. La digitalización de los intercambios sociales lleva a que los sujetos se aíslen y se comuniquen con quienes ya piensan como ellos. De esta manera, comparten sus creencias sin importar si la noticia que difunden es falsa o verdadera. La red social de Facebook muestra en el muro de cada usuario lo que sus algoritmos intuyen que les va a gustar, favoreciendo que le lleguen noticias que confirman su visión del mundo. Esto cobró notoriedad con la elección de Trump y el Brexit y puso en observación los algoritmos de Google y Facebook acusados de crear “burbujas ideológicas”. Pero no se puede culpar a las redes sociales por la dictadura de los algoritmos. Tampoco encontrar la solución en el llamado “algoritmo de la verdad” que pueda distinguir entre lo verdadero y lo falso. Es que decidir si algo es cierto o es una mentira, no depende de una máquina o de otras personas. La verdad no es algo objetivo. La verdad se da en la intersubjetividad. En la relación con otras personas en el interior de una cultura.

Psicoanálisis de la mentira

“En una estación ferroviaria de Galitzia dos judíos se encuentran en el vagón ‘¿Adónde viajas?’, pregunta uno, ‘A Cracovia’ es la respuesta, ‘¡Pero mira que mentiroso que eres!’ se enojó el otro, ‘Cuando dices que viajas a Cracovia me quieres hacer creer que viajas a Lemberg. Pero yo sé bien que realmente viajas a Cracovia ¿Por qué mientes entonces?’.” Este chiste es citado por Freud en El chiste y su relación con el inconsciente donde plantea el placer que nos produce transgredir las reglas del juicio y burlar la lógica que, en este relato, implica que se miente cuando se dice la verdad y se dice la verdad con una mentira. Para producir un chiste se necesitan tres personas: el que cuenta, el que se ríe y el tercero que es objeto del chiste. En la primera persona se produce placer por la suspensión de la inhibición y la disminución del gasto psíquico. Esto solamente puede ocurrir si hay otro que puede producir un alivio general a través de la descarga. En este sentido, el trabajo del chiste es semejante al del sueño en tanto una idea preconsciente es sometida al inconsciente a través de los mecanismos de condensación y desplazamiento. Es un procesamiento del preconsciente por lo inconsciente a través de un retorno de lo reprimido que es vivido como placentero por lo consciente. Es el triunfo de la pulsión de vida -Eros- sobre la pulsión de muerte.

Lo que llamamos ideas falsas son producto de la finitud de nuestra capacidad cognitiva, por lo tanto, más que falsas, son “inadecuadas” al objeto que se refieren (Spinoza)

La pregunta que se nos impone es ¿Qué es una mentira desde el punto de vista psicoanalítico? Podemos mencionar diferentes momentos de la obra de Freud. En ellos la búsqueda de la sobredeterminación de lo inconsciente es lo que intenta develar detrás de la mentira. En el Proyecto de Psicología (1895) habla de “protonpseudos” para sostener una falsa conexión consciente dentro del cuadro de la histeria. Aquí el síntoma es una conclusión falsa que se desprende de una falsa premisa. De esta manera arrastra en la palabra “mentira” las concepciones teóricas previas sobre la histeria. En las reuniones del Grupo de los Miércoles se dedica una reunión a la “Psicología de la mentira”. En el texto Dos mentiras infantiles (1913) analiza dos mentiras de la infancia recordadas por pacientes adultos. La negación que implica la mentira, es decir, lo que sería una desmentida se relaciona con la motivación inconsciente que la sustenta. Como veíamos al inicio en la definición de la mentira, el decir y la intención de engañar es fundamental. De allí que la ubicaríamos en el registro preconsciente-consciente. Pero no todas las mentiras se realizan en este modelo, de allí la importancia de conceptualizar la cuestión de la “verdad”. Por ello la mentira y la verdad son aprendizajes que se realizan en el interior de la cultura por medio de las identificaciones estructurando el aparato psíquico. En definitiva, para el psicoanálisis si el síntoma se sostiene en el engaño es para mostrar una verdad que el sujeto no puede hacer consciente.

Cuando nos prometen que podemos tocar el sol con las manos

Si avanzamos en otro registro epistemológico, encontramos en Spinoza una perspectiva interesante para pensar estas cuestiones. Spinoza sostiene que la falsedad en sentido absoluto no existe, puesto que la razón es incapaz de producir ideas falsas por sí misma. Lo que llamamos ideas falsas son producto de la finitud de nuestra capacidad cognitiva, por lo tanto, más que falsas, son “inadecuadas” al objeto que se refieren. Por ello Spinoza plantea tres géneros de conocimiento. El primero es el de la imaginación. Pero debemos preguntarnos ¿La idea imaginativa es falsa? Nos dice Spinoza, ya que supone exigirle a la imaginación una tarea que está más allá de sus posibilidades. El ejemplo que da es el del sol. No es un error percibir que el sol está a una distancia muy corta; el error consiste en creer que efectivamente se halla a esa distancia, ya que aún sabiendo que la distancia es mayor, vamos a seguir percibiendo como si el sol estuviera cerca. En este sentido, el error consiste en tomar la imaginación como si fuera un conocimiento cierto, ya sea porque se tomen como ideas adecuadas o impulsado por los prejuicios. En definitiva, la imaginación induce al error y debe ser puesta al margen mediante una reforma del entendimiento. Luego viene el segundo género de conocimiento: la razón. Si la falsedad del conocimiento imaginativo proviene de su objeto, hay que buscar la verdad en el objeto del conocimiento racional. La imaginación conoce, de manera inadecuada, pero conoce las cosas singulares. La razón conoce las propiedades comunes a la propiedad de la cosa y a la totalidad de las cosas. El conocimiento reflexivo no es la pura reflexión sobre la forma de la verdad que se encontraría en la idea adecuada, sino la reflexión sobre el orden que se debe establecer entre las ideas, de manera que queden concatenadas de un modo que pueda expresar, no ya la fortuita incidencia de los cuerpos exteriores en el nuestro, sino el orden y conexión de las cosas; por ejemplo, en la ciencia.

La cultura hegemónica, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, nos instalan en el conocimiento imaginativo donde nos prometen que podemos tocar el sol con las manos

El tercer género de conocimiento lo llama: de la intuición. Si en el segundo grado de conocimiento dejamos las cosas singulares para dar cuenta de las propiedades comunes, en este tercer grado de conocimiento, valoramos las cosas comunes para conocer las esencias de las cosas singulares. Aclaremos: esto implica conocer las esencias de las cosas singulares, no las esencias singulares de las cosas. No es un conocimiento esencialista de las cosas singulares, sino un conocimiento profundo de la relación entre las cosas singulares. Podríamos decir, utilizando un lenguaje actual, que es un conocimiento ideológico, es decir, una cosmovisión de las relaciones que se dan en el universo sostenido en la razón. De esta manera, de la imaginación pasamos a las nociones comunes y de éstas a las esencias comunes de las cosas singulares. No solo podemos conocer mejor, sino también más cosas. Vamos ganado perspectiva y comprendiendo el funcionamiento del universo.

En esta perspectiva, la cultura hegemónica, a través de los medios de comunicación y las redes sociales, nos instalan en el conocimiento imaginativo donde nos prometen que podemos tocar el sol con las manos. De allí la importancia de generar formas colectivas que permitan encontrar ideas adecuadas que amplíen nuestro conocimiento. Es decir, una razón apasionada desde donde se puedan construir espacios de transformación.

Bibliografía

Bauman, Zygmunt, Modernidad líquida, Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires, 1999.

Baudrillard, Jean, El crimen perfecto, Anagrama, Buenos Aires, 1996.

Bianco, Gabriela, “Desde el pos-modernismo a la pos-verdad” http://www.cecies.org/articulo.asp?id=582

Caparros, Martín en el diario El País, España, http://elpaissemanal.elpais.com/documentos/la-verdad-la-posverdad

Felip, Luis, “Post verdad como ideología”, https://luisfelip.net/2017/01/04/post-verdad-como-ideologia/

Freud, Sigmund, Proyecto de Psicología (1887), Tomo I, Amorrortu editores, Buenos Aires 1976.

     - El chiste y su relación con el inconsciente (1905), Tomo VIII

     - Dos mentiras infantiles (1913) Tomo XII

Moliner, María, Diccionario de uso del español, editorial Gredos, edición en CD-Rom.

Saenz, M., Valiente, C. y Fuentenebro, F., (Editores), Los umbrales de la locura. Una aproximación fenomenológica, histórica y cultural, Editorial Complutense, Madrid 2011, e-book.

Spinoza, Baruch , Ética demostrada según el orden geométrico, Edición Nacional, Madrid, 1975.

     - Tratado de la reforma del entendimiento, Editorial Bajel, Buenos Aires, 1944.

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PRESENTACIÓN del libro "De aceptación-amorosa"

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Presentadores: Marcelo Percia, Susana Toporosi y Carolina Guzmán

Coordinación: Alejandro Vainer

Miércoles 20 de septiembre, 19 hs.

Museo del Libro y la Lengua
Av. Gral. Las Heras 2555, CABA 

El psicoanálisis en la revolución de octubre

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Enrique Carpintero (Compilador), Eduardo Grüner, Alejandro Vainer, Hernán Scorofitz, Juan Carlos Volnovich, Juan Duarte, Lev Vygotski, Alexander Luria

Disponible en librerías a partir del 6 de octubre

La historia oficial construyó un relato donde el Psicoanálisis y la Revolución de Octubre fueron por caminos separados. Una Revolución, que supuestamente abjuró del psicoanálisis. Un Psicoanálisis, que siguiendo las instrucciones de Freud, se opuso a cualquier encuentro con el marxismo.

Sin embargo, la historia fue otra. Este libro pone luz sobre aquellos sucesos que fueron enterrados por las hegemonías. Un conjunto de investigaciones ideadas y compiladas por Enrique Carpintero toman distintos tópicos de lo sucedido en el psicoanálisis atravesado por la Revolución de Octubre. Eduardo Grüner recorre los diferentes momentos de la revolución. Concluye con una lectura actual del fracaso revolucionario: “Y bien, el sueño revolucionario podrá ser ´infantil´. Habrá que hacerlo madurar. Pero dejar que se pierda del todo es someterse al Terror naturalizado como cotidianidad inerme. Para volver aún a Benjamin: si eso gana, ni los muertos van a estar a salvo.” Enrique Carpintero detalla el intenso desarrollo del movimiento psicoanalítico en Rusia antes y luego de la Revolución. Afirma como “en la Sociedad Psicoanalítica de Moscú se forma el primer Instituto de Psicoanálisis del país que fue el tercero en el mundo junto al de Viena y Berlín. Su originalidad estaba dada por ser la única institución mundial sostenida financieramente por el Estado ya que se consideraba que el psicoanálisis podía desempeñar un papel importante en la construcción del socialismo.” Alejandro Vainer relata los efectos de la Revolución Rusa en Europa donde rompe con el mito de la historia oficial, cuando dice que el psicoanálisis comenzó exclusivamente como una práctica para señoras burguesas de la Viena victoriana, silenciando la práctica gratuita en los llamados Policlínicos en la década del ´20. Juan Carlos Volnovich en “Sabina Spilrein. Expropiación intelectual en la historia del psicoanálisis” relata la vida de esta psicoanalista que fue la primera mujer que produjo un impacto teórico significativo en la historia del psicoanálisis, quien luego de la Revolución, vivió y trabajó en la Unión Soviética. Hernán Scorofitz plantea como Trotsky comienza a interesarse por la obra freudiana desde los años inmediatos posteriores a la Revolución de 1905 en su exilio vienés. Sin embargo, detalla cómo la devoción de Trotsky con Freud nunca fue un “amor correspondido”. En el Apéndice transcribimos el “Prólogo a la traducción rusa de Más allá del principio del placer de Freud” escrito en 1925 por Lev Vygotski y Alexander Luria. Este texto fue traducido por Juan Duarte, quien en la introducción presenta la importancia de ambos autores.

Walter Benjamin sostenía que “La historia es objeto de construcción cuyo marco no es el tiempo homogéneo y vacío, sino un ámbito lleno de ´tiempo actual´”. A cien años de la Revolución de Octubre nos encontramos con un mundo que ha cambiado radicalmente. Un mundo atravesado por la crisis de un sujeto que hace necesario seguir sosteniendo la esperanza de un proyecto emancipatorio social y político. La actualidad de nuestro tiempo hace necesario recordar. Y este es el propósito de este libro.

Tapa del libro "Psicoanálisis en la revolución de octubre"
ISBN: 
9789874025203
Fecha de Edicion: 
Septiembre / 2017
289.00 ARS

Recordar para no repetir

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Memoria e identidad de un territorio

No es lo mismo la memoria que el recuerdo. Una de las premisas que Freud instala con fuerza es que nada se olvida. Cada palabra oída, cada imagen vista deja en nosotros una marca que no se podrá borrar. Se podrá reescribir, podremos posicionarnos distinto frente a esa marca, pero ahí estará. Esta marca, que Freud da en llamar “huella mnémica”, nunca más será eliminada. Claro está que hablar de la inscripción de una huella no es hablar de la inscripción de una percepción: hay una creación subjetiva en la memoria. Algo de esto deja entreverse en la frase freudiana que reza que toda realidad es realidad psíquica.

Si bien estas huellas no podrán borrarse, no obstante, pueden intentar ocultarse, velarse, esconderse del recuerdo. ¿Porqué esconder una huella en la memoria? Porque la memoria no es armónica, no es reproducción lineal, la memoria está cargada de conflicto, de tensión. Se libran en su interior luchas de poder, en las que los distintos contingentes no cuentan con el mismo caudal. Aquellos que logran obtener supremacía, los poderes hegemónicos, difunden algunas verdades y ocultan otras, contrarias a sus intereses.

Cuando escondemos una marca, eso que se intenta velar puede aparecer de otra forma, aparecer no como recuerdo, sino como repetición, como acción. Mientras mayor es la resistencia que nos genera una pieza de la memoria, mayor será sustituido el recordar por el actuar. Con miras a no repetir la historia, nuestra apuesta apunta a insistir con el recuerdo.

 

Derecho a un territorio

Recordemos que en Latinoamérica históricamente distintas voces se disputan el derecho a los territorios. Encontramos, por un lado, los pueblos originarios que han habitado ancestralmente las tierras, las han transitado, trabajado y vivido por distintas generaciones. Entre otras voces que han pugnado por el territorio encontramos las potencias europeas, los estados nacionales latinoamericanos que se independizaban, diversos poderes económicos.

¿Quiénes tienen derecho a un lugar? Augé define un lugar como un espacio cargado de historia, identidad y socialidad. Con ciertos recorridos que allí se desarrollan, con un lenguaje que lo caracteriza, donde aquello que sucede le importa verdaderamente a quien lo transita. Un lugar es aquel que habito con todo mi ser, con mis pasiones, deseos, con mis verdades. Es también aquel en el que me encuentro con otros, en encuentros verdaderos, no contactos fugaces, efímeros y vacíos. Los espacios no son necesariamente lugares desde esta perspectiva. Justamente, Augé define a la posmodernidad como productora de no lugares, espacios donde los individuos, como espectadores, no están necesariamente implicados en aquello que está sucediendo. Donde ni la identidad, ni la relación, ni la historia tienen verdadero sentido.

De esta manera, cuando pensamos en las posibilidades de acceso a los suelos podemos observar que las oportunidades son desiguales y escasean las normativas que regulan este derecho, quedando en muchas ocasiones librado a los flujos del mercado y poderíos económicos, en detrimento de la historia social y comunitaria de estos territorios.

En este escenario de tensión y conflicto, la desaparición de una persona nos convoca a recordar la historia argentina.

 

Desaparecer en Argentina

Recordar nuestra historia nos invita a una construcción y reconstrucción de la memoria colectiva, en una acción que no es sin consecuencias. No somos los mismos luego de algunas vueltas por el recuerdo. Recordar es una experiencia que nos transforma, nos permite reflexionar acerca de nuestro pasado para inventar presente y futuro.

Así, la desaparición nos remite a otros momentos de la Argentina en los que el poder conferido al Estado por la sociedad civil era utilizado para perpetuar todo tipo de violación a los derechos humanos.

La represión, tortura y muerte acontecían en consonancia con procesos de desarticulación de formas de organización colectivas y fragilización de lazos sociales. Como modos de procesar la otredad aparecían la sospecha, la destrucción. Sospechar de lo colectivo, enfatizar el aislamiento, la soledad, la individualidad.

No podemos dejar de recordar que frente al estrago aparece también la invención. Declarado el estado de sitio, ante la orden de “circular”, las Madres de Plaza de Mayo se movilizan tomadas de los brazos en derredor de la plaza. Ante el trauma y la muerte, la búsqueda colectiva de la vida, filiación y justicia.  

 

¿Dormidos o despiertos?

El sometimiento es la aceptación acrítica. No hacemos preguntas, acatamos, nos ordenamos bajo ciertos imperativos que se nos imponen como taxativos. Ese es el proceso de la hipnosis, someterse a un mandato, estando dormidos.

La ética del deseo nos sacude, nos conmina a despertar.

Es así que nos interpela sostener una pregunta colectiva que nos convoca a recordar para no repetir:

 

¿Dónde está Santiago Maldonado?

 

María Eugenia Padrón es Psicoanalista. Docente e investigadora (UCSE – UTN). Magister en Psicoanálisis (UBA). Maestranda en Desarrollo Territorial (UTN)

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“Schreber Teólogo”

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Una forma de emancipación del psicoanálisis

El presente texto es la versión completa de aquel que se leyó en el seminario a cargo del psicoanalista Jean Allouch titulado: “Schreber teólogo, la injerencia divina” el 3 y 4 de noviembre del 2012 en la Ciudad de Querétaro Qro. México.  se respetó casi en su totalidad la corrección de estilo de la psicoanalista Beatriz Aguad.

Exquisitez sublime, ejemplo perfecto de la irreductible condición humana a la simple tipificación categorial, Las Memorias del doctor jurista Daniel Paul Schreber, presidente de Sala (en retiro) del Tribunal Supremo de la Provincia de Dresde, son muestra de riqueza sin precedentes. Prueba fiel de ello es la casi infinita cantidad de escritos de toda índole que han surgido de sus Memorias, en su mayoría tratándolas como “el caso Schreber”, decepcionante resultado ante la multiplicidad de elementos que se pueden extraer de ellas. Freud, uno de los primeros en escribir un ensayo interpretativo sobre Schreber, en su artículo al que tituló “Sobre un caso de paranoia descrito autobiográficamente”, se dio cuenta de lo sesgado de su interpretación ante el tesoro literario, político, social, histórico y teológico que tenía en sus manos. No se sintió cómodo con su ensayo. No soy quien lo afirma; es él mismo quien testimonia de esto. Dice: “no me siento muy satisfecho de él, pero corresponde a los demás juzgar. Deberé reservar otras partes de mis especulaciones sobre la paranoia para otro ensayo” (Freud en Calasso. 1991: 20). Poco tiempo después, el 18 de diciembre de 1910, le confiesa a Jung: “el ensayo es formalmente imperfecto, hecho fugazmente, no he tenido fuerzas para hacer más” (Freud en Calasso. 1991: 20).

            Es imperfecto sí, en el sentido en el que Calasso afirma en Nota Sobre Los Lectores De Schreber que Freud es extremadamente parcial, espigando de la complejidad del relato schreberiano sólo lo que puede servir para la interpretación que luego dará de él (1991: 20): la teoría por excelencia de la paranoia que dominará la época de Freud es la que establece que: “la paranoia es la defensa ante una fantasía de deseo homosexual“. Paradoja: estructura en defensa de la estructura, la construcción teórica expresa una selección del discurso schreberiano que impone el inicio de la etiqueta patológica que se extenderá por los confines y sinfines de los textos que a la memoria y a las memorias de Schreber se dedicarán. Así será el caso Schreber.

Pero Freud, en el mismo ensayo, nos muestra con una pincelada estética, una puerta abierta ante el grotesco panorama actual que la psicopatología ha hecho de esta obra (en parte con su ayuda). Nos dice: “…lo que nosotros consideramos la producción patológica, la formación delirante, es, en realidad, el intento de restablecimiento, la reconstrucción (2008). Lo que se considera psicopatológico es, en realidad, el esfuerzo del ser para sostenerse en el mundo, es la reconstrucción subjetiva.,

”Schreber Teólogo”, a cargo del psicoanalista Jean Allouch, es para nosotros, un esfuerzo para alejar de la obra de Schreber el campo de la psicopatología; pues, como él mismo afirma en el argumento del presente seminario:

 

Desde hace algún tiempo, sin hacer ruido, se esboza un movimiento que emprende la tarea de leer la formidable obra de Schreber fuera del campo psicopatológico a veces el objetivo sólo se cumple parcialmente, hasta tal punto es verdad que un proyecto semejante obliga a adoptar un ángulo de lectura que no puede ser nada más otro que el que exigen las cogitaciones de Schreber.

 

Es el esfuerzo por extirpar de la obra schreberiana una mirada limitada y categórica como lo es la psicopatología. Al llamar a “Schreber Teólogo”, en lugar de hablar del caso Schreber, nos encontramos en la operación de circunscribir, sustituir, y abolir el campo psicopatológico que sesga una obra que no es sino, como Allouch afirma, espiritual. Así Schreber quería ser leído. Pues éste opinaba que podría ser valioso para la ciencia y para el conocimiento de verdades religiosas posibilitar, mientras estuviera con vida, cualquier tipo de observación sobre su cuerpo y sus vicisitudes (Schreber. 2008: 46).

Se podrá objetar que hablar de Schreber Teólogo es amedrentar la literatura Schreberiana, en la medida en que el ser teólogo, es el ateísmo expresado en su máximo esplendor, pues según Kuhn (en Tamayo 2010:114) “los verdaderos ateos son los teólogos, pues hacen de Dios un objeto de conocimiento”. Es decir, Dios se conceptualiza. Se reduce la figura de Dios a un objeto de estudio y por tanto a un concepto.

Schreber no es ateo, es más, tiene una relación privilegiada con Dios, especial, muy coquetona, sería entonces osado afirmar un ateísmo en él. Pero no es un pensamiento oblicuo cuando él mismo afirma que “siendo hombre de razón, era muy escéptico en las cuestiones religiosas”. Simplemente confirma la idea que en alguna ocasión Lacan le dijo a su público: “Díganme quien de aquí se dice ateo y yo le demostrare lo contrario”. En efecto, ¿no es acaso el a-teismo una forma de incluir el teísmo en un lugar donde se pretende negar? Es una trampa, claro. Schreber, en un primer momento escéptico, negando o dudando, cede y obtiene una relación muy particular, erótica, única, pero que lo lleva al goce.

Schreber no es ateo en la medida en que no conceptualiza a Dios. En este sentido se encuentra en contraposición a Lacan cuando afirma en la sesión del 12 de febrero de 1964 que “la verdadera fórmula del ateísmo no es: Dios ha muerto, la verdadera fórmula del ateísmo es: Dios es inconsciente” (2005).Concuerdo con la lectura de Luis Tamayo cuando afirma que Lacan, al señalar la fuente inconsciente del pensamiento sobre la divinidad hace de Dios un concepto, una idea (2010).La mencionada objeción queda denegada, y denegada también; porque como veremos más abajo, la relación con Dios cambia, no es ateo, claro, ¡pero sabe qué Dios ha muerto!

            Antes de poner las cartas sobre la mesa, me gustaría afirmar que el presente seminario lleva consigo el titulo perfecto, Schreber Teólogo es, con suerte, una de las formas de emancipación del psicoanálisis ante el campo psicopatológico, que se torna menesterosa con una urgencia incuestionable por el panorama actual en el que el mundo se encuentra con la ayuda de dicho campo. La “emancipación psicoanalítica” no sólo para alejarse de la teta psiquiátrica que desde la creación del psicoanálisis a mamado con fervor, sino para exaltar lo que es del psicoanálisis, tal y como se afirma en el argumento:

Sólo un viraje de este tipo en relación con el registro que se le asignaba hasta ahora a Schreber permite acoger su decir en aquello que presenta como verdaderamente inédito: una contribución al problema de los goces […].

Al hablar de goce y no de paranoia nos encontramos priorizando no sólo lo que ha sido construido por el psicoanálisis; sino que también dejamos de hacer de los síntomas enfermedades. Cuando hablamos de goce nos preguntamos qué relación tiene ese ser-parlante con el Otro; mientras que cuando hablamos de paranoia (y de cualquier psicopatología) lo que hacemos es dejar de interrogarnos sobre ese ser-parlante. Como dice Casanova, en “Sobre el psicoanálisis y sobre su fin”, con los síntomas es con lo que alguien viene a hablarme si yo los escucho, mientras que si yo los veo como síntomas de una enfermedad entonces el sujeto no existe”. Nos da un ejemplo:

Estaba triste y mi doctor me ha dicho que era una depresión, yo no lo sabía ahora ya lo sé. Está frito: si hay antidepresivo entonces hay depresión, le sacaron su tristeza, es decir se lo ha desposeído, desapropiado de ella, tenía su tristeza, ella estaba dentro de su pena, eso le pertenecía y el doctor le ha dicho “tiene una depresión” entonces ocúpese usted doctor, si tengo una enfermedad, si tengo una enfermedad cúreme ese asunto no es más mío, es un asunto de vuestra ciencia no es asunto de mi subjetividad.

Si hablamos de Schreber como paranoico entonces no puede de ninguna manera tener una relación especial con Dios, y mucho menos “que Dios tenga un prolongado encadenamiento a su persona que tendría como consecuencia la ruina de toda la creación terrenal” (Schreber. 2008: 81)

Tampoco se podría pensar que tiene algún derecho de criticar a Dios. Como cuando afirma que Dios no era ni es un ser de absoluta perfección como le asigna la mayor parte de las religiones (Schreber. 2008: 8). O, cuando afirma que no podemos encontrar en “Dios una omnipotencia y omnisciencia”.

Subamos de nivel el comentario: absurdo pensar que fuera un ser privilegiado capaz de mantener el “orden cósmico”, absurdo también, que sea él, Schreber, el que entre en trato perdurable con los “nervios divinos” o “rayos”, pues esta “bienaventuranza” ya fue otorgada a una mujer en el año 1 a.C.

            La psicopatología tendría dos fines entonces. Por un lado: se trata de abolir una verdad (que en suma es inconsciente), sofocando su discurso en la medida en que sustituye esta verdad por una enfermedad mental, preconfigurada, escrupulosamente categorizada. Un malestar que ya tiene nombre, no es el Dios de Schreber. La verdad de éste se desvanece, el sujeto ya no existe, es el delirio de Schreber, es el sujeto supuesto saber al que se le acuña el verdadero conocimiento, su verdad inconsciente es rechazada.

Por otra parte, la psicopatología se transforma en regulador del estatus quo, la normalidad prevalece, la paranoia funciona para mantener a la “geopolítica de la religión” sin perturbación, al excluir su discurso por ser “un enfermo mental”. La psicopatología mantiene en los límites del poder geopolítico los posibles peligros para el discurso prevaleciente, expulsando los peligros de un nuevo discurso seductor para las masas. Si esto no es cierto, díganme entonces ¿Quién puede comprobar que el discurso de la fecundación por obra del Santo Espíritu que con la paloma volaba, es más valido que el de la transformación en mujer, por gracia de una “emasculación que es obra de rayos divinos”?

Así es, la psicopatología como soporte de discursos de poder, no sólo del mundo psi, también del religioso y del capitalista, pero bajemos de tono y cambiemos de página.

Regresemos, ¡Dios ha muerto! Según el Loco de Nietzsche, que podemos encontrar en la “Gaya Ciencia”, veamos que nos dice:

¿No habéis oído hablar de ese loco que encendió un farol en pleno día y corrió al mercado gritando sin cesar: «¡Busco a Dios!, ¡Busco a Dios!». Como precisamente estaban allí reunidos muchos que no creían en Dios, sus gritos provocaron enormes risotadas. ¿Es que se te ha perdido?, decía uno. ¿Se ha perdido como un niño pequeño?, decía otro. ¿O se ha escondido? ¿Tiene miedo de nosotros? ¿Se habrá embarcado? ¿Habrá emigrado? -así gritaban y reían todos alborotadamente. El loco saltó en medio de ellos y los traspasó con su mirada. «¿Que a dónde se ha ido Dios? -exclamó-, os lo voy a decir. Lo hemos matado: ¡vosotros y yo! Todos somos sus asesinos. Pero ¿cómo hemos podido hacerlo? ¿Cómo hemos podido bebernos el mar? ¿Quién nos prestó la esponja para borrar el horizonte? ¿Qué hicimos, cuando desencadenamos la tierra de su sol?  ¿Hacia dónde caminará ahora? ¿Hacia dónde iremos nosotros? ¿Lejos de todos los soles? ¿No nos caemos continuamente? ¿Hacia adelante, hacia atrás, hacia los lados, hacia todas partes? ¿Acaso hay todavía un arriba y un abajo? ¿No erramos como a través de una nada infinita? […] (Heidegger. 1996).

Pero ¿Qué quiere decir este Dios ha muerto? A grandes rasgos quiere decir que: “el mundo suprasensible ha perdido su fuerza efectiva, no procura vida, la metafísica, es decir, la filosofía ha llegado a su fin” (Heidegger. 1996)  lo suprasensible para Nietzsche son las ideas, los ideales.  Ahora bien, En el aforismo 343” Lo que pasa con nuestra alegre serenidad” incluido en el libro quinto de “la Goya Ciencia” nos dice: “el suceso más importante de los últimos tiempos, que Dios ha muerto, que la fe en el dios cristiano ha perdido toda credibilidad comienza a arrojar sus primeras sombras sobre Europa” (Nietzsche en Heidegger. 1996). Pero según Heidegger cuando Nietzsche habla de Dios y del dios cristiano en realidad de lo que habla es de lo suprasensible en general, de manera que si lo suprasensible, es decir Dios, ha muerto, lo que en realidad muere son los ideales, las ideas, entonces: 

“ya no queda nada a lo que el hombre pueda atenerse y por lo que pueda guiarse. Por eso se encuentra en el fragmento citado la pregunta: ¿No erramos a través de una nada infinita?». La fórmula «Dios ha muerto» comprende la constatación de que esa nada se extiende. Nada significa aquí ausencia de mundo suprasensible y vinculante. El nihilismo. (Heidegger. 1996)”

El nihilismo para Nietzsche es “Que los valores supremos han perdido su valor”, en realidad la muerte de Dios no es un ateísmo como se suele pensar, sino una crítica radical a la modernidad occidental, ese ¡Dios ha muerto! es la pérdida de valores, de ideales, la fragmentación de un pensamiento metafísico de toda una cultura.  Es por eso que Lacan afirmaba que la verdadera formula del ateísmo es Dios es inconsciente y no Dios ha muerto. 

            Para Schreber Dios “es sólo nervio, no cuerpo”. También el trato normal de Dios con las almas humanas tenía lugar, sostenía él, conforme al orden cósmico, esto es: sólo después de la muerte. Encontramos en Schreber una idea que está presente en toda su obra: “Dios sólo mantiene trato con cadáveres”. Esta idea no tiene más que dos posibles interpretaciones. La primera sería que Dios es necrófilo; algo que indudablemente no se sostiene ya que los gustos de Dios están muy definidos, como Schreber dice: “desde que Dios entró en conexión nerviosa conmigo me he convertido para Dios en cierto sentido en el hombre por antonomasia. Pero existe, decíamos, otra interpretación: y es la que dice: ¡Dios ha muerto!

¿Qué pasa cuando alguien muere?, ¿Qué pasa si Dios muere? Según Freud en “Duelo y Melancolía”, el duelo es “por regla general, la reacción frente a la pérdida de una persona amada o de una abstracción que haga sus veces, como la patria, la liberta, un ideal (2008: 241)” (o Dios). Al igual que en la melancolía, el duelo por la pérdida de una persona amada tiene un talante de dolor,  la investidura de objeto está todavía en el objeto perdido, para Freud el duelo sería un examen de realidad, un trabajo que opera sobre el objeto que ya no existe, de lo que se trata es de quitar toda la libido de ese objeto perdido, según él, “cada uno de los recuerdos y cada una de las expectativas en que la libido se anudaba al objeto son clausurados, sobreinvestidos, y en ellos se consuma el sasimiento de la libido” más abajo agrega “ una vez cumplido el trabajo del duelo el yo se vuelve otra vez  libre y desinhibido  (2008: 243). Lo que permitiría que la libido que estaba depositada en ese objeto se desplace a otro. De manera que según Freud cuando alguien tiene una perdida, lo “normal” sería, que el trabajo del duelo permita sustituir el objeto perdido por uno nuevo.

Esta perspectiva no complace nuestras expectativas a propósito de Schreber, pues él, no ha sustituido a ese Dios muerto por otro objeto.

 Jean Allouch plantea en “Erótica del duelo en tiempo de la muerte seca” una crítica a la concepción freudiana de que: “el objeto al que se le brinda el duelo es sustituible”, él piensa que el objeto del duelo es insustituible, de manera que el duelo seria en realidad una manera diferente de relacionarse con el objeto perdido, además de perder un trozo de sí.

Para Schreber la muerte de Dios implica una forma diferente de relacionarse con él, una relación “única en el mundo”, que sólo él siente, vive. Placentera en ocasiones, en otras tremendamente displacentera. Esta nueva forma de relación con Dios se torna menesterosa para Schreber ante ese mundo suprasensible, al cual Nietzsche hace alusión. Adoptar una manera de estar en el mundo, pues como él mismo lo afirma, citando a Hamlet “algo huele a muerto en Dinamarca” es decir aquí, entre Dios y la humanidad” (2008: 244).

Esta íntima relación que ahora él guarda con los “rayos divinos y que permitirán su emasculación” le permite esa reconstrucción de la cual Freud habla en su ensayo dedicado al presidente, pues la relación moral cambia,  “Todos los conceptos morales han quedado trastocados en mí relación con Dios” (2008: 322) esos “Grandes discursos” como los llamaba Lyotard, esos “metarelatos” que sostenían a la modernidad, Dios, los ideales los valores  etc. ya no soportan subjetivamente al Dr. Schreber, pues hay “muchos hombres y almas hechas a la ligera” inclusive, dice Calasso en el “Loco impuro”:

Que (Schreber) debió de haberse dado cuenta en ese periodo[1]  de que ni la misma iglesia católica tenía la fuerza de imponerse en la guía del mundo […] porque los católicos –al parecer- habían perdido la Fe. 

Continúa citando a Schreber:

Por doquier la humanidad era presa del Terror las bases de la religión estaban destruidas, el nerviosismo y la inmoralidad crecientes provocaban directamente la propagación de grandes contagios (2008: 48).

Lo que hizo Schreber con su obra no es sino una crítica social a la decadencia occidental, de ideales, discursos y valores desgastados, identificándolo en este sentido Con Nietzsche. Si alguien encuentra una lectura diferente, es seguro por la vasta riqueza de las memorias.

No sólo es una crítica a la cultura occidental, esa nueva y única forma de relacionarse con Dios nos permite reflexionar ¿Qué nueva forma de relación tenemos con ese Dios muerto?  El orgullo de ser latinoamericano  me torna imposible dejar de citar una de “esas nuevas formas de relacionarse Con Dios” una que sólo puede emerger de un continente tan exquisitamente bello como el nuestro, en las condiciones de miseria en las que  la mayoría de países latinos, desafortunadamente viven, me refiero a la teología de la liberación, al ser un discurso tan seductor como el de Schreber, transgrede el estatus Quo, casualmente del mismo “discurso de poder”, el de la geopolítica de la religión, sólo que como ya se mencionó,  el discurso Schreberiano fue anulado  por la psicopatología,  y la Teología de la liberación por los jerarcas de la religión católica. 

Cada uno de nosotros tiene una particular forma de relacionarse con el Otro. Para el jurista en retiro no fue nada fácil esa pregunta “del Otro que regresa al sujeto desde donde espera un oráculo bajo la etiqueta ¿Che vuoi?” (Lacan. 2009), pues como él afirma “me exige un gozo constante” (Schreber. 2008: 356)

Mucho quedaría por decir y poco el tiempo que queda, por ultimo me gustaría desmentir a todos aquellos que piensan que las memorias de Schreber no aportaron nada a la ciencia, uno de los aportes más importantes que proporciona es “que la creación divina, es una creación a partir de la nada (2008: 54) el físico Cuántico  que es conocido por ser uno de los exponentes más importante de la teoría cuántica, Stephen Hawking  sostiene en uno de sus últimos libros: “El Gran Diseño” que “tanto nuestro universo como los otros muchos posibles surgieron de la nada” (2010). Pero hablar de esto, alteraría el orden cósmico. 

Bibliografía

Calasso, R. (2008). El Loco Impuro. Ed. Sexto Piso. España.

_________. (1991). Notas Sobre Los Lectores de Schreber. En: Memorias De Un Enfermo De Nervios de: Schreber. D. Ed. Sexto Piso (2008). España.

Casanova, B. (2008). Sobre El Psicoanálisis y Sobre Su Fin, notas de seminario Tours, 1996-1997. Ed. Letra Viva. Buenos Aires.

Freud, S. (2008). Obras Completas, Tomo XII, Sobre un caso de Paranoia descrito autobiográficamente. (1912). Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

__________. Obras Completas, Tomo XIV, Duelo y Melancolía (1917[1915]). Ed. Amorrortu. Buenos Aires.

Hawking, S. y Mlodinow, L. (2010) El Gran diseño. Ed. Crítica. México.

Heidegger, M. (1996). Caminos de Bosque. La Frase de Nietzsche “dios ha muerto”. Madrid. Extraído de: http://www.heideggeriana.com.ar/textos/frase_nietzsche.htm

Lacan, J. (2009). Escritos 2, Subversión del sujeto y dialéctica del deseo en el inconsciente freudiano. Ed. Siglo XXI. México.

_________. (2005). Los cuatro conceptos fundamentales del psicoanálisis, Seminario 11, sesión del 12 de febrero de 1964, Paidós, Argentina.

Schreber, D. (2008). Memorias de un Enfermo de Nervios. Ed. Sexto piso. España.

Tamayo, L. (2010). La locura Ecocida, Ecosofía Psicoanalítica. Ed. Fontamara. México.

 

 

 

 

[1]  Por “ese periodo Calasso se refiere al periodo del primer juicio de Dios, definido por el presidente como la época “sagrada de su vida” que duro del 2 al 19 de abril de 1894“ 

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Pequeña historia de las ventanas

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(interiores y exteriores de la subjetividad moderna)

I Sombras, nada más

“Cuando se acerca el mediodía, las sombras son todavía bordes negros,
marcados, en el flujo de las cosas, y están dispuestas a retirarse quedas,
de improviso, a su armazón, a su misterio”

Walter Benjamin, Sombras breves

¿Acaso la subjetividad no es también como una sombra, que se evapora ante la luz que quiere comprenderla? Si partimos del nivel inmediato de la vivencia, encontraremos que nuestra subjetividad nos es ya siempre dada. “Hacemos cuerpo” con ella. Pero basta que nos preguntemos por sus determinaciones para que en el acto se convierta en una cosa. Se cristalice como algo que está ahí, delante nuestro, incluso adentro nuestro; pero por lo mismo, algo que ya no somos. Nuestro “ser sujeto “se convierte en objeto. Por eso interrogarnos sobre nuestra subjetividad precisa un método que no sea otra cosa que un rodeo. Una iluminación lateral que la haga comprensible en su oscuridad originaria.

El método como rodeo es uno de los énfasis fundamentales de la obra Walter Benjamin. Y entre esos rodeos hay uno que quiero resaltar especialmente. Se trata de un pequeño fragmento[1]que da cuenta de una forma subjetiva que se expresaba en las modos de habitar. En el primer tercio del siglo XIX, en el reinado de Luis Felipe[2]–que produjo la autoafirmación de la burguesía francesa ya no solo como clase dominante, sino también como clase dirigente–encuentra Benjamin el momento de la irrupción del individuo privado (en tanto que burgués) en la esfera de la política. El rey mismo es considerado más el administrador delos negocios de la burguesía que el sostén político de la nación. De modo que toda la política se redefine entonces en estos términos privados, administrativos, tan opuestos al carácter público o “general” que gravitaba en torno a la figura del “ciudadano” (citoyen) de la época de la Revolución. Para este individuo particular, dice Benjamin, “el lugar de residencia se encuentra por primera vez en oposición al lugar de trabajo”. Pero la esfera universal de lo público difumina los contornos del individuo; sus rasgos personales se vuelven invisibles o por lo menos irrelevantes. En la oficina el hombre privado es también público; sus actividades y negocios son modos de la política. Pero como ese carácter público recién ganado contradice su definición de hombre privado (burgués). La privacidad es entonces transferida y reforzada en la interioridad de la vivienda, ahora bajo la forma de intimidad. De modo que como reacción a esta despersonalización surge un espacio interior, opuesto a lo público, en el que el sujeto privado afirma sus huellas individuales: el interior de la vivienda. No se trata simplemente de protegerse de la intemperie de lo público, sino de afirmar al mismo tiempo dos niveles contradictorios de trato con el mundo: “El individuo particular –agrega Benjamin–, que en la oficina lleva las cuentas de la realidad, exige del interior que le mantenga en sus ilusiones”.

La afirmación simultánea de estos dos registros constituye entonces lo fundamental de esta nueva forma subjetiva: una escisión que se expresa en el modo de habitar. Dos lógicas diversas, que podríamos asimilar a los procesos primario y secundario de Freud (principio de placer y principio de la realidad), rigen cada espacio. Por un lado, el proceso secundario (la realidad) que monopoliza la oficina, es decir, el espacio público del hombre privado; por el otro, el proceso primario (la ilusión) que queda encapsulada en el hogar, en la privacidad del interior. La tarea fundamental de la vivienda es entonces la separación de ambos espacios: mantener a distancia el fulgor de la realidad, que podría quebrar la penumbra de la privacidad. La ilusión, que es el medio en que el hombre privado pretende vivir su intimidad, precisa suavidad de contornos y formas mudables; la realidad, en cambio, exige los límites arduos del mediodía de la razón. Por esto las ventanas de esos interiores son pequeñas y están protegidas por gruesos cortinados. El mundo exterior solo ingresa a la vivienda bajo la forma de objetos –nos dice Benjamin– que tienen una función menos artística que ornamental, y harto menos ornamental que atmosférica; es decir que su función es espesar el aire íntimo del interior. La afición de coleccionar, ejercicio de un valor de uso inútil, separa al objeto de sus determinaciones mercantiles. Así el carácter “fantasmagórico” de la mercancía, su ser “físicamente metafísico”, pasa del objeto al ambiente, a su atmosfera. De la que podríamos decir lo que Marx dice de la producción: que es la “iluminación general donde bañan todos los colores, y que les da su singularidad (…) un éter particular que determina el peso específico de todas las formas de existencia que allí toman relieve”.[3]El interior funciona entonces como el doblez ilusorio (no falso) del ámbito demasiado nítido de la “realidad externa”. De modo que en su doble vida de hombre privado, el burgués afirma dos sistemas contradictorios: la realidad exterior de la oficia y la ilusión interior del hogar. De no hacerlo, se unificarían en él los aspectos contrarios de su existencia en tanto que burgués, es decir, debería asumir la responsabilidad social (política) de sus actos privados (económicos).

Podríamos hacer una digresión y postular las formas históricas de la subjetividad (al menos occidentales) como la creación y la articulación de determinadas relaciones entre una interioridad y una exterioridad. Por poner un ejemplo, hagamos el experimento mental de comparar esos interiores del siglo XIX con los de la actualidad. Lo primero que vamos a notar es que nuestras modernas viviendas han modificado lo esencial de esa privacidad, que ya no se intenta proteger. Las ventanas se han ampliado progresivamente hasta ocupar el frente íntegro; las cortinas mudaron a una transparencia sugerente para el exterior, pero neutral para el interior. Algo como un panóptico inverso: permiten ser visto, pero no ver. Las sombras de la privacidad se han desplazado a otros espacios. Los ejes subjetivos son los mismos (interioridad y exterioridad), pero su articulación es otra. Podría intentarse una historia de la subjetividad construida sobre la base de una historia de las ventanas o de las cortinas: modos objetivos de articular lo interno y lo externo del sujeto. Pero volvamos a nuestras sombras.

 

II Espectros

Los espectros son sombras del pasado y,
en consecuencia, nos imponen esta pregunta:
¿Qué ha sido alguna vez ese espectro,
cuando era todavía un ser de carne y sangre?

Ludwig Feuerbach

Al pasar, hemos rozado un segundo aspecto de esta relación entre el interior y el exterior del sujeto que organiza el mundo objetivo. Se trata de las mercancías. Benjamin conjeturaba que el entramado de mercancías –lo que supone su circulación y realidad social– era en su vivencia un tejido de fantasmagorías. Es decir que el tránsito entre el adentro y el afuera –su conexión íntima como así también su separación–tiene una materialidad fantasmal. El exterior ingresaba en la privacidad–la vivienda burguesa– solo al desprender de los objetos su fantasmagoría mercantil, que pasaría entonces a engordar la atmósfera del interior. La contraparte es que también las mercancías hacen relumbrar en la superficie de lo real algo del brillo húmedo de lo íntimo: toda mercancía es así la exhibición de una promesa de intimidad. Yuxtaposición fantasmal, entonces, entre interior y exterior, tal como esas fotografías de Eugène Atgeten las que una vidriera funde en una imagen única el adentro y el afuera (ver figuras I y II). Pues las ventanas son fronteras entre el adentro y el afuera; su exacta realidad no es completamente interior ni exterior, sino que consiste en articular y definir ambos espacios. Parafraseando a un olvidado filósofo argentino: no hay que entender a los sujetos como mónadas sin ventanas (como quería Leibniz), pues en el sujeto no hay otra cosa que ventanas.

Ahora bien, esta dinámica o dialéctica de las mercancías puede pensarse desde diferentes aspectos. Por un lado, el carácter espacial del interior y el exterior, pero también, como ya señalamos, bajo la modalidad afectiva de un ámbito de “realidad” y otro de “ilusión”. Debemos aclarar que en esta en noción de “realidad” no se agota todo lo que “hay” y que “ilusión” no significa una imagen falsa que no se condice con lo existente, sino que más bien deben asimilarse a las lógicas afectivas de los procesos primario y secundario de Freud. ¿Pero cómo se articulan en la mercancía esas lógicas afectivas?

Como es sabido, Marx llamó “fetichismo” al modo de gravitar de nuestra vida en torno a la forma-mercancía. Su mecanismo era simple, la personificación de las cosas y la cosificación de las personas; sus efectos, algo más complejos: la representación de todos los vínculos sociales (la riqueza en términos amplios) como un “inmenso arsenal de mercancías”. Pero no hay que confundirse, Marx no entiende esos vínculos sociales como relaciones externas entre individuos, sino como la constitución misma de cada cuerpo humano. No solo en el lenguaje o en el mundo objetivo, sino que esa cooperación que significan los vínculos sociales late en lo más íntimo de la sensación de cada cuerpo, pues los sentidos para Marx “son el resultado de la historia universal” (el ser genérico). Entonces, en ese carácter espectral del mundo de las mercancías, eso que Marx llama el fetichismo, lo que aparece representado en las cosas como atributo suyo no es sólo una relación externa con los otros, sino también lo más íntimo de cada existencia. 

Desde aquí se abre una posible respuesta a la pregunta de Feuerbach sobre los espectros: “¿Qué ha sido alguna vez ese espectro, cuando era todavía un ser de carne y sangre? “La respuesta es indudable: los vínculos sociales. Oscar Wilde soñó a su fantasma de Canterville como residuo de un mundo perdido, la imagen sobrante del universo feudal que ya no existía. El pobre fantasma choca entonces con la modernidad de los nuevos huéspedes a los que vanamente intenta asustar. ¿Pero qué es lo que esos huéspedes norteamericanos, burgueses, modernos, liberales, etc., le oponen al cansado fantasma feudal? La fantasmagoría moderna: la mercancía. Al rancio linaje del fantasma le oponen in inmenso arsenal de mercancías, que posee además sus propios títulos de nobleza: las marcas. Lo que Wilde muestra en ese genial relato es que no hay lugar en nuestras sociedades modernas para más espectros que la mercancía, sencillamente porque en ellas se consumen y consuman todos los vínculos sociales.[4]

Pero pensar que la mercancía actúa por sí misma es parte del efecto de su fetichismo, es creer en fantasmas. Pues en última instancia ese fetichismo no remite sino a las acciones de los individuos interrelacionados. O como decía León Rozitchner, si hay fetichismo de la mercancía es porque antes hubo fetichismo del sujeto.

 

III La Cosa en la Cruz: los espectros terribles

Ven conmigo, a donde yo estoy en ti mismo,
y te daré la clave de la existencia.
Donde yo estoy, está eternamente el secreto de tu origen
La Messelà-bass
, Paul Claudel

Se trata, entonces, de encontrar en la constitución del sujeto las condiciones de posibilidad del fetichismo de la mercancía y sus fantasmas. Es decir, ver cuáles son los parámetros que han hecho de la forma subjetiva occidental una articulación entre interioridad y exterioridad; o en otros términos, cómo se ha hecho de los cuerpos humanos sujetos “físicamente metafísicos”. Quizás el momento fundante de esa escisión podamos situarlo en la figura de san Pablo.[5]

Para Pablo el pasaje del judaísmo al cristianismo implicaba la trasformación de la ley exterior basada en las obras a la ley interior de la fe. Dice en la Carta a los Romanos: “no es judío (en este contexto por ‘judío’ se refiere a quien está con la ley) el que lo es exteriormente, ni es la circuncisión la que se hace exteriormente en la carne; sino que es judío el que lo es en lo interior, y la circuncisión es la del corazón.[6]Se trata de una escisión en la constitución misma de los sujetos, que serán ahora la imposible unidad de carne y espíritu. El individuo humano se convierte así en una llaga, una grieta en la que crece la forma cristiana de subjetividad[7] como asiento de la dominación desde lo más propio y sensible.

Y lo que en Pablo comienza como teología política culmina en San Agustín –sitiado por el terror que implicaba la decadencia e irresistible caída del Imperio Romano– en el campo de la subjetividad. Dice León Rozitchner: “En las Confesiones de san Agustín se prepara el Manual con las Instrucciones para la sujeción social por el dominio religioso; una nueva política para organizar la subjetividad de los súbditos del nuevo imperio”.[8] Se trata de la definitiva apertura de una interioridad del sujeto, un carácter metafísico en lo más íntimo de su cuerpo. Estamos ante la fórmula misma de la “extimidad”: “lo más próximo, lo más interior sin dejar de ser exterior”.[9]El lugar de lo más propio aloja ahora como un núcleo irreductible al Otro; para san Agustín a Dios Padre: “estabas más dentro de mí que lo más íntimo mío y más por encima de mí que lo más elevado mío”.[10]

Pero León Rozitchner reinterpreta ese lugar propio, el más íntimo, como el de las huellas de la experiencia arcaica con la madre, de la Cosa, que fulgura detrás de cada cosa del mundo como filigrana del sentido. Detrás “del Deus absconditus, –sigue Rozitchner– (…) en lo más interno y en lo más íntimo de uno mismo, en la profundidad del corazón cristiano, no hay nada más que madre clandestina”.[11] Lo que en esas huellas maternas reverbera es el sentido de la unidad de este cuerpo que soy como cuerpo enamorado. Suplantar esa unidad anterior a mí mismo por una intimidad externa, convierte lo ensoñado y mutuo de todo sentido, en una fría relación de cosas. De la ensoñación que sostiene el sentido humano de las cosas (la Cosa) pasamos a un mundo espectral, vacío como un inmenso arsenal de objetos. El proceso de suplantar la ensoñación materna por el espectro paterno de la realidad no es otra cosa que el terror; la subjetividad cristiana, su resultado. Cuerpos mansos, carne vencida entregada al ejercicio cotidiano de la muerte en nombre del Amor.

 

IV El terror y después: los espectros banales

Partimos del intento de captar nuestra subjetividad en la inasible cópula entre el interior y el exterior. En el trance, nos encontramos con la fantasmagoría mercantil; espectros domésticos, que sin embargo, en su conjunto se tornaban monstruosos al acaparar la totalidad de los vínculos sociales como fetichismo. Finalmente, dimos en la forma cristiana de la subjetividad como la suplantación de los más propio de las huellas maternas (ensueño, es su nombre más pregnante), por el espectro de Dios-Padre, que desde lo más íntimo nos limita con una ley invisible y descarnada, que somos nosotros mismos, o algo más íntimo aún. De modo que entre uno y otro lado de esa escisión que nos constituye sólo está el desnudo ejercicio del terror. Queda, sin embargo, una pregunta posible: ¿Qué nos deja el terror, luego de recoger sus redes?

Tal como habíamos visto en esa(imaginada) historia de las ventanas, nuestra forma subjetiva actual comparte los mismos parámetros que señalan estos textos clásicos (articulación de interioridad y exterioridad) pero su conjugación es otra. Esa articulación nueva, en la que el interior ya no es una privacidad a defender, debería convocar también nuevas formas espectrales. El terror es la condición de posibilidad de la escisión, ¿pero el terror no es ya, en nuestra experiencia, un hecho consumado? ¿Acaso no vivimos más que la acción directa y actual del terror la administración de sus efectos? Los espectros actuales no nos persiguen amenazantes y terribles, sino que más bien ocupan el lugar de todo ensueño colectivo, banalizándolo.

Pero la banalidad no consiste en que estas “ventanas” que somos (nuestra articulación entre el adentro y el afuera) hayan devenido pantallas (celulares, tablets, computadoras, y antes de eso la TV, etc.), sino en qué lógicas afectivas se juegan en ellas. Si el terror es siempre el garante de la oposición entre lo interior y lo exterior, la cuestión no es qué tipo de articulación entre ambos logramos, sino más bien qué ensueños colectivos (cuerpos ampliados que unifican ilusión y realidad) somos capaces de despertar contra este cotidiano gerenciamiento de un terror banalizado.

 

[1] Walter Benjamin, “Luis Felipe o el interior”, París, capital del silgo XIX, en: Libro de los pasajes, Akal, Madrid.

[2]Reinado que se extiende entre los levantamientos de 1830, que acaba con la dinastía de los Borbones en Francia, y de 1848, que dará lugar al II Imperio a cargo de Napoleón III, sobrino de Bonaparte.

[3] Karl Marx, Grundrisse, Elementos fundamentales para la crítica de la Economía Política (borrador), en tres tomos, Siglo XXI, Buenos Aires, 1971, t.1, p. 28.

[4]No es diverso el espectro del padre de Hamlet, acaso es la manifestación de lo más íntimo de los vínculos sociales que constituyen el príncipe, tanto familiares como políticos, su derecho al trono y su propia posición familiar que se le enfrenta ajena y hostil como un mandato.

[5]Freud relata así la operación paulina: “Precursor del retorno del contenido reprimido, un creciente sentimiento de culpabilidad se apoderó del pueblo judío, y quizá aun de todo el mundo a la sazón civilizado, hasta que por fin un hombre de aquel pueblo halló en la reivindicación de cierto agitador político-religioso el pretexto para separar del judaísmo una nueva religión: la cristiana. “Pablo, un judío romano oriundo de Tarso, captó aquel sentimiento de culpabilidad y lo redujo acertadamente a su fuente protohistórica, que llamó «pecado original», crimen contra Dios que sólo la muerte podía expiar”. Sigmund Freud, “Moisés y el monoteísmo”, en: Obras Completas, tIII, Biblioteca Nueva, Madrid, 1972.

[6]Rom, 2:28-29.

[7]Se ha profundizado el dualismo transmitido por el neoplatonismo alejandrino de la traducción de la Biblia Septuaginta: la oposición soma-psyché, de factura platónica es llevada a su límite en la nueva oposición sarx-pneuma.

[8][8]León Rozitchner, La Cosa y la Cruz, Biblioteca Nacional, Buenos Aires, 2014, p. 38.

[9] Jacques-Allan Miller, Extimidad, Buenos Aires, Paidós, p. 17.

[10]“Deus interior intimo meo et superior summo meo”. Conf. III, VI, 11.

[11] La cosa y la Cruz, cit., p. 189.

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